ERA OSCURA


SEGUNDO CICLO:

EL HOMBRE DE LAS 12 VIRTUDES


Siglos y siglos de barro y sangre. La humanidad sólo dedicaba su ingenio para mejorar sus asedios y la distancia de sus proyectiles. Reyes por doquier alegaban el poderío de sus capacidades atribuyéndose terrenos por sobre huestes que jamás los verían en persona, pero conocerían el bramido de los caballos que se acercaban de vez en vez a recaudar bienes por la gracia de su amo, quien los protegía frente a las invasiones de otros reinos, pero los castigaría si no se contribuía.

Un río, una roca, una montaña, una torre desnivelada, un castillo, un bosque, un puente de madera. Los límites entre feudos eran arbitrarios y no por todos conocidos, y fácilmente algún monarca se encaprichaba por extender el propio y una nueva contienda estallaba. Encerrados en armatostes tronos, desde la lejanía imponían su voluntad, en herencia de sangre y no de valía, los dueños de cada corona se creían también dueños de la verdad, enceguecidos por el brillo de la piedra sobre sus cabezas, buscaban las alabanzas y se acostumbraban a que nadie los contradijera. Los súbditos cercanos, quién sabe cómo llegaban a esa distancia, también deficientes de virtudes, hacían respetar la palabra del líder como si fuera la propia, puesto que por extensión se llegaba a satisfacer la sodomía que traían consigo.


Era una época de desconcierto y mistificación. Nadie sabía a qué atenerse, nadie conocía hacia dónde iba la humanidad. Hundidos en la mera supervivencia, se remontaban a la época primitiva donde el alimento escaseaba, los libros eran de un privilegio impagable, la suciedad destapaba plagas que parecían emerger de la nada, y la leyenda insuflaba el dilatado confín de la mente que el vacío de la creencia dejaba para la imaginación. Así, caballeros de dotes extraordinarios surgían, no por su inteligencia ni por la moral sobresalían, sino que para darle más brío a la veracidad de sus hazañas, se les urdía de imágenes que en lo cotidiano no se hallaban. No era raro que algún super hombre que soportaba las más crudas temperaturas se hiciera conocido, o que otro tuviera una fuerza inconmensurable, y tantos otros mataron dragones escupidores de fuego, que el hecho de no verlos, en vez de ser una evidencia de su inexistencia, lo era de su extinción a mano de nobles héroes.


Para inspirar valor entre las líneas que les tocaba combatir y llevar la imagen más descabellada pero inspiradora para su bando, es que soldados y civiles corrían los rumores sobre estos personajes que aseguraban estaban a su favor, y tener una mísera esperanza de ganar en la batalla. Ya iban cien años, según reportaban eruditos, desde que algún Luois en el sur, agraviara a algún Jorgie en el norte, y comenzaran una disputa entre sus reinos por quién tenía razón, acarreando a todos sus plebeyos para que, en su inseguridad, otros pelearan y murieran para confirmarle su deseo. Pero Luois murió de fiebre y lo sucedió su hijo Felipin, que a la vez murió envenenado y Enriquez siguió su lucha; y Jorgie murió ahogado, tomando Caerlos el legado, que fue alcanzado por una flecha, y cedió a Juahnn su Castillo. O algo así. Tras varias generaciones, la guerra se mantenía por orgullo sin poder dialogar sobre sus motivos.


Cuántos habían nacido y perecido por causas naturales sin conocer otra cosa más que la disputa entre dos reinos. Ya se acabará, ya se acabará… y cerraban sus ojos en un sueño interminable con la ilusión de conocer otra cosa, un poco de paz, un sosiego para sus inquietudes, un poco de luz para tanta oscuridad. Pero no. Los reinos del este y del oeste mantenían sus rivalidades entre sí, pero nada se comparaba a la crueldad y violencia que el norte y el sur desataban, y ya nadie se animaba a intervenir. La máxima autoridad conocedora y difusora del Warak, conocida como Ibrawaki, se disputó en defensa de la paz, en los comienzos de la rivalidad, alegando que Sirius y Constantis velaban por la armonía entre los pueblos. Ofendidos por la desigualdad con la que parecían ser tratados, luego de años de enojos, cada reino optó por crear un nuevo candidato de Ibrawaki que postraría a su favor, así el mundo llegó a tener a 3 autoridades en simultáneo que profesaban con máxima elocuencia, sobre los escritos del Warak y cada uno con su interpretación sobre cómo conducirse. Claro que el del norte favorecía a sí mismo, y el del sur, al de su gente.


Entre tanta confusión y cansancio, conocí por vez primera a su espíritu. De poca experiencia y torpeza corporal, siendo muy joven fui llamado a las armas, portando una espada que pesaba un cuarto de mi cuerpo, y una armadura que me asfixiaba. En mi primera batalla, los nervios borraron mi visión y a pesar de ser de hueso, el temblor de mis extremidades resonaban cual campanas sobre el hierro de mi protección. No puedo recordar demasiado por no sobreponerme a los gritos y desgarres que presencié en tal situación, era la primera vez que veía a un muerto, pero no fue uno solo, sino un campo cubierto, donde no podría diferenciar entre amigos o enemigos. Mi imaginación me ganaba, y pensaba ¿qué haría ese hombre de ahora en más, sin una pierna? ¿Cómo podría labrar su tierra al regresar ese joven mutilado de manos? ¿Los padres de aquél que esperan por su regreso, sabrán que aquí queda? ¿Tendrá esposa e hijos ese degollado?

VIctoria, victoria, gritaban, pero mis ojos sentían la tristeza y el lamento como un fracaso completo. En un campo de batalla donde pedía por favor pisar lodo y no otra cosa, atendía a los que caídos bramaban por auxilio, mientras otros compatriotas hundían el frío del acero en los pechos de los que curiosamente también querían ser socorridos. Lo lamento, bando contrario.


Como si quisiera sanear alguna culpa, yo estaba enceguecido en levantar restos, cuando un alto mando me convocó. Límpiece el vómito, me ordenó, el General Politeo lo ha convocado. Me dirigí al lugar indicado, encontrando a otros 11 soldados en aparente tranquilidad, dialogando con soltura, ninguno nervioso o perturbado como yo. Me ubiqué un poco lejos, pero el más grande de todos, me instó a acercarme con una sonrisa que no esperaba encontrar entre semejantes músculos y altura. Tenía una simpatía que sorprendía, por la talla y grosor de su armadura, y me pareció que era el líder del grupo, pero la falta de formalidades y exposición de su rango, me dieron a entender que no.

Soy Rodrikon de Burguea, se presentó. El Sir Batallador, gritó uno de los 10 por detrás, en júbilo. El grandote sonrió sin mucha alharaca, y siguió su presentación, para él era un tremendo honor ser llamado por el General Politeo, el más grandioso de todos los generales del Norte. Yo jamás había escuchado de ninguno, no conocía a nadie. Pues estás de suerte muchacho, las estrellas te saludan para morir, dijo en tono burlón y al hacerlo, estallaron en carcajadas irónicas todos los demás, junto con Rodrikon, y yo no entendía si se burlaban de mí o por las palabras dichas. Confundido, y ellos lo notaron, continuaron su relato, que a pesar de la situación, no me incomodaba y tampoco desataba mis nervios. Así es, el general es de los más extraordinarios del reino, dicen que nadie ha muerto en líneas enemigas bajo su mando. Eso no es posible. Sí, muchacho, y no sólo eso, dicen que él jamás mató a nadie. Pero, pero… ¿Entonces cómo llegó a ser general? ¿Cómo libra sus batallas? Uno de atrás alegó que poseía una fuerza que ni cuarenta y ocho hombres alcanzarían juntos, y otro sostenía que veía cosas incluso cuando sus ojos no posaban sobre ellas. ¿Por qué cuarenta y ocho?


La imagen inflada del general siguió creciendo, hasta que por sorpresa, apareció por detrás con un silencio increíble para el tamaño y peso de su armadura. Sin que se emitiera orden, los 11 soldados se colocaron en línea uno junto al otro, con las manos a los costados mirando serios al frente pero sin descansar los ojos en el alto mando, y sus labios, sellados. Estaban firmes, supongo que así nació originalmente, cuando la admiración por la verdadera autoridad hacía emerger la quietud y espera por respeto a una palabra sabia. Yo no pude ubicarme así, permanecí a un lado, mirando fijamente a Politeo. Había muchas cosas que no lograba poner en palabras, las sensaciones se movían y me inspiraban a algo raro que no podía precisar. Alto, incluso más que Ridrikon que ya lo era en demasía, cargaba una armadura que no era negra sólo si se la miraba de cerca, con un casco que dejaba libre todo su rostro, portando una extraña barba negra en exceso tupida y que finalizaba cuadrada. Yo suponía que debajo de sus extraordinarias circulares extremidades cubiertas por metal, se encontraban idénticos músculos capaces de mover tamaño blindaje, pero me parecía que las proporciones no serían humanas. Más tarde, comprendí que su armazón no era para mera protección.


Nos habló con una voz profunda, agradeció nuestra presencia y nos indicó que Heraclo sería el relator de la misión. Un joven rubio y fortachón con una pollera antigua y una camisa que dejaba ver desde sus abultados hombros, nos informó sobre el paradero del General Niceo de Consensus, la mayor superioridad del ejército del Sur, quien comandaba a sus soldados con particular distancia. Acabar con él, sería darle un giro a nuestro favor a la guerra, y si la providencia aún nos ayudaba, tal vez terminarla. El mismo Heraclo hizo el viaje de ida y regreso él solo, trazando un camino que sin ser el más directo, de seguirlo nos evitaría atravesar los campos de batalla que eran más numerosos y sanguinarios que nunca. Deben pasar por once feudos, nos contaba, cada uno con sus particularidades y no libre de peligros y engaños, y nos detalló lo que podríamos encontrar en cada uno; al terminar el onceavo, podrán cruzar el límite regional y adentrarse en Ix-En-Thau, donde hallarán al General Niceo, que no tiene demasiada escolta, sólo sus mensajeros. No sé por cuánto tiempo permanecerá allí, ni las razones por las que está aislado, pero es una oportunidad única, y una odisea que tal vez no todos logren completar, y si lo hacen, no serán los mismos hombres a su regreso. Yo no lo soy, dijo, y había cierto brillo en su mirada.


Cuando terminó sus indicaciones, le pregunté al que tenía a mi lado por qué, si había hecho el camino y lo conocía tan bien, no nos acompañaba. A unos metros de distancia, Heraclo dio por concluída su explicación y se despidió diciendo “Que las estrellas iluminen su camino”. Al que le había preguntado, me miró y escupió al piso, para decirme justamente, por eso que acaba de decir él no puede venir con nosotros.


¿Están listos? Nos preguntó el general, y su voz resonó tanto que todos gritamos que sí. Cuando subimos a nuestros caballos, el líder fue el último en hacerlo, y nos observó a cada uno con detalle, me ordenó ir anteúltimo, y a Rodrikon, delante junto a él. Sí, mi general Kerkus, le obedeció, y tras decirlo, su mirada titubeó. Pensé que había confundido su nombre, pero el de barba rauda no hizo caso, y subió a su caballo, que al sentir el peso de su jinete, el animal levantó la cabeza como si rezara a las estrellas, y gimió en queja. En silencio, avanzamos hacia nuestra misión para terminar la guerra.


Montar se me daba bien. Luchar, no. Eso me explicó Robinjiud, que estaba detrás mío en la línea, y evidenció que al ubicarme allí, me estaban protegiendo de posibles emboscadas. Su vista era sin igual, por eso donde se encontrara, estaba cómodo, su arco llegaría a cualquier lugar, siguió relatando. Llevábamos buen paso, poco a poco dirigiéndonos a territorio enemigo, aún estábamos en el norte, y no teníamos sobresaltos. Nos detuvimos en dos poblados a recoger suministros, y evidenciamos la escasez que produce la guerra, y aquellos que se ocultaron apenas oyeron el bramido ecuestre, retomaron lentamente sus actividades al ver que nuestra misión nada tenía que ver con recaudar. Viendo ahora ese recuerdo, revivo la sensación de vacío y desesperanza de esa gente, con sus mentes preocupadas por el suministro de agua, y que la cosecha y carnes fueran suficientes para sobrevivir. Toda expresión de ambición por ser algo más, toda inquietud por saciar un conocimiento más, estaba aplanada por la incertidumbre de la orfandad en la ignorancia. ¿Por qué un bebé puede sobrevivir o no? ¿Qué hacer cuando no hay nada por hacer? ¿Por qué poblados enteros pueden desaparecer ora por fiebre ora por soldados? ¿Quién decidió que nos gobernaran los que están aquí? ¿Qué hay más allá de los límites?


Se quedaban en la incógnita o muchas veces, justo antes de su formulación. Entender el porqué la mente no avanza para responderse lo que a sí misma se pregunta, es justamente la respuesta a porqué la creencia afecta la voluntad y fomenta la imaginación. Temor, eso era lo que experimentaban aquellos seres. Ante el desamparo de una orientación clara, no todos los espíritus tenían nítido el propósito que los guiaba, y requerían de otro de mayor envergadura para descubrirlo e ir por él. Pero en la confusión de lo material, se tergiversaron los roles, y el caos reinó. “Qué las estrellas iluminen tu camino” me decían al despedirme, “Y también el tuyo”, les respondía.


Noté que había tres grupos divididos entre el gran grupo de doce que éramos, y yo estaba formando individualmente uno de ellos, aunque el general estaba por encima de todos. Retomando el galopar, alguno de mis compañeros me hizo mención a mis réplicas respecto a las estrellas. ¿Sigues a alguna en particular? Me inquirió con singular cinismo. Sintiendo el frío de la mirada de Galahar, le respondí que mi madre solía rezar a la Stella de Asís, por la paz y fin de la guerra. Pregunté por tí, no por tu madre. Dudé mucho, temblé como si tuviese que responder que no, cuando no conocía a nadie que no le dedicara una plegaria a alguna de las Stellas de cielo. Para mi mayor nerviosismo, Benduct y Percival se acercaron con sus caballos para oír mi respuesta, que en su silencio me transmitían el yugo de mi vida pendiendo de un monosílabo. Aún hoy no sé cómo apareció el general tan rápidamente a nuestro lado, y otra vez, sin emitir un ruido con semejante armadura, me miró con tanta calidez, que percibí que no había respuestas equivocadas, pero así y todo, les pidió que no me molestaran, y con dos palabras, el orden y la paz quedaron restablecidos. Nadie se molestó, todos se ubicaron sin quejas.


La línea se reacomodó, y volví con Robinjiud atrás, quien parecía sonreír siempre, con su rostro denotando simpatía y distancia a la vez. Sin decirme nada, urgía dentro mío por falta de confianza, detallar qué era lo que había ocurrido y que validaran mi postura. Los irás entendiendo muchacho, me dijo, a pesar de ser físicamente más joven que yo, me llamaba muchacho también. En seguidilla de ánimos, pregunté por qué algunos llamaban Kerkus al general Politeo. Por el árbol, me respondió sin dar detalles. Entonces no era un error, y cuando lo observé, noté que ese cuerpo colosal en efecto parecía como si estuviese formado por cinco troncos, en extremidades y torso, y seguramente eso hacía rechinar a su corcel cada vez que lo montaba.


Nimea, el primer feudo que relató Heraclo, estaba formado de un prado verde y hermoso, que el sol lograba hacer brillar con esplendor y brotaban flores por doquier. Árboles bañados en aves y frutos daban un aspecto magnífico al inicio de nuestro viaje, y sin nubes arriba nuestro, sólo adelante. En tamaño campo abierto, nos relajamos previendo que no sería posible una emboscada, y algunos comenzaron a cantar. No conocía ninguna letra. Sudado por mi armadura, retiré mi visera para respirar con tranquilidad, y vi que otros también se acomodaban. Me pareció peculiar que la armadura de Rodrikon terminara en sus hombreras, dejando libres sus brazos, donde sólo tenía una camisa que incluso, doblaba hasta sus codos, sus manos y antebrazos estaban siempre al aire. Cada uno mantenía su estilo, yo todavía no sabía cuál era el mío.


El mutismo permaneció, pero porque nos encontrábamos en región enemiga, el sur. Augios era un lugar amplio en verde, mi creencia sobre el continente adversario se esfumó, porque en vez de encontrarme con lava y cuervos, no hallé diferencia al adentrarme, con nuestros poblados. La discreción ahora se volvía la exigencia más feroz, desatar sospechas podría significar nuestro fin, y con ello, alertar a Niceo y escapar, si no es que ya lo había hecho. La mirada de los Vencedores de Félidos ahora era la de Observadores de Praderas, en extremo alertas.

Heraclo había marcado un pueblucho en el recorrido que era pequeño, y podríamos pasar a su lado sin problemas, pero el humo abultado negro que salía a la distancia, daban pauta de un incendio y ruinas. Oyendo su propio juicio, Politeo nos guió hacia la aldea. Hasta hoy siento el desgarrador grito interno que oí al llegar.


Todo saqueado, todo muerto. Incluso Rober escupió en rechazo. Cadáveres en las calles, en las casas, abrazados, huyendo, sentados, protegiendo a otros. Al fuego Politeo nos hizo apagarlo rápidamente, porque no salíamos de nuestro espanto. Caminar por allí era una pesadilla sin la posibilidad de poder despertar, y lloré sin sonido, porque recordé mi primera batalla y el campo plagado de cadáveres. Pero aquí, ninguno tenía armadura, y tampoco espadas. Sin entender bien, parecía haber un ruido bajo continuo, que marcaba una agonía que no se terminaba de ir, y un ardor que no era por el fuego. Nuestros ojos no podían posar la mirada en un lugar, que otra cosa más horrorosa aparecía para quitar la atención. Algo se movió, corrí a socorrer a la mujer, que explotó en tos y sangre, levantando un brazo, para morir en total incertidumbre. No me di cuenta, pero mi boca se abrió al igual que la de ella, en compasión y comprensión. Kerkus estaba a mi lado, y se dio la vuelta gritando que buscáramos sobrevivientes.


Ninguno con éxito, pero el general había ido directamente al granero de mi víctima, y regresó con una niña en brazos cuyos ojos estaban abiertos, pero su mente apagada. Me la entregó y sin decirme nada, me fui, alejado de la desgracia con mi caballo, alejado de tanta miseria. La alcé y le ofrecí pan y queso, que devoró hasta caer dormida; la tapé con una manta, y permanecí a la distancia, algo en mi mente negaba. Era el sur, eran ciudadanos del sur. El norte, soldados del norte, habían barrido con la vida de todo un poblado del sur. Mis compatriotas habían hecho semejante desastre. Sentí vergüenza de ser del norte.


Estaba tan tenso, tan preocupado, tan sumergido en la tristeza, que me quedé dormido. Me despertó al rato el movimiento de la niña, que no quería mirar hacia su hogar, y hundía su cabeza en mí. Temía hablar, mi acento podría denotar mi origen y desatar la locura en ella, y me limité a abrazarla, pero sus emociones pasaban hacia mí cual gota cayendo de una hoja, y la desesperación y la desdicha se apoderaban de mí. Veía que Rodrikon, Berton y Rober estaban cavando fosas, y los demás acercaban los cadáveres con movimientos tan respetuosos, que eran inspiradores. Kerkus se aproximó y trajo agua, pero al ver que la niña estaba tranquila conmigo, no me relevó. Al caer la noche, por fuera del pueblo, hicieron una fogata y asaron carne, donde la sobreviviente comió y cayó rendida al calor de las ramas.


Nadie decía nada, todos teníamos el mismo pensamiento de incredulidad frente a la barbarie cometida por nuestro reino. Muchos mirábamos a la niña, y no podíamos configurar un destino para ella. Sin saber demasiado sobre los trastornos de la mente, sabíamos que de ello no volvería sana. Pero el hombre que siempre sorprendía, lo hizo.


Politeo rompió el silencio relatando que había vivido algo similar, en un poblado arrasado en principio por una fiebre, y luego, por pensamientos de temor e intolerancia; allí, encontró a un niño que a gritos pedía no irse de este mundo; rescatado, crecieron y ambos formaron una gran amistad, sin encadenarse a lo vivido, pero sin olvidar tampoco la tragedia. Ambos tuvieron hijos y nietos, y también entre ellos fueron amigos, y él sintió que más aliados se sumaban a la lucha contra la barbarie, pues todos eran personas de bien. Y como a todos, les tocarían momentos de alegría y de amargura, de tranquilidad y de turbación, de certezas y de desasosiegos, de esperanzas y de pesimismos, pues la vida estaba configurada en su complejidad para llevar al ser humano a ser más de lo que es, y sabían, que la muerte no era el final, no era un fatalismo, no era una amenaza, es un llamado cuál campana a disfrutar la vida, que se suele sumir en el sopor de lo material, y olvida su prístino origen espiritual. La convivencia entre ambas manifestaciones es tan necesaria que al arrojar la moneda, ha caído a la vista la cara de lo físico, cuando en realidad la moneda gira y ambos lados, el material y el no material, configuran el andar del verdadero avance hacia los peldaños de los secretos del universo. Un siglo, un milenio, una etapa astronómica no son nada en comparación a los millones de años que tiene la creación, y que aún le quedan, y es un vacío oscuro y monumental en el dilatado espacio sideral, donde incluso nacen y mueren estrellas, no para ser alabadas, sino para demostrar al hombre y mujer que hay cosas que ocurrirán independientemente de su voluntad y de las cuales no tendrán control. Los hechos inteligentemente planificados, golpearán continuamente las puertas de su entendimiento, y si no son atendidos, golpearán las puertas del corazón, para que dejen entrar la luz del conocimiento ascendente, y puedan recordar el origen mismo de su propia creación, y el propósito a futuro que le depara. El ser humano no puede aún explicar su propia aparición en la tierra, y eso lo lleva a que cada uno tome las riendas de un potrillo descarriado y creyendo domarlo, corren hacia donde el salvaje les lleva, suponiendo que son ellos los que dominan el destino, y así ocurren las más terribles barbaridades, la desorganización de los buenos hombres no pueden frenar la insensatez de los ilusos jinetes del desorden, y se avanza cada vez más hacia épocas en donde será más difícil corregir el rumbo, y será necesario directamente cambiar de jinete y de potrillo. Pero hay esperanza, la misma creación se mueve oponiéndose a las descabelladas ocurrencias de los que están poseídos mentalmente, puesto que como ustedes, nacen con la pasión de servir, de ayudar, de hacer el bien, de luchar por lo justo y lo correcto, de espantarse por tremendas atrocidades como estas. También nacen los otros, aquellos que no oyen más que su propia razón, pero jóvenes como ustedes, se anteponen y enfrentan, porque no sólo sus mentes están más limpias, sino que sus corazones se conectan a la realidad de lo no material, que los lleva a rechazar actos de crueldad que jamás podrían cometer, aunque no sepan explicarse exactamente la razón de ello. El corazón, tiene sus propias razones, y siempre son una guía para la rectitud, el honor y el bienestar de todos. Hoy los saludo y brindo con ustedes, porque la esperanza es la fogata a manos de la sabiduría de los hombres, creada en la noche más oscura, sabiendo que el sol saldrá, e iluminará el paso firme de todos. ¡Salud!

Todos elevamos nuestros copones, y nadie agregó nada, no hacía falta. Kerkus se marchó a su caballo, y nos preparamos para dormir. La niña se quedó cerca mío, y yo no pude pegar un ojo esa noche. Lo vi al general parado, y creo que tampoco durmió.


Politeo nos enlistó, y aprobó que yo llevara a caballo a la niña. Codett, la nombró Rodrikon, puesto que a ninguno de nosotros nos respondió una palabra. Claro, ¿qué iba a decir? Esa vez, como siempre estábamos todos subidos a nuestros caballos, cuando el general subió a su corcel éste no chilló, como si quisiera marcharse, y en trémolo silencio, nos alejamos de Augios pero no podíamos apartar la mirada.


El general Politeo tenía la virtud de elevar el ánimo aún en la situación más penosa.


El territorio de Diomeda parecía una ciudad con ciudades adentro, enorme, pero solo custodiada por su límites, por lo que nos dividimos para ingresar para evitar sospechas. Pero al hacerlo, no nos reencontramos en semejante metrópoli,y yo quedé con Politeo y Rober, y claro, con Codett. Kerkus miraba hacia todos lados, estaba tan plagado de gente, de caballos, de comercios, que se dificultaba tener una orientación. Caminamos hacia la parte interna de otra de las entradas a la ciudad para ver a los restantes, pero lo mismo, tanta gente que no se lograba distinguir entre la muchedumbre. ¡Por un cuerno! Exclamaba Rober, ¡¿Por qué hay tanta gente, por qué me golpean al pasar?! Habría que matarlos a todos por desconsiderados.


En parte, compartía el pensamiento de mi compañero, nunca antes había estado en una ciudad tan abultada de personas, y el bullicio sumado a que todos pasaban de un lado al otro y nos golpeaban al transitar, mi humor se alteró. Gritaban en la calle, ofrecían bebidas, comidas, placeres, espectáculos, hasta servicios que no entendí. Podía comprender que el gran caudal de habitantes nos ocultaría en nuestra misión, bien elegido el camino por Heraclo, pero al ser 13, bueno 14, nos resultó en forma opuesta. Allí estábamos, en un mar de cabezas tratando de encontrar 10 gotas de agua dulce. De repente, apareció Wilhem, estaba tomándose la cabeza aturdido con los ojos salidos, Rober tuvo que golpearle la mejilla para que se diera cuenta que éramos nosotros y entrara en sí. No soporto más el ruido, son como las ovejas en apareamiento, pero hay miles de ovejas juntas, nos vociferaba el caballero Wells con su rostro pintado de azul. Claramente, no encajaba en la ciudad. Tranquilo, ya estás con nosotros. ¿Y la niña? Codett está con nosotros. ¿Dónde?


Efectivamente, Codett no estaba, y Politeo la vio huir entre las faldas de los extraños. Pasamos a su persecución, y recién Wilhem se daba cuenta que había perdido a sus compañeros al pasar la entrada. ¡Estábamos cada vez más dispersos! La huérfana se nos escapó hasta que llegamos a una caravana, que nos sorprendió al ser la bienvenida al primer Ibrawaki, el neutral, que estaba en la ciudad buscando aún su lugar y popularidad. Saludaba a la masa desde lo alto de su carruaje, con custodios soldados que, serios, velaban por su seguridad. No podía negar mi emoción al verlo, le contaría a mis padres que pude tenerlo a unos pasos de cercanía, y sentirme más próximo a las Stellas. Mi sonrisa no fue indiferente a Kerkus, y yo al notarlo, no sé por qué la disimulé. Pero para nuestra mala fortuna, Codett se escabulló entre todos, incluso los custodios, y se subió a la carreta junto con el Ibrawaki Aviggon, que la acogió con alegría y la instó a saludar al público mientras avanzaban al templo mayor.


La caravana pasó, y encontramos a Alonz agachado a un costado poniéndose pañuelos en los oídos. Lo rescatamos de su pavura, y lo actualizamos en nuestra situación. Dejémosla, afrontó Rober, eligió huir y está con los suyos, los del sur y el Ibrawaki. ¡No podemos! Le objeté, es nuestra responsabilidad. ¡¿Y hasta dónde quieres llevarla, muchacho, hasta que vea cómo matamos al general Niceo?! Es cierto… ¡¿Qué haremos con ella?! No había notado que Benduct se nos había unido. Con seriedad, Politeo esgrimió que aún era nuestra responsabilidad su bienestar, y me miró a mí, alegando que podría acercarme a Aviggon y agradecerle por el momento alegre que le brindó a mi hija, haciéndome pasar yo por su padre. Me encantó la idea, en especial, porque conocería realmente al Ibrawaki.

No fue fácil, tuvimos que asistir a una reunión multitudinaria en el templo, donde escuchamos la palabra sagrada, y que no era tan especial como recordaba. Entre tanto pedido por la paz, que se terminara la guerra, que le pidiéramos a la Luna, a Constantis y Sirias que nos ayudaran a frenar la locura que ya llevaba más de 100 años, entre todo eso, no dejaban de llover imágenes de todo lo que había vivido este último tiempo, los horrores vistos, los enojos, la impotencia, la crueldad. Pero también, la valentía y buena intención de mis compañeros y Politeo, quienes estaban en el campo de batalla mientras el Ibrawaki hacía ostentación de sus joyas a salvo en su santuario. Miraba a Codett, que estaba a su lado, silenciosa, pero ella no me veía entre la masa. Luego de más cháchara, por un momento creí que la niña saldría corriendo y deberíamos ir a su búsqueda otra vez, pero el Ibrawaki la tomó de la mano, y se despidió diciendo que la paz eterna nos encontraría a todos los presentes en el más allá. La ovación que le dieron, me hizo erizar la piel.


Todos querían verlo, todos querían su luz en su vida. Se hacían la señal a las Stellas con la mano en el corazón, luego en la sien, y apuntando al cielo elevaban su mirada como perdidos en un sueño sin camas. Tuve que armarme de coraje para poder pasar, y convencerme a mí mismo del bienestar de Codett como si fuese mi propia hija, pensaba en cómo había quedado sola, ¿qué haría yo para cuidarla? Soy su padre ahora, y debe estar a mi lado. ¡Mi hija, mi hija! Comencé a gritar para abrirme lugar entre todos los seguidores. Llegué a la puerta donde había guardias. ¡Mi hija, mi hija! Se miraron confundidos y me dejaron pasar. Dejando atrás a todo el bullicio, me hallé en una habitación enorme, tanto más como la que albergaba el auditorio previo. Guardias por todos lados. ¡Mi hija, mi hija! A la distancia, los vi entrar a una habitación, corrí detrás. ¡Mi hija, mi hija! Los dos guardias me dejaron pasar a una nueva habitación, pero al abrir la puerta, la emoción de conocer al Ibrawaki se opacó por la atrocidad que vi le estaba por hacer a Codett, que sumergida en la impotencia de su incapacidad y la ruptura de la ilusión, la dejaban simplemente llorando sin emitir sonido. No podía cerrar mi boca por la alteración mental que me produjo esperar ver una cosa, y encontrarme con algo que sin problemas podría ser lo exactamente opuesto. Saqué mi espada dispuesto a usarla, pero el Ibrawaki enredado en sus túnicas se tiró al suelo e imploró por su vida, cuyos sollozos hicieron que los guardias entraran y también en espanto y decepción, gritaban ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué hacen?!


Pensé en Codett, ya tenía demasiado para procesar con su entendimiento, como para sumar sangre y agonía, por lo que envainé mi sable, la vestí, y me la llevé de esa habitación llena de guardias que armaron un juicio a dedo, pero con el delito a la vista. Cuando salí por la misma puerta, dejé destrabado y el aluvión alocado de seguidores del Warak irrumpió en la sala, esperando ver al representante de las Stellas hablando maravillas, pero lo encontrarían en paños rodeado de lanzas acusadoras. Entre todo ese alboroto, huimos con la niña y los demás.

Mis camaradas no podían dejar de reír por lo que les contaba, pero Kerkus los calló, porque si bien se burlaban del Ibrawaki, Codett estaba allí y había sufrido como ninguno. Enseguida lo entendieron, y continuamos en silencio llevando nuestros caballos a paso de hombre, pero el silencio no nos rodeaba, nos perseguía el bullicio. Ahí está Rodrikon, señaló Rober, que entraba a un bar. Estaban todos los demás allí, bebiendo, porque asumieron que si se perdían, ése sería el punto de encuentro. ¡Nadie había dicho eso! Pues ha funcionado, ¿no es así? Estamos todos juntos ahora, incluso Codett, y la alzó en brazos con cierta alegría de la borrachera. Nos alistamos a seguir caminando para salir de Diomeda.


Era una caminata larga, por la distancia y por la lentitud al chocar con tanta gente. Rodrikon se frenó a probar unos dulces, ¡riquísimos, deben probarlos! nos incitó. Luego frenó a probar unos quesos, ¡deliciosos, deben probarlos! nos invitó. Luego frenó a ver un entretenimientos callejero, ¡divertidísmo, deben…! Kerkus lo miró, y con sólo eso, el caballero de Burguea se arremangó la camisa, se limpió la nariz, y continuó su viaje. Pero no pudo contenerse por mucho, el pensamiento lo llamaba. Seguíamos caminando, y al poco lo volvimos a perder. Miramos hacia todos lados, y volvió corriendo. Primero nos dio a probar unos panes que eran realmente un manjar, pero como si se hubiese olvidado, cuando terminamos de comerlos, incluso le daba a Codett que le festejaba sus actos infantiles, nos informó que lo vendían cuatro damas, que tenían un hogar para huérfanos.


Nos acercamos a ellas, y efectivamente, las cuatro mujeres vistiendo túnicas blancas y negras iguales, cocinaban pan casero para tener fondos para sus huérfanos. Le contamos la historia de Codett, y con suma simpatía, se agacharon y se presentaron frente a ella, Podarga, Xantha, Lantona y Deina, para contarle de su hogar postizo, creado hacía decenios, para los que perdían a su familia durante la guerra. La niña no se alejaba de mis piernas, y yo, con cierta pesadumbre, pensaba si realmente era la vida la que nos había colocado en caminos cruzados, para arribar con estas cuatro señoras que parecían llovernos cual enviadas por Stellas.


Fuimos todos al edificio, bastante grande. Allí, otros niños corrían y jugaban. No. Estaban quietos, amargados, pensando en sus padres, en un futuro sin estrellas. Algunos no tenían una mano, otros estaban aislados, otros no estaban. Muchas mujeres vestidas como Xantha y demás estaban allí dispuestas, ayudando y cocinando. Era un lugar oscuro, pero no alcanzaban las fogatas para iluminar. En la gran ciudad había de todo. Sin estar enteramente convencido, me arrodillé frente a Codett que todavía no había emitido vocal desde que la conocimos, y le dije unas cuantas cosas que me hicieron llorar. Me lo había creído, mi hija, mi hija. Varios se despidieron, creo que Rodrikon lloró también, y la vimos cómo se alejaba e internaba tomada de la mano de Deina. Así, se la encargamos a la buena de las nuevas protectoras, que sin ser sus madres, adoptaban su rol, persiguiendo un bien entre tanta barbarie. Dejamos una bolsa llena de monedas no solo para Codett, sino para el buen uso de los demás niños.


Encaminados a terminar de cruzar la ciudad y salir, notamos el gran alboroto que había producido el inconveniente del Ibrawaki Aviggon, todos hablando de ello en las calles. Al llegar al enorme puente que nos arrojó nuevamente al bosque, sentí un zumbido en el oído que no se iba, un alivio en el dolor de cabeza, y menos abolladuras en mi armadura por los golpes de extraños transeúntes. Pero una punzada aguda en el pecho era mayor, por dejar a Codett. Miré por última vez para atrás en despedida, obviamente no la veía, era sólo para mí.


Nos subimos a nuestros caballos, el de Politeo gimió, y cuando estábamos por emprender marcha, el general nos señaló nuevamente la ciudad. Miré, y no podía creer que Codett estuviera corriendo en nuestra búsqueda. Bajé del potro y asistí a su encuentro, y me abrazó como si fuese su padre, tan fuerte, que me levanté y seguía sujeta a mí. Kerkus me miró, y me asintió con la mirada y la cabeza. La subí a mi caballo, y continuamos la marcha los catorce. Al anochecer, acampamos entre árboles, el fogón se sentía bien como único sonido desprendiendo chispas. Dormían, incluso la niña, y parecía en paz. Sabía que con nosotros no tendría los problemas que la habían hostigado recientemente. Con todo eso en mente, en solitario acto, arrojé mi Warak al fuego, y al darme vuelta, la mirada del general despierto a la distancia, me transmitió una seguridad que reafirmó mi decisión.


Politeo tenía la virtud de una bondad inestimable.

La alegría invadía el bosque que transitábamos, la experiencia en la ciudad tan ruidosa nos permitió escuchar las canciones de Robinjiud nuevamente, y a Berton que tenía una sola, y chocaba en resonancia con la del arquero. Nos sorprendió el territorio de Geriona, oscuro por demás, y a poco oímos un festival celebrándose en sumo júbilo. Otra vez ruido no, se quejaron varios, pero la mirada se movió al ver que había torneos. Nos vendrían bien unas monedas, aún falta bastante para llegar y quién sabe con qué nos encontraremos. Bien, pero no vayamos todos, recomendó Politeo, y así Rodrikon, Robinjiud, Galahar y yo nos adentramos a la feria, y los demás acamparon en la lejanía.

Nos inscribimos en varias categorías, cada uno tratando de estar en donde sobresalía y más confianza sentía. Robinjiud claramente comenzó con el arco y flecha. Me di cuenta que ya no me sentía cómodo exclamando ¡por las Stellas! pero tampoco tenía una palabra adecuada, pero ¡por todo lo más grande que hay más allá del hombre! ¡Qué puntería tenía ese joven! Había un tal Lord Guillem Telli, que tal vez lo superaba, y hacía peligrar el éxito de nuestro compañero. Una a una las flechas daban en el blanco, 20 metros, 25 metros, 30 metros, 60 metros… no había forma de pararlos. El Lord Telli quedó en semifinal con un caballero tapado todo de blanco, Lord Suan Nóminé, raro de pronunciar, típico de las regiones del sur. Me pareció que este Lord era superior a todo, no por sus resultados, que eran muy similares, sino por la facilidad con la que tensaba el arco y el poco tiempo que se tomaba para disparar. Así fue que venció a Telli, y quedó en la final con Robinjiud.


Es mejor que yo, se quejaba el de Loxen apuntando al de blanco, ampliamente superior a mí. Bueno, aclamaba Rodrikon, da todo de tu parte, querido amigo. Ninguno de nosotros podría lograr lo que tú has hecho hasta ahora. Con un poco más de confianza, el arquero se arrimó al reto final.


20 metros. Al centro ambos. 30 metros. Al centro. 50 metros. Al centro. La multitud aclamaba eufórica, ambos competidores eran igualmente talentosos, pero la marca de preocupación en el rostro de Robinjiud, denotaba que no lo estaba disfrutando. 60 metros. Primero nuestro compañero. Al centro. Gritos y silbidos. El de blanco. Al centro. Gritos y silbidos. Los jueces movieron a los 70 metros para desempatar. Nos miró el caballero de verde, sin duda era el récord de sus logros esa distancia. Dispara. En el aire. PUM, al primer círculo alejado del centro. La multitud lo aclama a gritos, Rodrikon le celebra el logro, un tiro excepcional. Le toca al de blanco, dispara rápido, aire, Pum, al segundo círculo alejado del centro, la multitud enloquece, Robinjiud celebra su victoria aliviado. El Lord Nóminé se acerca y en silencio, le da la mano en honorífico reconocimiento.

Impresionados por el logro de nuestro caballero, al tener que esperar el fin de los juegos, decidimos aprovechar y competir en el resto de los desafíos. Galahar se inscribió para los duelos con espadas, y cada vez que ganaba, sacaba su espejo y peinaba sus rubios cabellos, lo que producía aclamaciones de partes de las ladys en las gradas. Entre los competidores del bloque contrario, se encontraba Sir Willom Marshalin, un excelente espadachín que mostraba una agilidad sin igual a pesar de ser un poco regordete. Lo hacía simpático, pero engreído, porque sin tener en cuenta su tamaño, se movía sin ser tocado ni rasguñado. Galahar llegó a la final sin problemas, con algunos magullones, pero Sir Marshalin ni siquiera transpiraba, y ponía nervioso a nuestro hombre. Pero Lord Nóminé, a quien todavía no le conocíamos el rostro, terminó siendo oponente del luchador glotón, que después de todo, transpiró al recibir un par de estocadas y caer perdiendo sus puntos. La final, Lord Nóminé contra Sir Galahar.


Es mucho mejor espadachín que yo, exclamaba el rubio elegante, mucho por lejos. No hay forma de que logre ganarle, ni siquiera estaba seguro de poder vencer al Lord gordo, menos a éste que es el doble de tamaño, y esta espada de madera es tosca, necesito mi arma. Rodrikon lo calmó, le dijo que no había inconvenientes si perdía, que lo hiciera por su propio honor, en la derrota también había honor.


Comenzó el duelo. Uno, dos. Galahad no había parpadeado, y ya estaba a un punto de perder. El de blanco tenía una agilidad enorme para su contextura, y el bello Sir nos miró decepcionado, pero le respondimos animados, y eso le dio coraje. Inspiró, tomó su espada con ambas manos, y se lanzó confiado. SAZ, dos a uno. El juez marcó el nuevo inicio. PAF, dos a dos. La multitud ensordeció en gritos, una final por demás emocionante. Inicio, y golpe aquí, golpe allá, bloqueo y la madera tocó al acero, tres a dos. La emoción apabullante resonó en toda la ciudad. Sir Galahad había ganado, y al igual que antes, el caballero de blanco se arrimó a darle la mano en símbolo amistoso, y fue bien correspondido.

Con bastante ímpetu entusiasta y confiado, Rodrikon quiso aprovechar su fuerza física, y se anotó al desafío de sacar del círculo, donde los dos rivales entraban en una línea pintaba en el suelo, y debían empujarse para permanecer dentro de la figura empleando sólo sus músculos. No le costó al Sir Batallador despojarse de los mosquitos que lo acosaban, algunos lores escuálidos probaban su suerte pero el gigante rara vez hacía uso de sus dos brazos, con uno le bastaba, y a cachetazos los sacaba del círculo con una sonrisa que demostraba su determinación. Pero en el bloque opuesto, Sir Jen Mangre, una bestia que no había sacado su armadura, levantaba a todos en el aire, y caminando, los arrojaba fuera del redondel cual basura olorienta; sus víctimas pataleaban impotentes tendidas en lo alto sin poder zafarse, y desesperados por un fatal desenlace. Claro que al caer, se levantaban y lo más herido era su orgullo, y se ponía peor al ver que Sir Jen rugía mostrando los dientes cada vez que terminaba.


Yo estaba esperando que apareciera el Sir de blanco, y también lo encontré combatiendo discreto en uno de los círculos. Cuando se encontraron en la semifinal, Sir Nóminé y Sir Mangre, parecían dos osos pardos disputando por el patrimonio del bosque. El réferi marcó el inicio, y el rugidor se abalanzó sobre el otro, que permaneció quieto, y cuando lo estaba por agarrar, el de blanco se corrió a un costado y le pateó el pie, lo que hizo que se cayera. Sir Mangre estaba en el piso, pero dentro del círculo, y Lord Suan lo agarró de la pantorrilla y lo levantó cual pescado de trofeo, y ahora le tocó al acechador ser presa. El que una vez rugía, ahora pataleaba intentando salirse, pero el caballero de blanco lo arrojó fuera de la periferia, y con eso pasaba a la final. No hizo mueca por su logro, se alejó en silencio, aún sin evidenciar sus facies.


Es mucho más fuerte que yo, exclamaba Rodrikon. Sir Mangre tendría el peso de cuatro ovejas, y lo levantó con una mano. ¡Es imposible para mí! Disfrútalo, ya tenemos dos victorias aseguradas, algo de dinero hemos recogido. No hay deshonra en la derrota. El gigante de Burguea sonrió, se arremangó su camisa, y entró para librar la final.


Rodrikon era un poco más bajo que su contrincante, y nuevamente ambos se miraban sin decir nada. Suponíamos que el de blanco miraba, porque no se le veía nada de la cara. Árbitro e inicio. Sin que pasara medio segundo, los dos saltaron hacia adelante y se chocaron al encuentro de ambos pares de manos. El polvo salía de los dedos por la fricción que generaba, y la cara del Sir Batallador se deformaba por la fuerza que hacía al apretujar sus dientes. Un brazo ganaba terreno sobre el otro, pero el opuesto lo perdía, y así estaban, parecían estáticos, pero los arcos que sus fortachones brazos marcaban, tensaban la inmensurable presión que se estaba desatando entre ambos. Por alguna razón, parecía que nuestro compañero hacía más fuerza, y el otro, no se movía, hasta que Rodrikon dio un paso adelante, y se marcó una huella, y luego otro, y otro, y otro, y pegó un grito desgarrador que obligó a cada fibra de sus músculos a dar un esfuerzo más. Y suavemente, el talón de Lord Nóminé pasó la línea dibujada en el círculo, y quedó descalificado. ¡Sí! ¡Viva! Aullamos todos, y a pesar de que sus manos estuvieron unos momentos enlazadas, el de blanco aceptó su derrota y lo saludó, a lo que Rodrikon respondió como el caballero que era.


Teniendo tres de cuatro victorias, sentí una terrible presión por ganar en el desafío que me había anotado. Claro que eran cuestiones mías, temor al qué dirán y ser el único que no contribuía. Pero yo era buen jinete, y el desafío de acertar en el aro a caballo, era nuestro bastión final.


De a duplas eran las contiendas, cada uno subido a un caballo debíamos galopar a máxima velocidad y acertar con el sable, a un pequeño anillo colocado en altura y a la distancia. Me tocó un corcel ligero, y el sable no era tan pesado como el que usaba para combatir, por lo que uno a uno fui venciendo a mis rivales, algunos llegaron más rápido pero no acertaron al anillo, y me acomodé en el evento final.


Sir Rik Leonz se mostraba tanto ágil como preciso, en ninguna de sus carreras llegó segundo y menos erró al anillo. Sonriente no por demás, cada vez que ganaba saludaba a sus rivales, pero sostenía su mano un poquito más de lo debido, tal vez para mostrar su altura. Pero otra vez Lord Nóminé compitió contra él, y se saludaron antes de iniciar el desafío por voluntad de éste. Y cuando se subieron a sus caballos, el del de blanco gimió un poco, pero ni bien el juez marcó la salida, creo que lo único más rápido en ese momento que se podía mover, era una flecha disparada por Robinjiud, y llegaron casi al mismo tiempo, sólo que Lord Suan dejó su sable en el anillo girando sin caer, y el de Sir Rik, se cayó enseguida. La tribuna aplaudió con energía, y se volvieron a dar un saludo, que esta vez, fue bien breve.


Es mucho más rápido y preciso que yo, les decía espantado. Ya no es cuestión sólo del corcel, sino de maniobrarlo y no perder de vista el anillo y el peso del sable. ¡Quita esos pensamientos! Me objetó Galahar, y no dijo más. Es cierto, debía quitar mis excusas. ¡Qué difícil! Veamos, los tres habían ganado, quedaba yo. Si yo perdía, iba a ser el único que no contribuyera, porque nuestro propósito era juntar dinero. ¡Nuestro propósito! ¿A qué habíamos venido? A tener un dinero más, y ya lo habíamos conseguido. ¿Qué parte de mí se sentía presionada? Aquella que tenía que ver con mostrarme, aspectos de la vanidad, de que se tenga una imagen mía que no logro alcanzar.


Me subí a mi caballo, y Lord Nóminé se acercó a saludarme. Sólo me dio la mano, pero me transmitió una tranquilidad, estaba tan sereno y calmo conmigo mismo, que recordé el propósito que nos llevó allí, pensé en Codett que ya la extrañaba, en todo lo vivido, en Kerkus… estaba concentrado. Y largamos.


Desde afuera las carreras parecían más rápidas. Al estar yo compitiendo, todo pasó a otro tiempo, y desde el inicio notaba a mi competidor de blanco en la delantera. Sin soltar mi sable, sujeté las riendas más fuertes, y salto a salto lo fui sobrepasando hasta que CLIN, por un latido de rana llegué primero. La emoción me invadió tanto que no oí los aplausos. Cuando nos bajamos, libre de vanidad, con Lord Nóminé nos saludamos, y sentí mucha gratitud.


Acabado el torneo, nos condecoraron a los cuatro, y a Lord Suan Nóminé también, porque sobresalió en segundo lugar en todas. No habíamos notado que el Ibrawaki del sur se hallaba allí, y fue él quien nos colocó una medalla a cada uno, nos entregó el dinero, y con un cáliz de agua bañado por la luz de Constantis, nos nombró MIR, porque éramos más que Sir, habiéndo sido victoriosos en el honorable torneo. A cada uno de nosotros a medida que pasábamos, nos llamaba Magnus In Regno, párate Mir Rodrikon de Burgueois; Magnus In regno, párate Mir Suan Nóminé… y sin más, éramos caballeros destacados del sur, territorio enemigo que sin saberlo que veníamos del norte a acabar con su generalísimo, no dio una mención de honor, dinero, y hasta nos regalaron unos bueyes y vacas.


Salimos de la ciudad para reencontrarnos con el campamento aliado. Yo estaba un poco confuso con la situación, pero Rodrikon, Galahar y Robinjiud no podían dejar de reír por la ironía de lo ocurrido, hasta el propio Ibrawaki del sur les había dado su bendición sin saberlo. Cuando les contaron a los demás la aventura, la risa también se expandió sin límites, excepto por Benduct, que parecía fingirla. Nos hacían preguntas, incluso Rober me sujetó del hombro al enterarse de mi victoria, y surgió la incógnita de Lord Suan Nóminé. Nunca he oído de ese nombre, sí el de los demás. Disculpen, es Mir Nóminé, igual que tú, Mir Galahar, y se reían al hacer alusión al hecho. ¿Y no se quitó la máscara blanca? No, ni siquiera durante la ceremonia, ni por pedido del Ibrawaki. Extraño. Abracé a Codett que no sé si no entendía nuestras gracias por el idioma, o elegía seguir en pesadez, pero le di un dulce que había comprado, que saboreó con pasión. ¿Y el general? pregunté. Dijo que iba a ir a la ciudad, ¿no lo han visto? ¿No estaba en el torneo? No.

Nos extrañamos todos, pero en el instante llegó Kerkus, y traía consigo un pequeño pony, que dijo había comprado en el establo para que Codett pudiese viajar más cómoda y no conmigo en mi potro. La niña lo acarició, y se subió con alegría, no le conocí la sonrisa hasta ese momento, y no se quería bajar, lo que nos dio el pie para proseguir la marcha. Todos montamos, y Kerkus lo hizo a lo último, gimiendo su corcel. Me miró, y con esa barba tupida que sólo mostraba los ojos, sonrió.


El general Politeo tenía la virtud de la humildad con expresiones de suma modestia.

El mutismo permaneció, pero porque nos encontrábamos en región enemiga, el sur. Augios era un lugar amplio en verde, mi creencia sobre el continente adversario se esfumó, porque en vez de encontrarme con lava y cuervos, no hallé diferencia al adentrarme, con nuestros poblados. La discreción ahora se volvía la exigencia más feroz, desatar sospechas podría significar nuestro fin, y con ello, alertar a Niceo y escapar, si no es que ya lo había hecho. La mirada de los Vencedores de Félidos ahora era la de Observadores de Praderas, en extremo alertas.

Heraclo había marcado un pueblucho en el recorrido que era pequeño, y podríamos pasar a su lado sin problemas, pero el humo abultado negro que salía a la distancia, daban pauta de un incendio y ruinas. Oyendo su propio juicio, Politeo nos guió hacia la aldea. Hasta hoy siento el desgarrador grito interno que oí al llegar.


Todo saqueado, todo muerto. Incluso Rober escupió en rechazo. Cadáveres en las calles, en las casas, abrazados, huyendo, sentados, protegiendo a otros. Al fuego Politeo nos hizo apagarlo rápidamente, porque no salíamos de nuestro espanto. Caminar por allí era una pesadilla sin la posibilidad de poder despertar, y lloré sin sonido, porque recordé mi primera batalla y el campo plagado de cadáveres. Pero aquí, ninguno tenía armadura, y tampoco espadas. Sin entender bien, parecía haber un ruido bajo continuo, que marcaba una agonía que no se terminaba de ir, y un ardor que no era por el fuego. Nuestros ojos no podían posar la mirada en un lugar, que otra cosa más horrorosa aparecía para quitar la atención. Algo se movió, corrí a socorrer a la mujer, que explotó en tos y sangre, levantando un brazo, para morir en total incertidumbre. No me di cuenta, pero mi boca se abrió al igual que la de ella, en compasión y comprensión. Kerkus estaba a mi lado, y se dio la vuelta gritando que buscáramos sobrevivientes.


Ninguno con éxito, pero el general había ido directamente al granero de mi víctima, y regresó con una niña en brazos cuyos ojos estaban abiertos, pero su mente apagada. Me la entregó y sin decirme nada, me fui, alejado de la desgracia con mi caballo, alejado de tanta miseria. La alcé y le ofrecí pan y queso, que devoró hasta caer dormida; la tapé con una manta, y permanecí a la distancia, algo en mi mente negaba. Era el sur, eran ciudadanos del sur. El norte, soldados del norte, habían barrido con la vida de todo un poblado del sur. Mis compatriotas habían hecho semejante desastre. Sentí vergüenza de ser del norte.


Estaba tan tenso, tan preocupado, tan sumergido en la tristeza, que me quedé dormido. Me despertó al rato el movimiento de la niña, que no quería mirar hacia su hogar, y hundía su cabeza en mí. Temía hablar, mi acento podría denotar mi origen y desatar la locura en ella, y me limité a abrazarla, pero sus emociones pasaban hacia mí cual gota cayendo de una hoja, y la desesperación y la desdicha se apoderaban de mí. Veía que Rodrikon, Berton y Rober estaban cavando fosas, y los demás acercaban los cadáveres con movimientos tan respetuosos, que eran inspiradores. Kerkus se aproximó y trajo agua, pero al ver que la niña estaba tranquila conmigo, no me relevó. Al caer la noche, por fuera del pueblo, hicieron una fogata y asaron carne, donde la sobreviviente comió y cayó rendida al calor de las ramas.


Nadie decía nada, todos teníamos el mismo pensamiento de incredulidad frente a la barbarie cometida por nuestro reino. Muchos mirábamos a la niña, y no podíamos configurar un destino para ella. Sin saber demasiado sobre los trastornos de la mente, sabíamos que de ello no volvería sana. Pero el hombre que siempre sorprendía, lo hizo.


Politeo rompió el silencio relatando que había vivido algo similar, en un poblado arrasado en principio por una fiebre, y luego, por pensamientos de temor e intolerancia; allí, encontró a un niño que a gritos pedía no irse de este mundo; rescatado, crecieron y ambos formaron una gran amistad, sin encadenarse a lo vivido, pero sin olvidar tampoco la tragedia. Ambos tuvieron hijos y nietos, y también entre ellos fueron amigos, y él sintió que más aliados se sumaban a la lucha contra la barbarie, pues todos eran personas de bien. Y como a todos, les tocarían momentos de alegría y de amargura, de tranquilidad y de turbación, de certezas y de desasosiegos, de esperanzas y de pesimismos, pues la vida estaba configurada en su complejidad para llevar al ser humano a ser más de lo que es, y sabían, que la muerte no era el final, no era un fatalismo, no era una amenaza, es un llamado cuál campana a disfrutar la vida, que se suele sumir en el sopor de lo material, y olvida su prístino origen espiritual. La convivencia entre ambas manifestaciones es tan necesaria que al arrojar la moneda, ha caído a la vista la cara de lo físico, cuando en realidad la moneda gira y ambos lados, el material y el no material, configuran el andar del verdadero avance hacia los peldaños de los secretos del universo. Un siglo, un milenio, una etapa astronómica no son nada en comparación a los millones de años que tiene la creación, y que aún le quedan, y es un vacío oscuro y monumental en el dilatado espacio sideral, donde incluso nacen y mueren estrellas, no para ser alabadas, sino para demostrar al hombre y mujer que hay cosas que ocurrirán independientemente de su voluntad y de las cuales no tendrán control. Los hechos inteligentemente planificados, golpearán continuamente las puertas de su entendimiento, y si no son atendidos, golpearán las puertas del corazón, para que dejen entrar la luz del conocimiento ascendente, y puedan recordar el origen mismo de su propia creación, y el propósito a futuro que le depara. El ser humano no puede aún explicar su propia aparición en la tierra, y eso lo lleva a que cada uno tome las riendas de un potrillo descarriado y creyendo domarlo, corren hacia donde el salvaje les lleva, suponiendo que son ellos los que dominan el destino, y así ocurren las más terribles barbaridades, la desorganización de los buenos hombres no pueden frenar la insensatez de los ilusos jinetes del desorden, y se avanza cada vez más hacia épocas en donde será más difícil corregir el rumbo, y será necesario directamente cambiar de jinete y de potrillo. Pero hay esperanza, la misma creación se mueve oponiéndose a las descabelladas ocurrencias de los que están poseídos mentalmente, puesto que como ustedes, nacen con la pasión de servir, de ayudar, de hacer el bien, de luchar por lo justo y lo correcto, de espantarse por tremendas atrocidades como estas. También nacen los otros, aquellos que no oyen más que su propia razón, pero jóvenes como ustedes, se anteponen y enfrentan, porque no sólo sus mentes están más limpias, sino que sus corazones se conectan a la realidad de lo no material, que los lleva a rechazar actos de crueldad que jamás podrían cometer, aunque no sepan explicarse exactamente la razón de ello. El corazón, tiene sus propias razones, y siempre son una guía para la rectitud, el honor y el bienestar de todos. Hoy los saludo y brindo con ustedes, porque la esperanza es la fogata a manos de la sabiduría de los hombres, creada en la noche más oscura, sabiendo que el sol saldrá, e iluminará el paso firme de todos. ¡Salud!

Todos elevamos nuestros copones, y nadie agregó nada, no hacía falta. Kerkus se marchó a su caballo, y nos preparamos para dormir. La niña se quedó cerca mío, y yo no pude pegar un ojo esa noche. Lo vi al general parado, y creo que tampoco durmió.


Politeo nos enlistó, y aprobó que yo llevara a caballo a la niña. Codett, la nombró Rodrikon, puesto que a ninguno de nosotros nos respondió una palabra. Claro, ¿qué iba a decir? Esa vez, como siempre estábamos todos subidos a nuestros caballos, cuando el general subió a su corcel éste no chilló, como si quisiera marcharse, y en trémolo silencio, nos alejamos de Augios pero no podíamos apartar la mirada.


El general Politeo tenía la virtud de elevar el ánimo aún en la situación más penosa.


El territorio de Diomeda parecía una ciudad con ciudades adentro, enorme, pero solo custodiada por su límites, por lo que nos dividimos para ingresar para evitar sospechas. Pero al hacerlo, no nos reencontramos en semejante metrópoli,y yo quedé con Politeo y Rober, y claro, con Codett. Kerkus miraba hacia todos lados, estaba tan plagado de gente, de caballos, de comercios, que se dificultaba tener una orientación. Caminamos hacia la parte interna de otra de las entradas a la ciudad para ver a los restantes, pero lo mismo, tanta gente que no se lograba distinguir entre la muchedumbre. ¡Por un cuerno! Exclamaba Rober, ¡¿Por qué hay tanta gente, por qué me golpean al pasar?! Habría que matarlos a todos por desconsiderados.


En parte, compartía el pensamiento de mi compañero, nunca antes había estado en una ciudad tan abultada de personas, y el bullicio sumado a que todos pasaban de un lado al otro y nos golpeaban al transitar, mi humor se alteró. Gritaban en la calle, ofrecían bebidas, comidas, placeres, espectáculos, hasta servicios que no entendí. Podía comprender que el gran caudal de habitantes nos ocultaría en nuestra misión, bien elegido el camino por Heraclo, pero al ser 13, bueno 14, nos resultó en forma opuesta. Allí estábamos, en un mar de cabezas tratando de encontrar 10 gotas de agua dulce. De repente, apareció Wilhem, estaba tomándose la cabeza aturdido con los ojos salidos, Rober tuvo que golpearle la mejilla para que se diera cuenta que éramos nosotros y entrara en sí. No soporto más el ruido, son como las ovejas en apareamiento, pero hay miles de ovejas juntas, nos vociferaba el caballero Wells con su rostro pintado de azul. Claramente, no encajaba en la ciudad. Tranquilo, ya estás con nosotros. ¿Y la niña? Codett está con nosotros. ¿Dónde?


Efectivamente, Codett no estaba, y Politeo la vio huir entre las faldas de los extraños. Pasamos a su persecución, y recién Wilhem se daba cuenta que había perdido a sus compañeros al pasar la entrada. ¡Estábamos cada vez más dispersos! La huérfana se nos escapó hasta que llegamos a una caravana, que nos sorprendió al ser la bienvenida al primer Ibrawaki, el neutral, que estaba en la ciudad buscando aún su lugar y popularidad. Saludaba a la masa desde lo alto de su carruaje, con custodios soldados que, serios, velaban por su seguridad. No podía negar mi emoción al verlo, le contaría a mis padres que pude tenerlo a unos pasos de cercanía, y sentirme más próximo a las Stellas. Mi sonrisa no fue indiferente a Kerkus, y yo al notarlo, no sé por qué la disimulé. Pero para nuestra mala fortuna, Codett se escabulló entre todos, incluso los custodios, y se subió a la carreta junto con el Ibrawaki Aviggon, que la acogió con alegría y la instó a saludar al público mientras avanzaban al templo mayor.


La caravana pasó, y encontramos a Alonz agachado a un costado poniéndose pañuelos en los oídos. Lo rescatamos de su pavura, y lo actualizamos en nuestra situación. Dejémosla, afrontó Rober, eligió huir y está con los suyos, los del sur y el Ibrawaki. ¡No podemos! Le objeté, es nuestra responsabilidad. ¡¿Y hasta dónde quieres llevarla, muchacho, hasta que vea cómo matamos al general Niceo?! Es cierto… ¡¿Qué haremos con ella?! No había notado que Benduct se nos había unido. Con seriedad, Politeo esgrimió que aún era nuestra responsabilidad su bienestar, y me miró a mí, alegando que podría acercarme a Aviggon y agradecerle por el momento alegre que le brindó a mi hija, haciéndome pasar yo por su padre. Me encantó la idea, en especial, porque conocería realmente al Ibrawaki.

No fue fácil, tuvimos que asistir a una reunión multitudinaria en el templo, donde escuchamos la palabra sagrada, y que no era tan especial como recordaba. Entre tanto pedido por la paz, que se terminara la guerra, que le pidiéramos a la Luna, a Constantis y Sirias que nos ayudaran a frenar la locura que ya llevaba más de 100 años, entre todo eso, no dejaban de llover imágenes de todo lo que había vivido este último tiempo, los horrores vistos, los enojos, la impotencia, la crueldad. Pero también, la valentía y buena intención de mis compañeros y Politeo, quienes estaban en el campo de batalla mientras el Ibrawaki hacía ostentación de sus joyas a salvo en su santuario. Miraba a Codett, que estaba a su lado, silenciosa, pero ella no me veía entre la masa. Luego de más cháchara, por un momento creí que la niña saldría corriendo y deberíamos ir a su búsqueda otra vez, pero el Ibrawaki la tomó de la mano, y se despidió diciendo que la paz eterna nos encontraría a todos los presentes en el más allá. La ovación que le dieron, me hizo erizar la piel.


Todos querían verlo, todos querían su luz en su vida. Se hacían la señal a las Stellas con la mano en el corazón, luego en la sien, y apuntando al cielo elevaban su mirada como perdidos en un sueño sin camas. Tuve que armarme de coraje para poder pasar, y convencerme a mí mismo del bienestar de Codett como si fuese mi propia hija, pensaba en cómo había quedado sola, ¿qué haría yo para cuidarla? Soy su padre ahora, y debe estar a mi lado. ¡Mi hija, mi hija! Comencé a gritar para abrirme lugar entre todos los seguidores. Llegué a la puerta donde había guardias. ¡Mi hija, mi hija! Se miraron confundidos y me dejaron pasar. Dejando atrás a todo el bullicio, me hallé en una habitación enorme, tanto más como la que albergaba el auditorio previo. Guardias por todos lados. ¡Mi hija, mi hija! A la distancia, los vi entrar a una habitación, corrí detrás. ¡Mi hija, mi hija! Los dos guardias me dejaron pasar a una nueva habitación, pero al abrir la puerta, la emoción de conocer al Ibrawaki se opacó por la atrocidad que vi le estaba por hacer a Codett, que sumergida en la impotencia de su incapacidad y la ruptura de la ilusión, la dejaban simplemente llorando sin emitir sonido. No podía cerrar mi boca por la alteración mental que me produjo esperar ver una cosa, y encontrarme con algo que sin problemas podría ser lo exactamente opuesto. Saqué mi espada dispuesto a usarla, pero el Ibrawaki enredado en sus túnicas se tiró al suelo e imploró por su vida, cuyos sollozos hicieron que los guardias entraran y también en espanto y decepción, gritaban ¡¿Qué es esto?! ¡¿Qué hacen?!


Pensé en Codett, ya tenía demasiado para procesar con su entendimiento, como para sumar sangre y agonía, por lo que envainé mi sable, la vestí, y me la llevé de esa habitación llena de guardias que armaron un juicio a dedo, pero con el delito a la vista. Cuando salí por la misma puerta, dejé destrabado y el aluvión alocado de seguidores del Warak irrumpió en la sala, esperando ver al representante de las Stellas hablando maravillas, pero lo encontrarían en paños rodeado de lanzas acusadoras. Entre todo ese alboroto, huimos con la niña y los demás.

Mis camaradas no podían dejar de reír por lo que les contaba, pero Kerkus los calló, porque si bien se burlaban del Ibrawaki, Codett estaba allí y había sufrido como ninguno. Enseguida lo entendieron, y continuamos en silencio llevando nuestros caballos a paso de hombre, pero el silencio no nos rodeaba, nos perseguía el bullicio. Ahí está Rodrikon, señaló Rober, que entraba a un bar. Estaban todos los demás allí, bebiendo, porque asumieron que si se perdían, ése sería el punto de encuentro. ¡Nadie había dicho eso! Pues ha funcionado, ¿no es así? Estamos todos juntos ahora, incluso Codett, y la alzó en brazos con cierta alegría de la borrachera. Nos alistamos a seguir caminando para salir de Diomeda.


Era una caminata larga, por la distancia y por la lentitud al chocar con tanta gente. Rodrikon se frenó a probar unos dulces, ¡riquísimos, deben probarlos! nos incitó. Luego frenó a probar unos quesos, ¡deliciosos, deben probarlos! nos invitó. Luego frenó a ver un entretenimientos callejero, ¡divertidísmo, deben…! Kerkus lo miró, y con sólo eso, el caballero de Burguea se arremangó la camisa, se limpió la nariz, y continuó su viaje. Pero no pudo contenerse por mucho, el pensamiento lo llamaba. Seguíamos caminando, y al poco lo volvimos a perder. Miramos hacia todos lados, y volvió corriendo. Primero nos dio a probar unos panes que eran realmente un manjar, pero como si se hubiese olvidado, cuando terminamos de comerlos, incluso le daba a Codett que le festejaba sus actos infantiles, nos informó que lo vendían cuatro damas, que tenían un hogar para huérfanos.


Nos acercamos a ellas, y efectivamente, las cuatro mujeres vistiendo túnicas blancas y negras iguales, cocinaban pan casero para tener fondos para sus huérfanos. Le contamos la historia de Codett, y con suma simpatía, se agacharon y se presentaron frente a ella, Podarga, Xantha, Lantona y Deina, para contarle de su hogar postizo, creado hacía decenios, para los que perdían a su familia durante la guerra. La niña no se alejaba de mis piernas, y yo, con cierta pesadumbre, pensaba si realmente era la vida la que nos había colocado en caminos cruzados, para arribar con estas cuatro señoras que parecían llovernos cual enviadas por Stellas.


Fuimos todos al edificio, bastante grande. Allí, otros niños corrían y jugaban. No. Estaban quietos, amargados, pensando en sus padres, en un futuro sin estrellas. Algunos no tenían una mano, otros estaban aislados, otros no estaban. Muchas mujeres vestidas como Xantha y demás estaban allí dispuestas, ayudando y cocinando. Era un lugar oscuro, pero no alcanzaban las fogatas para iluminar. En la gran ciudad había de todo. Sin estar enteramente convencido, me arrodillé frente a Codett que todavía no había emitido vocal desde que la conocimos, y le dije unas cuantas cosas que me hicieron llorar. Me lo había creído, mi hija, mi hija. Varios se despidieron, creo que Rodrikon lloró también, y la vimos cómo se alejaba e internaba tomada de la mano de Deina. Así, se la encargamos a la buena de las nuevas protectoras, que sin ser sus madres, adoptaban su rol, persiguiendo un bien entre tanta barbarie. Dejamos una bolsa llena de monedas no solo para Codett, sino para el buen uso de los demás niños.


Encaminados a terminar de cruzar la ciudad y salir, notamos el gran alboroto que había producido el inconveniente del Ibrawaki Aviggon, todos hablando de ello en las calles. Al llegar al enorme puente que nos arrojó nuevamente al bosque, sentí un zumbido en el oído que no se iba, un alivio en el dolor de cabeza, y menos abolladuras en mi armadura por los golpes de extraños transeúntes. Pero una punzada aguda en el pecho era mayor, por dejar a Codett. Miré por última vez para atrás en despedida, obviamente no la veía, era sólo para mí.


Nos subimos a nuestros caballos, el de Politeo gimió, y cuando estábamos por emprender marcha, el general nos señaló nuevamente la ciudad. Miré, y no podía creer que Codett estuviera corriendo en nuestra búsqueda. Bajé del potro y asistí a su encuentro, y me abrazó como si fuese su padre, tan fuerte, que me levanté y seguía sujeta a mí. Kerkus me miró, y me asintió con la mirada y la cabeza. La subí a mi caballo, y continuamos la marcha los catorce. Al anochecer, acampamos entre árboles, el fogón se sentía bien como único sonido desprendiendo chispas. Dormían, incluso la niña, y parecía en paz. Sabía que con nosotros no tendría los problemas que la habían hostigado recientemente. Con todo eso en mente, en solitario acto, arrojé mi Warak al fuego, y al darme vuelta, la mirada del general despierto a la distancia, me transmitió una seguridad que reafirmó mi decisión.


Politeo tenía la virtud de una bondad inestimable.

La alegría invadía el bosque que transitábamos, la experiencia en la ciudad tan ruidosa nos permitió escuchar las canciones de Robinjiud nuevamente, y a Berton que tenía una sola, y chocaba en resonancia con la del arquero. Nos sorprendió el territorio de Geriona, oscuro por demás, y a poco oímos un festival celebrándose en sumo júbilo. Otra vez ruido no, se quejaron varios, pero la mirada se movió al ver que había torneos. Nos vendrían bien unas monedas, aún falta bastante para llegar y quién sabe con qué nos encontraremos. Bien, pero no vayamos todos, recomendó Politeo, y así Rodrikon, Robinjiud, Galahar y yo nos adentramos a la feria, y los demás acamparon en la lejanía.

Nos inscribimos en varias categorías, cada uno tratando de estar en donde sobresalía y más confianza sentía. Robinjiud claramente comenzó con el arco y flecha. Me di cuenta que ya no me sentía cómodo exclamando ¡por las Stellas! pero tampoco tenía una palabra adecuada, pero ¡por todo lo más grande que hay más allá del hombre! ¡Qué puntería tenía ese joven! Había un tal Lord Guillem Telli, que tal vez lo superaba, y hacía peligrar el éxito de nuestro compañero. Una a una las flechas daban en el blanco, 20 metros, 25 metros, 30 metros, 60 metros… no había forma de pararlos. El Lord Telli quedó en semifinal con un caballero tapado todo de blanco, Lord Suan Nóminé, raro de pronunciar, típico de las regiones del sur. Me pareció que este Lord era superior a todo, no por sus resultados, que eran muy similares, sino por la facilidad con la que tensaba el arco y el poco tiempo que se tomaba para disparar. Así fue que venció a Telli, y quedó en la final con Robinjiud.


Es mejor que yo, se quejaba el de Loxen apuntando al de blanco, ampliamente superior a mí. Bueno, aclamaba Rodrikon, da todo de tu parte, querido amigo. Ninguno de nosotros podría lograr lo que tú has hecho hasta ahora. Con un poco más de confianza, el arquero se arrimó al reto final.


20 metros. Al centro ambos. 30 metros. Al centro. 50 metros. Al centro. La multitud aclamaba eufórica, ambos competidores eran igualmente talentosos, pero la marca de preocupación en el rostro de Robinjiud, denotaba que no lo estaba disfrutando. 60 metros. Primero nuestro compañero. Al centro. Gritos y silbidos. El de blanco. Al centro. Gritos y silbidos. Los jueces movieron a los 70 metros para desempatar. Nos miró el caballero de verde, sin duda era el récord de sus logros esa distancia. Dispara. En el aire. PUM, al primer círculo alejado del centro. La multitud lo aclama a gritos, Rodrikon le celebra el logro, un tiro excepcional. Le toca al de blanco, dispara rápido, aire, Pum, al segundo círculo alejado del centro, la multitud enloquece, Robinjiud celebra su victoria aliviado. El Lord Nóminé se acerca y en silencio, le da la mano en honorífico reconocimiento.

Impresionados por el logro de nuestro caballero, al tener que esperar el fin de los juegos, decidimos aprovechar y competir en el resto de los desafíos. Galahar se inscribió para los duelos con espadas, y cada vez que ganaba, sacaba su espejo y peinaba sus rubios cabellos, lo que producía aclamaciones de partes de las ladys en las gradas. Entre los competidores del bloque contrario, se encontraba Sir Willom Marshalin, un excelente espadachín que mostraba una agilidad sin igual a pesar de ser un poco regordete. Lo hacía simpático, pero engreído, porque sin tener en cuenta su tamaño, se movía sin ser tocado ni rasguñado. Galahar llegó a la final sin problemas, con algunos magullones, pero Sir Marshalin ni siquiera transpiraba, y ponía nervioso a nuestro hombre. Pero Lord Nóminé, a quien todavía no le conocíamos el rostro, terminó siendo oponente del luchador glotón, que después de todo, transpiró al recibir un par de estocadas y caer perdiendo sus puntos. La final, Lord Nóminé contra Sir Galahar.


Es mucho mejor espadachín que yo, exclamaba el rubio elegante, mucho por lejos. No hay forma de que logre ganarle, ni siquiera estaba seguro de poder vencer al Lord gordo, menos a éste que es el doble de tamaño, y esta espada de madera es tosca, necesito mi arma. Rodrikon lo calmó, le dijo que no había inconvenientes si perdía, que lo hiciera por su propio honor, en la derrota también había honor.


Comenzó el duelo. Uno, dos. Galahad no había parpadeado, y ya estaba a un punto de perder. El de blanco tenía una agilidad enorme para su contextura, y el bello Sir nos miró decepcionado, pero le respondimos animados, y eso le dio coraje. Inspiró, tomó su espada con ambas manos, y se lanzó confiado. SAZ, dos a uno. El juez marcó el nuevo inicio. PAF, dos a dos. La multitud ensordeció en gritos, una final por demás emocionante. Inicio, y golpe aquí, golpe allá, bloqueo y la madera tocó al acero, tres a dos. La emoción apabullante resonó en toda la ciudad. Sir Galahad había ganado, y al igual que antes, el caballero de blanco se arrimó a darle la mano en símbolo amistoso, y fue bien correspondido.

Con bastante ímpetu entusiasta y confiado, Rodrikon quiso aprovechar su fuerza física, y se anotó al desafío de sacar del círculo, donde los dos rivales entraban en una línea pintaba en el suelo, y debían empujarse para permanecer dentro de la figura empleando sólo sus músculos. No le costó al Sir Batallador despojarse de los mosquitos que lo acosaban, algunos lores escuálidos probaban su suerte pero el gigante rara vez hacía uso de sus dos brazos, con uno le bastaba, y a cachetazos los sacaba del círculo con una sonrisa que demostraba su determinación. Pero en el bloque opuesto, Sir Jen Mangre, una bestia que no había sacado su armadura, levantaba a todos en el aire, y caminando, los arrojaba fuera del redondel cual basura olorienta; sus víctimas pataleaban impotentes tendidas en lo alto sin poder zafarse, y desesperados por un fatal desenlace. Claro que al caer, se levantaban y lo más herido era su orgullo, y se ponía peor al ver que Sir Jen rugía mostrando los dientes cada vez que terminaba.


Yo estaba esperando que apareciera el Sir de blanco, y también lo encontré combatiendo discreto en uno de los círculos. Cuando se encontraron en la semifinal, Sir Nóminé y Sir Mangre, parecían dos osos pardos disputando por el patrimonio del bosque. El réferi marcó el inicio, y el rugidor se abalanzó sobre el otro, que permaneció quieto, y cuando lo estaba por agarrar, el de blanco se corrió a un costado y le pateó el pie, lo que hizo que se cayera. Sir Mangre estaba en el piso, pero dentro del círculo, y Lord Suan lo agarró de la pantorrilla y lo levantó cual pescado de trofeo, y ahora le tocó al acechador ser presa. El que una vez rugía, ahora pataleaba intentando salirse, pero el caballero de blanco lo arrojó fuera de la periferia, y con eso pasaba a la final. No hizo mueca por su logro, se alejó en silencio, aún sin evidenciar sus facies.


Es mucho más fuerte que yo, exclamaba Rodrikon. Sir Mangre tendría el peso de cuatro ovejas, y lo levantó con una mano. ¡Es imposible para mí! Disfrútalo, ya tenemos dos victorias aseguradas, algo de dinero hemos recogido. No hay deshonra en la derrota. El gigante de Burguea sonrió, se arremangó su camisa, y entró para librar la final.


Rodrikon era un poco más bajo que su contrincante, y nuevamente ambos se miraban sin decir nada. Suponíamos que el de blanco miraba, porque no se le veía nada de la cara. Árbitro e inicio. Sin que pasara medio segundo, los dos saltaron hacia adelante y se chocaron al encuentro de ambos pares de manos. El polvo salía de los dedos por la fricción que generaba, y la cara del Sir Batallador se deformaba por la fuerza que hacía al apretujar sus dientes. Un brazo ganaba terreno sobre el otro, pero el opuesto lo perdía, y así estaban, parecían estáticos, pero los arcos que sus fortachones brazos marcaban, tensaban la inmensurable presión que se estaba desatando entre ambos. Por alguna razón, parecía que nuestro compañero hacía más fuerza, y el otro, no se movía, hasta que Rodrikon dio un paso adelante, y se marcó una huella, y luego otro, y otro, y otro, y pegó un grito desgarrador que obligó a cada fibra de sus músculos a dar un esfuerzo más. Y suavemente, el talón de Lord Nóminé pasó la línea dibujada en el círculo, y quedó descalificado. ¡Sí! ¡Viva! Aullamos todos, y a pesar de que sus manos estuvieron unos momentos enlazadas, el de blanco aceptó su derrota y lo saludó, a lo que Rodrikon respondió como el caballero que era.


Teniendo tres de cuatro victorias, sentí una terrible presión por ganar en el desafío que me había anotado. Claro que eran cuestiones mías, temor al qué dirán y ser el único que no contribuía. Pero yo era buen jinete, y el desafío de acertar en el aro a caballo, era nuestro bastión final.


De a duplas eran las contiendas, cada uno subido a un caballo debíamos galopar a máxima velocidad y acertar con el sable, a un pequeño anillo colocado en altura y a la distancia. Me tocó un corcel ligero, y el sable no era tan pesado como el que usaba para combatir, por lo que uno a uno fui venciendo a mis rivales, algunos llegaron más rápido pero no acertaron al anillo, y me acomodé en el evento final.


Sir Rik Leonz se mostraba tanto ágil como preciso, en ninguna de sus carreras llegó segundo y menos erró al anillo. Sonriente no por demás, cada vez que ganaba saludaba a sus rivales, pero sostenía su mano un poquito más de lo debido, tal vez para mostrar su altura. Pero otra vez Lord Nóminé compitió contra él, y se saludaron antes de iniciar el desafío por voluntad de éste. Y cuando se subieron a sus caballos, el del de blanco gimió un poco, pero ni bien el juez marcó la salida, creo que lo único más rápido en ese momento que se podía mover, era una flecha disparada por Robinjiud, y llegaron casi al mismo tiempo, sólo que Lord Suan dejó su sable en el anillo girando sin caer, y el de Sir Rik, se cayó enseguida. La tribuna aplaudió con energía, y se volvieron a dar un saludo, que esta vez, fue bien breve.


Es mucho más rápido y preciso que yo, les decía espantado. Ya no es cuestión sólo del corcel, sino de maniobrarlo y no perder de vista el anillo y el peso del sable. ¡Quita esos pensamientos! Me objetó Galahar, y no dijo más. Es cierto, debía quitar mis excusas. ¡Qué difícil! Veamos, los tres habían ganado, quedaba yo. Si yo perdía, iba a ser el único que no contribuyera, porque nuestro propósito era juntar dinero. ¡Nuestro propósito! ¿A qué habíamos venido? A tener un dinero más, y ya lo habíamos conseguido. ¿Qué parte de mí se sentía presionada? Aquella que tenía que ver con mostrarme, aspectos de la vanidad, de que se tenga una imagen mía que no logro alcanzar.


Me subí a mi caballo, y Lord Nóminé se acercó a saludarme. Sólo me dio la mano, pero me transmitió una tranquilidad, estaba tan sereno y calmo conmigo mismo, que recordé el propósito que nos llevó allí, pensé en Codett que ya la extrañaba, en todo lo vivido, en Kerkus… estaba concentrado. Y largamos.


Desde afuera las carreras parecían más rápidas. Al estar yo compitiendo, todo pasó a otro tiempo, y desde el inicio notaba a mi competidor de blanco en la delantera. Sin soltar mi sable, sujeté las riendas más fuertes, y salto a salto lo fui sobrepasando hasta que CLIN, por un latido de rana llegué primero. La emoción me invadió tanto que no oí los aplausos. Cuando nos bajamos, libre de vanidad, con Lord Nóminé nos saludamos, y sentí mucha gratitud.


Acabado el torneo, nos condecoraron a los cuatro, y a Lord Suan Nóminé también, porque sobresalió en segundo lugar en todas. No habíamos notado que el Ibrawaki del sur se hallaba allí, y fue él quien nos colocó una medalla a cada uno, nos entregó el dinero, y con un cáliz de agua bañado por la luz de Constantis, nos nombró MIR, porque éramos más que Sir, habiéndo sido victoriosos en el honorable torneo. A cada uno de nosotros a medida que pasábamos, nos llamaba Magnus In Regno, párate Mir Rodrikon de Burgueois; Magnus In regno, párate Mir Suan Nóminé… y sin más, éramos caballeros destacados del sur, territorio enemigo que sin saberlo que veníamos del norte a acabar con su generalísimo, no dio una mención de honor, dinero, y hasta nos regalaron unos bueyes y vacas.


Salimos de la ciudad para reencontrarnos con el campamento aliado. Yo estaba un poco confuso con la situación, pero Rodrikon, Galahar y Robinjiud no podían dejar de reír por la ironía de lo ocurrido, hasta el propio Ibrawaki del sur les había dado su bendición sin saberlo. Cuando les contaron a los demás la aventura, la risa también se expandió sin límites, excepto por Benduct, que parecía fingirla. Nos hacían preguntas, incluso Rober me sujetó del hombro al enterarse de mi victoria, y surgió la incógnita de Lord Suan Nóminé. Nunca he oído de ese nombre, sí el de los demás. Disculpen, es Mir Nóminé, igual que tú, Mir Galahar, y se reían al hacer alusión al hecho. ¿Y no se quitó la máscara blanca? No, ni siquiera durante la ceremonia, ni por pedido del Ibrawaki. Extraño. Abracé a Codett que no sé si no entendía nuestras gracias por el idioma, o elegía seguir en pesadez, pero le di un dulce que había comprado, que saboreó con pasión. ¿Y el general? pregunté. Dijo que iba a ir a la ciudad, ¿no lo han visto? ¿No estaba en el torneo? No.

Nos extrañamos todos, pero en el instante llegó Kerkus, y traía consigo un pequeño pony, que dijo había comprado en el establo para que Codett pudiese viajar más cómoda y no conmigo en mi potro. La niña lo acarició, y se subió con alegría, no le conocí la sonrisa hasta ese momento, y no se quería bajar, lo que nos dio el pie para proseguir la marcha. Todos montamos, y Kerkus lo hizo a lo último, gimiendo su corcel. Me miró, y con esa barba tupida que sólo mostraba los ojos, sonrió.


El general Politeo tenía la virtud de la humildad con expresiones de suma modestia.

Habiendo cargado las cantimploras, las alforjas de provisiones y los estómagos con alimentos calientes, no esperábamos un vergel como el que nos encontramos en Temiskra, y menos aún, con las bellas doncellas que la habitaban, que ante el galope de nuestros caballos, no se amedrentaron en lo más mínimo y continuaron con sus quehaceres.

Kerkus se notaba nervioso, y se desvió de la calle principal y entró por los corredores de la ciudad, como si buscara algo. Lo seguimos, mientras las damas nos miraban, no con miedo, sino amenazantes. Mis ojos no se apartaban de Codett, que tampoco parecía incómoda. En una de las casas con amplio pasto verde, se encontraba una hermosa mujer de largos cabellos y contextura fibrosa. El general saltó de su corcel, y la mujer al verlo, corrió a sus brazos, como si se conocieran. Los doce nos miramos extrañados, Rodrikon frunció los labios, siendo el que más admiraba a Kerkus, la ignorancia por lo que estábamos presenciando nos atrapó a todos en extrema curiosidad. Sin atender que estábamos allí, se sentaron en una piedra, y comenzaron a recordar.

El Sir Batallador, viendo que el general estaba ocupado, tomó la posta y nos guió a unos establos, y obviamente, buscó el comedor más cercano para beber. ¡¿Cómo que no hay?! ¡¿En toda la ciudad?! No, nos dijo la joven, ya no existe más. ¡¿Y ahora qué haré con mis hombres?! Kerkus apareció atrás nuestro, y nos guió nuevamente a la casa de la mujer que conocía. Su nombre era Yanira, sabíamos que había más historia de la que nos contaban, pero resumió el destino de la ciudad, con un trágico giro de la guerra, todos los hombres que habitaban, o habían marchado a la batalla para no regresar, o habían perecido por el yugo del rey del sur, lo que resultó en una ciudad donde sólo poblaban mujeres desde hacía mucho tiempo. Forjadas en la aleación de la crueldad y la soledad, estaban listas para combatir si era necesario, pero su ciudad era su prioridad para mantenerla y protegerla.


Yanira reiteradas veces miraba a Codett, y le sonreía, a lo que la niña le respondía sólo sin quitar la mirada ni escondiéndose en mis faldas, lo que interpretaba como una afinidad. A los hombres, nos recibió con cierta distancia, pero no podíamos emitir queja porque se brindó por completo, con bebidas, con alimentos, y hasta cepillos para los caballos. No entendí bien el porqué, pero el general nos invitó a que pasáramos una noche en la ciudad, distribuyéndonos en algunas habitaciones de Yanira, y a otros en casas cercanas. Los caballeros, que no dejaban nunca de serlo, se quitaron el sombrero y con cierta picardía en sus ojos, dejaron ser guiados por sus hospedadoras sin emitir sonido. El único que protestaba sólo con la incomprensión, era yo, pero al ver que Codett dormía por fin en una cómoda cama, cedí a permitirnos un día de distracción.

A la mañana siguiente, me levanté cuando la niña todavía cerraba los ojos, y al salir para sentir el brillo del sol, hallé a Kerkus y a la mujer hablando, como si no se hubiesen movido del lugar en toda la noche. Al verme, ella se fue a ordeñar la vaca y preparar unos huevos, mientras me quedé con el general, que lo observaba alegre, distendido. No me atreví a preguntar quién era realmente, de dónde la conocía y mil cosas más, lo vi feliz, y eso era suficiente. Un desayuno y a seguir. No.


Cuando los otros se levantaron y los que estaban en la cercanía se nos unieron, estaban muy jocosos, y se reían más fácilmente de lo normal. Estaban alistados esperando que el general diera la orden de partida, pero seguía hablando con Yanira, por momentos su rostro reflejaba preocupación. Cuando los chismes acabaron y comenzó la incertidumbre, los resoplidos se hicieron notar. ¿Cuánto más debemos esperar? ¿Nadie sabe quién es ella? Rodrikon, ¿Kerkus te ha contado algo? ¿Anoche? ¿Nada?


espués de un tiempo, el general se nos aproximó y casi en sugerencia, no como solía ser dando la orden, preguntó sobre qué opinábamos de quedarnos un día más, había mujeres que estaban construyendo un edificio y nuestras manos podrían ser de gran ayuda. Súmamente extrañados, por todas las vueltas que había sufrido nuestra aventura y por estar tan cerca de destino, no sabíamos qué responder a nuestro líder que nunca parecía vacilar, hasta este momento. Rodrikon nos miró, a ver si alguno aprobaba o tenía mejor idea, y dijo que un caballero debe ayudar en toda circunstancia, que si al general le parecía lo correcto desviarnos levemente de nuestro propósito, tenía nuestro aval. Nuevamente Politeo dudó, y asintió con la cabeza. Entiope, una de las encargadas de la construcción, nos guió hacia ella, y kerkus se quedó con Codett y Yanira.

Hicimos algunos comentarios sobre el estado confuso de la situación, pero tuvimos tanto trabajo forzoso, que no nos quedó tiempo. Al volver no preguntó Politeo si habíamos acabado. No… es un edificio grande. ¡Bien, mañana podréis continuar! ¿Nos quedaremos un día más?


Nuestro propósito se volvió ahora terminar el edificio. No es digno de él, objetó Rober, el general siempre fue el primero en la batalla, y ahora se queda detrás mientras nosotros nos encontramos aquí. Esa mujer lo ha hechizado, ¿creen que la hará su esposa? ¿O ya lo habrá hecho? No lo parece, pero lo noto abstraído, como si no fuese él mismo, perdió su faz de guerrero, incluso lo observo más bajo, menos musculoso, ya no es Kerkus.

Día tras día el general encontraba una excusa para quedarnos, y nadie se oponía a su dirección, puesto que sus pensamientos encontraban excelentes argumentos que eran irrefutables. Pero mientras nosotros construimos un edificio, harábamos el campo, esquilábamos ovejas, él se quedaba con Yanira, y lo más llamativo, era que sólo se quitaba el casco, a la par que todos nosotros ya nos habíamos instalado y estábamos sin nuestras armaduras. Era como si su indecisión jugara en lo inconsciente, nos llevaba a quedarnos en Temiskra, pero él estaba listo para irse en cualquier momento, a pesar de todos los días augurar razones para permanecer junto a la extraña mujer.


Algo en mí sentía una comodidad plena, y reconocí que en gran parte, el verla a Codett tan relajada, tan dispuesta a las tareas junto a Tianira y Pólita, que no quería marcharme. Claro que la niña seguía sin hablar, pero la atención que prestaba cuando otras le decían lo que debía hacer, me indicaban su alegría por estar ocupada y ser útil. Además, había gran diferencia entre que le hablara un hosco gentil como Rober que no entendía cómo demoraba tanto en hacer sus necesidades en los árboles cuando a él le tomaba medio minuto, y cuando Pólita le explicaba con suma paciencia a cuidar la vegetación o el momento justo para la cosecha. Codett necesitaba también la delicadeza de una madre. Maldita guerra.


Ya habiendo concluído varios encargos, y acostumbrados a las bellezas de damas que nos rodeaban que al principio eran la novedad, se decretó un día en común acuerdo afrontar a Politeo y decirle que en una ciudad siempre habría algo para arreglar o ayudar, pero nuestra misión era clara, y qué pasaría con ella. Como si le hiciéramos evidente que el cielo era azul, el general nos miró a todos, y nos pidió que lo acompañáramos hasta estar los 13 solos. Se sentó con su casco en brazos, y continuó mirándonos antes de hablar.

El sabio sabe cuando ha llegado su límite; el guerrero los pone a prueba constantemente. Al llegar aquí, me he sentido más sabio que guerrero, después de tanto luchar, de tanto vivir, de tanto sufrir, encuentro en esta ciudad a alguien que he conocido mucho tiempo atrás, que lo siento como una señal, que de seguir avanzando, no hallaremos el desenlace que esperamos, y todo lo que hemos aprendido, todo lo que nos hemos transformado, podría perderse, podría ser en vano, y manchar nuestros espíritus con marcas difíciles de borrar.


Pero mi general, acometió Rodrikon, nuestra misión podría acabar con la guerra, el sufrimiento de miles, si atrapamos a Niceo de Concensus.


No estoy seguro que la guerra acabe cortando una cabeza, y tampoco estoy seguro de poder controlar mis pensamientos al encontrarme con el general. Alguien preguntó si nos conocíamos. La respuesta está más allá de lo que la misión implica para ustedes. Habrán observado que a todos nos ha puesto a prueba esta odisea emprendida, cada uno tuvo que librar su batalla, que las excusas externas y materiales sirvieron para luchar con lo que se encontraba dentro de cada uno. No sé si habrá sido suficiente, para Heraclo fueron doce, quizá para nosotros, sean diez. No lo sé.


Mi señor, opinó Alonz Kijan, la tristeza no la siente la bestia, nosotros acabamos con ellas. Lo miramos un poco extrañados, sin entender si realmente era eso lo que habría querido decir, pero se creó un debate poco ortodoxo en un ambiente verticalista, donde varios aludieron estar cansados de dedicarse a cavar o arrastrar piedras, y el pensamiento de oposición creció, mientras Kerkus iba reapareciendo. Tras largo debate, donde el general no se oponía demasiado, aceptó retornar a la misión, dejando Temiskra con una promesa de regresar tras cumplir nuestro deber, volver a la ciudad que nos dio un respiro antes de entrar en el huracán, y si bien hablaba de estar nuevamente junto a Yanira, varios de los caballeros que había puesto su atención en Mirin, Lisipa, Mirna, Lestris y tantas otras, se ilusionaron con la idea de colgar su armadura y desposarse tras largo servicio. Los aires de júbilo se encendieron, y noté que más entusiasmo por derrotar a Niceo, lo generaba la imagen de un deber cumplido, y establecerse como esposo y familia en una metrópoli de sugestivos encantos. Politeo se colocó el casco, y sabía que ya era hora, pero su rostro develaba una amargura insonora.

Kerkus fue el primero en despedirse, y notaba similar titubeo de parte de Yanira. Dialogaron un poco, supongo que convenciéndose el uno al otro, y finalmente, ella le entregó una capa que le había cocido, blanca como una nube en día soleado, pero él parecía dudar de tomarla. A la distancia, Galahar nos miró y dijo que los verdaderos soldados no utilizan capa, es un estorbo. Rober escupió y Sigfroid aseveró. A mí me parecía un lindo gesto. Politeo finalmente accedió, y ella se la colocó y ajustó a sus espaldas. Lo último que vi de ellos antes de ir a alistarme, fue que él sujetaba ambas manos de Yanira, y se las besaba con ternura.


En las manifestaciones de alegría de Percival, que declararía su amor a Kundis, acepté mi incipiente admiración por Tianira, cómo había tratado a Codett, su belleza y feminidad expresada en delicadas palabras y sonrisas discretas. Se me ocurrió dejarle mi pañuelo hasta mi retorno, y pedirle encarecidamente que cuidara de la niña hasta mi regreso, con la tremenda ilusión de una familia en formación en épocas de guerra. Hablé con las dos juntas, explicando la situación, y lo momentáneo de nuestro alejamiento, en ese instante que expresaba mi sentir y pensar, reparé en el atrevimiento de mis actos, pero me hizo enamorar más de Tianira su amable aceptación, y su intención de aliviarme el peso de mis responsabilidades. Sé que no es tu hija, y te has encargado como si lo fuera, me respondió, puedo compartir la tarea contigo. Me emocionó, aunque Codett me miraba, posiblemente sin entender del todo, no emitía palabra. La besé en la frente y le acaricié la mano, esa mano pequeña y cálida que me sujetaba cuando cabalgábamos juntos. A mi futura dama, le entregué mi pañuelo, que aceptó tomándolo con ambas manos, y con los ojos lagrimeantes, salí de la casa.


El general ya estaba subido a su corcel exhibiendo la tela blanca por detrás; no pude escuchar si el animal había chillado o no. Monté al mío y otros tantos también, Benduct fue el último. Politeo no nos miró ni un segundo, pero apenas estuvimos todos en posición, él adelante, comenzó el galope. Creo que éramos los únicos dos que no celebrábamos nuestra partida, los demás no hablaban de Niceo, sino de regresar y reencontrarse con sus enamoradas. Pero un ruido que no podía identificar sonaba a lo lejos, algunos se inclinaron hacia nuestra retaguardia, y me señalaron una de las calles. Codett venía corriendo a la distancia y gritando. “Muchaicho, muchaicho” me decía con su acento. Salté del caballo y en su encuentro, la abracé. Sus lágrimas ablandaron mi armadura, pero el escucharla hablar por primera vez, ablandaron mi corazón. “Muchaicho, muchaicho” seguía como su únicas palabras, y decía que NO con su cabeza. Al lado, Tianira en silencio que sin dudas la perseguía luego de su huída, nos miraba también con tristeza. Volveré, la calmaba, volveré y viviremos tranquilos. “NO, NO, muchaicho, muchaicho” me insistía. Falto de confianza, desvié mi mirada hacia mis compañeros, que les faltaba un ápice para también romper en llanto, y miré a Politeo, que nos había dado visto bueno al conocernos, pero ahora, no se giraba y seguía mirando hacia adelante, quieto, pero sin dirigirme nada. Era mí decisión.


Es cierto que Rober me parecía un tirano, pero se bajó de su animal e hizo lo que yo no podía, nos separó y resopló algo así como que ya volveríamos y no era para hacer un escándalo semejante; levantó a la niña que no debaja de estirar los brazos hacia mí, y se la entregó a Tianira, y mientras volvía a su caballo, el dejo de tristeza en su rostro marcaba un esfuerzo extra. Nos alejamos con el alma partida, una niña en brazos gritando que NO, y la ilusión de un regreso para un descanso merecido.


El general Politeo tenía la virtud de la templanza y tremendo control.


Recorrimos gran parte de la provincia de Hesperida en silencio. Cómo sería el estado anímico que Robinjiud comenzó a cantar y Berton le pidió que se callara. Kerkus iba adelante, solo, Rodrikon lo escoltaba un poco más lejos de lo normal, quizá sabía algo que nosotros no. Yo no podía quitar de mi mente la imagen de Codett en brazos de Tianira y los gritos de súplica para que me quedase, a pesar de tener el plan de regresar con ellas, sentía que estaría lejos de lograrlo.


Algunos se quejaron de la monotonía del paisaje, y lo aburrido que se estaba haciendo el largo trecho para recorrer la provincia, ni poblados, ni animales, ni lagunas, nada. Cuando de repente, Duglas le preguntó a Benduct si se encontraba bien. Sí sí, respondió nervioso. Es que, es que… ¡Dilo ya, Benduct, vamos! Con trabajo, el caballero Arno manifestó que reconocía el lugar, y a pocas millas se encontraba el castillo de Atlasia, único lugar donde cultivaban manzanas en el sur. Rober estiró la oreja y en su adicción por la fruta dulce, sugirió que un pequeño desvío entre tanto desierto verde podría ser productivo. A mí me vendría bien, sí a mí también, podría comer una. Politeo no decía nada, pero no quitaba la mirada a Benduct, hasta que le preguntó si estaba seguro. Sí, es por allí, dijo nervioso. Pero ¿estáis seguro? volvió a decir. Sí, sí. Pero ¿realmente lo estáis? Preguntó por tercera vez, y todos lo miramos extrañado, ya había respondido, ¿qué pretendía el general? Benduct Arno asintió silencioso, y como si el pensamiento de ansiedad le ganara, Rober salió disparado en la dirección indicada.

Quedé pensativo respecto a la insistencia de Politeo, pero el sabor de una manzana roja y dulce me sedujo, y apresuré el paso. A la distancia vimos el castillo y había algo raro en él, parecía… ¿abandonado? El caballero Audoz dejó de lado su tiranía y la gratitud lo invadió cuando vio que estábamos acercándonos, y le dio un palmadón a Benduct de la emoción por saciar su debilidad, pero en las puertas de la torre, al instante que notamos que no había nadie dentro y eran ruinas, Arno mismo nos gritó “¡Corran que es una trampa!” Y de los arbustos y árboles aparecieron soldados del sur que nos dispararon flechazos y se abalanzaron con sus espadas. Con gran premura, nos adentramos y cerramos el portón de madera en medio de una lluvia de puntas filosas.


Algunos caballos quedaron afuera, y Rodrikon fue el primero en notar que Alonz Kijan había sido alcanzado por los arcos, y se desplomó en el suelo. Fuimos a socorrerlo, pero sus últimas palabras hicieron alusión a su dolor, enemigo de su descanso. Sin más, el caballero Alonz nos dejaba y con él se iban sus ocurrentes frases. No podíamos creer lo que estábamos viviendo, separados por una fina madera y encerrados en una trampa de vigas y rocas viejas, la amenazante compañía del sur golpeaba por entrar, y Rober sujetó a Benduct del cuello para ahorcarlo mientras le gritaba “traidor, traidor, me has engatusado con mi debilidad por las manzanas para caer en la trampa. Juro por el norte que no he tenido nada que ver, y para ello lo probaré rompiéndote el pescuezo.” Nadie podía entender semejante cambio abrupto de situación, y el traspaso de un escenario donde veníamos tan tranquilos y a disfrutar de unos manjares, a tener a Alonz muerto en los pies, un traidor a punto de ser aniquilado, y otros mirando por el hombro para no ser embestidos por los soldados del sur.


El general Politeo se acercó lentamente a Rober, y le colocó la mano en la espalda serenamente. Señaló que Benduct no oponía resistencia, su arrepentimiento se reflejaba en que había sellado su destino de este lado de la puerta. El enorme Audoz fluctuó, pero lo liberó de sus tremendos dedos. Benduct Arno hizo mención que lo que estábamos pisando, era el antiguo castillo de su familia, que fue arrasado por bárbaros del norte dejándolo huérfano y exiliado a la nación opuesta, donde creció sin olvidar sus raíces. ¡Y cultivábamos manzanas, éramos los únicos del sur, y eran las mejores! ¡Pero sus salvajes compatriotas acabaron con todo! Se levantó, y en un suspiro gimió que no existía el norte ni el sur, existían personas, y luego de estar con nosotros y conocernos, se inmiscuyó en un error al emboscarnos, porque se dio cuenta que…

La barricada cayó, y tuvimos que luchar. En un titilar, el general Politeo tomó su cinturón, y de un latigazo se transformó en una bastón rígido, dando un chispazo que sólo ví en rayos impactando en árboles. Finalmente, el arma de Kerkus se me había revelado, la llevaba enrollada en su cadera a la vista de todos, disimulada con una hebilla e imitando a una cincha de cuero. Pero no, era un artilugio ignoto para mí. Dando un salto hacia adelante, con su tremenda armadura y su imponente espada sin filo, abatió a los primeros tres intrusos que incurrieron en la entrada, y con cada golpe, un destello amarillo iluminaba sus estocadas. Como si fuese el mismo movimiento, saltó y tajeó parte de la arcada de piedra, y los escombros cayeron dificultando el paso de los otros, pero no por mucho. Unos soldados comenzaron a quitar las rocas, pero estábamos expuestos, y los flechazos continuaron.


Arno nos guió rápidamente por detrás, suplicando que la salida secreta que tenía de pequeño aún persistiera. Tuvimos que abandonar los caballos en la gran entrada, para escabullirnos por unas habitaciones. Cuando tuvimos un respiro, bloqueamos el camino con más armatostes, escombros y muebles, pero yo no podía dejar de admirar el bastón o espada sin filo de Kerkus, pero había otros más despabilados, como Rodrikon, que miró a Sigfroid y le señaló su pecho, con una flecha clavada en él. ¡Amigo mío, te han dado, han atravesado tu armadura! Pero el rígido caballero se sacó el dardo de su cuerpo, y lo tiró sin hacer el menor escándalo. No me duele nada, no siento nada, alegó. ¡Pero te dieron un flechazo en el pecho! Sï, pero estoy bien. ¡Menuda sorpresa el acero nibelungo!

Sin conocer ni oír el paradero de los atacantes, proseguimos hasta donde indicaba Benduct, hasta llegar a la salida del castillo que daba a un acantilado no muy elevado, pero lo suficiente, y para llegar al otro lado, una soga que solía usar con sus hermanos para escapar y jugar en el bosque, a unos 60 metros de distancia. Pasen primero ustedes, nos ordenó el general, la soga es muy vieja y podría no soportar mi peso. Nos miramos los once caballeros, y en acorde silencioso, incluso con Kerkus, sabíamos lo que correspondía. Mi señor, le dijo Rodrikon, nuestra misión es que cumpla la suya, acabar con el general Niceo. Usted pase primero, nosotros impediremos la llegada de los soldados. Debemos evitar que el general del sur se entere de la misión, por lo que deberemos acabar con ellos aquí para que ninguno escape. Todos lo miramos con plena convicción, y era la primera vez que desobedecíamos directamente una orden suya, pero ya no debía pensar en nosotros, debía pensar en el fin de la guerra.

Los golpes de los del sur se oyeron, ya no había tiempo. Nos miró a todos, y nos dijo que todos éramos dignos, todos, Alonz e incluso Benduct, la acción final demostró la mejor cara de cada uno de nosotros. Y subió a la soga, con ambos brazos colgando y sus pies apoyados en un vacío con un precipicio que amenazaba un gran dolor sino una muerte probable, Kerkus pasó primero por la improvisada tirolesa, que hizo algunos chillidos tal como su abandonado corcel, pero le permitió llegar al otro lado. Sin asomo de duda, nos gritó que ahora era nuestro turno, y uno a uno comenzamos a cruzar. Cada vez más eran los ruidos de los soldados aproximándose, pero ya varios estábamos al lado de Kerkus, mientras estaba cruzando Robinjiud, irrumpieron y comenzaron los flechazos, y dejando a Rodrikon y Benduct solos. El caballero Arno, en extrema redención, con su espada comenzó a rechazar a los que llegaban, para darle tiempo a Robinjiud a cruzar, pero la soga no soportó más, y se deshilachó. Ágil como ninguno, Rodrikon tomó la cuerda con ambas manos ejerciendo una fuerza brutal para que nuestro compañero no terminara en el barrancón, y los gritos de Robinjiud sin entender lo que ocurría más la batalla librándose a su espalda, el Sir Batallador sabía que era su fin. Nos miró con una sonrisa, y de manera increíble en su último acto, sosteniendo con una mano la cuerda, se acomodó su camisa para que quedara su brazo descubierto hasta el codo, y con igual parsimonia, luego hizo lo mismo con el brazo contrario, hasta que un sablazo en su espalda lo obligó a soltar.


¡NO! Gritó Politeo en un desgarrador llanto de impotencia mientras lo veía caer por el precipicio. La soga estaba firme de nuestro lado, y Robinjiud quedó a unos metros golpeando las rocas pero sujeto, y lo subimos con celeridad. Cuando el joven de Loxen estaba de pie con nosotros, una flecha se le hundió en el estómago y lo hizo escupir sangre. Ni siquiera vimos cuando Benduct Arno había sido abatido, y lo vimos directamente postrado en el piso. La lluvia de virotes nos obligó a correr al bosque, Kerkus adelante más rápido que todos incluso cargando a Robinjiud. Debí usar armadura tal como me proponía Rodrikon, fueron sus últimas palabras.

El tiempo nos perseguía, la incertidumbre también. Lo enterramos a poca profundidad y lo tapamos con rocas en el bosque, alguno quiso cantar una de sus canciones, creo que Berton, pero nos fuimos rápido. No sabíamos cuántos soldados quedaban, si seguían nuestro rastro, si Niceo estaba enterado, o se habría de enterar.

Encontramos una granja, gastamos nuestras últimas monedas para pagarle los caballos que no eran para nada rápidos, y un poco de pan, queso y agua. Galahar, Percival, Sigfroid, Rober Audoz, Duglas Blak, Wilhem Walls, Berton Geskin y yo seguíamos al General Politeo para llegar al último destino, lo seguíamos hasta el final.


El general Politeo tenía la virtud de la fidelidad, y la inspiraba a otros.


El camino en Ix-En-Thau, nuestro doceavo destino, fue muy reflexivo, a pesar de no frenar a acampar y suponer que teníamos la ventaja a caballo respecto a los asaltantes del sur, que podrían avisar de nuestro arribo y así, tirar por el precipicio todo lo vivido hasta ahora.


Galahar tenía la manía de mirarse al espejo. Lo había perdido en el castillo. Ya no le importaba tanto que sus cabellos no estuvieran tan acomodados. Y así estaba mejor.

Percival hacía un relato de lo que habíamos vivido, y noté que dejó de hablar de cosas imaginativas de su infancia. No había ningún fantasma allí en ese castillo abandonado, expresaba al aire, la amenaza de los soldados era real, amigos míos han perecido allí, y no volveré a verlos. Estaba más alejado de la ficción, ya no le importaba contar sus anécdotas infantiles. Y así estaba mejor.


Sigfroid Toburg dejó de molestarse por detalles. Dejó el casco de su tan preciada y buscada armadura, en la tumba de Robinjiud. Se había desprendido de lo que tanto había perseguido con rigidez, notando lo que realmente importaba. A mitad de viaje, de la nada estando todos en silencio, nos dijo que en realidad no había matado a un dragón. Estaba más decidido. Y así estaba mejor.


Rober Audoz sonaba más pacífico, aniquiló de su vocabulario la frase “hay que aniquilarlos a todos”. Viendo a sus amigos morir, había comprendido que la guerra y la muerte no llegarían a la causa de las injusticias que tanto lo exasperaban. Pensó en las damas que dejamos en Tamiskra, y me mencionó que sabía que yo extrañaba a Codett, y que la volvería a ver. Él se aseguraría de ello. Rober estaba más en contacto con su corazón. Y así estaba mejor.


Duglas Blak tuvo el cambio más evidente, pues dejó de hablar de sí en tercera persona. Antes era Duglas irá a beber, Duglas irá a orinar, Duglas vencerá. Ya no cabalgaba detrás de Wilhem con esa obsesión llamativa, ahora miraba los prados y hacía comentarios como “me gusta el olor a eucaliptos” o “Nunca había notado los hermosos colores de las hojas de la variedad de árboles del sur”. Duglas había cambiado el foco con el que miraba el mundo. Y así estaba mejor.


Wilhem Walls todavía tenía su rostro pintado de azul, y sus colorantes, en el castillo. Pero adrede, frenó en un arroyo y se lavó para dejar su cara pálida al descubierto. Tiró sus pieles de animales, y vistió con su camisa y pantalón, atando sus largos cabellos y recortando su barba. A veces, nos parecía que otro caballero se nos había unido en la aventura. Wilhem estaba más civilizado y menos salvaje, al menos en lo externo, que siempre es reflejo de lo interno. Y así estaba mejor.


Berton Geskin comenzó a cantar las canciones de Robinjiud. No nos llamaba la atención, porque el fallecido de Loxen lo hacía todo el tiempo, pero el hecho de que Berton dejase de cantar sobre sí mismo y la hazaña de las cien lanzas, daba pauta de una humildad que antes no practicaba. Berton estaba pensando más en los demás, que en sí mismo. Y así estaba mejor.


Politeo estaba más serio que nunca, no nos hablaba y mantenía su rumbo.


Y yo…


Llegamos a la morada que nos había señalado Heraclo, en Ix-En-Thau, donde supuestamente estaba Niceo. No era un castillo, era una casa apartada en el plano, con dos guardias y algunos mensajeros que iban y venían. Escondidos en una loma, analizamos el terreno y vimos que la vía de entrada y salida era una sola, así que desconociendo cuántos soldados habría dentro, mismo el general del sur, nuestra táctica fue atrapar a un mensajero que llegaba y hacernos pasar por él. Berton lo hizo todo, era un prodigio, con el caballo de un soldado del sur en su poder y el jinete maniatado con nosotros, se adentró alegando que tenía una carta sobre un complot. Los dos guardias se extrañaron, y aprovechando la confusión, SAZ, se deshizo de ambos.


De la nada, otros cinco soldados y tres perros enormes aparecieron de adentro, y estaban por sorprender a Berton, y salimos a ayudarlo, pero el grito tan tremendo, tan escalofriante que dio Rober, ahuyentó a los del sur que espantados volaron para otro lado. Incluso los mastines negros temieron instintivamente por su salud. Sin duda fue ensordecedor, e hizo que el general Niceo dejase sus aposentos, y apareciera en escena. El corazón se me detuvo por un instante.

Estaba parado en la puerta, un poco confundido, mirándonos extrañado con ropas que parecían de dormir. Yo pocas veces en mi vida pude presenciar algo moviéndose tan rápido, pero el general Politeo en un accionar velocísimo, pasó por nuestro lado y en el mismo instante, estaba sujetando a Niceo por el cuello, con una fuerza de 49 hombres, y una violencia que jamás había visto en él.


Le gritó sin esperar. ¡¿Qué has hecho?! ¡Mira el estado de la humanidad, mira lo que has logrado! ¡¿Qué has ganado?! Hemos retrocedido en todo, buscando cambiar la mente, la has trastocado, la has alterado a tal punto que no pueden pensar.

Niceo parecía perdido. Yo, yo… balbuceaba, ¡yo te recuerdo a tí! Le dijo a Politeo abriendo los ojos bien grandes. Yo recuerdo cosas, te recuerdo, lo estamos logrando, estamos venciendo.


No comprendía del todo, pero parecía que Niceo estaba fuera de sí. Ni respondía a la amenaza de nuestro general, estaba como un saco de arroz vacío. Kerkus sujetándolo con la mano izquierda, agarró su cinturón con la derecha y como hizo antes, de un cimbronazo lo hizo rígido como una espada. Le siguió diciendo cosas como que lo había decepcionado, que había matado lo que más amaba, que su vida era una desgracia para la humanidad. Pero Niceo, usando palabras de otros tiempos, estaba loco, había perdido la cordura donde su mente traía imágenes del pasado que no podía comprender, y estando cada vez más inmerso en su vorágine con su destino y la mezcla de conceptos, no estaba ubicado en la realidad, y la falta de respuestas coherentes a las aseveraciones de quien lo estaba inmovilizando del pescuezo, ponían más tensa la situación.


No había pensado hasta el momento qué era lo que teníamos que hacer con el general enemigo. Luego de vivir tantas cosas, tampoco sabía por qué era el enemigo, simplemente por haber nacido un poco más arriba. Pero ver la figura del gigante de Kerkus con su espada sin filo y sosteniendo a un metro del suelo a Niceo, me produjeron un rechazo que no esperaba. Se prolongaba demasiado, y pronto el general del sur en sus sinsentidos, comenzó a ahogarse.


¡Sueltame, sueltame! Debemos matar a todos, debemos crear una nueva raza, pura, de mente limpia. Yo tengo la verdad, yo se las impartiré, los haré libres, guiaré las mentes y corazones hacia los planos ancestrales y los espíritus serán libres de la opresión de…


Un chispazo azul puso fin al discurso de Niceo.


Permaneció un instante quieto, en silencio con el cuerpo en el aire. El momento en el que se hace algo y se arrepiente. ¿Cuánto dura?


Kerkus apoyó el cadáver sin sangre de Niceo suavemente, y evitando la mirada, se alejó caminando. Con cada paso, se quitaba una pieza de su armadura, hasta quedar en sus blancas telas, y la capa que le había tejido su amada en espera. Se sentó en el pasto, estaba de espaldas a nosotros, yo podía imaginar sus lágrimas. En respetuoso acto, nos colocamos detrás para acompañarlo, pero no había un atardecer con resplandeciente sol, no había un hermoso ocaso épico, estaba muy nublado. Habíamos cumplido nuestra misión, habíamos ganado, pero nadie mencionaba a los Vencedores de Félidos, nadie festejaba. Estábamos tristes.


No teníamos mucho para decir. Ix-En-Thau quedaba atrás. A pesar de su diferencia, Politeo enterró con honor a Niceo de Concensus, colocó una placa para que supieran que estaba allí, y nos marchamos sospechando que habría refuerzos en camino, además de liberar a los heridos como testigos de lo ocurrido.

Pasamos por el castillo de Atlasia, nos costó ingresar y bordear el trayecto que la rota soga nos había facilitado. Volvimos sobre los pasos entrando por el frente, y vimos a los caídos del sur, hasta llegar a Benduct, y debajo, Rodrikon. Por alguna razón tenía la esperanza que estuviera vivo allí abajo, pero cuando descendimos, el grandote de Burguea no tenía el brillo en sus ojos, pero sí en su última sonrisa. Vi el detalle de la camisa como su acto final de despedida, fiel a sí mismo y en completa aceptación. Politeo lo lamentó mucho, creo que era el más cercano de los doce, al general, y él mismo clavó a Barbuda y Panzona cruzadas en forma de “X” en su tumba. Enterramos a todos, norte o sur.


Hallamos al corcel de Kerkus y al de Wilhem agujereados por espadas, supusimos fueron los que más resistencia opusieron al ser robados, puesto que los nuestros no estaban, y menos nuestras alforjas. Kerkus acarició con pesadez a su potro, ya no lo escucharíamos chillar más. Demoramos un tiempo más, pero también cavamos sus fosas.


Era un galopar interminable yendo hacia Temiskra. Los animales que teníamos eran de cosecha, no de carrera o batalla. Pero el haber cumplido nuestra misión, nuestro propósito, nos dejaba un vacío, una sensación de contradicción, que no debería ser tal. No entendía, repasaba nuestro viaje, lo vivido, lo fallecido, y no entendía.

Kerkus ya no daba órdenes, ya no tenía su armadura, ya no era Kerkus ni general, era Politeo. Le pregunté si sabía que Benduct era un traidor, bueno al final se redimió, pero tuvo el pensamiento. Me dijo que sí, y me marcó los hechos de nuestra odisea donde había evidencias de su vacilación. Pero terminó haciendo alusión a sí mismo. Me equivoqué, me confesaba, no pude contenerme. Todas las memorias aparecieron juntas, todo el plan que tenía, la intención de reivindicación, de ayuda, de mejora, se esfumaron por pensamientos instintivos de venganza, de odio, de intolerancia, que me hicieron perder la postura, demostrando una vez más, que no era la solución. Niceo siempre abogó por ser amado, por el afecto sincero, y siempre le toca estar solo, vencer su falta de compañía, y no puede luchar por dentro, enfoca su lucha hacia afuera, y eso le impide avanzar, vivir otras cosas. Y cada vez más, se acomoda en posiciones de poder, de autoridad, donde nublado su juicio por la falta de sentimiento, lleva a la humanidad a la más cruda oscuridad.


Lo escuchaba, pero era más por prestar un oído que por entender el trasfondo de su pena. Me llevaría siglos comprenderlo.


Cerca de Temiskra, cambié mis pensamientos por los de esperanza y alegría, al pensar que me reencontraría con Codett, ¿ya diría más palabras? ¿Me llamaría por mi nombre? Y Tianira, ¿tendría mi pañuelo? ¿Seguiría aceptándolo? Esperaba todo fuera un Sí, cuando de repente, Politeo aceleró con su caballo y nos dejó atrás. Todos apresuramos la marcha sin saber qué pasaba. Pasaba lo peor.


Algún humo leve indicaba que el peligro acechando, clamaba por ser socorrido, la grandiosa ciudad poblada por damas únicamente, estaba siendo saqueada. Ya hemos derrotado a Niceo, me decía el pensamiento. ¿No se enteraron? ¿No les importa? ¡La guerra ha acabado! Gritos y alaridos con caballos y ganado descontrolado por las calles, alarmaban del caos provocado, y me desesperé por encontrar a Codett y Tianira.


Ante los soldados, que ya no importaba fueran del norte, del sur, de la luna, Politeo tuvo que transformarse una vez más en Kerkus, para defender al desprotegido. Pero su armadura ya había cometido su objetivo, su bastón-cinturón olvidado, y su vestimenta para combatir ahora sólo era su blancas telas con una capa que recordaba que alguien lo esperaba. Supimos que debíamos acompañar en su empresa, y pasó de largo a varios atacantes, que fueron enfrentados por Galahar y Percival, para ir directamente a la granja de Yanira. Yo me desvié y fui al encuentro de mis amadas. Debo tomar un momento para relatar lo siguiente, aún esa imagen me persigue.


De un flechazo tiraron a mi caballo, y sin tregua me estampé contra el suelo. Ese instante entre que se produce el golpe, y comienza a doler, el intermedio es un momento de reflexión que dura microsegundos, pero el arrepentimiento por lo que va a venir hace revisar lo que nos llevó a vivirlo. Estaba tirado yo, cuando el crujir de mis rodillas golpeadas por la armadura no eran lo único que me preocupaba, pues la espada de un extraño amenazaba ponerle fin a todo dolor, y sin poder levantarme, lo miraba atontado. Fue Rober Audoz quien cumplió su palabra, y atravesó con su hoja al que iba a matarme, salvándome de mi sopor, mi mente no se había acostumbrado a pesar de todo, a las sorpresas de la guerra. Pero Rober me levantó, y se desplomó encima mío, y el calor de su sangre empapando mi cuerpo, me dijeron adiós de su parte, dándome la oportunidad de seguir mi rumbo. No tuve tiempo para llorarlo.


Berton con su hacha era un pintor sobre un lienzo, utilizando únicamente el carmesí para darle tinte a las paredes y a la calle; nos salvó Duglas, con su terrible voz, ahuyentando a varios y apoyado con su estructura caballeresca colosal. Cuando llegué a la casa de Tianira, la encontré a ella y a Codett, muertas en el piso. Entrar en detalles, sería sensiblería, es la crudeza de la guerra, lo que lleva a que los hombres se manejen por impulsivas pasiones, que terminan aniquilando hasta el más puro de los sentimientos. Estaba llorando y sujetando las manos de ambas, cuando Wilhem me arrastró lejos, la pelea seguía.


Me daba un poco lo mismo en ese momento también ser asesinado por cualquiera, al colocar todas mis ilusiones en una imagen, quedé desilusionado y sin energías para nada. Me obligaron a ir a pelear con gente que no conocía, por una causa que no explicaron; me dieron la misión más noble de todas, con la perspectiva de acabar con el sufrimiento de todos, y en su desarrollo, nace un propósito, uno mío, uno que yo había creado, al conocer a esta maravillosa niña que pasó por lo impensado, y que a su vez, esta otra maravillosa mujer aceptaba su destino y el mío, y me iba a ser digno de una vida fuera de esta brutalidad. Iba a ser una buena vida, una feliz, en paz.

No tengo recuerdo del trayecto, alguna ilustración sobre el resto de mis compañeros aboliendo a los malhechores, hasta llegar con Politeo. Yo me volví mero espectador, mi mente estaba desconectada de mi consciencia, y eso dejaba a mi cuerpo inerte. Recuerdo ver a Kerkus, sin su espada pero con dos brazos que eran más fuertes que cualquier arma, frenando los sablazos y dando ganchos potentes a sus rivales, haciéndolos volar por los aires. Era una bestia, un titán, un huracán enfurecido, no importaba cuántos lo atacaran al mismo tiempo, repelía a todos, patadas, manotazos, había para todos. Pero el fuego de la casa de Yanira hizo que el viento se moviera de manera antojadiza, y la capa que su amada había tejido, le perjudicó al taparle la vista, y en un segundo de ceguera, le hundieron el pecho con el frío acero de la ironía. Kerkus no se rindió, y como había hecho antes, levantó su mano en alto, y lo machacó a su atacante con su terrible mano entre el cuello y el hombro, para hacerlo uno con el suelo.

Todos gritamos en negativa, pero era un gran sí que nos escupía en la cara la vanidosa adversidad. Galahar y WIlhem se encargaron de limpiar a los pocos soldados que quedaban, y yo corrí a ayudar al general, que se tendió abatido sobre sus rodillas, parecía que se iba desinflando de a poco. Suspiraba con dificultad, y quise moverlo para llevarlo a… ¿a dónde podría llevarlo? Pero con su negra barba y las entrañas brotando hacia afuera, ya no quedaba tiempo.


Me equivoqué, me confesaba. Me equivoqué. No se preocupe por ello ahora, mi general. Es el momento para hacerlo, muchacho. Me equivoqué, no debí aplicar la violencia con Niceo. No debí marcharme de aquí, debí quedarme con Yanira, la había encontrado, me lo dijo, debí escuchar lo que sentía, no la ira y la venganza que mis pensamientos exigían. Ya es tarde. Me equivoqué, y me hizo olvidar de lo importante; ésta es la apología de la cultura reinante.


De su bolsillo interno, sacó un trozo de papel duro, seco, como si fuese una porción de tronco de árbol, pero estaba escrito y parecía chamuscado por el fuego. Databa de mucho tiempo atrás, y ahora, tenía manchas frescas de sangre. Me lo entregó, me pidió encarecidamente que tuviese hijos, y que ese papel pasara de generación en generación. Yo no he tenido hijos, así que puede llevar mucho tiempo, me dijo balbuceando, y cerró los ojos para siempre, sin caerse.


Guardé el papel, sin entender. Limpiamos la ciudad de vándalos, muchos se fueron al ver que las mujeres que habitaban la ciudad, eran aguerridas en el combate y ofrecieron gran resistencia. Encontramos a Sigfroid al rato, muerto con tres flechazos en la espalda. A Wilhem no volvimos a verlo, uno de los soldados a caballo lo ató con una soga y se lo llevó arrastrando en un inhumano destino que no pudimos detener. Quizá Robinjiud hubiese podido darle con su arco y cortar la soga, pero no hay actos heroicos en la guerra, Rober no fue un héroe al salvarme, ni Rodrikon al tomar la soga para que el de Loxen cruzara y lo agujerearan sin tregua, ni Codett era un sacrificio necesario, ni sus padres a quienes no llegué a conocer, ni Yanira, ni nadie. No hay ningún honor en morir así, no hay honor en cortar la existencia tan abruptamente.


La vida del ser humano, es una historia de ficción, con un 99% de realidad. Politeo se aferró a ese uno por ciento en el momento que más necesitaba estar en contacto con la realidad, pero el arrebato pasional de todo lo vivido con Niceo en épocas anteriores, lo llevó a cometer un error fatal. La guerra no había acabado por eliminar a un general del bando contrario; la guerra continuaba como opción en la mente de las personas, y alimentar esa forma de vida, tendría consecuencias a futuro de manera insospechada. El aprendizaje se hacía cada vez más lento, los caminos se llenaban más de barro y sangre, lo que hacía tortuoso su recorrido. Sólo unos pocos entenderían que hacía falta un nuevo camino, y no seguir poniendo parche y rocas a uno que está equivocado en trayecto pero, especialmente, en destino.


Enterramos a todos cual tradición. Tuve que partir de Temiskra porque su mera presencia me colmaba de recuerdos que no podían hacerme sentir otra cosa más que dolor. Al partir, Galahar me dijo que éramos hermanos. Pero tenemos diferentes padres. Lo sé, pero nos ha unido algo por encima de nosotros: una experiencia, un concepto, un padre como Kerkus, un dolor que hemos transitado juntos. Aquí la sangre no tiene implicancias, sí la marca que deja, y que no puede ser vista. Somos hermanos, y nos volveremos a reencontrar. Lo saludé, también a Percival, a Berton, éramos lo que quedaba de los vencedores de Félidos. Nadie gritó en victoria, y no los volví a ver en esa vida.


Me llevó mucho tiempo darme la oportunidad de aceptar a una mujer. Muchas pretensiones, mucha idealización de algo que no fue. Pero las palabras de Politeo resonaban en mí continuamente. “Me equivoqué”. ¿Cómo puedo redimirme si no reconozco mis errores? ¿Cómo puedo explicar el misterio de mi propia vida, si no sé por qué soy como soy, ni por qué comento los errores que cometo? ¿Por qué serán distintos a los de los demás, pero pueden ser englobados en el concepto de error? No quería vivir equivocado, no quería perderme en el pasado. La última enseñanza de Kerkus, retumbaba en mi ser.


El general Politeo tenía la virtud de revisar sus errores hasta el último momento.


La guerra, ya no más.