Neófito

Vean en pocas líneas la magna tarea que me ha tocado desempeñar en el siguiente relato. Queda librado a la interpretación individual y con qué oídos serán escuchadas mis palabras, pues la traducción que cada mente efectuará será dependiente de los conceptos que se hallan cultivados consciente o inconscientemente a este momento, y los conocimientos que formarán el acervo espiritual que funcionarán como llave de acceso a los arcanos esparcidos en la creación, y como parte de ella, en mi narración.

Los pasos que ha dado el hombre en este mundo han sido todo menos firmes; lo han llevado a deambular sin rumbo por los confines más inhóspitos, endureciendo su sentir y buscando la mera supervivencia, pero en esas bocanadas de aire tras agotadoras travesías asfixiantes, si logra un poco de estado consciente, tal vez sea capaz de formularse el interrogante: “¿Para qué estoy haciendo lo que estoy haciendo? ¿Para qué vivo?” He allí el malestar que aqueja de continuo a todos, a mí incluido, y por ello, os llevaré en un recorrido que brindará la luz a la oscuridad reinante en que a tientas todos hemos estado recorriendo deseando en vano no tropezar con lo desconocido, que brindará un poco de respiro sosegador a la toxicidad sofocante, que hará sentir un poco de esperanza a quien lo anhele.

¡Erradicad de la mente todo prejuicio antes de aventurarse en esta crónica! Hallen así mi primer consejo, por ser éstos, los prejuicios, la causa fundamental del entorpecimiento humano, demorando más de lo debido las correctas comprensiones que la diferencia de conceptos genera. Y la gran advertencia, respecto a que abrir la mente no será suficiente, pues La Verdad exige más, exige la calidez del sentir, porque sólo así podrá penetrar en lo profundo del ser e identificarse con él, sólo si la siente como ella demanda.


Que mi honor sea el vuestro, que mi dicción sea digna versión de la fidelidad de los hechos, y vuestros oídos se correspondan a lo que será una pieza fundamental del engranaje de la historia de la humanidad.