ERA LUMÍNICA


TERROR AFUERA,

LIBERTAD INTERNA

Millones de años hacían brotar vida por doquier en este hermoso planeta que de roca y fuego iniciador, el agua se brindaba como manantial vital para que aunado al aire, la excelsa alquimia se manifestara en perpetuo movimiento. Quien contemplara llanuras y alturas, encontraría o con sus ojos desnudos o con lentes potentes, que en flujo continuo, algo iba de aquí para allá, no se quedaba quieto, gritaba por su lugar en la Tierra. Millones de años, millones, cifra impensada para la mayoría de esos seres vivos, que en un redondeo numérico, todo su lapso de respiración se perdía en décimas que no sumaban en sí al gran plazo cósmico, y sin embargo, ahí estaban, en bramidos instintivos clamando por un poco más. En lugares increíbles, inhóspitos, la vida se cobraba su lugar, en las alturas más sofocantes, en las calderas más ardientes, en las profundidades más insospechadas, para todos había un hábitat, así de generoso se brindaba ese hogar.

¿Con qué derecho se privaba de la libertad del semejante para continuar con su vida? ¿Cómo se llegó a ese acto tan indigno de que cabezas rodaran por doquier plagando el fértil suelo de sangre y tristeza por no saber resolver las diferencias de otra forma? Millones de años de complejidad arquitectónica biológica para que en capricho intolerante se le quite el aliento de un par a otro par, a otro tripulante de la odisea celestial, imponiéndose a la fuerza por no cumplir con las pretensiones propias. No se hacía honor a lo que la Tierra hacía por donde fuese, infundiendo vida, no, aquí, se hacía lo contrario.


En los comienzos, hubo tanto apoyo al golpe, que al volverse masivo se perdió el control y la mira del propósito que había dado origen a semejante movimiento. Cual cerillas, la plebe se inmoló con la cabeza prendida fuego arrojándose a una hoguera descomunal que alcanzó tales alturas que su humeante crespa osaba acariciar las nubes. Turbio el horizonte, se apoyaba la eliminación de tal personaje o la destrucción de tal edificio, y en el ajetreado arrebato, el violento sacudón tiraba a muchos de la tarima, a muchos que en esa confusión, eran tomados como culpables, y tal vez eran los que primero tiraban sus antorchas para prender la madera.

Violencia en las almas, violencia en las calles. No había un patrón lógico sobre quién sería el primero al haber transcurrido ya varios días desde el inicio de esa extraña inquisición invertida, y muchos de los que levantaron sus puños en festejo ante la caída del poder, ahora ponían ambas manos adelante con los cinco dedos mostrándose para evitar ser los siguientes. El marqués Connorcers junto a su esposa Sofys y su pequeña Caridad, sirvieron de refugio para varios exiliados que temieron por su vida, mientras él exponía su rostro para detener semejante barbarie. Increpó muchas veces a su amigo Maximum Gobspier, pero en cada uno de sus acercamientos, un séquito de fanáticos le impedía tener un diálogo íntimo con su amigo para buscar que entrara en razón y detuviera las atrocidades cometidas. Pero otros respondían en su nombre, en la idolatría, Gobspier hacía silencio.


La comida comenzó a escasear. Los sótanos del Marqués se vaciaban en queso y se llenaban de exiliados. La actividad normal se vio horriblemente afectada, nadie tenía ánimos de salir a la calle, pero tampoco había seguridad de un regreso a casa, y en la completa incertidumbre, se fue organizando un gobierno para dar justificación a la matanza. Confesaba sus preocupaciones a su esposa, mientras Niklo pensaba qué podía aportar en un mundo tan convulsionado. Seguía sosteniendo que los pensamientos se lo habían comido a Maximum, y que en el fondo, una rebelión también se debatía por qué rumbo tomar. Un sedimento de arrepentimiento y frustración se depositaba en el letrado, que apagaba su voluntad para continuar con lo que estaba viviendo, y le impedía desplegar todo su arsenal intelectual al ver las atrocidades en la vía pública, acto del cual era responsable a pesar de no tirar de la cuerda directa de la guillotina.


Públicamente, el Marqués se proclamó en contra de la pena de muerte, con válidos argumentos demostrando lo que había acontecido en las calles de la ciudad, y que ningún ser sensible podría no sentir rechazo frente a la violencia experimentada, si bien era necesario un cambio, se estaban aplicando los medios que justamente se habían cultivado por centurias, se pagaba de igual forma, se recurría a salvajismo como único elemento de transformación conocida. En debates, se enfrentó a Gobspier, que más silente que agitador, otros empleaban su voz formulando tesis que claramente denotaba en su rostro que ya no sostenía. Pero no era suficiente el esfuerzo de Niklo.

Secretamente, todas las noches se reunía con sus refugiados en los sótanos, y para su propia sorpresa, no entendía cómo hacía fluir fuerzas para estimularlos y darles esperanzas. Al principio, contaba historias, que parecían inventadas, sobre algunas ciudades, luego sobre algunos hermanos y sus aprendizajes, el más impactante era el relato de un guerrero que a través de unas labores inusuales, alcanzaba la iluminación: ése lo solicitaron que fuese relatado más de una vez. Se encariñó con sus protegidos, algunos alegaban conocerlo de otro momento, no por certeza, pero una sensación les daba una proyección de distintos tiempos, y sentían gratitud frente al esfuerzo que Niklo hacía por ellos. Pero no era suficiente.


Cuando la comida se volvió un problema serio, y ya las alforjas se vaciaron, Sofys ideó un plan para dar exilio por las noches a las familias escondidas y que se refugiaran con otros de Grochet que vivían en el exterior. Intrincado plan, pero el único cuando la vida pendía de un sí o un no. El primer paso era salir de la oscuridad; el segundo, darse cuenta que debían ser ayudados y ayudar en la travesía, obligatoriamente se hacía acompañado; el tercero, implicaba conocer el destino, pero lo más importante, no pretender llegar en tiempos fijos, pues los mil y un obstáculos estaban ocultos y prestos a aparecer sin aviso. Cuando se ubicaban con esa serenidad interna, podían llegar lejos de la masacre. Después de varios éxitos, entre los que buscaban escapar se popularizó que el Marqués Niklo Connorcers los hacía pasar por las tres pruebas, para vivir como se debía.

También en secreto, tuvo que pedir dinero prestado a sus más íntimos. Berto Turget fue muy generoso con su contribución, más al enterarse de los “tres pasos” o “tres pruebas” para ayudar a los civiles perseguidos, y lo instó a Niklo a seguir no sólo a redoblar esfuerzos bajo tierra, sino también sobre ella, que el futuro de la economía del país dependía de seres nobles como él. Jirend Almert estaba fascinado con sus avances sobre organizar las palabras y darlas a conocer al mundo, tanto que sus finanzas estaban por sobre las expectativas, y cuando el Marqués lo visitó, también conoció a su aprendiz, Jamptist Suarde, que de plena confianza escuchó la labor de Connorcers e inmediatamente quiso ayudar. Yo tengo una casa en las afueras, decía Suarde, y puede ser un refugio intermedio para el largo viaje de los exiliados. Como si fuese un amigo desde siempre, Niklo aceptó abrazando al letrado. Sin temor, también recurrió a Wilem Heshel, que siempre estaba en tertulia invadido por amistades que se debatían en descubrimientos intelectuales. Por discreción, el Marqués tuvo que esperar para estar solos, y optó unirse al té y oír el debate.


Pasadas las horas, la queja y la crítica invadió a los doctos que sin ser ajenos al mal momento social, no podían escapar del turbulento estado mental general. Enroscados en tan densos argumentos, el recurso que empleó Niklo para sacarlos de ese estado fue distraerlos con una pregunta astuta: ¿cuál creen ustedes que es el objeto más misterioso del universo? El silencio invadió la sala, y se miraron entre sí pensativos.


Lo que no se ve, arrimó Edord Jenker, fundamentando sobre los avances en medicina y las vacunas.


Aquello que está por ser descubierto, intentó Heshel, aludiendo sobre los grandes enigmas que quedaban por ser encontrados en el espacio sideral.


Pues eso sería válido también para la vida en la Tierra, sumó Enton Lavsoier, pues aún quedan maravillas por descubrir no sólo en la superficie, sino bajo las profundidades de los océanos y mismo aquello que nos rodea, como la composición del mismísimo aire que respiramos, y ni hablemos de su generación y transformación.


El debate tomó un rumbo más elevado luego de la introducción de ese interrogante, pero Niklo permanecía de oyente, hasta que, sin dejar de dar por válidas todas las contestaciones, las miradas se volvieron para quién había formulado la causa de la revuela intelectual, ¿y usted qué piensa, cuál es el objeto más misterioso del universo?


¡La pregunta! Interrumpió Voluntér, iluminado en su faz filosófica. Es lo que nos lleva a que el misterio lo sea, y deje de serlo, y genera en nosotros mismos y en quien le es formulada, la imperiosa necesidad ineludible de rellenar ese espacio vacío o con la verdad, o con el humo del orgullo.


Aún tan válida la contestación de Franz, el prurito génesis quedaba por ser rascado, y le sonrieron a Voluntér, pero seguían mirando a Connorcers.


Si vemos como la naturaleza nos invita continuamente a atender, podríamos decir que la vida misma es el misterio más grande para el ser humano, única especie capaz de planteárselo como tal, a pesar de no ser la única viva pisando este suelo. Y si bien no podemos explicarnos del todo porqué hay figuras tan dispares en los cielos, si nos preguntaran qué inquietud preferimos satisfacer, la del origen de una explosión en el cosmos, o el de la propia vida, posiblemente la sensatez nos guíe hacia la segunda, por más que ambas estén en íntima vinculación. El hecho de que el hombre aún no pueda explicar su propia presencia en la Tierra, habla de más misterios juntos que cualquier otra cosa, pero a su vez lo lleva a que más que un misterio, la incertidumbre y desasosiego le hagan ver un horizonte bastante borrascoso. Si debiera precisar más mi observación, diría que es el cerebro humano el objeto más misterioso de todos, órgano que permite abrir canales a los alcances metafísicos de la mente, la sensibilidad, la conciencia y el espíritu, causa de las manifestaciones del ser humano como tal, y como podría ser. Es lo que le permite cuestionarse todo, lo que habilita o inhabilita, lo que nubla y vislumbra, lo que observa o ciega, lo que siente o denigra, lo que permite ver ambos universos. Y si bien es posible diseccionar el cerebro de otro para estudiar aquello que lo compone y genera sus efectos, no es ello realizable con el propio, mas ello no es limitación alguna, dado el que conocer sus engranajes físicos es una parte, no es lo más importante ni siquiera impide el real funcionamiento por el cual fue creado y dado, porque al ser capaz uno mismo de sacar conclusiones de su accionar y sus ideales a conquistar, será ése cerebro el que se nutra metafísicamente a ser usado en su procesamiento evolutivo como el capitán de la nave biológica que comanda, y orientar el timón hacia el destino deseado, o caer en la deriva creyendo ser dueño de todo simplemente por estar a bordo. Y termino con algo más, subrayando la generosidad que existe en que no hay uno solo, sino que cada uno es portador de este maravilloso objeto sin necesidad de ir a buscarlo ni muy arriba ni muy abajo, y que por preciosa analogía, conociendo las finitas capacidades, se puede multiplicar hasta el infinito el aprendizaje por compartir con otros coterráneos las similares características que nos forman.

Sin dudas el debate se extendió más de lo que el Marqués deseaba, pero ahuyentados los pensamientos de densa composición, dió por acometida su misión de ayudar donde le tocase estar. Al finalizar, en discreta apertura, contó sus planes a Heshel, y siguió recibiendo apoyo a la causa salvadora.


Al poco conoció que no era el único cuya casa grande servía de auxilio para tantos que eran perseguidos. Con la vida como estandarte, incluso algunos que él refutaba antes de la revolución, eran ahora aliados en energías para frenar tanta locura, y quedaban a merced de ser rescatados de un filoso desenlace. Nadie parecía notar que el método empleado para quitar viejas costumbres, era una costumbre que hablaba de nuevas costumbres, pero se ejecutaba con las mismas viejas costumbres. Una pequeña red secreta se formó de refugiados que eran señalados como traidores, y ya sin poder sobre lo que pudieran lograr por sus propios medios, debían recurrir al exilio de aquellos que todavía estaban a salvo, pero si se tenían más de dos habitaciones, no había seguridad en que la mirada envidiosa levantara un dedo al día siguiente para marcar al próximo bajo la cuchilla.


Nunca dejó de luchar públicamente y con argumentos válidos para la instauración de una ley justa y equitativa para todos, buscando que la sensatez penetrara por alguna rendija de la razón y se frenara la matanza. Connorcers era muy respetado por sus publicaciones y conocimiento de las letras, más todavía por la elocuencia en defender sus manifestaciones a favor de la vida. Pero la ola era demasiado grande y salada como para frenarla con las manos, y con intempestiva violencia iba a llegar a la costa, por lo que optaba por ser prudente con sus observaciones, y discreto con su título de Marqués. En sillas opuestas, se debatía con los nuevos apoderados del trono, y rompía su corazón al verse enfrentado a su amigo Gobspier, pero más aún, verlo callado, y que otros emitieran premisas en su nombre, volviéndose títere de una figura pública que él promocionó, arrepentido al ver las calamidades a las que llegó.


A su esposa Sofys le demostraba en su intimidad sus más duras luchas, su ánimo que parecía inquebrantable en frente de sus refugiados, y por sobre todo, en sus debates políticos, ahora era algo a recomponer, tan real como lo otro. Confesaba a ella sus observaciones sobre su amigo, la imposibilidad de hablar en privado con él, lo frágil que veía su apariencia para nada convencida de lo que buscaba inicialmente, sino siendo despojado del propósito que dio origen y usurpado el trono noble, con fanáticos arrebatos de poder cuyos nuevos reyes tenían la cabeza aplastada por el peso de una corona de papel que encontraba vacío por debajo.


Una nueva civilización, le contó Niklo, eso queríamos, una nueva civilización. Una que deje la preocupación materialista como exclusividad en la vida, y aprenda a vivir con la espiritual; una que aprenda de sus errores y emerja en cada generación con renovados pensamientos superadores; una que entienda la misión en esta Tierra y sepa convivir con quienes les toca en todo momento; una que no cese en actividad y alcance la paz bajo la égida de la labor colaborativa y descubra los misterios del universo en sus fases físicas y no físicas.


Mientras tomaba su mano, y escuchaba con paciencia a su esposo, Sofys siempre terminaba diciéndole, ¿qué recuerdas, esposo mío? Las primeras veces él hizo alusión a cómo conoció a Maximum, su amistad y su origen. Otras veces, recordó anécdotas junto a él, lo que reforzaba que si bien tenía una impulsividad atolondrada y pretendía muchas cosas en los tiempos que él requería, era una buena persona. Ya las siguientes veces que se le formulaba la pregunta, Niklo iba comprendiendo que su esposa escondía otro propósito más profundo en su cuestionamiento, y que con gloriosa paciencia, le preguntaba una y otra vez, cambiando las entonaciones, pero no su fondo. ¿Qué recuerdas?


Quien se formule esa pregunta, sin dudas algo evocará. Pero como todo, debe tener su propósito para satisfacer las arcas de lo arcano. En sueños, naufragó Niklo en mares de antojadizas imágenes que lo llevaban a puertos ignotos, sin permitirle descender. En algunos estaba Sofys, pero no era Sofys; en otros, estaba Maximum, pero no era Maximum; Lavsoier, Suarde, Voluntér, Volei, Ditrot, Turget, Almert, Heshel, aparecían en otros, pero tampoco eran ellos mismos; incluso Dagtom, Murat y Bushar lo saludaban en un puerto, con una sonrisa irreconocible en ellos, como si hubiesen sido amigos que compartían un gran ideal, pero no eran ellos, a la vez que sí eran. ¿Quiénes eran?


¿Quién soy?


El agotamiento era total en el Marqués. Vivía para los demás, para su pequeña hija, a la par que su esposa igualmente combatiente, y la familia subsistía en tiempos de incertidumbre. Los pormenores de mantener en secreto las ilegalidades del ahora al salvar tantas vidas, le llevaban a cuestionarse más de lo que en todos sus años respirando el viciado aire del mundo. La lucha contra la injusticia, ver familias huyendo con pequeños por no poder sostener un poco de tranquilidad en las tierras donde habían nacido, los llantos por la noche eran tapados por los aullidos de los lobos que sin luna llena, gemían anunciando nuevas presas para la salida del sol. El dinero escaseaba, los ánimos se sostenían por la esperanza de un escape, pero ¿quién animaba a los que ayudaban a escapar? Los alimentos se racionaban de manera irracional, la angustia manchaba las banderas blancas que se izaban con alguna palabra que no sostenía el verdadero ideal, el verdadero concepto. Y en el fondo, la roca que tapaba el desagote de las amarguras, el amigo que de un instante a otro, se fue, y que no dudaba, también pedía ser rescatado de un tren cuya única carga era la ignorancia.


¿Quién soy?


El golpe más duro fue ver que en su momento más débil, la masa revolucionaria se quedaba sin argumentos, y cual fiera amenazada, comenzó a dar arañazos a la mano que le daba el alimento. Los propios letrados comenzaron a ser etiquetados de traidores, para lograr un régimen totalitarista, y compañeros de Niklo fueron llevados a la muerte. Ni patadas ni bofetadas los salvaron, una vez que el índice se levantaba, la lengua gritaba un sí rotundo, con el contagio mental, la insensatez y el morbosismo se aunaban para ver una cabeza más sin poder cumplir su misión.


Podríamos decir que la desesperación no invadió a todos, pero sería mentira, incluso para Niklo. La barbarie trascendía sus propios límites, y al ver caer de a poco a sus compañeros de ideales, le dijo a Sofys que tomara a su pequeña, y escapara juntos a los refugiados, aún sabiendo que las casas en el exterior estaban atestadas de exiliados. En llanto e impotencia, se abrazaron por última vez como familia, con la promesa de que él escaparía con la tanda final de personas escondidas en el sótano, y las reencontraría a salvo lejos de la masa incivilizada. Cómo queda grabado en el corazón, el adiós que se presume para siempre…


Con la altura digna de guerrero, uno de los siguientes en ser enjuiciado fue Enton Lavsoier, sin considerar sus enormes y trascendentales contribuciones a la ciencia, se puso foco en sus acciones profesionales que supuestamente eran a favor de antiguas costumbres. Al caer el martillo, era hora que cayera la hoja, y aceptando su final, el gran Enton levantó sus manos en el recinto, lo que aplacó los gritos, miró a todos seriamente, y se dirigió a la salida, donde varios de sus estudiantes lo saludaron y hasta se ofrecieron en su lugar, pero a todos calmó, e incluso dió indicaciones. Connorcers se acercó y estrechó su mano que fue un canal para muchas emociones, mas Niklo no pudo emitir palabra por tanto, pero el científico lo hizo por él, lo miró fijamente sin parpadear, y le dijo que nunca dejara de luchar. Esas palabras, resonarían inmensamente en el Marqués, mientras lo veía ser obligado a arrastrarse a un destino trunco. No había dignidad en ello, simplemente Lavsoier no les daba lo que querían, que era un espectáculo de gritos y súplicas, y antes de arrodillarse, miró a todos los que estaban allí, tanto los que alentaban como los que reclamaban, pues ¿quién pudiera elegir lo último que se llevaría antes de dejar este mundo tal como lo conocemos? Las lágrimas afloraban silentes de Niklo, cuando las palabras de lucha de Enton fueron la pieza que necesitaba para conectar con lo que le insistía Sofys: empezó a recordar. Y mientras en susurro, y con la muchedumbre bulliciosa gritando sin control, le decía a Lavsoier que se volverían a reencontrar, su amigo que ya estaba desprendido de su esencia vital, parpadeaba sin resignarse a abandonar su cuerpo.


Con una nueva luz iluminando su mente, de a poco iba recordando su propósito, y cuál haz, se desplazó a su casa sabiendo que sería el final de su días, por lo que con prisa debía decirles a todos los que estuviesen en su hogar que era momento de partir, como fuese, ya no existía lugar seguro. Un pequeño destello hizo aparecer en recuerdo a Maximum, preguntándose si también tendría forma de salvarlo, pero todo se interrumpió cuando arribó a su residencia, y se encontró que estaba siendo invadida por los regimientos de asesinos, que descubrieron a tantos que eran perseguidos y estaban escondidos ilegalmente en ese domicilio. En el medio de la calle apresaron al Marqués y le recriminaron tantos delitos, que no hizo caso a ninguno, siguiendo el ejemplo del recién difunto Entone Lavsoier, ya no había razonamientos lógicos para frenar tanta locura.


Pero antes de ser subido al carruaje directo a su ejecución, corriendo apareció Maximum Gobspier abriéndose paso entre tanta aglomeración y exhibición pública. El letrado se impuso frente a todos, a la eliminación directa de Niklo Connorcers, haciendo uso de su figura excelsa, silenciando a la plebe, menos al sargento que insaciable en sangre, no se fatigaba en dar órdenes inhumanas. Por instantes, el aire se volvió borroso, nadie hablaba, parecían enmudecidos, la calle se privó del habla, pero no era así, sino una reviviscencia, y de las más fuertes, donde el Marqués se transportó a otra época viviendo el mismo escenario, él apresado frente al tumulto de gente, y su amigo, líder de la hueste frente suyo, libre de cadenas. Pero esta vez, algo era distinto.

Como si debiese cumplir con una cuota diaria de decapitaciones, el sargento mostraba su vehemencia e impulsividad dando pruebas sobre los perseguidos que el Marqués escondía en su recinto, y el título de nobleza que ostentaba, ya de por sí eran razones sobradas para su desaparición. Gobspier vio tambaleante su posición al notar que su palabra era vagamente oída, y debía convencer con explicaciones enérgicas para salvar a su amigo, cuestión que cada vez se veía más complicada. Entre tanta alharaca, a Niklo se le escapó una lágrima, sin comprender enteramente su razón de ser, pero sí sintió que entre tanta crueldad, prevalecía un acto de humanismo puro, y sobre la oscuridad más carmesí, emergía el sentir para salvarlo. ¡Ahí estás, amigo!


Nada bastó. El desenlace de Connorcers se adelantaba, pero sin dejar emitir otra premisa, Maximum obligó a que, por los antecedentes honorables del Marqués, primero se lo enjuiciara, y se emitiera un veredicto según la gravedad de las supuestas acusaciones. De acuerdo. Y sin dudar, Gobspier subió al carruaje y se encargó él mismo de llevar al sospechoso ante el juez. Niklo no podía hacer mover su lengua, a poco hombre lo mueve más la impotencia cuando es obligado a vivir un acto de injusticia, el rigor más amargo se traga cuando la sensatez es perdida por la mente atiborrada de fanatismo, y ni una mísera luz de dignidad puede penetrar en semejantes murallas. Anonadado, abatido, desesperanzado, desanimado, decaído, abrumado, desalentado. En silencio, con la mirada perdida, mientras escuchaba el galope de los caballos por fuera, se sacudía dentro del carruaje oscuro.

Pensó en su esposa e hija, la fortuna de haber tomado la decisión de hacerlas marchar lejos a tiempo. Pero él se quedó. Pensó en la enorme cantidad de familias que salvó, a las que dio albergue, a las que alimentó. Pero él ayunó. Pensó en los ideales, en la fuerza de sus palabras, en lo que puede lograrse cuando muchas mentes se unen con un propósito. Pero él fue aislado. Pensó en la civilización actual, los siglos de repetir los mismos errores, los arrebatos para modificar la cultura, el intentar cosas nuevas valiéndose de cosas viejas, la falta de aprendizaje por regocijarse en la ignorancia. Pero él algo sabía. Pensó en su vida, si había sido constructiva, si era digna de ser observada, si el tiempo había sido bien aprovechado, si algo había incorporado a su conciencia, si su espíritu había tenido un respiro un poco más prolongado, si era digno. Pero él, sería recordado. Pensó en su amigo, mucho, y no sólo pensó, sino que en ese momento que se pasaba a otra velocidad, también sintió, experimentó sensaciones que no eran de esa vida, y en ellas, su amigo estaba presente. Pero su amigo también pensó en él.


Abruptamente el coche frenó, los caballos relincharon, la brisa sopló, la ciudad estaba lejos. Gobspier abrió la puerta para encontrarse a su amigo desconcertado en el asiento de la caja de madera, y menos entendía cuando al bajar, se encontró en un bosque cuyos únicos carceleros eran las ardillas y los búhos. Inmediatamente Maximum tomó el control y lo obligó a bajar, preguntando primero por Sofys y Caridad, y al no recibir respuesta, volvió a preguntar. Sí sí, se encuentran a salvo en casa de los primos de Sofys… ¿qué has hecho, Maximum? Serás reprendido por salvarme, le dijo Niklo con aire de lamento. El letrado, el que había nacido segundo, sonrió sin gracia, y lo miró a los ojos sabiendo que no todo era como hubiesen querido, y señaló hacia la densidad de los árboles, indicando el camino hacia el refugio de Jamptist Suarde. Espero mi gesto sea más elocuente que las palabras que aquí pueda soltar, le decía Gobspier, que si lo hicieran, arruinarían el momento y mi propósito. Ambos llorando, se abrazaron y en la paz de la naturaleza, imágenes irrumpieron de otros tiempos, remotas vivencias juntos de cuando vestían otras ropas, no solo en sus torsos, sino también en sus lenguas, y sus ojos percibían paisajes muy diferentes, con variadas tecnologías, con más o menos conocimientos de ahora, sintiendo que algunas partes internas les fueron arrebatadas. El abrazo duró 4 segundos, el estado mental, infinitamente más. A cada uno, el aluvión de memorias espirituales, le correspondió en su justa y propia medida, en lo que a cada uno le tocaba invocar. Nikklo se iba con mucha más seguridad de la que había arribado, Maximum, con algunas sensaciones tranquilizantes, pero su mente le seguía quitando el sosiego.


Desde arriba del carro, el salvador abogado tomaba las riendas de los caballos dispuesto a volver a la ciudad, miraba a su rescatado amigo, que por algún motivo irradiaba otra energía a cuando había sido arrestado. Niklo le dijo que era momento de refugiarse, la tormenta estaba en su peor fuerza intempestiva, y por propia naturaleza de los pensamientos, calmaría al dar un latigazo en el extremo opuesto. Lo sé, concordó Maximum, lo sé, nunca dejemos de luchar, incluso en momentos de recuperar vigor, nuestra mente no pierde el propósito. Tú lo has dicho, amigo, sino ¿qué haremos en la siguiente vida? Y terminó con una pícara sonrisa, pero para Gobspier, esas palabras tuvieron un significado especial esta vez, no siendo pronunciadas por él, sus ojos se perdieron en las órbitas laterales en busca de una coherencia desacertada, hasta que algo, muy en su interior, se acomodó y recordó. Ambos se sonrieron, increíble, entre tanta basura, una fragancia de esperanza se percibía, y sin más, cada uno a su rumbo.


Niklo halló la casa de Jamptist, agradeciendo ampliamente su favor, y para no despertar sospechas, alejado de las ventanas, se ubicó en el recoveco más oscuro del lugar. Su única demanda fue tinta y papel, ayunando y durmiendo hasta exprimir sus energías físicas. Conociendo la posibilidad de no volver con su familia, les escribió cartas para que sean entregadas en su momento, recordaba la mano de su esposa, la sonrisa de su pequeña, imaginó que crecerían y compartirían juntos sus alegrías, sus vacilaciones, sus sueños, sus avances. ¿Cómo sería Caridad de adulta? ¿Podrá desposar a un buen muchacho, tendrá hijos? ¿Cómo sería yo como abuelo? ¿Cariñoso? ¿Riguroso? ¿Cedería a todos sus caprichos? ¿Y si tuviesen alguna enfermedad que requirieran toda nuestra atención? ¿Cómo sería con el compañero de ella? ¿Me tendría temor, o habría confianza? La tinta muchas veces se diluía con las lágrimas.


¿Quién soy?


Ese interrogante era el que más vibraba en su interior, pero ya no como algo estático, tal venía siendo, sino algo pujante, una inquietud, algo que lo movía internamente a respondérselo como lo imperioso de contestar antes de partir.


¿Quién soy?


Tantas evidencias lo llevaron a concluir que no era carne, no se podía albergar en lo físico solamente todo aquello que recordaba, pues en esos momentos, ese cuerpo no estaba presente. Pero, ¿qué era? ¿Quién era? Ese interrogante se ponía a prueba a diario en su exilio, cuando se disputaba entre pensamientos de pesimismo, y los que buscaban reflotar el ánimo. Una vez, en sueños, lo visitó Sofys, pero esa experiencia le hizo ser consciente de la fuerte necesidad de la materia, pues aún el propósito no se había completado. El vehículo era imprescindible para el espíritu, aunque el viajero fuese de suma importancia, sin carruaje, no llegaría al destino.


¿Cuál era el destino? ¿Era su rol en la revolución lo que debía alcanzar? ¿Era un medio? ¿O era para poner en evidencia que, incluso buscando alternativas nuevas para una mejor forma de vivir, se recurría a la violencia, a la imposición, a aplastar al otro? ¿Cómo se podría entonces lograr una humanidad mejor? ¿Era posible?


La palabra revolución fue como una canica que golpeó a muchas otras en su mente, y causaron no tanto un alboroto, sino una revolución en sí. La mayor conquista fue contra su ego, su “amor propio”, que le decía contínuamente que, al poder hacer lo que otros no, era mejor y por más que se mostrara modesto, el buscar hacer todo él sin dejar a otros colaborar, tendría alcances limitados en la transformación social. Una revolución, eso hemos logrado, quitar del trono a una papa y en su lugar, colocar una batata, y no hallamos una solución al problema del individuo. La revolución, debe ser del individuo, no social, primero del individuo, contra los monarcas que lleva adentro, cortar la cabeza figurativamente, para poner otra, más elevada, más evolucionada, y será un nuevo hombre. ¿Cómo podemos pretender que otros hagan las cosas mejor si nosotros nos consideramos suficientes y libres de defectos?


Un nuevo hombre, porque podrá poseer nuevos pensamientos, por darle lugar al espíritu para crear una nueva concepción de la vida, a lo que rendirá culto, al uso de su tiempo, un hombre superado como estandarte en sí mismo comparándose en sus propios logros y limitaciones, valiéndose del ejemplo de los demás, porque cada uno posee una mente, y en funcionamiento análogo, la mente del semejante logra cosas que uno no, para que enseñe en generoso gesto, cómo ascender en conductas honorables, haciendo que el crisol de las experiencias interpersonales nos demuestren a nosotros mismos lo que podemos, y lo que podríamos ser.


¿Y qué nos impide avanzar para ser más de lo que somos?


La mente ha quedado pendiente de algo, y como tal, expectante e ilusa, no se mueve de su lugar. El reclamo contínuo a estrellas y la búsqueda hacia terceros para que nos solucionen nuestros problemas de todo orden, durante tantos siglos, ha puesto un soporífero que apenas abre un ojo, se le coloca un parche para tapar la luz, y hemos quedado inválidos en recursos. Claro, tenemos grandes avances tecnológicos, fusiles que superan a los arcos, aparecen nuevas máquinas que emiten vapor, y hasta se empieza a conquistar los cielos con gigantes globos, pero el hombre, el hombre en sí, queda limitado al hombre, y no logra ser humano, no comprende su origen, no comprende su propósito, no comprende para qué está aquí él y sus semejantes, y en tremenda tergiversación de conceptos, se adapta a una ficción que cada vez más lo aleja de su realidad, y generación tras generación, se hace más violento el coletazo que lo hace saltar de un extremo al otro, sin ver un horizonte claro, sin saber pensar en su propia solución. Y con todo eso, la moral es el último bastión en ser demolido, ya al momento de perder el sentir, que funciona de guía para un correcto proceder, se involucra en actos de macabra índole, que sin ver una consecuencia inmediata, le hacen girar la rueda de la locura sin encontrar tope alguno. Pero claro, luego estamos viviendo la humanidad como tal.


Durante meses en ese refugio pudo escribir su ensayo, su esbozo de una mejora espiritual individual, para una mejora social, y mientras más escribía, más ímpetu cobraba la fuerza de la palabra en su mente, y con una lucidez que no había tenido, más y más preguntas se iban respondiendo en su conciencia, y al abocarse a problemas tan trascendentales de su vida y la de los demás, los destellos de imágenes en su memoria cobraban un volumen considerable, no se le superponían fechas, los tiempos se volvían difusos en términos de ser aprovechados, y la serenidad lo invadía como si comprendiese los engranajes más sutiles del Universo. Se estaba respondiendo la primera pregunta.


Con el manuscrito completo, sabía que debía moverse y ponerlo a salvo, y la única en la que podía confiar, era en Sofys, pero Suarde insistía en que era muy peligroso partir en esas fechas, y Niklo notaba demasiado temor en su hospedador, demasiado. Sin ver la luz de sol, el antiguo Marqués, no tenía más que aceptar las palabras de quién sí salía al exterior, y dándole vueltas al asunto, fue sorprendido una semana más tarde por su esposa, que en sigiloso viaje, no soportaba más saber de él, buscándolo por todos lados, sabía que su hogar había sido allanado, y desconocía su paradero. Pero para desgracia de las serendipias, al relacionar que si Sofys pudo dar con él, en cualquier momento algún soldado también podría.


Agotada ella, había cumplido la promesa de volverse a ver, pero con la opresión en el pecho que no lo soltaba, Connorcers entregó sus escritos, y tras poca charla, la besó y abrazó con gran ternura, transmitiendo su amor a Caridad, exponiendo que si ellas estaban bien, él también lo estaba. Sus últimas palabras fueron de nuevo un juramento de reunirse, aunque no fuese en esta vida. Con otra seguridad, ya no la vacilación como en el primer distanciamiento, al cabo de unas horas, Sofys volvía para con su hija, y Niklo sin avisarle nada a Suarde, escapaba otra vez para estar fugitivo.


¿Cuánto tiempo más así? Pues sinceramente sentía que era un período de regalo, confiando en que su esposa llegaría a destino y podría criar a su pequeña, con sus escritos a salvo, con la tranquilidad interna de comprender más la vida en sus maravillosos horizontes, sabía que esto sería transitorio, aunque durase doscientos años más. Era transitorio, era otro tiempo en los que se debatía el juego real.


Pero era difícil de todos modos lo que le tocaba. Hambre, cansancio, sed, frío, y obviamente algún pensamiento que tironeaba la botamanga y no dejaba caminar tranquilo. Pero el brío se recobraba cada vez más rápido. Dominio, se decía a sí mismo, es vencer una y otra vez, ése es el conocimiento puesto a prueba. Y durante tres días deambuló subsistiendo apenas, escondido de las grandes masas, pero la sed frente al gigante del hambre, lo obligó a acercarse a un poblado, tan pronto pudo aclarar la garganta con agua de un pozo, se desmayó por insolación salvándose por poco de la muerte. Pero la ironía no estaba presente, despertando en un calabozo, la Ley Suprema le pedía un esfuerzo más, todavía algo más tenía que aprender, y no podía perder el tiempo, en tres días sería su ejecución.

Muy enflaquecido, con una barba desprolija y sin peluca, parecía increíble que haya sido reconocido, y sin emitir palabra alguna, estaba sentado tras las rejas y aparentaba entenderlo todo, no estaba perdido, no estaba negado, estaba en un esplendor lúcido, aunque su cuerpo indicaba rendición, el poder de su mente lo obligaba a permanecer todavía entre los vivos. Tres lunas le quedaban para respirar. ¿Qué se puede hacer en tres noches? ¿Qué se puede pensar o sentir sabiendo que quedan tres albas antes de morir?


Fue en esas circunstancias, que lo volví a conocer.


ERA DEFINITORIA


EL HOMBRE QUE LO VIO TODO


Weesom era no sólo una persona serena, sino que transmitía esa serenidad a otros. Iken Senhower estaba abrumado por lo que quería mostrarle al Mir, pero en cuanto recibimos la noticia sobre el atentado de su hijo, el general se mostró sumamente nervioso, y no sabía cómo comportarse al ver ambas posibilidades, y allí fue la evidencia de la serenidad del profesor SearchHill, que entre tanta pavura, sabía colocarse en un terreno un poquito más elevado para alejarse del barro.


Respiró profundamente, y se sentó, blandiendo con ambas manos su bastón, y estrujándolo fuerte con su mano derecha, volvió a respirar cerrando los ojos. Sacó un pañuelo y secó su frente, nos miró a ambos, como si yo representase el anhelo de ir a rescatar a Frandinand, e Iken, el atender la milicia. Con los ojos clavados en mí, anunció que iríamos al país del general a conocer los planes del doctor Openjams, y me pidió cambiar nuestro vuelo.


¡AH! ¡Qué enojo inundó mi mente y alteró mi sentir mientras iba en busca de Charl Linburg! ¡¿Cómo va a abandonar a mi amigo, su propio hijo frente a una situación así?! No podía conmigo mismo, no sé por qué no le dije nada, me tuve que haber opuesto a ese plan, como si comprendiera todo el plan, como buen neófito en reacción, sin saberlo todo, creía que sí, y siguiendo las pruebas de la iniciación, desconociendo las causas, me enojaba con quien impartía el saber. Peor fue mi humor cuando nos comunicaron que tendríamos que hacer varios vuelos debido a numerosos incidentes internacionales.


Ahora puedo reírme de ese estado en el que me encontraba, pues siento que he cambiado rotundamente y soy otra persona, pero me imagino a mí mismo en ese avión con el ceño fruncido sin dirigirle la mirada a Weesom, y de vez en cuando mirándolo de reojo como para darle a entender mi frustración. Incluso a veces quería que me hablase, para responderle de mala forma o fantaseaba lo que le diría si asomaba por allí con el tema de su hijo, le haría saber lo que yo opinaba. Pero nada de eso pasó, estuvo un tanto distante de mí. Se dedicó en gran parte a repasar sus notas, y a calmar a Iken que estaba por demás ansioso y tan abstraído, que ni mención hacía sobre el atentado hacia Frandinand.


El piloto Charl Linburg nos informó sobre unos incidentes en tierra, y tuvimos que desviarnos a otro país unas horas más, retrasando nuestro arribo con el doctor Openjams. No le habilitaron el despegue hasta la mañana siguiente, por lo que pasamos la noche en el aeropuerto, ávidos de salir a primera hora. Sentados en sillas incómodas, noté la respiración un poco agitada del Mir, y que se aclaraba la garganta con mayor frecuencia. Quise preguntarle si se encontraba bien, pero un receloso pensamiento de orgullo todavía me dejaba fuera del aro de cordialidad. Y para peor, llegó alguien más.


Lo reconoció a la distancia , mientras gritaba “Profesor SearchHill” y aleteaba sus brazos. Ante el alboroto, miramos en su dirección, y un joven poco arreglado con una sonrisa se nos acercaba, mientras Weesom sonreía como si lo conociera. El agitado corredor recuperó el aliento al lado nuestro, mientras expresaba enfáticas admiraciones hacia quien dirigìa sus gritos, que con cariño le estrechó su mano. No sabía si realmente era usted, Profesor, es un gran honor conocerlo, exclamaba el recién llegado. Mi nombre es Alexer Penfling, y he leído todo respecto suyo, Mir SearchHill, alababa el jovenzuelo, y no le soltaba el brazo ni dejaba de sacudirlo.

Mientras Alexer contaba sus peripecias en ese país, que no entraba tanto lugar en su emoción por la coincidencia de encontrarse con tal eminencia sin quererlo, ni siquiera que lo hubiese planeado, mientras ese relato ocurría, yo lo observaba con una distancia celosa, de pie a sombrero, clavé la mirada en él, como si su mera presencia me quitara protagonismo para con Weesom. Seguramente mis dientes se estrujaban un poco, y por momentos era tal el bullicio mental, que las palabras no penetraban en mis oídos. ¡Qué casualidad! Continuaba gritando el joven, y con cada exclamación, un pelo gris nuevo asomaba en mí.


Debemos dar crédito a que los caminos se cruzan porque se comparte un destino, acotó el Mir en respuesta a la reiterada evocación de la suerte, a lo que Alexer le preguntó si era profesor de Filosofía, al formular tan profunda reflexión. No no. Y con entrecejo fruncido, hizo mención a la pluralidad y heterogeneidad de las publicaciones de Weesom, y no le quedaba claro si era profesor de Economía, Matemática, Química o Ingeniería. Recibió la misma respuesta. No no. Perplejo quedó el nuevo extraño sin darse por satisfecho, donde claramente ese escenario lo ponía en evidencia con sus inseguridades frente a lo imprevisto. Cortando la insólita entrevista, dije en voz alta que debíamos alistarnos para salir pronto. Mentira, faltaban horas, pero mis pensamientos…


Acorralado por creer que no iba a poder hablar más con su héroe, Alexer nos aseguró que cualquier salida estaba demorada por el incidente que estaba dando lugar en ese país, ya que frente a la exhibición del torneo internacional de Ajedrez, entre un bando y el otro ocurrió una contienda que traspasó los 64 cuadrados, no había reyes ni reinas en la calle, sino descarriados caballos que repartían coces sin mirar a quién. ¿Por un torneo de ajedrez? Indagó Iken de lo más extrañado, sin dar mucho crédito. Sí, afirmaba Penfling sacudiendo rápidamente la cabeza como niño, ya van tres muertos. ¡¿Por un torneo de ajedrez?! Volvió a inquirir incrédulo. Sí, replicó exaltado, es que se disputa la final entre Este y Oeste, agregaba datos como para dar más valía. Weesom sacudió un poco la cabeza, en algún punto le dolía toda esa confusión.


Alexer era un refugiado de ese escándalo, visitando el país para presenciar el juego de ajedrez, escapó de los disturbios para volver a su patria y se halló imposibilitado. Poco recuerdo cómo se le ofreció viajar con nosotros, pues estaba enardecido, y más al saber que volaba en avión solamente por entretenimiento, pero al cabo de unas horas, nos encontrábamos en el aire en la aeronave privada de nuestra Sociedad Secreta, con un extraño que impulsivo por demás, no dejaba de atosigar a Mir SearchHill, y más me sulfuraba por la cordialidad del profesor. Yo no dejaba de pensar en Frandinand. Él, ¡¿Pensaba en su hijo?!


Tuvimos que hacer escala en otra nación nueva, debido a que había amenaza de bomba en el destino original. En mi maraña de perturbaciones, el nerviosismo del general Senhower me recordaba nuestra meta, pero otra vez nos localizábamos en territorio lejano, pero para Alexer, que parecía tener por diversión estudiar el turismo local, sacaba un pequeño libro con datos del lugar, y nos deleitaba con detalles y costumbres. Bueno, a mí me arrojaba carbón a las brasas de la envidia, pero los demás, se deleitaban.


Hizo mención a que allí, no había niños ni jóvenes, la población era anciana, y no fue hasta que esa información se instaló en mi mente, que me dediqué a observar a los que estaban a nuestro alrededor y no ver más que blancos pelos y calvicies por doquier, de lento andar y de cercanías solo ver. A unos pasos, a uno se le paró el corazón, pero en instructiva ironía, se agarró la cabeza con las manos, y los paramédicos informaron que ya era tarde.


¿Por qué ocurre algo así? Le preguntó Penfling a Weesom, con clara intención de buscar el auxilio mental de alguien más robusto. ¿Cómo puede una nación llegar al límite de no dar lugar a una nueva generación? Mir SearchHill con humildad, se tomó su tiempo para responder después de humedecer sus labios, dando un hermoso discurso que nuevamente, me hizo replantearme cómo era yo como padre.


En un acostumbrado mareo en los aires, ya se nos hizo habitual subir y bajar del avión, y la emoción inicial, la ilusión de lo nuevo, el descubrimiento de estar aspirando un oxígeno puro, nuestras caras de cansancio denotaban que parecía como si hubiésemos nacido con alas, y no era novedad que nuestros pies se distanciaran cientos de metros del suelo. Y yo, con mi reacción, miraba cómo Weesom preparaba su brebaje de hierbas raras, y sorbía de la bombilla el agua caliente. Recordé que Frandinand en nuestras horas de estudio, tenía la misma costumbre, tomando el mismo elixir que tras objetarle su amargura para mi gusto, dejó de ofrecérmelo al tiempo. ¡Ah, pero qué jaleo interno me produjo ver que le ofrecía a Alexer y éste aceptaba beber con agrado! Hasta haciendo mención de lo difícil que era conseguir esa yerba especial y el lujo de tener algo así tan lejos, yo no podía más con mi enojo.


El profesor, con ánimos tranquilos, le preguntó a qué se dedicaba, y el joven Penfling relató sobre sus estudios microbiológicos, las dificultades que tenía de contaminación de cepas, y lo maravilloso de conocer un mundo que se oculta a simple vista. Conversaron un rato sobre las enfermedades que afectaban al hombre por milenios sin poder atribuirse a otras causas antes más que fantasiosas, y ahora al poder identificarse bacterias y virus, se resolvían incógnitas que aquejaban en silenciosos estruendos pandémicos. La voz de Weesom se manifestó algo melancólica, y aunque siempre aprovechaba la oportunidad de develar alguna reflexión profunda, cuando dijo que no faltaba mucho para que hubiese algún remedio eficaz para esos brotes, miraba por la ventana del avión, pero parecía mirar por la ventana del pasado.


Iken volvía a dar cuerda a su reloj, abnegado de la tardanza de todo. En el siguiente país que tuvimos que demorarnos, debido a los conflictos donde una aerolínea no dejaba posar a la de otra que viniera de una nación cuyos ojos eran de un color que no gustara, o que se pronunciara la “R” de otra manera, pidió hacer un llamado para que el proyecto Mannheim se retrasara hasta nuestra llegada. Pero claro, allí, los teléfonos de largas distancias no eran comunes, y tuvimos que rentar un auto. No había. Ya arriba del carro, el ruido de los caballos era peculiar al no tener herraduras, y sólo quedaba lugar para que la mirada recorriera el paisaje de las casas bajas y las ropas maltrechas. Mientras al general le conectaban los cables para lograr comunicarse con el más allá, en el cercano aquí, junto a Weesom y Alexer no podíamos entender la pobreza extrema del lugar.

Hasta el sol se ocultaba pronto para no espantarse frente a tanto analfabetismo, y en la marca de una luz roja alargada por gotas de lluvia sobre el pavimento, se reflejaba inconclusa la señal de confusión entre los habitantes de tan desdichada tierra. Volviendo al único aeropuerto de ese pantanoso pueblo, el profesor SearchHill sonrió pero sacudió su cabeza, y mirando hacia donde él apuntaba con sus pupilas, vi perfilado el patrón de templos de gracia a las Stellas, quizá ningún otro tenía permiso para elevarse más de tres pisos, sobresaliendo entre adobe y chapa, no simplemente por su altura, sino por lo brillante de las alhajas y marcas de agua. Uno tras otro, ahora que Weesom lo hizo evidente, no podía dejar de contar los templos, tres, cuatro y hasta cinco por manzana, como si consumieran todo el concreto del lugar para construirse, y con las sobras, armar improvisados hogares que poco protegían de la intemperie. Aún así, se veían más atiborrados de personas esos edificios, que la calle. Al llegar, nuestro chofer, que seguro tenía más dedos que dientes, nos quiso cobrar una suma exuberante, pero al instante que Iken estaba negando con la cabeza, el Mir extrajo de su bolsillo incluso más dinero del que se pedía, y dándole ambas manos, lo saludó efusivamente e ingresó al vestíbulo.

Ya sobrepasado de enojo, increpé a Weesom alegando que era un acto contrario a lo que sostenía nuestra hermandad de las tres pruebas, ayudar de esa manera a los que se encuentran en esas condiciones, y algunos ladridos más de mi parte. Su respuesta fue darme la razón, me tocó el hombro, y me miró como si me hubiese encontrado después de varias semanas sin vernos, y sin decirme más, se dio media vuelta y reconociendo su error, continuó hacia el avión. ¡Qué sabio fue de su parte no darle alimento a mi pensamiento de discusión! Muerto de hambre, se quedó en silencio, y con ello, yo comencé mi descenso hacia la calma.


Nos quedaron dos destinos más antes de arribar donde nos indicaba Iken, dos muy complicados de asimilar. El primero de ellos, era el contrario a lo que vimos en pobreza en el viaje previo, recuerdo ir en el auto al hotel, y jugar con los botones que éste tenía, sorprendido de tanto lujo, y destellar mis pestañas con tanto palacio dorado rebosante de ostentación innecesaria, no había visto jamás tanta luz en la vereda. Prolongando la producción de papeles preciosos, se vivía la noche con la intensidad del día, sin desaprovechar un momento para vender algo, o consumir lo inconsumible. Desde los diseños de los teléfonos y sus cables, hasta el moldeado de puertas y ventanales formando enormes edificios, todo desprendía modernidad envidiosa, donde sus habitantes eran acariciados por telas de animales vírgenes, y sus copas espumeaban Xenón y Platino, la tecnología bélica era el sostén de no solo mejores muertes a los extranjeros, sino también de una vida con más veleidad.


Tardé en darme cuenta del otro detalle antagónico, que había muy pocos templos, pero estaban bien disfrazados porque no lo parecían, más bien eran edificios pomposos sin lugar para las Stellas, en este caso, se adoraba a la Luna Mayor, astro de manifiesta inclinación femenina, y le mencioné ello a Weesom. Pero éste me respondió moviendo el dedo índice en el aire dibujando un círculo. ¿Qué significa? Cerca del aeropuerto, me percaté que al cinturón, se ataba una soga de variados colores, cada uno con su significado, y en la otra punta, una, dos, hasta ocho mujeres, que seguían al dueño de la correa sin levantar la cabeza ni abrir la boca. ¡¿Cómo no pude ver ese detalle?! Desde ese instante, mi vista no dejaba de encontrar esta rareza, esa unión se daba desde la cintura, y nunca siquiera se rozaban. Azules, rojos, amarillos, de tantos colores. Y Penfling explicó la implicancia de cada uno, que servía para identificarse entre familias, pero lo más lindo, fue que mientras él hablaba, yo me observé apaciguado, no me molestaba escucharlo.


Llegando al último páramo, nuevos pensamientos hostigadores se presentaron en mi mente, con tridentes y antorchas, izando argumentos en contra de Weesom y Alexer, pero con reflexión serena, no fui atendiendo sus caprichos, y si bien resonaban con insistencia, no quería agredir el sentimiento que me unía. Poco esperanzados de que la disputa entre países se resolviera en nuestro vuelo, el capitán Linburg se encargó de gestionar que llenaran de nafta nuestro avión, y dimos con la zona de refugiados más grande del mundo, lo que fue un golpe tremendo para nuestro ánimo.


Escapando de sus corazones, miles terminaban en ese punto medio con la ilusión de un futuro mejor. ¡¿Cómo sería su presente, si abandonar su patria, su familia, su infancia, su vida, era la única salida sin un plan ni certidumbre de dónde caerían sus restos mortales, sin saber qué sería, arena o barro, lo que daría soporte a sus pies?! Y lo más sorprendente que ví, fue el enorme número de personas sin brazos, incluso a muchos les faltaban ambos, o un miembro inferior. ¡Qué castigo! Exclamó indignado Alexer, sabiendo que ello no era consecuencia de un accidente o lesión, sino parte de la experiencia de nacer así. En sillas de ruedas, con muletas, caminando lento, no habían sido mutilados, sino que las Leyes los obligaban a ir a otro ritmo, a aprender otra cosa.


¿¡Por qué, profesor, por qué hay gente que viene a este mundo con semejante desventaja?!


Weesom se acarició la mano derecha como si la valorara por tenerla, y la miraba con añoranza, sujetó fuertemente su bastón y secó su frente, que a pesar de ser una zona fría, parecía estar sudando, luego supe que no era por transpiración de calor, y respiró profundo, tan profundo, que todos suspiramos junto a él.


Esa imagen de castigo nos ubica a ponernos como víctimas, comenzó su discurso, y detrás de esa palabra, como en todas, le damos un contenido, que hace a su concepto, con el cual no me siento a gusto. Es como si dijera “¡qué lástima que los autos tengan 4 asientos!” sabiendo que han sido diseñados así por una razón. Deberíamos preguntarnos a nosotros mismos por qué hemos sido diseñados tal como somos, qué implica tener cada una de nuestras partes, qué sentido se le da a la subsistencia por gracia de los alimentos, el agua y hasta el oxígeno, y el maravilloso mecanismo que nos deja desplazarnos de aquí para allí, manteniendo nuestra integridad. No dejan de ser descubiertos más y más engranajes que nos hacen ser lo que somos, desde lo molecular hasta lo más tangible, y aún el camino no parece tener fin. Pero, ¿podemos explicarnos el por qué de nuestro ser? ¿Puede entrar en nuestro entendimiento los millones de años que hicieron falta para que incluso una célula existiese independiente de todo lo demás, y que más todavía, se vincule a otras en la complejidad evolutiva para dar origen a alguien que puede cuestionarse el cómo llegó a ser lo que es? Y sin uno en apariencia tener el recuerdo de elegir su diseño, ni siquiera lo más burdo como es su propio sexo, parece que nos han regalado estas características que nos hacen capaces de ciertas cosas, e incapaces de otras, y en martillazos de subastas, aceptamos el producto entregando las sumas que consideramos justas, y allí vamos dando vueltas alegres con lo que hemos adquirido, saltando de emoción. En algún punto de esa alegría que no se sabe cómo hacer para sostener y que no desvanezca, pasa otro que tiene menos que nosotros, y tal vez sentimos un poco de gratitud por lo nuestro, o tal vez, nos regocijemos por tener más; y vemos a otros que tienen variadas cantidades comparadas a las nuestras, y el concepto de normalidad se establece en la valoración de lo que es más frecuente y todos poseen, y aquel que carece de ello, es un anormal, un raro. Pocos son los que se abren al altruismo, y comprenden que no es una competencia, sino un dar y recibir, donde aquellos que reciben, lo hacen en exceso, y los que dan, también reciben en exceso, y nadie pierde nada, pues al contrario de la materia, se sustenta en lo permanente.


A nadie falta todo, y nadie lo posee todo, por más que a simple vista algo sea más notorio que otra cosa. Pero la raíz no es la rama, y si falta el fruto, debería conocerse la semilla que le da origen. Siglos y siglos de poner la mirada afuera, nos llevan a señalarnos entre nosotros cuando algo está errado o es atípico, y los ojos rechazan en instintivo adoctrinamiento, el saber mirar hacia adentro, el hallar la causa de lo que florece, o se marchita. Siglos y siglos de desviaciones que a falta de una consecuencia inmediata, al creerse que los barrotes de acero no aprisionan cuando se escapa de la ley del hombre, no se comprende aún que de la Ley Suprema no solo no hay escapatoria, sino que permite una libertad más acotada, y a su vez, entrega una lima para cortar esos barrotes. Pero ciego el hombre, que sigue creyendo que esos barrotes están fuera de sí… ¡NO! A nadie se le encarcela en una jaula imposible de salir, a nadie se le castiga sin juicio… ¡NO! Tan inmerso estamos en las leyes y errores del hombre, que todo parece regirse de igual forma, cuando es necesario limpiar toda esa tinta escabrosa para escribir de nuevo la conducta que debe regir al ser humano.


¡Los barrotes están en su mente! ¡Aprisionado está su corazón, su espíritu! Y sin entender esto, el otro ser, en egoísta osadía, busca erizar su piel con vivencias extremas, con sacudidas violentas, con vociferación pasajera, para sentirse vivo, para que en el interior de su caja hueca, un ruido golpee contra las paredes y de aviso de que el interior no está vacío! Así como un preso estruja el acero que le impide salir gritando por la injusticia que le limita su independencia, el espíritu individual zarandea ese calabozo de músculos y barro que se debate día a día sobre lo que va a cenar o el vestido que usará en el baile, para recordarle que hay algo más, que lo estuvo llamando a diario y no sólo en ese ridículo y sensiblero arrepentimiento en el lecho de muerte, ¡a diario! Pero esos ojos… esos ojos que se posan en una carrocería nueva o en un jardín más grande…


Enfermedad. Llámenlo como gusten. Trastorno, ¿muy agresivo? Síndrome, ¿muy ambiguo? Condición, perturbación, mal, desregulación… Cambia la forma, no el fondo. Cambia la pronunciación, no el concepto. Enfermedad, es una enfermedad. Así como durante tantos años la fiebre afectó sin entenderse su causa y mató a tantos, la mente está llena de parásitos, de bacterias que se reproducen sin necesidad de oxígeno ni azúcares, no requiere más que la energía de la misma mente para seguir enfermando. Alejarse del propio espíritu, desconocer lo que adentro vive, lleva a que no se utilicen los gloriosos elementos que también componen al ser humano, que demandan un cuidado tanto y más delicado que un cepillado de dientes o una dieta sana. Ese espíritu que vive famélico, que busca que no se corroa ni llene de moho ese interior, pero pasan los siglos y cada vez se hace más difícil, más se cree que sí, que el interior es un oasis de bellezas, pero todo está demostrando que al enfrentar el mundo, el hombre acciona de misma manera siempre. Cada vez mayores serán los síntomas de esa enfermedad, la mente se expresará de mil y un maneras que tendrá las más variadas etiquetas, querrán encasillarse sus manifestaciones para poder ser tratadas y ahogadas con fármacos, y acallar los efectos, sin saber la verdadera causa, que no está en una neurona ni en una enzima, esas siguen siendo consecuencias, expresiones físicas de una causa no física.

¡Y tantas cosas podrá hacer el hombre al salir de esa mazmorra! ¡Tantas cosas, como ascender a la categoría de ser humano! Superar la obnubilación de la materia para encontrar la armonía con lo espiritual, porque no sólo posee una lima, sino que también tiene alas, esa mente lo puede llevar a desprenderse de la inconsciencia y vivir más allá de los límites, alcanzando la paz y felicidad que tanto anhela, pero que el vecino siempre parece quitarle. Llegará el día en el que la luz guíe soberana entre tanta penumbra, y cuando se deje guiar, cuando halle la humildad en su corazón para caminar sobre borrascosos senderos, se fortalecerá para poder volar y alejarse de la miseria con la que una y otra vez busca llenar su tiempo. Conquistar la confianza en sí mismo, quitar el velo a la mentira y rejuvenecer el entusiasmo recordando el propósito por el cual le fueron dados sus pulmones en esta Tierra, esos son los alicientes que descubrirá cuando abra sus ojos a la nueva vida.


Estaba sentado frente a Iken y su secretaria en el vuelo, y un silencio esperanzador nos regocijaba a todos. Con un dejo de enojo sano, el general hizo mención que su amigo con esos discursos siempre lo obligaba a revisar sus acciones, y lo impulsaba a ser mejor persona, y a la par que usaba su pañuelo y en suma discreción remover alguna lágrima que asomaba insubordinada sobre su mejilla militar, casi imperceptible fue el movimiento por el cual, en supuesto consuelo, su secretaria le acarició el brazo y con marcial recelo, Iken lo corrió. El silencio volvió, y esta vez, hubo un poco de pena en ella.


Finalmente, llegamos a destino, con días de retraso y con ánimo en ascensor sin botones, nos dispusimos a despedirnos de Alexer Penfling, que terminó siendo una agradable compañía. En realidad, no terminó, siempre lo fue, pero mis pensamientos habían cambiado y podía apreciarlo. Luego de saludarnos a todos y ser muy agradecido por llevarlo en el avión privado, Weesom lo apartó y se despidió de manera especial con él, a la distancia pudimos ver que intercambiaron algunas cosas pero no supimos bien qué, y en un ataque de tos del profesor, el joven algo le indicaba y asentía con la cabeza mientras daba instrucciones. Se despidieron con un abrazo, como si se conocieran de antes, no de unas cuantas tardes.


¡Qué agradable me resultó Berts Openjaims! No sabía bien definir el motivo, pero de continuo se me reiteraba la sensación de simpatía, no sólo en mí, sino en todos, y además denotaba una inteligencia y conocimiento de materia singular. En el medio del viaje en auto, su temple se transformó, y si bien el proyecto Mannheim era ultrasecreto, no pudo evitar contarnos algunas particularidades de su descubrimiento, con gran emoción por lo maravilloso que era la Creación y las oportunidades que brindaba, impensado que el átomo pudiese dividirse. Weesom le hizo alguna consulta sobre la utilización de los isótopos de Uranio y el decaimiento atómico, como una problemática de un nuevo tipo de basura producida y las implicancias en la naturaleza. Tras el debate, el doctor Openjaims tuvo un frenesí de entusiasmo y manifestó que al fin se respondía algo que lo intranquilizaba, ¡¿profesor de qué?! ¡Ahora lo sé, de física o ingeniería nuclear! Pero Mir SearchHill respondió no, no. Atónito, Berts le discutía como si el propio Weesom no lo supiera. ¡¿Pero cómo puede ser?! ¿Cómo sabe tanto de estas cosas?


No le hubiesen faltado palabras para contestarle, pero cual campanazo de ring, llegamos a la base en el desierto donde tanta gente con batas blancas nos dejó perplejos a todos, más porque no sabíamos definir si a esos rostros las definía o una profunda preocupación o una alegría interrumpida. A pesar de la demora con la que llegamos, faltaron horas de preparación para comenzar la prueba, y nos llenaron de datos técnicos, precauciones, advertencias, algunas veces se intercalaba alguna exclamación de sorpresa, pero mucha alharaca científica. ¡¿De qué va todo esto?! ¡¿Qué es lo que venimos a observar?! ¡¿Por qué Iken Senhower estaba tan desesperado por venir, tanto que Weesom optó este destino en vez de ver a su hijo?! Yo no soportaba más el no entender nada, pasábamos de una habitación a otra, y seguían explicando más cosas, mostraban planos, fotografías de escombros, diseños de aviones, y si bien mi rostro seguro estaba con el entrecejo cruzado por el desconcierto, el del profesor también lo estaba, pero por la comprensión total.


Alburs Istain se sumó silenciosamente al grupo, manteniendo sus manos detrás de la espalda, asentía la cabeza como si le rebotara levemente sobre el cuello. Me inspiraba ser de mayor inteligencia que el resto, no sé si el ser un poco desprolijo y tener los pelos alborotados venía antes, o era consecuencia de ello. Pero parecía muy humilde, y creo que captó mi extravío, con lo que muy sutilmente hacía algún comentario personalizado, sin tener mayor impacto clarificador en mí. En la transición de un lado a otro, me incomodó un largo silencio, y le comenté que nunca había visto a tantos investigadores juntos, a lo que me replicó que él era un simple relojero.


¡Al fin! Todo estaba listo, nos llevaron a un búnker en el desierto, que tenía su vidrio reforzado y nos permitía ver a la distancia, aunque sólo percibía arena y arena, y nos dieron unas gafas especiales con unos auriculares para bloquear sonidos. Me causó gracia el aspecto que le daba a Alburs todo el equipamiento, pero hasta allí llegó mi gracejo mental, cuando el botón rojo se presionó, y parpadeé forzosamente frente a un destello inexplicable. La respiración se contuvo en todos nosotros al ver de tan lejos, cómo un hongo de humo denso y negro, a pesar de la pequeñez remota con la que nacía, se agrandaba y acercaba tenebrosamente, como si el tiempo se hubiese frenado en su andar, para girar y ver ese espectáculo. Tensos nuestros dientes, algunos desprendimos indescifrables lágrimas, y el escalofrío recrudeció cuando algo se aproximaba a toda velocidad de forma nubosa, y el shock de la onda expansiva nos sacudió violentamente, donde intenté aferrarme a una baranda que parecía estar colocada adrede. El cielo se desdibujó, las propias estrellas eran por primera vez, privadas de su rol testimonial de los actos del hombre, y entre fuego, aros superpuestos y míticas figuras gigantes que aparecían en lo alto, me llegó el telegrama mental, y comprendí todo.


Como si hubiesen cortado parte de los fotogramas de la película, me vi a mí mismo sentado largo rato después, en una sala en silencio, pues no era el único intentando asimilar lo que habíamos presenciado en esa devastadora prueba. Alburs, en una silla a mi lado, permanecía inapelable en su condición, y me balbuceó que debió continuar fabricando relojes, y al mirarlo, había un poco de arrepentimiento en sus ojos. Weesom rompió el silencio general, y dijo algo referente a cómo podía el Uranio generar semejante explosión, y las implicancias que ello tendría en las vidas humanas. Miles de vidas podrían desaparecer con una bomba de esas, Weesom, explicaba Iken, y el doctor Openjams argüía sobre la muy posible variable de que, si nosotros contábamos con un arma de ese calibre, el Kaiser Radikl Heela también tendría alguna en su poder. Tiempo había pasado sin escuchar ese nombre, el profesor Weesom se estremeció al oírlo. La guerra era inminente.


El pavor de cómo se emplearía semejante explosión, obstruía a la sensibilidad para maravillarse de la capacidad creadora del hombre, pero, ¿para qué iría a usarla, sino para seguir haciendo lo que venía haciendo desde milenios? Probar qué vara era más grande, qué acero más filoso, qué cañón más distante, qué fusil más rápido, qué uranio más explosivo. Iken Senhower deliberó sobre la posible organización de una defensiva, pero yo sentí una opresión en el pecho tan grande, como si me volvieran a dar una mala noticia, una patada a mi ánimo que intentaba erguirse, caía rendido a la incertidumbre, y cuando el general hablaba sobre hacer pública la capacidad bélica de nuestra alianza para intimidar a cualquier enemigo, en un sobresalto bastante impropio de mi personalidad, grité un fuerte ¡NO! Todos se voltearon a verme, ¿qué le pasa al secretario? Indagaron al aire. Debemos hacer todo lo posible para prevenir la guerra, no provocarla e incitarla, les manifesté algo iracundo. ¡¿Qué tal si al detonar esa bomba, no hacemos más que la personalidad del kaiser reaccione para no sentirse pequeño, y comienza un juego sobre quién hace mayores explosiones?! O peor, si ellos no cuentan con una bomba, implantamos la idea en sus mentes para crear una, ¡¿qué me dicen de ello?!


Con un trémulo silencio, me miraron, creo más por mi rol que por mis argumentos, y evaporada mi espuma, volví sobre mi asiento, aplacado, para seguir oyendo a los altos mandos cómo jugar con un fuego usando manos sin guantes. Por lo bajo, Alburs me dijo algo afligido que si seguíamos así, pronto en vez de tocar botones rojos para pelear, volveríamos al arco y la flecha. Al poco percibí que detrás de tantas afirmaciones aparentemente tan contundentes, en todos, el pensamiento de temor se dibujaba camaleónicamente.


Algunos días llevó diagramar el plan a futuro, enviar los cables y telegramas, y que cada uno entendiera su papel en este gran ajedrez donde, a diferencia de lo presenciado al conocer a Alexer Penfling, habría sin duda más de tres decesos. Camino al aeropuerto a encontrarnos con Charl Linburg, noté que en el embrollo mental que tenía, no había pensado en mi amigo Frandinand, ni en su bienestar, algo a lo que me llevó el tener que elegir un nuevo destino junto con Weesom, pero él rápidamente rompió el silencio. Comenzó acomodando su bastón, mirando por la ventanilla del auto, y recordando cuando Frandinand había cumplido 17 años, que se presentó en su despacho con una petición. Padre, necesito que me firmes esta carta de recomendación para ir a la misma universidad que tú, me demandó con aires juveniles de grandeza. ¿Y para qué quieres ir a la misma universidad a la que yo he asistido? Le pregunté, y reaccionó muy intrigado, porque creía que yo rubricaría sin soplar. Pero improvisó, y habló del honor, de la tradición, del futuro y de ser útil. Lo escuché atento, y todo me pareció que salía de un perico, no de un joven tan enérgico, así que lo invité a sentarse, y le elogié sus palabras, pero a mí me interesaba saber lo que él quería para su vida. ¿Para mi vida, padre? Pues quiero ser como tú. Más que halagado me sentí, creo que cualquier padre en su primer impulso lo estaría, pero le tomé la mano, y le hablé sobre otra universidad, que tal vez se ajustaría más a su vocación. Se levantó de un tirón, ofendido, y dijo que ese lugar quedaba muy lejos, si buscaba que no fuese como yo al ir a otra casa de estudio, si quería deshacerme de él. Por supuesto no anhelaba eso para él, pero ya sabes cómo es Frandinand, sin mucha explicación posible de mi parte donde le remarqué que una profesión no hace a la persona ni menos dónde se forme, se arremangó hasta los codos, tomó su carta y se marchó de un portazo. Estuvo una semana sin hablarme, esas cosas que hace el enojo, y puedo decirte que fue incómodo, pero al cenar le veía su ceño fruncido y cómo esquivaba mi vista, y por ello que le daba su espacio hasta que calmara su agitada mente. Al cabo de transcurrido ese período, volvió a mi despacho, diciendo que había estudiado la posibilidad de esa otra universidad, sin poder ocultar mucho la mueca de su sonrisa, me relató sobre el campus, los profesores, las oportunidades de viajar, y lo que parecía encajar el temario de estudios con sus anhelos profesionales. Con pinceladas de humildad, me entregó una nueva carta de recomendación para ser firmada, solicitando ingreso en esta otra escuela. ¿Y ya sabes lo que quieres para tu vida? Le pregunté nuevamente. No aún, refutó con prudencia, pero quiero encontrar mi propio camino. Con gusto, le refrendé el papel, y al entregárselo, le dije que lo que yo anhelaba, era que ese camino fuese superior al mío, no igual. Frandinand todavía no era tan demostrativo de sus sentimientos, y en aquel entonces no me daba los abrazos que ahora sí, algo que se destapó cuando nacieron sus pequeños, pero esa tarde me estrechó la mano con tal emoción, que volvió a salir dando un portazo, pero el significado era completamente diferente al de una semana atrás. Y creo que haber ido a esa universidad fue lo mejor que pudo hacer, pues allí te conoció a tí y se hicieron grandes amigos, tanto que hoy a su vez eres mi secretario. Y también pactó su amor con Sefine, quien es una mujer de un encanto particular y paciencia singular, pues el carácter de Frandinand tiene sus mañas para ser llevado, además de darme la dicha de esos hermosos nietos. Verás, mi hijo siempre encontró el modo de oponerse a la adversidad, en ese momento, la adversidad se representaba por algo que no salía como él pretendía, pero en su revuelta interna, no se quedó en la fermentación inútil de lo que le molestaba, sino que movió su voluntad para, en algún momento, oír lo que no quería oír, y darle una oportunidad a ello encontrando un aliciente en que, si algo nos molesta, debemos no solo hallar la parte de verdad que genera esa ausencia, sino también reconocer que es trabajo de uno librar esa lucha contra la alimaña interna que nos genera el malestar, sin quedarse en el señalamiento externo. Por último, Weesom me miró, y viendo seguro alguna lágrima en mi ojo, me aseguró que Frandinand se encontraba a salvo.


Al llegar con Charl, nos dijo que nuestra ciudad estaba pasando por un bloqueo, no sería posible ir en avión, y tampoco había novedades del paradero del Diux Frandinand SearchHill ni su esposa. El Mir no dijo nada, y ante el comentario de Linburg sobre el estado mental perturbado de todos los países, ofrecí volar a mi hogar, que posiblemente aún fuese un espacio neutral. El piloto fue a hacer los trámites necesarios y evaluar la factibilidad de mi propuesta, y quedamos solos con Weesom, quien parecía algo perdido, secaba su frente con un pañuelo, y un ataque de tos volvió a sacudirlo. Lo sujeté del brazo para acompañarlo a un sillón, pero me enojé al ver que claramente, seguía con fiebre y debía ser atendido por un médico. Me miró, y como si se le aclararan los horizontes, me dijo que tenía que enviar un telegrama de manera urgente. Mi enojó volvió y se intensificó cuando me enteré que ese cable era para dar formalmente, el cierre y desaparición total de nuestra hermandad secreta “La tercera prueba”, con desintegración de cada miembro adherente y clausura del edificio central y todas sus sedes.


Ya en el avión, me arrepentía de llevarlo a mi hogar, mi enojo revolvía argumentos antiguos en un baúl oxidado, recordando pretextos de mi anterior reacción sobre no ir a ver a Frandinand, y ahora dando por finalizada la era de nuestra querida fraternidad. ¡¿Con qué derecho lo hacía, habiéndo sido creada por Niklo Connorcers hace más de cien años, él tapiaba así como si nada todos los logros que habíamos alcanzado?! ¡Y con la guerra en puertas! ¡¿No era nuestro propósito detener la guerra?! Y al recordar lo vivido en esas últimas semanas, la cordura llegaba de a poco, la bomba, mi amigo perdido en otro país en conflicto con el nuestro, ¿cómo podríamos ir a buscarlo? ¿Qué pretendía yo que hicieran otros? Observé mis pensamientos de capricho como un niño pidiendo golosinas antes de cenar, y el relato de la juventud de Frandinand en el despacho de Weesom, me hizo serenar, entendiendo que la primera prueba, estaba en mis manos. La lucha, iba por dentro. Me fui serenando de a poco, fui encontrando motivos para no desesperar y darle más autoridad a mis deseos de hallarme calmo, y no alterado.


Camino a casa, íbamos en el auto Weesom, Charl y yo, y ya con aires reflexivos sin tempestad en mis palabras, le pregunté si era posible detener la guerra. El profesor SearchHill aclaró su voz, y confesó que dar tantas vueltas por los países en los que estuvimos esos últimos días, dio marcada evidencia de una clara disposición a un enfrentamiento, tantas trabas a la libertad de movimiento, hablan de una incontinencia respecto a la tolerancia, y prejuicios sobre lo que el otro hace o deja de hacer. Hemos hecho los más grandes esfuerzos para ello, dedicando tiempo y cerebro para persuadir a tantos líderes de encontrar otra forma, de valorar la vida, de aumentar la comprensión y pensar alternativas. Pero la mente… la mente ya tiene sus surcos, y cuesta hacer otros nuevos en este estado. Por ello, ahora lo más importante, es quitar el velo de la mentira, y liberar la mente.


Pero, además, ¿no habría alguna forma de evitar la guerra?


Tal vez, dijo Weesom, tal vez, pero exigiría un esfuerzo más, y no sé si sería suficiente. Casi, como tirar una moneda y taparse los ojos. Hay una muy remota posibilidad, pero como se dice, deberían apagarse las estrellas para que ocurra, es muy incierto.


Arribamos a mi hogar, y debo decir que volver con mi esposa y mi pequeña, renovaron parcialmente mi decaído humor. Abracé a ambas, y luego saludaron a Weesom, aunque allí me percaté que él se encontraba por primera vez con mi hija, pero no hizo falta mucha presentación, entre los dos surgió una simpatía natural, tanto, que nos sorprendió la cercanía física con la que Cosetyn se disponía: se sentaba a su lado, lo miraba desde abajo silenciosa, le acercaba alguna de sus muñecas. Aún no habla, le informó Tiyera, a pesar de tener 5 años, no conocemos su voz, y lo dijo con melancolía, para que Weesom no esperara respuestas. Pero el profesor no le había preguntado nada a la pequeña, e interactuaba con ella como si supiera de su condición, aceptando sus juguetes y blandiendo un cordial “gracias”, y le acercaba las galletas para que ella tomara de la mesa. En un acto algo extraño, Mir SearchHill se fue arrimando a Cosetyn con su cabeza, y mi pequeña lo miraba con confianza, y se aproximaba más y más, lentamente, hasta que sus frentes casi se tocaran, y sin dejar de tener los ojos fijos el uno con el otro, permanecieron así unos segundos. Nos miramos intrigados con mi esposa, pero al cabo de esos instantes, mi hija, por primera vez, sonrió. Tiyera se tapó el rostro y se hundió en mi pecho, y yo, mordiendo mis labios, comenté nuestra alegría como padres de ver a nuestra niña con ese pequeño acto de alegría.


La tarde transcurrió, y Cosetyn se quedó dormida en el regazo de Weesom. Extrañaba a mi hija, pero para nada me dio celos verla preferir al Mir, y al observar mi estado, reparé en que esos pensamientos horribles que habitaban en mí, ya no tenían poder, y en una aleación de congoja y regocijo, los miraba a ellos dos penetrando en otro mundo. Adivinando mi estado mental, Weesom hizo un comentario peculiar, dijo que aquel hombre que en un funeral, a pesar de todo, pudo sonreír, entendió de qué iba la vida. Me tomé unos momentos para asimilar esa reflexión, y comprendí, porque internamente algo que sentí, lo aprobó, y continué mirándolos, mientras él le acariciaba los cabellos. Tiyera aprovechó para relatar sobre la adopción de Cosetyn y su rescate de la guerra en el oriente, y remarcó el detalle de mostrar aprecio por nosotros que sin ser sus padres, nos acogimos mutuamente como una familia. Weesom nos miró emocionado, y fijándose sobre mí, me dijo cosas, cosas personales, que se remontaban a otras eras, sin mover los labios, y nuevamente, una gran emoción me sucumbió. Iba poco a poco ganando la alegría, a pesar de todo.


Tal vez no hable, irrumpió el profesor, pero el entendimiento que presenta es completo, y su manera de comunicarse, increíblemente efectiva. Todo está allí en su lugar, sólo necesita la valentía para liberarlo. Tiyera sujetó mi mano, y como si hubiese recogido una alícuota de alivio en esas palabras, prosiguió a indagar sobre la guerra, la situación de Frandinand, la posibilidad de frenar toda esta calamidad que por radio se anunciaba, y tantas más como la medida de su desesperación le permitió. No queremos que otros pasen por lo que ha vivido Cosetyn, decía afligida mi esposa, no queremos que otros sucumban en su voz y terminen en la mudez de los horrores, el debate entre la vida y la muerte siempre acaba igual, pues la balanza está descalibrada.


No existe el debate entre la vida y la muerte, comentó afablemente Weesom, es una ilusión. Se debate sobre lo que no se conoce, lo que emite opiniones disparejas, lo que genera curiosidad, y a pesar de todo lo que el hombre vivió y conoció sobre la vida, que podría darle todas las herramientas para conocer la muerte, sigue sin aprender que la punzante inquietud que lo arrastra a sostener sus días en agonizante desconcierto, es lo que le indica el camino a seguir. Pero vuelve a elegir el sendero equivocado, vuelve a ver las mismas situaciones aplicando las mismas fórmulas. ¿Cuál es el debate entre la vida y la muerte? Uno es consecuencia infinita del otro en ciclos, así como viene uno, el otro se va, y las oportunidades se repiten tanto individual como conjuntamente. ¿Qué quiere el hombre, mantener el recuerdo de lo que fue, de lo que ocurre cuando ese ciclo se interrumpe, cuando respiró siglos atrás, cuando pasó a no respirar y ser etéreo? ¿Para qué? ¿Qué hará con ello? ¿Cómo imagina que se comportaría alguien que pueda retener tales imágenes? ¿Lucrando y vendiendo su historia por los medios? Para tener tales conocimientos hay que saber qué hacer con ellos, y aún no entiende, no comprende, no tiene el conocimiento causal que lo hace interpretar qué ocurre cuando pone una bala sobre otro semejante y lo fuerza a pasar de vivo a muerto. ¿Qué debate hay allí? Si se aniquila a otro en el campo de batalla, está bajo la ley, pero si lo hace en la ciudad, rompió ley… ¡¿qué ridiculez es esa?! Lo que no entienden, es que la Ley, La Suprema, está vigente siempre, no se le escapa nada, y la consecuencia llega a su momento, tal vez no sea simplemente amargura, impaciencia, un temblor o el no poder dormir, tal vez se manifieste en un aislamiento, en desesperanza, en enojo incesante, o tal vez, se nazca con algo que parezca ser una injusticia, y se exprese el pensamiento que dice “¿por qué a mí?”, pero el aprendizaje, la orientación y la conducta serán vertidas en el crisol de las experiencias para elaborar un nuevo ser. Habrá quienes demoren milenios en aprender, habrá quienes se sometan humildemente a la aceleración de ese proceso bajo la luz de una sabiduría mayor, pero todos, en algún punto de la historia, podrán enderezar el curso.


Nos extendimos en un agradable intercambio sobre la necesidad de la muerte, la sacudida que necesita la mente para despertar, el uso del tiempo en su aprovechamiento, la limpieza que transita el espíritu al pasar de un estado a otro. Tayira reflexionó sobre los acontecimientos actuales, y cuánto debía pasar para que Radikl Heela entendiera que una matanza no era la solución y que la única figura posible en hacerlo entrar en razón, era Mir SearchHill. Weesom se estremeció al escuchar ese nombre, y tras un ataque de tos, Cosetyn se despertó y cada uno marchó a su habitación, dando por terminada la velada. No podía conciliar el sueño, pensaba en la catástrofe que acosaba al mundo, si el profesor podría no sólo volver a su país, sino reencontrarse con su esposa, Frandinand, sus otros hijos e incluso sus nietos. ¿Cómo se puede privar la libertad de otras personas sin importar lo que estén viviendo? Y no es en un país solo, claramente la muerte no es la única consecuencia de iniciar una guerra, y me desvelé pensando en las ganancias económicas de aquellos que se beneficiaban con los conflictos armados.


A la mañana siguiente, mi somnolencia fue pateada para el galpón por la llegada inesperada de un Rick Senderos en estado extremo de ansiedad. Se lo notaba también con júbilo contagiado, pero Weesom con parsimonia, calentó agua y bebieron juntos ese brebaje amargo oriundo de sus raíces comunes. Vació de un sorbo de bombilla, y Rick detalló sin escrúpulos lo que había hallado junto a sus investigadores, colocando la laminilla metálica sobre la mesa y manifestando asombro descontrolado.


Dio a conocer que ese trozo de metal provenía de algún lugar lejano a donde fue encontrado, no se conocía paradero en los alrededores de la pirámide que contara con alguna mina o excavación para ser utilizado allí. La datación era precisa, de la época de KeosFata, y lo que no dejaba de sorprender, eran los restos de esa persona solitaria, que sostenía esa tablilla, cuyas ropas coincidían en fecha, pero su antropología ancestral claramente tampoco era autóctona de la zona, quizá proveniente de una cultura contemporánea, pero distante. Tampoco se explicó la falta de sarcófago, y que esos restos mortales fuesen depositados sobre una mesa y dejados allí como olvidados. Senderos continuó hablando de su desorientación en lo hechos hasta el momento descubiertos.


Entonces tenemos a un hombre de otro país, introduciéndose en una pirámide extranjera en una habitación ignota, sosteniendo una tabla de metal que alguien le entregó en su lecho de muerte, y que no fue sepultado en sarcófago, sino dispuesto sobre una base de granito. Eso no es todo, según el forense, ninguna lesión ósea fue identificada y que diera una pauta de su muerte y tampoco entendemos qué significan los orificios, no denotan ningún patrón ni forma de escritura conocida. Rick tomó del brazo a Weesom, y en arrebato de intriga, le indagó sobre cómo podía saber eso, cómo dar con semejante misterio. No sé profesor de qué es usted, Mir SearchHill, manifestaba desesperado el doctor Senderos, realmente no sé, pero… ¡Enséñeme! ¡Quiero ser como usted!


El profesor Weesom, con la paciencia actuando en su máximo esplendor, sacó un papel y escribió algo, lo dobló, y entregó a Rick. Éste lo abrió, pero Mir SearchHill lo frenó, no no, y con un gesto con la mano, le dio a entender que lo leyera en privado. Ultimando algunos detalles más, Weesom insistió en el arreglo verbal que habían tenido, quedarse con la tablilla unos días, y la devolvería intacta para los estudiosos. ¡¿Pero qué es?! Volvió a preguntar empecinado el investigador, sabiendo que había algo que no se le decía, pero el Mir lo invitó a dar a conocer en los diarios y radio, aquello que había sido descubierto. Horas más tarde, quedamos solos nuevamente, y el semblante de Weesom era otro, como si una oleada de energía y entusiasmo invadiera su ser. Juntos diagramamos los días siguientes, poco tiempo nos quedaba, y de muchos dependíamos para el triunfo.


Llegué incluso a hablar por teléfono, los cables y en especial, telegramas, no eran seguros, pues frente a tantos bloqueos en tantos países, las comunicaciones empezaban a escasear y dificultarse. Charl Linburg quedó inalcanzable al disponerse a viajar sin escalas de retorno a su patria, evitando todo corte internacional posible. Y la tensión entre países se aceleraba, al reportarse movimiento de tropas entre fronteras, aún sin tener novedades de Frandinand ni su esposa. Sí, tenía alguna noticia respecto a Iken y la televisión, pero Dugleon Macarty me contó sobre la exaltación bélica que experimentaba su país. Con esa variedad de novedades, le reporté a Weesom, que estaba sentado en mi sala, pero no mantenía su cabeza hundida en las manos que sostenían su báculo de dos triángulos blancos pintados a los costados, sino que en luminosidad alegre, su semblante esperanzador aguardaba que yo terminase de hablar. Como queriendo finalizar rápido para conocer sus motivos de alegría, le dije que no teníamos más que esperar hasta el día que el vuelo saliera. En ese momento, por la radio hicieron sonar un himno patrio, que sin conocerlo yo, me produjo una emoción extraña, en especial una estrofa que mencionaba algo sobre la exclamación de un pueblo libre que se emancipaba de las cadenas. Una lágrima y un nudo en mí, pero en el Mir, parecía tener otro efecto.


Bien, gritó con entusiasmo, Weesom. El hecho de que la mayor reserva de oxígeno no se encuentre en los pulmones, sino en los músculos, nos habla de que el ser humano no está preparado para soportar mucho tiempo bajo el agua, sino más bien para trasladarse grandes distancias, me comentó en un especie de parábola, que no llegué a comprender en su profundidad. ¿A qué se refiere? Pues, si no queda más que aguardar, me parece, querido amigo, que es momento de discutir sobre esa pequeña, mínima, remota posibilidad de detener la guerra.