Ni en un trono, ni en lomo de elefante, menos aún de corcel. En una piedra.

Al despertar sentado allí, recorrió el ambiente con más familiaridad, a pesar de continuar la desorientación, la serenidad era extrañamente mayor. Como si asintiera con su cabeza, y fuera reconociendo el lugar, miraba a su alrededor, pero no había mucho que ver, faltaba el conocimiento.

Siempre estuvo allí, pero tras un período de jugar a explorar dónde se encontraba, vio a otra figura sentada cerca. Se extrañó, pues parecía que era alguien cercano, pero no lograba distinguir un rostro o unas piernas. Pasó un rato observando, hasta que asemejaba que ambos buscaban la alianza en su mirada. Se paró y se acercó, pero la silueta hizo un movimiento brusco y se alejó. En bizarra persecución, miraba hacia todos los ángulos, sin perder a la imagen que huía. Su luz aparentaba mayor alcance esta vez, y en similar escenario que otrora, personajes borrosos aparecían próximos, sentados, parados, de mayor y menor tamaño, pero esta vez con facies algo más claras. Y la distracción hizo que perdiera el objetivo que estaba siguiendo.

Quieto pero lejos del origen, inquirió sobre lo que estaba ocurriendo. Un contorno antropomórfico se levantó y se perdió a la distancia. Lo siguió con la curiosidad. Otro, mucho más grande, se irguió y desapareció. No pudo seguirlo. Repentinamente, la voz se hizo presente. El desconcierto lo obligó a girar para todos lados, y ¿qué dijo?

Una sensación, estaba allí, pero ahora su atención se enfocaba en ella. Sí, había que moverse, era hacia allá. Caminó, pero la sensación se apagaba. ¿Sigo? Se apaga más. ¿Y para el otro lado? Ahí se potencia. Sigo. Sigo. ¿A dónde?

Volvió a reparar en otras conformaciones semejantes a él, la voz insistía, la sensación apuntalaba. Y llegó, la línea de los espíritus estaba nuevamente frente a él. Sí, es aquí. ¿Qué hago? Permaneció años en su lugar.

La primera figura que observó, pasó a la distancia. La vio, y abandonó su posición en la línea, para perseguirla una vez más. Pero súbitamente la voz se escuchó contundente.

RECUERDA…

ERA INFINITO

ACOMPAÑADO

ERA PREHISTÓRICA

CICLOS MEDIOS:

SER CIVILIZADO


La gracia, la risa, la sonrisa y la carcajada. Evidentes señales de un avance en la comprensión de ciertos eventos con mayor amplitud, volcando alegría que puede modificar un ambiente drásticamente. ¿Cuándo inició semejante rasgo divino?

Primitivos aún en el comportamiento, las reglas sociales no estaban del todo claras. Imbuido por la lujuria, uno de ellos se acercó a la más cotizada de las esculturas femeninas, a pequeños saltos que balanceaban sus largos brazos y contoneaba sus peludos hombros. Dibujando una “U” con sus prominentes labios, sus ojos saboreaban por adelantado el manjar que iría a disfrutar. No estaba inventado el concepto de valentía, y no podría diferenciarse menos de la osadía, pero el grupo de varones que sentía el freno del temor, observaba al semental acercarse seguro, cuando súbitamente tropezó con una piedra y cayó al suelo dando un vuelco. El ruido que hicieron los espectadores al son de “URFG URFG URFG” levantando el mentón y elevando las manos saltando a su alrededor mientras el herido se acariciaba el pie, hicieron que la hembra corriera espantada, y que los curiosos más alejados, voltearan a ver.

¿Qué sería del ser humano sin poner a prueba la creación, y repitiendo hechos para aprender de ellos? Días más tarde, sin permiso ni aviso alguno, mientras aquel semental caminaba distraído sin más que estar, otro vino por detrás y lo empujó con todas sus fuerzas, estrellándose contra el suelo confundido de lo que ocurría, y en idéntica comedia, comenzaron a vitorear la gracia, y hasta uno, comenzó a golpear sus palmas por impulso.


Peculiaridades iban separando a este nuevo género, en una jerarquía superior dentro del orbe. Anticiparse a eventos fue donde más se marcó su capacidad para pensar, movida por observaciones que ponían a prueba su supervivencia. El aumento del volumen craneal, lo hacía capaz de albergar un cerebro mayor, que pronto evolucionaría para conectar con una mente superior.

En movimiento continuo, sufría los vaivenes de la falta de un refugio construído por sus propias manos. En medio de tormentas, si al llegar a una cueva ésta se encontraba ocupada por animales u otro grupo de tribus, representaba un peligro doble: enfrentarse, o el frío de la lluvia y posterior malestar. Muerte.

¿Un golpe suave? No. ¿Uno fuerte? Tal vez, en la cabeza podría ocurrir. ¿Eso rojo, qué es? No siempre aparece. Las hembras conocían mejor sobre ello, tenían más experiencia. Se quedan quietos, duermen pero sin ruido. Los viejos son más lentos, los capturan las bestias y no volvemos a verlos. Hembras traen vida, pero a veces la vida llega muerta. ¿Yo morir?


La conciencia por la propia existencia se movilizó en expresiones primitivas, a veces por miedo, y la vida fue tomando mayor valor, cuidándosela más. Siendo las tempestades las castigadoras de ambulantes, los primeros refugios comenzaron a construirse. Llevó su tiempo entender cómo endurecer el barro.

Siempre cerca de alguna fuente de agua, las lanzas ayudaban a completar el hambre de sólidos, cuyas puntas eran cada vez más filosas. Pero no fue un dominio completo hasta que el fuego se convirtió en aliado.

Próximos a un bosque, el suelo se movía desde donde el olor denso provenía. Huyendo del incendio, un sinfín de insectos iba hacia ellos, que terminó picando y matando a gran parte. Arañas enormes colonizaron piernas y clavaron su veneno tras muchas ser aplastadas por nerviosas manos, y no fue breve la situación, los que estaban libres ayudaban a los otros para luego caer ellos. Entre tanta calamidad, uno observó que realmente, estaban huyendo de ese humo, y fue a investigar qué era, si se pudiera usar, ahuyentaría a las alimañas. El calor iba aumentando, los árboles secos y calientes crujían de forma anormal, hasta que sus ojos se iluminaron de la mezcla de amarillo, naranja y negro, el sudor cubrió su cuerpo y la luz penetró en su mente. Corrió llevando ramas encendidas, una se apagó, otra se cayó, y prendió a una en el piso, otra vez se iluminó. Llevó ramas secas y encendidas, y alejó a los insectos y fieras.

Pasar el conocimiento y compartirlo, permitió un crecimiento enorme como civilización. Cómo crear una lanza, dónde pescar, qué frutos son más dulces, armar el barro con consistencia, cómo hacer el día en la noche. Por instinto protector, animales no se acercaban cuando antes sí, haciendo notar que el temor a la oscuridad no era por la falta de visión en sí, sino por la falta de seguridad física, y ya irse a dormir no era una incertidumbre tan grande, valía poner una pila de ramas y piedras para estar a salvo.


Alguna generación notó la carne quemada con mejor gusto y aroma, que atrajo a algunos mamíferos famélicos para formar vínculos de amistad. Sólo los mansos quedaron con el privilegio del calor de semejante avance. Ya el hombre se iba coronando sobre otras especies que disfrutarían de las bondades del conocimiento. Con el trabajo en pieles, sumaban para gozar de un bienestar frente al hostigamiento de la naturaleza, que si no le hubiese sido enseñado por sus ancestros, seguirían parcos como lo fuera antes de encender sus mentes.

Incipiente aún, sus ansias por aprender y conocer se guiaban lentamente por la curiosidad. Órgano que estaba en sus albores de chispazos, le faltaba para carburar debidamente y encender toda la maquinaria y ser apto para transportarlo lejos. Aún así, los primeros pasos estaban dados, más el ímpetu de la sensibilidad aparecía en unos afortunados que sabían escuchar y obrar en consecuencia. Ésos se emocionaban al ver a un cachorro recién llegado, o cuando daba su primera caminata; eran los que los llevaban a cazar pero los mantenían atrás a salvo, y se arrodillaban frente a los heridos; eran los que trataban con especial cuidado a su compañera, sin dejar de ser justos con sus semejantes; eran los que velaban por el bien de cada integrante de su tribu, pero no querían conflicto con el clan vecino; eran los que cargaban a los ancianos y les daban de comer, quedando últimos en la fila por elección propia.


Lo que no sabían, era que por su generoso acto de quedar último, se les permitiría luego ser de los primeros.


ERA ANTIGUA

SEGUNDO CICLO:

UN VÍNCULO A TRAVÉS DE LAS ERAS


A pesar de tener la posibilidad de la escritura, la gente optaba en gran parte mantener el relato hablado para heredar de generación en generación, la mística de los hechos. Inconsciente de los inconvenientes que traería ese protocolo informal, se iría alejando de la veracidad de los hechos, incluso los impresos en la naturaleza. Así nacía esta cultura, descendiente de seres cuyos enormes cráneos los dotaban de maravillosos conocimientos y les permitía respirar bajo el agua. Emergiendo en un acto de espléndido altruismo, asentaron bases cerca de uno de los ríos más grandes del mundo. Se origina así con el objetivo de otorgar un bienestar y progreso a la humanidad, la civilización de la erudición.


Abocados al trabajo y la colaboración, pocas sucesiones bastaron para ser dueños de un amplio territorio en armonía con la naturaleza, tanto así, que algunos llegaban hasta no cercar a sus animales por la confianza que tenían con ellos para permanecer en su sitio. Imponentes sistemas de riego lograban extender las comodidades de la hidratación hasta kilómetros alejados de su prístino origen.


Paz.


Los más cercanos en sangre a aquellos legendarios fundadores, quedaron a cargo de las dinastías que orientarían a una población en aumento. Mentes atiborradas de arcanos, tenían la fortaleza como para brindar seguridad y certidumbre a sus súbditos, pues del conocimiento nacía la autoridad. Cada quien conocía su lugar, más todos eran conscientes que éste podía cambiar, y gracias al anhelo ferviente de aprender, era un linaje que escapaba a la inercia.


Extraordinarios monumentos convivían con los nativos en tributo a aquello que era superior al hombre y digno de respeto. Los ojos puestos en el cielo pero la atención en el horizonte, hicieron que comprendieran la grandiosidad del mundo, y la inconmensurable oportunidad que representaba encontrarse despertando en él.


Dominantes de las corrientes electromagnéticas, no abusaban de ello, porque el delicado equilibrio con lo circundante así lo exigía. Finos cuidadores de la higiene, tenían rituales de duchas y de protección de la piel, sabiendo que el cuerpo era un vehículo sagrado para recorrer los caminos de la existencia, pero que lo más importante estaba dentro.


En el apogeo del desarrollo, el mismo día pero en casas enfrentadas, nacen dos niños a diferentes horas:


Er-met, primero, de prominente frente y curiosos ojos, llegó sin complicaciones y permaneció sereno en los brazos de su madre.


Im-tep, segundo, bebé con bastante pelo por todo su cuerpo, tuvo un parto difícil que costó la vida de su gestora, y posiblemente eso lo hizo no dejar de llorar nunca.

Desde pequeños fueron inseparables, inventando juegos y sin ser de los mayores, siempre llevaban las de dar órdenes. Er-met crecía en silencio, observador de todo, meditaba en sus pensamientos discretos, cuando era interrumpido por su amigo, para compartir desde su interior algo que lo inquietaba. Curiosamente, Im-tep invariablemente tenía algo para agregar, en sintonía con lo que le participaban. Muy seguido iban a la orilla del río en donde comenzaba a brotar, porque los animales ahí eran distintos a los de la ciudad y nadie velaba por ellos. Allí, Er-met se escondía entre matorrales y detenidamente observaba las interacciones de la vida silvestre y la naturaleza, cómo se refrescan y se sirven únicamente de lo necesario, nada queda agotado y todo se renueva, pensaba para sí, y a pesar de la impresión que le producía que unos se cazaran a otros en sangrientos enfrentamientos, notó que se buscaba la muerte más rápida de la presa, y no su sufrimiento, incluso este acto sólo si tienen hambre, no los motiva una diversión. No por nada reflexionaba eso, Im-tep a unos metros, había atrapado, esta vez, una rana que abierta de par en par, era escarbada con unos improvisados palillos para obtener información de sus órganos.


Jamás volvían a sus hogares caminando separados, en idas y vueltas flotaban las contemplaciones de ambos. ¿Seremos iguales a ellos por dentro? Inquiría Im-tep. ¿Todos? Me gustaría poder abrir a alguien para estudiarlo. Pero hay dibujos de cadáveres, es lo mismo, le replicaba su amigo. No, no es lo mismo, qué tal si las variaciones de colores y tamaño explican los padecimientos que tenemos. Es posible, aceptaba el mayor, pero veo que todo es movimiento, nada cesa, ni el corazón cuando dormimos, lo he percibido con mis hermanos, pero no sé si la respiración hace que ocurra el latido o al revés.


Al arribar a sus hogares, la madre de Er-met lo esperaba fuera. El menor dijo al aire en interrogante, cómo habría sido la suya. ¿No recuerdas nada de ella? Le preguntó Er-met. No. ¿Y antes de nacer? Nadie recuerda nada antes de nacer. El mayor abrió muy grande los ojos con sorpresa. ¿Y qué pasaría si pudiéramos hacerlo? Volvió a indagar. No me lo había planteado, pero debe haber una razón por la que no podemos, terminó el más joven.


Im-tep entró solo a su hogar; Er-met, dubitativo, fue recogido en afectuosos brazos de quien aguardaba su arribo. ¿Dónde estaba antes de nacer de tí, lo sabes? Disparó en pregunta a su madre. No, nadie lo sabe, le contestó ella.¿Ustedes me eligieron? Dijo mirando también a su padre, ahora. Sí, claro. ¿Y a mis hermanos? También. ¿De dónde me eligieron? El anciano miró al pequeño cuestionador y demás hijos, y alegó la elección de tenerlos, mas no las características. ¿Y si fui yo quien eligió a ustedes? Tras un silencio, le advirtieron sus padres, que podría estar listo para su siguiente paso.


Modestos cada uno de su magnitud, Er-met fue llevado al templo a una edad prodigiosa de la mano de su padre, quien aún indigno de entrar, permaneció en las escaleras al límite hasta el cual podía acompañarlo. Metros adelante, una túnica con un agregado oblongo sobre la cabeza vestían a quien recibiría al pequeño.


¿Mi padre no puede pasar? Interpeló Er-met al ver que sólo él avanzaba. No, se ha dado cuenta que tú siendo hijo, puedes ser padre, y ahora estarás bajo nuestra ala. A ese báculo lo he visto antes, seguía con sus observaciones, el niño. Bien, es un indicio del despertar de la conciencia, ¿sabes qué es? Sí. Entonces estás dispuesto a la preparación, y si llegas, la vida te enfrentará a la Primera Prueba.

La proximidad facilitó la cercanía por el sentimiento, y afines en modalidades, ambos desde muy pequeños forjaron una amistad inseparable. Cuando se hallaban en grupos la capacidad innata de liderazgo se denotaba en ellos al llevar las de liderar, aún sin ser de los más grandes, y en coordinación sin necesidad de abrir a palabras, a veces parecían ser uno solo separado en dos mentes.


Er-met era un profundo observador de la naturaleza en su mecanismo holístico, tanto así, que solían escaparse a las frondosas nacientes del río para estar alejados de otros y disfrutar de los engranajes de la creación en su disposición pura. Cruzó una etapa de curiosidad por la anatomía humana que plantó semillas de inquietudes en Im-tep, quien permaneció en esa disciplina hasta volverse un experto en la disección de ranas que atrapaba en la orilla.

Volvían a sus hogares en amplios diálogos con la necesidad de descifrar lo que observaban, anhelando dilatar su saber en intercambios sobre teorías y presuntos. Lo que más rondaba sus agitación, era la independencia con que todo aquello existía al margen de la voluntad de esos dos amigos, y de cualquier otra persona conocida, y que ello servía para vincularse a través de su mente, creando un puente entre el ser y el mecanismo universal. He visto cómo cada animal posee sus características únicas, transmitía Er-met, desde su pelaje o escamas, hasta su necesidad de alimentación distinta según la especie y su protección a su conjunto familiar o actitudes más individualistas. Pues yo he descubierto, anunciaba Im-tep, que por dentro no todos son iguales, el color y forma de los órganos no son los mismos, y es posible que ello determine que sus comportamientos sean desiguales. No creo que esa sea aún la causa, replicaba el mayor, siguen siendo consecuencias materiales, más el principio elemental no es tangible a los sentidos, pero es de comprensión para ellos. ¿A qué te refieres? Inquirió el menor.

Mientras conversaban, llegaban a sus hogares, y la madre de Er-met esperaba en la puerta, a quien usó de referencia. Ella podría ser la causa física de mi nacimiento, le compartió a su amigo, pero ¿por qué he nacido de ella? ¿Por qué la he elegido? Im-tep, un poco irreverente frente a los dichos, le cuestionó sobre que “había elegido”. ¿No recuerdas haber elegido a tus padres? Claro que no, objetó, menos hubiese elegido perder a mi madre y no conocerla. El mayor, como quien imparte conocimiento a quien no está preparado, guardó sus palabras, viendo a su compañero entrar solo a su hogar, mientras él era acogido con afecto en el suyo.


Indagó a sus padres sobre la vida antes de la vida, los recuerdos inmateriales que daban permiso para infundirse de materia, y las particularidades de ser uno en determinada era, pero ser otro, en diferentes eras. Sobrepasados en saber, sus progenitores lo acompañaron al templo donde se le probó sobre su dignidad para ingresar al lugar que aún su mente no había pisado. El de túnica y sombrero oblongo validó sus condiciones, y sólo él, siendo hijo, tenía la posibilidad de alcanzar el estatus de padre. Er-met hizo una mención sobre el báculo que sostenía su guía, y a la sonrisa que esbozó su preceptor se le acopló el comentario sobre su inicio en la preparación, y el eventual enfrentamiento a la Primera Prueba otorgada por la vida misma.


Con el acceso a los grandes conocimientos, el pequeño, sólo de talla, encontraba su lugar entre los vivos. La discreción permite que todo ocurra, y lo que entraña semejante virtud, hace posible lo imposible, porque de otra manera no podrían llegarse a descubrir las maravillas de la creación, le transmitió. Examinado su potencial a través de preguntas y capacidades, se lo admitió como aspirante al saber, debía ser consciente de cuánta luz poseía.


Pasado el tiempo, evidenciada su valía, más se le concedía el paso a cámaras cuyas paredes denotaban la quintaesencia de la mente depurada, que plasmaban en ellas, la develación de siglos de interrogantes contestados, pero al igual que hizo su padre al acercarlo hasta la escalinata, él debía realizar el trabajo final para acabar la comprensión de lo que estaba escrito en la piedra. Algunas habitaciones estaban en completa oscuridad, en recovecos aislados de la entrada, y podían pasar días allí sin la luz del sol, totalmente perdidos del tiempo común, transportados a otros lapsos, hasta que en algún punto se les habilitaba una zona para iluminar la percepción y poder volver. Recién al verse con otros, se les presentaba el hambre y la sed.


En estados de pura conexión con el cosmos, ayunaban en aposentos que vibraban en diferentes frecuencias, pudiendo invocar recuerdos que se escondían con mucho esfuerzo. No pasó tanto cuando a Er-met se le introdujo el misterio de la muerte, a tan temprana edad. Además de cementerios donde se enterraba a la mayoría de los difuntos, algunos ameritaban un trato especial por sus actos en vida, y eran cautelosamente preparados para ser mantenidos en óptimos estados conservados con los órganos que representaban la esencia del ser. Un silencio peculiarmente único retumbaba mientras bajaban por una escalera interminable. El golpe del báculo sobre el escalón, daba un chispazo lumínico que era la orientación para los ojos y no perderse en el laberinto enterrado. Si se pudiera marcar un estado completamente opuesto al temor, en esa situación se encontraba el pequeño, familiarizado con su entorno, en casa. Sus manos se posicionaban alejadas de su cuerpo, ya no se guiaba por lo que los ojos veían, sino por otras percepciones sensoriales. Los cuerpos allí depositados, le susurraban palabras, cerca de algunos se detenía, en otros, lloraba, alguno le sacó una sonrisa, pero todos, profundas reflexiones. Había pasado largo tiempo desde que estaba solo, su guía con el báculo había partido, pero él se movía sin otras necesidades.


Estuvo varias horas hasta que su visión se acomodó nuevamente al sol tras largo período en la oscuridad, pero entendió que era el efecto para mantener la introspección luego de su salida. Muy reflexivo y con el ánimo totalmente apaciguado, se sentó a orillas de río, y el leve golpear del agua sobre juncos y rocas, lo llevaron a revivir antiguos pasajes de su existencia.


Podrías contarme algo, lo apresuraba Im-tep, violando la tradición del secretismo y discreción de aquellos que gozaban el privilegio de acudir a los templos. Tiene mucho que ver con mi vida, no con la tuya, por lo que no tendría interés para tus ocupaciones, le respondía sabiamente el mayor. Pues mientras tú estás con esas túnicas, yo estoy con mis ranas.


Im-tep le mostró algunos anfibios que tenía atrapados, donde no parecía haber nada de raro en ellos. ¡Esa es la cuestión! Le decía, están bien… Tomó a uno y le mostró el abdomen, lleno de cicatrices. Los abrí con la intención de mantenerlos vivos, le contaba el más pequeño, pero se movían mucho; entonces con emanaciones de alcohol fermentado los emborrachaba para que permanecieran quietos, y cortaba suavemente con el cuchillo hasta poder separar la piel sin dañar adentro, y luego los volvía a unir con seda, pero no todos podían saltar normalmente pasado el efecto. Pedí a los fabricantes de telas que me prestaran una aguja con cabeza de aire, y me ocurría lo mismo, hasta que usando el calor logré doblarla y llegué a mantener intacto el interior uniéndolos como a una túnica de piel. Ahora estoy ensayando remover piezas de los sapos para entender con cuales pueden seguir viviendo aunque no las tengan en ellos.


Er-met estaba asombrado por los experimentos de su amigo, y su intención de aplicarlo a las personas para sanar algunos males. Le comentó a sus guías de los templos sobre Im-tep y sus investigaciones, y pronto el niño prodigio fue direccionado a una escuela de estudios diferente a la Er-met, donde halló papiros con bosquejos del cuerpo humano. La fascinación de ese joven talentoso fue extraordinaria, se olvidó de todos a su alrededor y glotonamente se adueñaba de cuanto papel encontraba como si pudiera devorarlos todos juntos.


Guardo profunda gratitud por lo que has hecho a mi favor, le decía Im-tep ya en edad juvenil, por aquel año al permitirme acceder a tan maravillosos conocimientos. Entender el misterio de la vida, me permitirá lograr que otros no tengan que pasar por los mismos dolores que yo al perder a mi madre, y lograré que alcancemos la inmortalidad. Tanto tiempo aprendiendo los secretos de la vida, le confesaba el mayor, me han dado una comprensión más amplia sobre nuestros días aquí en este plano; así como es la vida, es la muerte, lejos de ser algo alejados mutuamente, son necesariamente excluyentes en su finalidad, refutaba de algún modo, Er-met.


Tras una pequeña pausa en su debate, Er-met miró con curiosidad a su amigo y, algo extrañado, volvió a indagar si recordaba algo antes de nacer. No. ¿Por qué? No lo sé. Quizá por eso aún sea necesario el ciclo de vida y muerte, reafirmaba el mayor. Y tú, ¿recuerdas algo? El más celoso de los secretos de la creación demandaba la virtud de completa discreción.


De un prestigio notable por sus descubrimientos e implementación de la ciencia sobre las personas, Im-tep imponía la repetibilidad de los hechos sobre la mesa, haciendo mención a las causas y los efectos, conociendo unos se podrían predecir los otros. Con tal renombre, acuñó un nuevo término, Médico, y con semejante título, quien lo poseyera usaría de sus conocimientos para cuidar y atender a los que sufrieran algún padecimiento. Gracias a la naciente profesión, la colocación de tablillas sobre huesos rotos y la recomendación de bálsamos y hierbas para sanar, iba sistematizando el uso de remedios y atenciones.


Por su parte, ensanchada su cabeza por demás, Er-met sobresalía por su sabiduría y consejos, denotando gran ubicación frente a la vida. Le había crecido un ojo en el medio de los dos, un poco más arriba, debido a su dilatada frente. No le quedaba mal. Claro que muy pocos podían verlo, pero su utilidad era magnífica a la hora de reconocer a otros seres jóvenes que como él antaño, buscaran responderse la gran incógnita del cosmos. Portador de su propio báculo, condecorado Hierofante y de túnicas sin igual, recorría las calles de la ciudad y siempre se encontraba con alguien que estaba aquejado por algún mal, como si supiera anticipadamente de su afección. A muchos como excusa para ver a su amigo, los orientaba a asistir al médico, y tratar sus padecimientos allí. Una de esas veces, observaba a Im-tep aplicar ungüentos a una pierna mordida por un cocodrilo, y a pesar de esforzarse y esforzarse, con su tercer ojo no lograba ver la luminosidad suficiente en su amigo como para invitarlo a su templo y transitar su camino. No llegaba a entender del todo el porqué, y lo apenaba, al compartir tanto juntos, esa parte parecía no estar al alcance del médico.


Reflexionando sobre sus diferencias, el mayor convino en realizar una campaña por fuera de las tierras, en busca de otros papiros y libros, para ser intercambiados por los propios, y como parte del grupo explorador, invitó a Im-tep para asistir en cuidados sanitarios a los integrantes en caso de necesidad. Lo que más quería, era despertar la chispa divina en su amigo, y para ello, requería tiempo y cercanía. Aceptando gratamente la propuesta, ambos celebraban el sentimiento y sin dudas, la aventura y la adquisición de nuevos materiales de estudio.


Custodiados por un pequeño ejército, marcharon en valerosa misión por desconocidas tierras. No libres de asaltos por oportunistas aleatorios, llegaron al primer poblado para comerciar, con el afán de lo nuevo, y se dispusieron a indagar qué podría ofrecer. A medida que se alejaban de su pueblo natal, notaban los cambios en costumbres y lenguaje, ni mencionar la rareza en diseños y telas, lo que hizo que se avocaran a ir lo más lejos posible. Im-tep no llegaba a obtener papiros que le representaran un descubrimiento sino todo lo contrario, usualmente se hallaba rodeado de eruditos que pedían de sus conocimientos. Er-met, por el contrario, estaba fascinado por los escritos que completaban sus estudios, pues para él todo estaba conectado y su gracia era encontrar el punto de empalme por medio de esfuerzo mental.


Es como si el pensamiento tuviera que manifestarse, le confesaba en solemne reflexión a su más joven amigo, quien de carácter tosco e iracundo, lo observaba en silencio porque claramente disfrutaba mucho del viaje cuando él no. Hay quienes dejan escrito de diferentes formas, lo mismo, sin conocerse, sin estar en el mismo pueblo. Innumerables secretos de nuestros templos, se ven reflejados aquí, hay algo superior a lo que puede alcanzarse y no depende de la tierra de origen, sino de la mente.


Pasaba el tiempo, más en silencio permanecía el médico por considerar una pérdida de horas para su investigación. Er-met le quiso mostrar el dibujo de un cerebro pero en su tozudez, negó con la cabeza y siguió por otros caminos. Sin embargo, Taqira, la dueña del dibujo, se acercó a hablarle al extraño del báculo, para relatar el origen de su papiro. Claro que el joven no oyó nada, obnubilada su mente por el deleite que sus ojos apreciaban, casi como si hubiese perdido su habilidad para seleccionar palabras, incluso la tercera retina no cesaba de parpadear.


Con una enorme sonrisa, Er-met se acercaba a su amigo que chequeaba otra tienda aledaña, quien lo miraba con un poco de enojo porque siendo él carente de alegría, en ese instante le molestaba especialmente la del sabio. Llegaba con su báculo. Un golpe, dos golpes, tres golpes. Silencio. Cinco golpes. Siempre que haces ese ruido con eso, es porque descubriste algo, se quejaba Im-tep. Podríamos quedarnos un tiempo más en esta ciudad, le exclamaba el mayor, percibo algo en su ambiente muy agradable. El más joven, miró por sobre el hombro y notó que la dueña del boceto permanecía expectante del extraño con túnica, y con sus ojos miró las estrellas y se alejó en silencio pero refunfuñando.


Cuando migraron a la metrópoli siguiente, la abultada colección de Er-met y su flamante acompañante femenina hacían que, por su exuberante felicidad considerara por satisfecho el viaje, pero se percataba de una cierta lejanía de parte de su amigo. Con excusas, se aproximó a inquirir alguno de los escritos de Im-tep. Nada de valor, le dijo aquel, ni siquiera este estudio sobre los huesos. Tras un silencio, su rostro se transformó, y el mayor apreció que un pensamiento no muy feliz estaba por expresarse. Te envidio, Er-met, te envidio. Tu vida ha tenido un gran impacto en todos, has accedido a los templos más enigmáticos y tu felicidad no cesa de crecer, incluso has conseguido unirte en amor, sentimiento que ha acariciado tu existir desde que nos conocemos.


Atónito, en sorpresa, quiso decirle que…


Pero el sentir estaba dolido, y frente al silencio como respuesta, el gruñón de ceño fruncido se retiró a su tienda luego de su descargo.


Apenado por demás, Er-met veía que uno de sus propósitos iniciales al realizar la travesía, estaba casi roto. Su tercer ojo no veía a su amigo, era una simple mancha oscura. Pasados unos días de cierto distanciamiento, Er-met le pidió a su camarada que lo siguiera, omitiendo la incomodidad del encuentro tras el altercado. Con un dejo de culpa, Im-tep fue guiado hasta un templo cuya distribución era no del todo convencional. Me contó Saqira, que ésta construcción imita las funciones del cuerpo. ¡¿Qué?! No… ¡Sí! Cada habitación tiene su cometido. Con mezcla de curiosidad y entusiasmo, el médico ingresó y hasta el otro día no vio el sol. Cada mañana corría e investigaba todo posible rincón de la maravilla arquitectónica encontrada, hablaba con los constructores y visitaba obras similares que se conectaban a la original. Contento por el entusiasmo de su amigo, el sabio seguía sus movimientos con silente júbilo.


La guerra azotó, y perdiendo parte de su escolta en defensa, el grupo no tuvo más que retirarse, pero cada paso hacia allá que daban, también las lanzas amenazaban. Refugiados de pueblo en pueblo, se vieron forzados a retornar a su patria, zumbantes los oídos por gritos salvajes e intolerantes.

Instalados y renovados por los hechos, juntos repasaron en íntimas reflexiones lo que habían aprendido. Todo nace en la mente, un edificio, un viaje, una guerra. Si no se convive con el sentimiento, la mente queda bloqueada. Hay manifestaciones de lo universal en cada parte de la creación, fracciones de sabiduría están desparramadas por doquier y sólo es captada por la mente que es hábil para observarla, y se expresan en sus propios términos porque el hombre está limitado en su manifestación. Los pueblos que estaban en actividad, mantenían su paz y la mente tenía un objetivo para estar ocupada, y no buscaba la guerra.


Voy a proponer la construcción de edificios con las imágenes que he visto en las otras ciudades, festejaba Im-tep con su idea, eso creará trabajo para muchos, y no habrá tiempo para pleitos. Muy bien, le dijo Er-met, con una sonrisa a medio salir, con el sentimiento renaciendo, y cuando su amigo se estaba yendo, le gritó: Im-tep… se miraron mutuamente, y luego de coincidir en el silencio, cediendo su ceño fruncido asintió con su cabeza, y Er-met le respondió idénticamente. Las palabras viajaron fuera del aire.


Alcanzaron tiempos de gran prosperidad, tal como predijo el que además de ser médico, se convirtió en arquitecto, con el desafío del uso de nuevos materiales y uniones milimétricas. Mantuvo ocupada y activa a gran parte de la gente, que gustosa de su esfuerzo, se unía a un propósito mayor y colaboraba en armonía codo a codo con sus vecinos. Con tanto movimiento por la ciudadela, Im-tep halló el amor en brazos de una joven curiosa por sus encantos intelectuales. Su amigo, rememorando su inflexión posterior al viaje, no podía estar más alegre y celebraba la unión con su amplia aprobación y planificando un festejo en su honor.


Ambas familias crecieron y sus reuniones eran de lo más joviales y alegres, como si desde siempre se conocieran, impartían la más fresca de las amistades. Se acompañaron también en momentos aciagos, como aquella vez que hubo una crecida del río y serpientes invadieron el poblado. Un hijo de Er-met y él mismo fueron mordidos, mientras que el pequeño no sobrevivió cuando iban corriendo a la casa del médico, el padre se desmayó en el camino. La tristeza cundió en todos, y el sabio, libre de lágrimas, contuvo a su familia durante una semana entera, estando encerrados en su hogar, les transmitió e hizo vivir las maravillas de la creación, para llegar a la comprensión del misterio inicial de la vida.


Im-tep, apenado, le señaló al mayor, que iba a su casa para que curara a su hijo sólamente porque sabía sobre sus conocimientos de medicina, pero muchos perecieron en el brote. Qué tal si propongo la creación de un edificio donde toda la población esté enterada que allí se tratan los padecimientos, sin el privilegio de conocerme, y mis estudiantes podrían estar en ese lugar para atenderlos y no deambulando por las calles. Er-met lo consideró una idea brillante, y alabó a su amigo, más aún cuando éste le dijo que quería nombrarlo como a su hijo en honor al pequeño, que tras su desgraciada partida, le había dado la oportunidad de inventar algo que salvaría muchas vidas eventualmente.


Así fue, poco a poco, en especial los jóvenes, dejaban de acudir a los centros de plegarias para ser atendidos por un médico. Tomando la imagen de las túnicas, aquellos facultativos serían distinguidos por una capa amarilla, de esta forma, cualquiera sabría a quién acudir. En uno de sus viajes, Er-met volvió con un líquido de fuerte olor que parecía remover dolores; lo acercó a su amigo en el edificio, y lo probaron con varios aquejados, observando un efecto favorable en la mayoría al cabo de unos minutos. Pero tiene un gusto horrible, se molestaban a pesar de aliviarse. El sabio, les convidó una uva para subsanar la lengua, y fue bien aceptado, lo que atrajo más observaciones.


Comenzó Er-met a preparar él mismo el brebaje, y junto a ello, pisaba algunas uvas para aliviar el paladar, para pronto ensayar con miel, azúcar y jugos de frutos. Notó que algunas mezclas más concentradas, ayudaban a dormir a las personas, quedando en sopor para que sus alaridos no perturbaran a quienes prodigaban sus cuidados. Por demás intrigado, el sabio recapituló de sus viajes algunos bocetos de flores con ciertas capacidades que quiso poner a prueba; extrayendo la savia de ellas, probaba en los enfermos los distintos efectos, y sus discípulos hacían exponenciales observaciones y logros.


Alguna hierba crecía cerca del río, y cierta vez recolectando, lo tomó por sorpresa la misma especie de víbora que años atrás había acabado con la vida de su hijo, y con su desvelo. En un grito de pavor por el doloroso recuerdo, se sentó abatido en una roca esperando el desenlace. Evocando recuerdos de otros planos, se visualizó pasando a otro estado, estrujando los hechos de su vida para llevarlos consigo, su esposa Saqira, sus hijos, su gran amigo Im-tep, la familia de él…


Pero pasado un lapso, seguía sentado y nada ocurría. Miraba ambos orificios en su brazo, unas leves gotas de sangre se desprendían, pero no perdía la conciencia como la primera vez. Se levantó suavemente, y comenzó a caminar, atento a cualquier cambio, pero arribó a su hogar sin problemas, donde en renacimiento aparente, saludó a todos los suyos como si se le permitiera verlos por última vez. Contando su pormenor, no encontró gran explicación al evento, e Im-tep le dijo que veía a muchos mordidos, y un pequeño grupo sobrevivía.

Dando vueltas al asunto, pasó varios días en lucha interna para vencer su temor y oír al pensamiento que le decía que él podía hacer un bien mayor. No del todo en su dominio, pidió ayuda y con un pequeño grupo, estuvieron horas hasta capturar viva a una serpiente. Requirió varios artilugios y el ingenio de otras mentes para mantenerla en cautiverio y sin que sea un peligro para otros, pero por sobre todo, el freno estaba dado por las limitaciones que creaban los miedos de Er-met, y las imágenes de su difunto pequeño hijo. Llamativamente, eso era lo que más lo motivaba, encontrarle el sentido a su más amargo momento en la vida, para transformarlo en un beneficio a sus semejantes, hasta encontrar la forma con un palillo entre los dientes del ofidio, y estimular la secreción de veneno para recolectarlo puro. ¿Podrían otros someterse como yo al veneno en dosis bajas para sobrevivir a un encuentro real con el animal?


Al recaudar un volumen considerable, impartió el elixir diluído entre los peones que labraban cerca del río. El respeto hacia Er-met, hizo que bebieran en confianza ese extraño líquido que podría llegar a protegerlos, cuando le hicieron mención sobre la variedad de reptiles acechando las cercanías. En principio, creyendo concluida su labor, se negó, pero rápidamente su mente captó al embustero temor inventando excusas para mantenerse en la inercia. Moviendo su voluntad y ejerciendo el poder de su tercer ojo, se dispuso a capturar a las demás especies, para crear más antídoto, aún sin saber si funcionaría. La incertidumbre corría por las venas del experimentador con más turbulencia que el veneno de víbora, luego del tiempo que le llevó tener un caudal considerable y abastecer meramente a los frecuentadores del río. Sin forma fehaciente de comprobar la efectividad, estaba por abandonar la misión, cuando un comentario al pasar de su amigo médico le anunció un leve aminoramiento de asistencia de mordidos a su edificio. Fue un pequeño latigazo al caballo y seguir marchando, para continuar sus brebajes, aún sin total convencimiento, cuando una madre acudió con su hijo a verlo, y le entregó una canasta de comida en gratitud, porque ambos habían sido heridos por los zigzagueantes, y estaban de pie para contarlo. Er-met los invitó a estar con su familia, y mientras la mujer hablaba, él observaba las picaduras en ambos, y la fortuna de ella por seguir teniendo vivo a su pequeño. En calma, incluso su tercer ojo dejó escapar una lágrima.


Años más tarde la primera serpiente capturada, pereció en cautiverio tras exprimirle su tóxico líquido que sirvió para salvar a tantos. La enterró como a un pariente, al lado de su hijo, pero antes, le quitó ambos colmillos superiores, con los que condecoró su báculo a ambos costados.


La experiencia de transformación es maravillosa, le decía Er-met a Im-tep. El verdadero enemigo está dentro, no es uno, está dentro. El temor a la serpiente no se ha ido, convive en mí, pero no se adueña de mis actos, es como su veneno, no me mató la primera vez, y mi cuerpo resistió una segunda picadura. ¿Qué tal si los enfermos tienen un padecimiento similar? ¿Qué tal si la enfermedad es el resultado de largas etapas previas? Deberíamos cambiar el veneno del cuerpo por potentes elixires, cambiar el polvo mental por fuertes estructuras como tus edificios. Moldear la arcilla y escribir en los muros de la mente para que haya un mensaje a futuro y persista más allá de la propia vida.


Encuentro tus palabras muy alentadoras, y observo que mientras se está en acción, hay posibilidades de cambio, en la inercia, no, le confesaba el arquitecto. Es por ello que vengo diseñando la más extraordinaria de mis edificaciones, de dimensiones monumentales, en honor a las estrellas de este ciclo, tendrá su vértice apuntando a ellas, con una base de cuatro lados todos ascenderán de igual forma, y en sus entrañas, esconderemos los secretos de la mente y su desarrollo en las distintas etapas de la vida. Además, incluirá todo el sistema subterráneo de cámaras y conexiones que serán la imagen de la vinculación con lo que representa este plano en la tierra.


Un golpe, dos golpes, tres golpes. Silencio. Cinco golpes.


La alegría que se desató en Er-met era infatigable, su báculo no cesaba de sacudir el piso. Podría llevar más años que los que nos quedan de vida. Asintió. Me parece fantástico. Im-tep le dibujaba en el piso lo que tenía pensado, para luego tallarlo en una piedra y más tarde en un papiro. ¿Lo ves? Todo se inicia en la mente, le remarcaba el sabio. Es como si buscara expresarse, encontrará la forma de hacerlo, en piedra o donde sea.


Mucho debate les llevó qué incluir, los diferentes estados por los que se transcurre, las fantasías, los intereses, el propósito de la vida, la relación con el todo, el aferro a lo material, la lucha por lo espiritual, el espacio entre el hombre y lo supremo, la dualidad de la carne y la muerte. Era tanto, que estaban tan abocados a ello, que no se dieron cuenta cómo se les iban uniendo otras mentes para finalizar esa idea, entre ellos, sus familias. Así fue que el tercer ojo de Er-met se activó, cuando vislumbró a uno de sus hijos y también a uno de los de Im-tep, que tenían la capacidad para hacer crecer su propio tercer ojo. Habló con su amigo respecto a ello, y le ofreció guiar al hijo de éste, hacia el templo de los arcanos, donde él mismo comenzó su camino. Un poco de envidia se le unió a la alegría con la que permitía Im-tep, que su hijo accediera a lo que él no podía.


Embelesado de fruición, el sabio del báculo con colmillos de serpiente, fue arrimando a sus protegidos a iniciarse en los grandes misterios de la vida. Céleres en aprendizaje como toda nueva generación, captaban rápidamente lo que se les transmitía, e inquirían con agilidad mental sobre cuestiones que a veces, aún no habían sido planteadas. El acceso de uno de sus propios hijos a semejante oportunidad, brindaba un estallido interno a Er-met que más de una vez tuvo que ocultarse para limpiar lágrimas de sus ojos, y debía frenar la imaginación para volver a la realidad, y no quedar en la figura del joven con su propia túnica y báculo cuando creciera.

En un cónsul, varios sabios les desentrañaron el enigma de la vida. Las pruebas iniciáticas son tres, para lograr acceder al plano metafísico a voluntad. Por ello, la pirámide está así construída. ¿Pero son cuatro lados? Dijo uno de los aspirantes. Todos los sabios asintieron al unísono, y prosiguieron. A cada uno le corresponde en vida deambular sin sentido hasta el amanecer, momento en que el sol alumbrará la oscuridad previa. Sólo en ese instante se estará listo para las pruebas, mas ello no implica que se presentarán fácilmente, por largo andar a tientas, se necesitará algo mejor que los ojos encandilados para poder orientarse. El recorrido tendrán que hacerlo solos, se podrán acompañar y comparar caminos, pero las piernas deberán moverlas por propia voluntad, hasta que lleguéis.


Como no decían más nada, los jóvenes se miraron intrigados, y no se animaban a preguntar. Llegar… ¿a dónde?


HASTA QUE LLEGUÉIS A DONDE NUNCA HABÍAIS LLEGADO ANTES; HASTA QUE LLEGUÉIS A DONDE NO PODÁIS AVANZAR; HASTA QUE LLEGUÉIS A VUESTRO PROPIO LÍMITE; HASTA QUE LLEGUÉIS DONDE EL COMÚN LLEGA; HASTA QUE LLEGUÉIS DONDE OTROS OS HAN DICHO QUE LLEGARÍAIS; HASTA QUE LLEGUÉIS DONDE HAYA MÁS LUZ; HASTA QUE LLEGUÉIS AL MÁXIMO DE TRISTEZA; HASTA QUE LLEGUÉIS AL PAROXISMO DEL DOLOR. SABRÉIS QUE HABRÉIS PASADO, CUANDO LA COMPRENSIÓN HAYA SUPERADO EL ESTADO ANTERIOR.


El retumbar de todas las voces hablando en acorde, impactó en los oyentes, sus bocas se endurecieron, sus párpados, flaquearon, sus corazones, conmocionaron.


Más se dedicaban a sus estudios, más podían aportar Kybal y Jion a la construcción de la monstruosa edificación de Im-tep, quién iba descubriendo en su hijo, la mano y sabiduría de Er-met. El hierofante les ofreció que lo acompañaran en uno de sus viajes, que gustosos ambos aceptaron, y para sorpresa del sabio, al regresar, a Jion, hijo del médico, le asomaba tímidamente su tercer ojo. De todas las novedades posibles, la que más interesó a Im-tep fue el descubrimiento de una nueva forma de piedra endurecida a las afueras de la ciudad. Si aprendemos a cortarla, le decían los viajeros, podríamos crear una estructura en sumo duradera, podría sostenerse en pie durante miles de años, pero por su dureza, peso y sobre todo, lejanía, sería de una gran dificultad lograr manipularla. Estamos frente a un propósito mayor que el esfuerzo individual, asentaba el arquitecto, un legado de sabiduría para el futuro. Si ese material es tan bueno como dicen, lo haremos.


Y así fue, tras comprobar la calidad del granito, miles de voluntarios se movieron para desterrarlo, cortarlo y transportarlo de una manera tan ingeniosa que cualquiera diría que era fuera de su época, incluso del planeta. Otros tantos terminaban de cortarla en el lugar, y las colocaban a precisión milimétrica en su única posición correcta, mientras los más aventajados, en el interior y por debajo, moldeaban en detalle el verdadero legado de sabiduría que heredaría la humanidad.


Años más pasaron, hijos de hijos tomaron el báculo de la sabiduría, y en sus últimos días, Er-met yacía en su lecho en pacífica felicidad. Uno a uno se despidió de sus afectos, a tantos corazones había tocado que la gratitud movía a todos a saludar al sabio en su partida. En el edificio de Im-tep, éste cuidaba de su amigo cual ave a su nido.

Sabía que no llegaría a ver terminada la estructura, le confesaba Er-met, pero ser parte de sus más recónditos secretos es una de mis mayores alegrías. También sé que Kibal, Jion, sus hijos, sus nietos tampoco la terminarán, pero alguno concluirá nuestro legado. El médico le tomó la mano, y así será, le respondió. Tanto vivido, que no hay forma de recoger fácilmente todo lo que me gustaría transmitir, decía el agónico, pero aquella vez que me confesaste tus celos…


Im-tep negaba con la cabeza, no es momento, no ahora, y no quiero que te marches con esa imagen. Era muy joven y tonto, sin valorar lo que tenía.


Pues yo quería decirte que te admiraba, mi querido amigo, le admitía Er-met. Los ojos del médico se llenaron de lágrimas. Te admiraba y nunca dejé de hacerlo, tu capacidad para inventar cosas, para crear, para investigar y poner a prueba todo, y por encima, la forma en que has ayudado a la salud de tanta gente con tan ingeniosa empresa. Y el legado que originalmente ha sido tu idea, nos ha hecho participar a todos, la población entera tiene su mente ocupada y experimenta una paz sin igual en una construcción sin precedentes. No seamos ingenuos tampoco, en mis viajes no he visto semejante armonía entre los habitantes, y seguramente no faltará demasiado para que una creencia se imponga sobre todas, porque nosotros estamos procurando nuestra parte, pero no tomemos como cierto que todos actúan de similar forma. Esta paz reinante, todo este ejemplo a imitar, es toda obra tuya, mi querido Im-tep. En silencio, negaba casi humildemente con su cabeza, pero el moribundo siguió, porque el consejo estaba latente. Ese pensamiento de celos hacia mí, luego migró hacia tu hijo y encontró asilo en tu mente. Lo negaba sin pensar. Escúchame, es un consejo, te llevarás ese pensamiento contigo, pero podrás luchar, la lucha es con uno mismo, no con los demás. Sino crecerá y crecerá, y traerá mal a todos.


Está bien, está bien, le dijo Im-tep, más para tranquilizar que por aceptar, lo tendré presente. Lucharé.


Er-met sonrió, sabía del efecto de sus palabras, pero que tardarían en ser aprobadas.


¿Y qué llevas tú, entonces? Le interrogó im-tep en buscas de sabiduría, ¿qué te llevas de esta vida?


Er-met se tocó el pecho, y sonrió.


Tal vez más preguntas que certezas, pues prefiero morir con una pregunta sin contestar que vivir sin haberme formulado ninguna inquietud. Me llevo la dicha de haber hecho lo correcto, y la confianza de que este camino consta de muchas paradas, y hasta aquí, una de ellas. Dejo aquí mis obras y afectos, que volveré a retomar más adelante, cuando me corresponda. ¿Y tú, para cuando sea tú momento, sabrás qué te llevas?


En orgulloso llanto rompió el médico mientras negaba con la cabeza y permanecía en silencio. Sin dejar su sonrisa de resignación, Er-met sintió que su espíritu se quería mover hacia otro plano, y le otorgaba unos minutos para despedirse.


Parece que siempre me toca partir primero, expresaba Er-met. ¿Qué quieres decir? No es la primera vez que nos vemos, mi viejo amigo, e intuyo que no será la última; estamos compartiendo este enigmático viaje juntos. No hay mucho más que pueda decirte, pero siento que estamos destinados a eventos grandes, y va a depender de las decisiones que tomemos. Algo nos vincula, será uno de los misterios que tendremos que develar.


Te vas sin que yo haya podido acceder al arcano de la inmortalidad. Te he fallado.


No. Es todo parte del plan, es necesario.

¿Y qué haremos en la siguiente vida, si lo que dices es cierto?


No te preocupes por ello aún. No dejes de luchar en esta vida, y seguirás luchando en la siguiente.

Un golpe, dos golpes, tres golpes. Silencio. Cinco golpes.


Er-met partía, habiendo superado la primera prueba.