ERA ANTIGUA


Los movimientos cósmicos habían creado una ola, y cual retracción silenciosa en la costa luego del golpe anterior, se iba acercando una nueva masa de agua para romper sobre las rocas en inminente encuentro entre lo que se cree inamovible, y una fuerza imparable. Ocurriendo en planos ocultos a la vista humana, no por ello eran inexistentes, y menos aún, dejaban a la orbe sin consecuencia alguna.

Y la vida transcurría sin perturbaciones aparentes para la mayoría. Sin medios de comunicación ni tecnología, el acontecer diario quedaba aislado y relegado a las áreas circundantes, apagada la llama que buscaba encenderse para alumbrar más allá de los confines de la propia supervivencia y acercarse a la existencia universal, cada quien se abocaba a sostenerse con lo mínimo, en una rutina silenciosa que asesinaba la evolución.


Dedicados a moverse mucho pero a cortas distancias, las prendas que vestían tapaban sus cuerpos no más de lo necesario, y se cambiaban pasados varios atardeceres. Todos los días eran lo mismo, excepto cuando se acercaba el cambio estacional, la cosecha y el servicio de animales eran el interés principal para mantener a cada familia. Algunas sandalias, pero pies descalzos por sobre todo, hablaban del abandono que padecían como cultura, sin higiene real, llegarse hasta el río más cercano era objeto más que nada para bañarse en soles agobiantes, y lavar telas que se endurecían.


Cuencos en donde se metían los dedos quedaban sucios de comida, el uso de utensilios era un privilegio y hasta un despropósito. La permanencia de reyes y castas venían de antaño, pero si bien las guerras nunca desaparecían, el equilibrio logrado entre molestar al pueblo y conocer a los gobernantes, daba una paz aparente. Libros, sí claro. Papiros, muchísimos. ¿Acceso a ellos? No, claro que no. Nuevamente, privilegios. Como cada quien conocía su lugar, nadie esperaba sobresaltos, y así, la mente humana se acomodaba para la inercia, para quedarse con lo que sabía, para no luchar más.

Hogares simples, alguna roca daba un detalle pintoresco, pero no mucho más. Familias grandes, numerosos hijos donde se perdían entre los roles, incluso entre quién era el progenitor. También con grandes reducciones, los agentes microscópicos estaban a más de un milenio en ser señalados, y fiebres y dolores anticipaban que debían despedirse de algún integrante. La tristeza seguía intentando mover la palanca.


Cada quien alababa al que le parecía mejor. Había quienes sostenían místicas oraciones a los momentos de tronar las nubes, y claro, si no llovía, ¿cómo crecerían los cultivos? ¿Cómo viviríamos? Es la única preocupación. Otros, movidos por idéntica razón, ponían todo su empeño en la tierra, puesto que de allí brotaba el principal alimento. No faltaban los que imaginaban que los vientos eran soplados por gigantes pulmones alejados del horizonte, u otros que al ver ciertos animales, los volvieron antropomórficos y en una alquimia genética, las deidades tenían formas descomunales, o mismo quienes daban alguna personificación a algo superior al hombre, que guiaba a la vida espiritual bajo conceptos de buscar el bien, la rectitud, la Verdad, el propósito. No pocos habían quedado aglutinados con una confusión al pasar por otros planos y tener vagos recuerdos, y proponían la llegada de un ser que sería distinto entre todos los demás, que guiaría hacia lo eterno.

Muchos libros, muchas soluciones, muchos caminos. Tenían algo en común: aceptar que la vida no se limitaba a la carne, y que había grandes misterios por resolver. Pero tocaban un tema delicado, que cualquiera podía sentirse identificado debido a la inteligencia con que todo se movía, porque era un proceso por el cual a esa altura de la historia humana, cada uno había experimentado, aunque sus memorias por algún motivo se borraran. Todos hablaban de la permanencia de la esencia más allá de la muerte. Y era algo que podía ser aceptado, con un detalle más o menos, porque el sentir indicaba que sí, algo de eso se había vivido, no se sabía cómo, pero no era una completa insensatez, hablaban de algo que no era ajeno, resabios en la conciencia quedaban que al tañir la campana del gran enigma de la vida, el espíritu salía de su monotonía hacia el jardín lleno de radiante sol.

No había una sola criatura humana que pudiera decir que no sostenía la bandera de uno u otro dogma. La presión social era demasiado grande, más allá de intelectuales con ideas y teorías un poco revolucionarias, todos, todos, todos, rendían culto a algo. Incluso esos intelectuales, que no eran completamente originales, sino que tomaban parte de lo aceptado, para darle alguna pincelada propia a un cuadro ya pintado. Pero al cabo de algunas generaciones, esas rocas comenzaron a molestar, y algunas contradicciones aparecieron como juncos que al principio parecen embellecer el paisaje, pero terminan siendo de mal gusto.


Nadie volvía de esos hermosos lugares descriptos en los libros, tan plagados de carnales placeres y paz absoluta. Es que son tan agradables que no se puede evitar permanecer. Además, ¿cómo volvería? ¿Cómo se conoció por primera vez? ¿Por qué algunos relatan ciertas comodidades y otros, algunas diferentes? ¿No tendrá que ver el hecho de que hayan sido escritas por personas vivas que aún no conocían ese lugar?

Haber vivido y aceptado seguir el planteo de uno de esos libros, muchas veces frente a la exposición de un tercero que contradecía o generaba cierta duda sobre lo que era pilar para la vida, hacía estallar la violencia. Y con tantos que no sabían leer y escribir, muchos quedaban a la merced del intermediario que les transmitía bajo propias interpretaciones lo que leía. En realidad, la paz era aparente.


Incluso se olvidaba a qué árbol se le pedían los frutos, y claro, en la mayoría, la preocupación no se alejaba del simple bienestar propio, y con suerte, el de su familia. Aún el hombre se movía bajo impulsos meramente de supervivencia, y con atisbos momentáneos de elevación de miras.

Por ello las familias eran numerosas. Desprestigiando el rol de la mitad femenina, abusando de su fuerza física, el varón era sacudido por arrebatos que con impudor, se arrojaba para satisfacerse donde fuese, ignorando después las consecuencias de unos instantes de placer; la inactividad y el aburrimiento hacían que se crearan problemas ficticios, y dando lugar a la susceptibilidad, los conflictos entre vecinos lograban cauce para diversión de varios curiosos, y no pocas enemistades conjuraban la muerte del otro, arremetiendo más rencores y alargando problemas durantes generaciones sin conocer el origen real; la falta de confianza en uno mismo prolongaba el tiempo de las frustraciones por fracasos en la propia producción, y la tentación por tener lo que al otro le sobraba, o no, se hacía más grande, y por ausencia de valoración de lo ajeno, terminaba siendo de uno, en secreto, o a la fuerza. Con la ilusión de un mundo libre de consecuencias , se iban dando cuenta que el portarse mal, abarcaba un sinfín de posibilidades.


Pero sí había consecuencias. Una humanidad así era así, y no podía ser de otra manera. Pero sí podía ser de otra manera. ¿Por qué? Porque muchos sentían que ese no era el camino, debía ser diferente, debía ser mejor.

Una extraña sensación invadió el hogar al momento de su nacimiento. Todo era igual a cuando sus hermanos habían nacido, se veía sano, su llanto era potente pero les hablaba desde un lenguaje que no podían precisar. Padre, madre, médico y niños estaban en silencio contemplando la llegada del nuevo integrante de la familia, que gritaba al ver la luz del mundo, anunciando que aquí estaba, ya era hora.

Parkus llevó por nombre ese bebé que lejos de ser el primero de ese clan, se posicionó por delante al despertar el clamor sensible de su madre como ninguno de los otros nacidos previamente de ella. Se rompió la costumbre de que el menor de los hermanos, criara al nuevo que llegaba, en este caso la madre, se ocupó del lactante con amor incondicional, abriendo envidias entre los mayores.

Como si supiera las reglas, lloraba sólo por hambre, el resto del tiempo era muy sereno y risueño, actitud que despertaba ternura. Comúnmente se lo veía mover sus manos al aire, y mover los labios como si quisiera hablar, y de plácido dormir, también se reía en sueños y se movía con los ojos cerrados. No demoró en pararse, inquieto por caminar, intuía que quedarse postrado no traía ningún aprendizaje. Feliz de usar sus pies sin apoyo, recorría lentamente las calles acompañado de su madre y algún hermano, sin importar cuántas caídas por el barro tuviera, se levantaba como parte del plan.


Alejados los celos porque entendían que no era su intención, los hermanos de Parkus de a poco se fueron acercando a él, pero sin dudas la que más lo acaparaba, era su madre. Lentamente pasaban los años, algunos se iban a formar sus propias familias y se olvidaban de su origen, y el hogar quedaba un poco más vacío físicamente, pero la alegría que irradiaba ese último niño en llegar, llenaban con creces lo que faltaba.

No fue un problema hablar, copió rápidamente la forma de su padre, que era sereno y firme al expresarse, y a veces parecía imitarlo, lo que era una hilaridad entre los adultos. Demoró en pronunciar alguna consonante, y mucho tiempo habló en primera persona, pero se hacía entender fácilmente. De movimiento finos, denotaba que su espíritu estaba acostumbrado a mover al ente físico, sin la torpeza de las primeras veces.


Se hizo un niño, interesado por todo, su parloteo tuvo un cese, porque aprendía a escuchar. Era más de ir y hacer que de hablar, pero siempre tenía una configuración mental previa pensando en cómo hacerlo. Así, se lo hallaba en recónditos lugares cuando no respondía a su nombre, revisando el ganado, observando los encajes de piedra que formaban la casa de vecinos, aislado en el río cazando sapos y lombrices, clasificando rocas al pie del monte. La vida era un patio de juegos para Parkus.

Pero cuando llegaba la noche…


La primera vez que ocurrió, su padre pasó rápidamente del enojo, a la desesperación preocupante al gritar el nombre de su pequeño y no haber eco. ¿Dónde se había metido? Sus hermanos no lo habían visto, su madre esbozó una mueca de congoja y se abrazó a sí misma. Saltando de un lado a otro por los alrededores, el padre comenzó a pedir a las deidades que nada le pase a su niño, y como si fuese escuchado, dio con él que estaba sentado a las raíces de un árbol, con la boca abierta y sus ojos transformados en dos volcanes en erupción sin parpadear.


Estaba con la mirada absorta en el océano de estrellas.


Aliviado, su padre le dijo algunas cosas, mas no fueron oídas, la atención estaba por fuera del sonido. Con cierta comprensión, se sentó al lado de su hijo y compartieron la vista hacia la lejanía sideral, pero curiosamente, se sentían cerca.


Se volvió una rutina en ellos, antes de dormir, sumergirse en un mar infinito que conectaba con lo superior, con lo elevado, con la demostración de ser un fruto de la creación. Alguna vez la madre les preguntó qué hacían tanto tiempo mirando las estrellas. Contando, le respondían. Contando lo incontable.

El ansia de saber se despertó exponencialmente. Parkus demandó a su padre aprender a leer y escribir después de ser visitado por un hermano que ya no vivía con ellos, y portando un papiro con extraños garabatos. ¿Para qué quieres saber eso? Tu rol en este hogar será continuar con la labor del ganado y cultivo, le direccionaban los mayores. Pero yo quiero saberlo todo, refutaba el pequeño, que con sus ocurrencias, sacaba sonrisas. Entonces yo te enseñaré, le dijo su hermano Vigilum.


La alegría del pequeño Parkus no tenía límites cuando venía a enseñarle sobre letras y símbolos. Más que sorprendido, la facilidad del niño al aprender con tanta celeridad y recordar cada sonido, entusiasmaban a Vigilum para asistir con mayor frecuencia. Algunas veces decía palabras que no eran las apropiadas, y el adulto lo corregía, pero el aprendiz insistía sobre ciertas comprensiones de pronunciación. Ocasionalmente, perdía la paciencia, y se enojaba con su hermanito, quien arrugaba sus ojos y fruncía sus labios, sintiendo que no era entendido, pero no lloraba. Nunca lloraba desde que había dejado de ser bebé.

La reacción se le pasaba primero a Parkus, y le tocaba la rodilla a Vigilum para seguir, quien no entendía cómo, si bien lo estaba educando en la lectura, terminaba él aprendiendo más sobre sí mismo. Guiado por el sentir, el joven hizo algunas averiguaciones en bibliotecas sobre las pronunciaciones “erróneas” de su hermano, debido a la insistencia de él y no aceptar muchas veces ser corregido. Dio con algunos curiosos datos, que sorprendido, llevó a su padre.


Algunas son palabras que se pronunciaban así hace generaciones, le contaba al anciano, Vigilum, y otras, al parecer son de dialectos que ya no se utilizan. El padre tomó con precaución lo que su primogénito le transmitía, y comenzó a observar al menor con sumo cuidado, atendiendo a una sensación que persistía. ¿Cómo puede saber eso? ¿Leyó algo en otro lado? ¿Coincidencia?


A la distancia, una vez lo vio cerca de una vaca acariciándola, como si le estuviese hablando; otra vez, alrededor de un árbol, caminaba solo dando círculos, pensó que contaba sus pasos, pero sin dudas era como si mantuviera una conversación con alguien, estando sin compañía, y eventualmente, sonreía; no pocas veces sin causa aparente, levantaba su mentón para enfocar sus ojos a la nada cercana como si viera algo que lo llamara, y rápidamente observaba la reacción de las personas que estaban con él. Su padre, en uno de estos episodios, lo atrapó y lo indagó sobre lo que llamaba su atención, pero Parkus no le respondía con la boca, sí mirándolo fijo. Insistió. Yo te tengo a tí, padre, y mi madre, le dijo el niño, pero ¿quién era tu padre y tu madre? Pasmado, le respondió con titubeos, sin saber el motivo de la pregunta. ¿Y el de ellos? ¿Y el padre del padre del padre de tu padre? ¿Quién fue el primer padre? No consiguió una respuesta.


¿Por qué nacemos de nuestras madres y no de nuestros padres? La puso una vez en aprietos a su gestadora. ¿Por qué somos tan distintos? Cuestionó a quienes venían de los mismos progenitores. ¿Por qué tú has nacido antes que yo? Le señaló a Vigilum. ¿Por qué debemos crecer en tamaño? ¿Cómo es que hay niños que nacen sin una mano? ¿Por qué debemos alimentarnos? ¿Quién creó el aire para que podamos respirar? ¿Por qué la mente se va ampliando con el tiempo? ¿Qué es toda esa vida dentro de cada persona?

Harto Vigilum de no poder satisfacer ninguna de las inquietudes, y asombrado del empleo de varios vocablos, le regaló algunos papiros en blanco y tinta para poder consignar sus preguntas, pues seguramente con el pasar de la vida, alguna de ellas serían complacidas. Gran estrategia la distracción, pues Parkus los llenaba sin que el pulso le temblara, y cuando las leía, el pulso le temblaba a los oyentes. Iban aceptando que no era un niño ordinario.

Su madre lo llamó a dormir una noche, y lo vio haciendo puntitos en su hoja. Hago un mapa de las estrellas, le dijo. Ella, con ternura de madre que entiende que su hijo será superior a su talla, obvió la hora de sueño y lo guió hasta un acantilado alejado de la ciudad, que soplando linda brisa y un silencio hueco, parecían permitir una conexión plena con el firmamento. Parkus, agradecido por el regalo de su querida madre, la abrazó en cariñosa muestra de reconocimiento, y siguió haciendo sus puntitos.


Un poco se lamentó de haberle enseñado ese lugar, por hacerse costumbre del niño el irse a la escarpadura muy seguido, incluso de día, y escribir ya quién sabe qué, descargando sobre el papel siglos y siglos de preguntas sin responder. Enojados, sus hermanos iban a buscarlo para hacer las tareas o llamarlo a dormir, perdido en el sinfín de las abstracciones. Hasta que un día Parkus les dijo su teoría, que cada ciclo de noche y luz podrían ser divididos en 24 horas. Todos se rieron, y preguntaron para qué, qué utilidad tendría ello. La mente del niño se entretenía simplemente con el ejercicio.

Aún siendo más grandes en edad, sus hermanos eran menores en lo espiritual. Una noche con los fuegos ya apagados, Parkus se despertó en grito y, con una sandalia, le atinó un tremendo golpe a su hermana que seguía dormida. La niña en llantos, se quejaba tocándose la mejilla, y los otros hermanos y su padre lo reprendieron con severidad, pero Parkus no entendía el motivo, y cuando los gritos cedieron, recogió su sandalia y les mostró la tremenda araña que estaba bajo la suela. Muy confundidos todos, tardaron en disculparse, mas la primera fue la niña que se dio cuenta del peligro que había esquivado. ¿Y cómo la has visto si está todo oscuro? Un poco ofendido por los sacudones, el pequeño Parkus iba tomando conciencia de que lo que él veía y sabía, no era algo a lo que todos tuviesen acceso.


Vigilum le entregó una copia de sus escritos como colación de sus aprendizajes. Es una historia sobre una guerra donde unos soldados se adentran a la fortaleza en un caballo de madera gigante, le comentaba. Aún no tengo el título, pero puede ser el origen de nuestro pueblo, quienes ganan y tienen la tinta son quienes escriben la historia. Parkus lo tomó en sus manos, pensando en lo último que dijo su hermano, como si de todas formas, la historia pudiese ser leída con ojos y mentes puras.


El acantilado era sin dudas su lugar favorito. Perdida la batalla, su madre y a veces su padre, lo acompañaban allí, pero el niño casi siempre se quedaba o leyendo o escribiendo, absorto y desentendido de la compañía. Se fascinó al recibir más libros de su hermano, perdió las poleas mentales y se le sobrecalentó la maquinaria al leer a Erastosnes, y sus matemáticas en la mediciones de la Tierra. ¡¿Cómo podemos vivir en algo tan enorme?! ¡¿Quién lo construyó?! Quizá pueda con ese dato trazar la distancia a la Luna. Hay quienes dicen que la Luna es una deidad que nos mira y toma nota sobre lo que hacemos, le decía su madre. Con una cara de total rechazo frente a semejante idea, Parkus le dijo que no, si allí no hay vida. ¿Y tú cómo sabes? No quiso responder.

Sus deditos se movían contando ovejas, pero de un momento a otro, contar granos fue un desafío magno, poniendo y sacando, dejaba boquiabierto a sus vecinos con sus dotes. Complejas cuentas matemáticas eran la atracción del vecindario, que le pedían que hiciera esos cálculos mentales, cuya respuestas siempre era correcta, pero por vanidad, ninguno se animaba a corroborar temiendo fallar.


Atravesó una etapa que otros considerarían de malicia, pero no hacía más que entender el mecanismo mental funcionando, su relación con los sentimientos, el vínculo de la conciencia, el rol del apagado espíritu. La fineza de sus observaciones molestaban sobremanera cuando hacía un señalamiento respecto a las conductas de a quienes le tenía aprecio. Que el temor a la oscuridad era infundado, le indicaba a su hermana, más allá de una araña que ni siquiera llegó a morderla; que era una cobardía, le mostraba a otro hermano, hablar mal de su amigo al llegar a la casa, cuando el amigo no estaba; que la imaginación exageraba las apreciaciones de su madre frente los comentarios de su padre; la vecina hacía un gran mal cuando caía en la indiscreción al contar intimidades sobre lo vivido con su marido; denominó soberbia a lo que expresaba el dueño de la tienda de telas al ubicarse por encima de otros por conseguir más dinero que el resto; y era un acto poco inteligente el hecho de que tantos pidieran por cosas a seres que jamás nadie había visto y recaían en ese frenado engranaje.

Sus rótulos generaron malestar en quienes no supieron tomar tan atinadas observaciones de un niño de 5 años como una posibilidad de cambio, simplemente molestaron. Parkus no entendía cómo podía tener esas respuestas, siendo ciertas y modificables, pero allí radicaba el tema, nadie conocía los componentes que harían posible la reacción alquímica, ni fórmulas ni procedimientos. Hacía falta quien las enseñase, y nadie aceptaría que un pequeño lo hiciera. La adversidad y negativa de tantos, hicieron que revisara su modo de transmitir lo que otros no veían, para apaciguar los ánimos y lograr que se recibiera con acierto.


Los sueños fueron un episodio importante en su niñez, recordarlos con sumo detalle le permitieron relatarlos por escrito en sus cuadernos, y era lo primero que hacía al despertar. Sus hermanos se acostumbraron al ver el sol por la rendija, encontrar a Parkus con sus papiros, celosos por el dinero que se gastaba en él con algo tan caro y usado para algo tan inútil como retener una imagen. No es una imagen, le replicaba el menor, es toda una secuencia de imágenes, una historia. No es posible que todos los días sueñes, le reprochaba el mayor. Sï, y varios en una noche, por ello necesito registrarlos. Movido por la curiosidad y enfado, le quitó el papel y quiso leer, mientras Parkus no se inmutó. No se entiende nada, ¿qué es esto? Se quejó mientras se lo tiraba, por no poder identificar los símbolos con los que escribía el niño.


A la noche, iba al acantilado con su madre, y le decía sobre lo que quería soñar, y creaban historias juntos antes de dormir, bajo las estrellas testigos de cariñosos momentos entre ambos. A día siguiente, él le contaba sobre lo ocurrido durante el pernocte, habiendo olvidado ella muchas veces hacia dónde los había guiado la imaginación. Pero es real, le afirmaba Parkus, todo eso es real. Luego comenzó a decirle qué cosas modificó durante el sueño, parte del relato, y le explicaba las razones y los nuevos desenlaces. ¿Cómo puedes modificar durante el sueño al mismo sueño? ¿Tú no puedes, madre? No… los indicios de sus habilidades únicas se iban perfilando, volcándolo hacía la discreción y entender en detalle cómo él lograba ver y hacer cosas que otros no.

Se volvió más cauto. Antes de asumir que otros podían hacer lo mismo que él, observaba en detalle si era posible. Comenzó una nueva etapa de introspección, pero sin dejar de hacer y moverse. Muy motivado por ayudar a otros, ya no permanecía demasiado en su casa con sus escritos y lecturas, y se volcó a atender a su vecindario. Nuevo aprendizaje: no todos estaban dispuestos a recibir dos nuevas manos, el orgullo era más fuerte. Muy bien, a estar atentos a quién sí la solicitaba. Muchas cuestiones meramente físicas, recoger entregas, traer leche, limpiar un establo, cortar madera, llenar el agua. Aún así, él se sentía útil, sentía que estaba completo. Su madre acopiaba elogios de quienes contaban con esas manitos que sin interés alguno, les facilitaba algún aspecto de su vida.


La vida de Parkus estaba llena, plagada de movimiento. El amor prodigado de sus padres, los vaivenes con sus hermanos dentro y lejos de casa, los vecinos que clamaban por su buen concepto, sus escritos, sus lecturas, sus sueños, sus luchas, sus capacidades, sus ocurrencias, su evolución a tan corta edad. Había vivido varias vidas en una, y apenas pasaba los 6 en esta etapa.


Viene un niño, repetía. No, Parkus, nadie viene le decía su madre. Viene un niño, padre. No, Parkus, no sé de qué hablas. Viene un niño, hermanos. No, Parkus, nadie viene.

Sí, viene un niño.


Ya entrada en edad, su madre se sobrecogió al reconocer nuevamente en su vientre, que la vida le otorgaba una oportunidad más. Gran sorpresa para todos, pues Parkus parecía ser la última primavera de la familia, y a pesar de las primeras sensaciones de temor, un hijo o hija es motivo de alegría y dicha.


Viene un niño.

No lo sabemos Parkus, corregía su padre. Contigo no sabíamos hasta nacer, decían los hermanos mayores, a lo que el pequeño se le escapaba el recuerdo de haberlos visto antes de nacer, y con ello, le pedían ahora más detalles, cuando antes se enojaban o lo ignoraban. ¿Eso es lo que quieres, un hermano? Le preguntaba cariñosamente su madre acariciándose la panza que asomaba. Haremos lo posible. Pero sé que lo es, afirmaba el pequeño.

Parkus seguía a su madre y, lógicamente a su nonato, por todos lados, incluso olvidando tareas pendientes con sus vecinos. Hoy no has venido a esquilar, le reprochaba uno. No, ha estado leyendo al vientre, respondía la madre. Hoy no has juntado el estiércol, niño. No, le ha estado contando cuentos de viejas épocas a la panza en un idioma inventado. Hoy no me has explicado sobre las sumas y restas. No, lo ha hecho con el que está dentro mío. Todos se quejaban de falta de labor gratuita de Parkus, que se había ofrecido semanas atrás, y él, fascinado con su hermano por nacer.


Su madre no se había percatado de cómo la ignoraba, pues ella creía que gozaba de la compañía del chiquillo, mas una de las tantas noches donde los tres contemplaban las estrellas en el acantilado, mientras le nombraba cómo había llamado a cada una de las que posaban en el cielo, ella le hizo mención sobre volver al hogar, aunque Parkus estaba ensimismado y seguía enumerando. ¡Parkus, te estoy hablando! Le gritó y tiró una piedra al vacío, dejándolo mudo. Al cabo de unos instantes se escuchó cómo la roca golpeaba el agua del río y el eco producido. El rostro apenado del niño ablandó el corazón de la mujer, dándose cuenta de su exageración, algo que alguna vez él le había marcado y ella, lo desestimó enfurecida.

Era un niño que no se enojaba ni ofendía, por más injusticia que pareciera vivir. Eso lo llevaba a despedirse siempre con alegría, aunque al día siguiente volviera a ver a esa persona. El último recuerdo con su madre fue volviendo del río donde lavaron ropa, y él, retomando sus deberes no obligados para con sus vecinos, había cargado baldes con agua fresca. Rieron de intimidades de madre e hijo que llevan una sana relación, nimiedades que a otro no causarían gracia, y al arribar al hogar, le besó la mano y la panza, causando revuelo entre los otros niños que estaban cerca, pero en su aventón de alegría, llevó el agua al lugar prometido, y escapó a su risco predilecto, para perderse horas y horas en las misteriosas celestiales.

Un golpe desde lo profundo de su pecho le previno sobre que algo andaba mal, muy mal con su madre, pero la había visto hacía poco, ¿a qué podría responder ello? Corrió olvidando sus papeles que en irónica entonación, volaron sin rumbo cayendo por el peñasco, mientras el pequeño se movía como el viento para calmar una sensación horrible. No sudaba al moverse a tal velocidad, pero con cada paso un nuevo surco arrugaba su frente aniñada. Pensamientos alarmistas lo picoteaban, la imaginación le tironeaba de la ropa, la incertidumbre colocaba piedras en sus sandalias. Pero no se detenía.


El grito ahogado del recién nacido clamaba por atención, más que por decir “estoy vivo”. Llevaría el nombre de Virtruvs, hermano de Parkus, ambos nacidos el mismo día, y de los mismos padres.

Pero casi olvidado de su existencia a pesar del rugir de sus nuevos pulmones vociferando por reclamar su lugar entre los hombres, Virtruvs que aún no respondía a ese nombre, quedaba delegado a un segundo lugar en su moisés, mientras todos rodeaban a su difunta madre que en el intercambio equivalente, dio su vida por la de su hijo. Consumida por misterios que la medicina en ese momento desconocía, al llegar Parkus y ver tan espantoso escenario, frunció sus labios y empequeñeció sus ojos, y entre hermanos y padre derrochando manantiales de dolor, la sujetó por su pendulante mano, la frotó en su mejilla, y la besó sabiendo que sería el último. Reparando en los pedidos de su ignorado hermano, se acercó entristecido, pero al verlo…


Un tiempo, todos los tiempos. Ningún tiempo.

El primer nombre, el primer abrazo, las ansias de ayudar, la identificación con lo eterno, el concepto liberado, la impronta de la esencia, el misterio de la existencia, el espíritu encarnado, la amistad jerarquizada, la oportunidad aprovechada, la amplitud de la mente, las tres pruebas de la iniciación.


El cáliz rebosante de sensaciones llevaron a Parkus a no ser Parkus, y quien elevó en sus brazos a Virtruvs, que no era Virtruvs, se conectó a la fuente de la quintaesencia cósmica, y en un envolvente cariño, lo llevó a su pecho, y el recién hecho carne como bebé, calmó sus llantos, al reecontrarse con lo conocido.

Con siete años, la antigua tradición volvió a la vigencia: Parkus sería el encargado de criar al nuevo integrante siendo el último nacido, más aún sin otra posibilidad. El luto dejó una huella inesperada en la familia, y se prolongó más de lo debido, tomando formas enajenadas, que mutarían a pensamientos de mala vibra. Hijos de otras etapas, volvieron al hogar para despedir a quien en su vientre, los albergara cual semilla hasta eclosionar, y con desdén miraban al que culparon por dejarlos sin madre, y como si supiera que era víctima de esa injusticia, lloraba y lloraba sin consuelo. Solo Vigilum en lágrimas de comprensión, alzó a su más pequeño hermano y calmaba su pesar, mientras Parkus era beneficiado por un poco de ayuda de su mentor en la lectura.


Esa fue su característica más notable, era un bebé que no lograba controlar sus llantos, algo que en la impaciencia de su familia, sumaba puntos para ganarse su desprecio. No solo mató a nuestra madre, sino que no nos permite dormir por las noches, se quejaban. El padre, desolado y tapado de una capa de tristeza, en vez de mover su autoridad en pos de encauzar la armonía, optó por el aislamiento y la indiferencia, conducta que levantó la barrera para que la queja y la crítica nublaran el ambiente.

No le fue fácil a Parkus hallarle un pecho sustituto a su hermanito, pero una vecina lo acogió como propio, mientras a su vez alimentaba a su propio hijo. El joven de siete años se frustraba al ver que el bebé rechazaba el pezón prestado, y pataleaba paradójicamente de hambre. La mujer, a pesar de no ser la madre, le tenía paciencia, pero nuevamente, no era su madre. Al tiempo, como si fuese a propósito, le comenzó a pegar al otro bebé compañero de lactancia, que sin importar que era unos meses más grande, lloraba y lloraban juntos, volviendo un calvario el momento de comer. Parkus extrañaba a su madre.


La ciudad los reconocía por doquier, a esos dos pobres hermanos que caminaba uno cargando al otro de aquí para allí. No estaban solos, no les faltaba un hogar ni alimentos, les faltaba otra cosa. Ninguno de sus otros hermanos convivientes quiso auxiliar a Parkus, a pesar de verlo sin un momento libre, y su padre creía que no podía perder nada más, y con esa postura, les soltó la mano a sus dos más pequeños, no por no ayudar al niño, sino por desprecio y rencor al bebé. ¡¿Qué culpa tenía?! No la hacía fácil el pequeño Virtruvs, con su llanto y su rostro arrugado que aparentaba no de unos meses de vida, sino de un anciano aburrido. Algunas mujeres conmovidas por la ternura de verlos caminando se acercaban a acariciarlo, hasta que veían a un bebé que con su mirada parecía juzgarlas con enojo.

Sí, era su labor más importante, y no tenía otras mayores que hacer, pero quedaba agotadísimo. Parkus se conoció más a sí mismo con el transcurso de la experiencia. Cuando comenzó a comer sólidos, Virtruvs los escupía y tiraba al suelo. Enojado, su hermano le gritaba y levantaba la mugre. Cuando comenzó a gatear, iba a lugares que no correspondían, y frecuentemente se golpeaba y lloraba. Enojado, le reprendía sobre cuántas veces le había dicho que no fuera para allí. Cuando caminó, también aprendió a mover rápido la mano, y le divertían las expresiones de molestía de otros al ser golpeados. Enojado, repetía una y otra vez que no se debía pegar. Virtruvs absorbía el poder del vocablo NO.


Su primera palabra fue algo parecido a Patus, llamando a su única salvación y quien toda su corta vida lo acompañaba. Parkus se emocionó profundamente, más recordó a su madre, pero no se atrevió a llorar. Lo abrazó con amor, pero el otro seguía haciéndola difícil sin quererlo, y pataleó en rechazo. Intelectualmente, su progreso fue admirable, en el acopio de palabras y frases claramente armadas antes de los dos años, e incluso la manipulación que empleaba con otros para conseguir lo que quería.

Pasó, eran etapas, y como ser humano, Parkus creció. Virtruvs seguía siendo quisquilloso con los alimentos, ahora podía decir con todas las letras “NO QUIERO COMER ESO, ES FEO”. Pero sin enojo, su hermano le disimulaba como si un caballo llegara corriendo, y el corral era la boca, ¡hay que abrir la boca! Aaaam… y comía jugando. Virtruvs seguía yendo a lugares que no debía ahora que caminaba, y tocaba todo y lo cambiaba de lugar. Sin enojo, su hermano lo distraía invitándolo a jugar a lugares amplios. Ante la frustración más insignificante, Virtruvs pateaba el piso o a quien estuviera cerca. Sin enojo, su hermano le recordaba que las manos le había sido otorgadas para hacer el bien, para construir, para ayudar, y le enlazaba los dedos con los suyos, y le mostraba cómo estaban unidos en el afecto. La paciencia y la capacidad de pensar alternativas, iban adoptando formas virtuosas en Parkus. Sabía aprovechar las experiencias.


No volvió a su acantilado predilecto. El tiempo dedicado a su hermanito lo consumió, y un pensamiento recóndito lo alejaba de allí por ser un lugar especial con su madre. Aun así, le hablaba continuamente a Virtruvs de ella, y el niño lo miraba sin emitir palabra cuando lo hacía. En ese momento, ni se conocía lo que era una radio, ni se habían descubierto las ondas, y mucho menos, se iniciaba la profesión de locutor, pero qué buen candidato hubiese sido ese pequeño con su voz y su capacidad para armar oraciones casi sin respirar: relataba todo, su lengua se articulaba con sapiencia, y para apaciguar un poco el ambiente, Parkus empleaba el recurso de recordar a su madre, y era allí cuando se silenciaba. No sabía si era porque escuchaba con atención, o era otro factor, pero lo miraba fijamente mientras él le contaba de sus largos cabellos, de la calidez de sus manos, de la delicadeza al hablarle, del interés por todos, de saber dar un abrazo cuando se necesitaba, de nunca insistir en exceso. Virtruvs desconocía ese amor y silenciaba.

Apilaba unas maderas dándole forma de casa, para más tarde sumar el barro y arcilla en sus construcciones. Parecía una diversión de Virtruvs, pero Parkus sorprendía la cara del niño sabiendo que era algo más. ¿Qué recuerdas, pequeño hermano? Yo era un gran constructor, le decía con casi cuatro años, hice enormes edificios. Parkus, adelantado en la prudencia y discreción, lo alentaba acercándole más materiales.


¿Quieres ayudar a otros? Lo incitó otra vez, Parkus, a lo que el menor, con su particular rostro enojado, dijo que sí, pero respondiendo a lo más íntimo de su ser. Retomó entonces sus servicios a los vecinos, ahora acompañado de su hermanito, y fue una oportunidad para enseñarle muchas cosas. De algunas tareas se quejaba, que el olor del estiercol, que la suciedad de los porcinos, que la lejanía de algunas casas, que se cansaba. Parkus le remarcaba siempre el beneficio de hacer el bien y su repercusión interna, algo que Virtruvs reconocía, pero también veía lo otro.


Lucha, no dejes de luchar.


Ecos de otros tiempos hacían en el pequeño esas palabras, que no las captaba en su inteligencia, más sí las sentía y serenaban sus impulsos. ¿Qué implica esa afirmación, Patus? A pesar de tener una excelente pronunciación, amorosamente lo llamaba así. Pero no podía darle mayor explicación, dependía de él darle la profundidad adecuada.


Lo que más divertía al niño, era ir por agua fresca al arroyuelo, aunque se perdía en otros propósitos menores. Cazar ranas era lo más estimulante para su estado interno, y era de las pocas veces en que Parkus lo sorprendía con una sonrisa. Rápidamente comenzó a abrirlas y a hacer sus experimentos. ¿Qué recuerdas, Virtruvs? Que ya lo he hecho, sus órganos me ayudan a comprender el cuerpo del hombre. Y sí, cada vez que había un herido, el curioso iba e intentaba atenderlo. ¡Quítate niño! Le gritaban los adultos, y fácilmente lloriqueaba y, cruzado de brazos, fruncía su rostro todavía más en enojo.

El pueblo quedó boquiabierto cuando el confinado, con apenas 6 años y ningún delito real en su haber, diseñó un tubo que en su interior hacía girar un gran tornillo y permitía transportar agua de manera ascendente. ¡El tiempo y esfuerzo que se ahorrarían tantos que estaban alejados del río! Fue su primer vitoreo público, y fue un lienzo para su vanidad. Parkus buscaba una victoria para su hermano, y que no fuese tan apartado de los afectos de los lugareños, por lo que dejó que se llevara todo el crédito, si bien la idea fue de Virtruvs, se requirieron 4 manos para su ejecución.


¿Qué recuerdas, pequeño hermano?


Cada vez más, Patus, cada vez más.


Alejado del poblado, construyeron una pequeña recámara subterránea donde golpeaban las paredes para lograr la vibración adecuada, y ambos se sumergían en profundas meditaciones, perdiéndose en horas y horas de conexión con otros planos.


¿Qué recuerdas, pequeño hermano?


Te recuerdo a tí, pero no con este nombre.


En comparación con Parkus, la fascinación por las estrellas llegó más tarde a Virtruvs. El mayor vio a su hermano una vez en el medio del campo arriba de un caballo inmóvil en la oscuridad del sol ausente, y su cabeza estaba separada del resto, pues se encontraba sumergida en el arrecife de corales celestiales. Se acercó lentamente a él, y sin mirarlo, el pequeño sabía quién era, y le dijo si sabía por qué había tantas. Ya adolescente, Parkus sonrió y entendiendo que ya era hora para ambos, lo guió hacia el acantilado. Aquí se siente una energía especial, tú has estado en este lugar, le dijo Virtruvs con intriga. Sí, durante años he pasado noches enteras contemplando las estrellas. Le mostró su bitácora y clasificación, y el más joven lo leía con atención, encantado por los dibujos y los escritos.


Cuando comencé a escribir sobre ello, nadie podía entenderlo, incluso Vigilum desconocía el lenguaje, le comentaba a Virtruvs, pero tú lo has entendido a la perfección. De respuestas menos simpáticas y más directas, el menor le dijo que sí, entendía, y sabía que era otro idioma. Se sentó a mirar el cielo en silencio con las papeles en su regazo, como si verificara lo que el hermano había consignado, pero Parkus interrumpió con delicadeza, casi susurrando, alegando que era un lugar predilecto donde transcurrió gran parte de su vida con su madre. Virtruvs lo miró con esa cara que se volvía difícil de descifrar, ora atención profunda, ora desprecio, y el no emitir sonido complicaba más el ambiente. Al cabo de un prolongado lapso de labios cerrados, le hizo una de sus mayores confesiones. Recuerdo haber elegido, hermano, recuerdo haber elegido a esta familia; no sé cómo sucedió, pero es la sensación que me acompaña desde siempre, de tener la decisión en mi poder, y entre todas las posibilidades, sentir que debía nacer entre ustedes, que mi deber estaba aquí, embebido de las perspectivas que me ofrecían estos individuos. Enojado, miró al cielo y continuó sin mover sus ojos. Y ella me abandona, se ha ido… y yo aquí entre hermanos que no me quieren y un padre que me ignora como si no existiera.


Acongojado, Parkus le colocó su mano en el hombro sin permitirse que una sola lágrima escapase de sí, y le transmitió lo que representaba todo su amor, que sin importar que el mandato fuese cuidarlo por ser el último hermano, no lo hacía como una obligación más que con el cariño que le guardaba y la valoración del vínculo que los unía, y que cerca suyo, recordaba cada vez más y más cuestiones de otros tiempos y eras, algo exclusivo de ellos y de nadie más. La gran lucha de Virtruvs sería valorar lo que tuviese por sobre lo que le faltase, no estimar más la cantidad por sobre la calidad.


Casi abusando de las palabras de su hermano mayor, poniéndolas a prueba de continuo porque sabía que eran del todo ciertas, la relación entre ellos fue tornándose como un empujar y aguantar. Exquisito en sus observaciones y agudo en su inteligencia, Virtruvs llevaba al límite la paciencia de todos sus conocidos, marcándoles sus flaquezas y sin reconocer sus fortalezas, lo cual confundía sobremanera a quienes eran ayudados por el joven. No entiendo su actitud, hablaban entre los vecinos, me trae agua fresca pero me dice que no tengo voluntad; a mí me ha ayudado con la salud de mi hijo, y me culpa a mí por indolente frente a la higiene; lo mío ha sido peor, me ha llamado egoísta porque, luego de ordeñar mis vacas, me acusó de no darle a los peones algo de beber: ¡son mis vacas! Era común ver a Parkus detrás de los malos entendidos, aclarando las observaciones de su hermano, ya que casi nadie lo tomaba como un acierto para mejorar sus calidades humanas. Claro, que las observara otro, no implicaba que el observado las viera, y mucho menos, sabría cómo transformarlas en un crecimiento personal.

Yo también transité una etapa de gran claridad mental, le instruía Parkus buscando encausar las energías de Virtruvs, poniendo en evidencia los agentes que mueven la voluntad de las personas y les decía cuáles las estaban acosando en esos momentos, pero mi querido, casi nadie o nadie puede verlos, y al estar invisibles a su entendimiento, son inexistentes y lo consideran un agravio a su concepto; he ahí por qué debemos ser discretos. El otro, tan directo y seco, entendía el punto de vista, pero alegaba que alguien debía mostrárselos eventualmente, era un deber moral, se justificaba. Pero la realidad le hablaba, y cada vez más vecinos procuraban no tenerlo tan cerca.


Sus hermanos acostumbraron a ignorarlo, o le pedían las cosas de mala forma como si les debiera algo. Parkus buscaba disrumpir esa mecánica siempre integrándolo o hablando virtudes de Virtruvs, pero al ser menos discreto que su guardián, el más pequeño de todos quedaba maldecido por revelar secretos de la creación que otros no estaban preparados para oír o ver, y las burlas fueron cada vez más agresivas, porque parecía hablar de cuestiones irreales. Parkus le decía en privado que midiera sus palabras, el amor que le tenía le permitía darle amplias explicaciones y ya sin enojarse por sus desviaciones, pero siempre abusaba de su confianza, porque sabía que siendo papá sustituto, su sentimiento era incondicional.


Su padre fue viendo la casa vaciarse a medida que otros formaban sus familias, y algo de culpa lo llevó a retomar el vínculo con su olvidado hijo. Pero de tiempos ancestrales, el rencor de Virtruvs lo endureció e imaginando el escenario miles de veces en su mente, al momento de presentarse como real, el hijo le mostró la frialdad correspondida a tantos años de vivir exiliado del corazón de su padre. Parkus intervino para apaciguar el pleito, pero al ver que Virtruvs le decía que se arrepentía de haber elegido ser su hijo y de su esposa muerta, sin entender la profundidad de las palabras pero sentir la intencionalidad de dolor, hubo un punto de inflexión en su relación.


Virtruvs se marchó de la casa siendo menor en edad de lo que correspondía. Matis, amigo suyo que creía ciegamente en todo lo que él le decía, lo albergó en su hogar contando con una familia poco numerosa. Muy dolido, Parkus incurrió en innumerables intentos para acceder al corazón de ambos y lograr una conciliación, algo que pasada una cosecha, su padre accedió con sus reparos, pero no hubo forma de convencer a Virtruvs, una parte se había petrificado en él y no quería retornar. Debemos buscar la unión, no la división, le reprochaba Parkus, pero el hermano tenía confianza en sí mismo sobre lo que conocía, y consideraba no necesitar más de sus progenitores.

A diario iba a visitar Parkus; el otro, no quería ni pasar cerca de su casa de origen. Pronto se dio cuenta que Matis no era buena compañía, tendía al halago y a la credulidad, lo que iban forjando un carácter más autoritario en Virtruvs, porque les hablaba de misterios que había descifrado de la vida del espíritu que atraían al que estaba medianamente despierto, pero con la tendencia a aceptar todo sin depuración alguna. La familia de Matis elogiaba a su recién llegado, y lo divinizaron por su encumbrado saber, tornando más difícil que volviera a su familia original que de por sí lo ignoraba. Pasado el tiempo, fue más fácil soltar la lengua en temas delicados: no tenía la fortaleza para dejar de darles por demás para mantener su imagen mistificada.


Varias noches tuvieron su punto de reunión en el acantilado, contemplaban las estrellas en silencio, y por momentos alguno soltaba una reflexión, pero en el callar de las almas, se reencontraban los espíritus, y recuerdos y recuerdos afloraban sin cesar. Alguna anécdota graciosa de antaño, algún detalle minucioso, alguna corrección de situaciones ayudaba a completar la imagen que cada uno tenía de su pasado, pero lo que más detuvo su atención, fue cómo era tras era, la humanidad quedaba atascada en los mismos pensamientos, en las mismas conductas, no lograba un avance ni un resurgir del espíritu. La evidencia estaba en que ellos dos, en todo su poblado, no encontraban alguien más con quien compartir tan colosales secretos. Nadie parecía saber lo que ellos sabían.


¿Qué tal si es sólo en esta ciudad? ¿Qué tal si hallamos en otras ciudades con quienes compartir estos diálogos? Podríamos ampliar más nuestro bagaje de memorias y observaciones, precisar más en lo que anhelamos compartir y hacer el bien con nuestro saber.


Dos posiciones marcadamente distantes se fueron perfilando de allí en más, al encontrarse solos en cuanto a qué hacer con los conocimientos que tenían, dos posiciones que le darían el rumbo a la humanidad durante milenios.


Parkus tenía la esperanza de encontrar a un espíritu superior que lo orientara en su conducta, y ubicarse para seguir aprendiendo, pues consideraba que su saber estaba limitado y no era suficiente como para moverse solo.

Virtruvs tenía la esperanza de no encontrar a nadie más, considerándose que era superior a todos, pues apreciaba que su saber ya había sido puesto a prueba al no cruzarse con nadie que supiera más que lo que sabía, excepto su hermano mayor.


Accedieron ambos a disponerse a recorrer las lejanías de su pueblo oriundo, aunque Parkus también tenía el propósito oculto de estar más tiempo con su hermano y ablandarle el corazón. Pero primero uno con fiebre, otro con diarrea, otro muerto, otro muerto, otro muerto… una nueva peste los obligó a permanecer aislados sin saber qué hacer, cualquiera podría ser el siguiente. Virtruvs le propuso alejarse, realizar el viaje pues nada más oportuno que escapar de ese mal, pero Parkus se negó escuchando los reclamos de los sentimientos hacia su familia y amigos. Y perdió a muchos, a muchos.


No había comunicación con otros, y no se podía saber qué ocurría más allá de la casa de al lado. A alguien se le ocurrió hacer una X con sangre de cordero a los lugares ya infectados, como señal de advertencia para no acercarse, y de a poco la sangre recorría toda la ciudad. El pavor invadió rápidamente, la muerte acechaba sin llamar, y suplicar por la vida nunca tomó formas tan diversas, y mientras una familia dedicara sus plegarias a tal o cual figura, generaba el efecto de ser copiada, puesto que podría ser que gracias a eso se fueran salvando. Cuando la sangre de cordero se dibujaba en esa puerta, rápidamente se cambiaba de súplica.


Harto de estar encerrado, Virtruvs con su aire de superioridad comenzó a recorrer las calles. El vacío de semejantes lugares antes poblados, deprimían el ánimo de cualquiera, pero él mantenía su mente alerta, como si su libertad física no tuviera condenas posibles. Al cabo de unas cuadras, comenzó a ver a los cadáveres apilados y abandonados, cubiertos de insectos y descartados esperando no dispersar su suerte a otros. De a poco, emergían nuevos recuerdos de episodios repetidos tal como en ese momento, algunos destellos de imágenes de estar dentro de una bucle cíclico, de no aprender sobre sus errores, del desprecio hacia la vida y pensar sólo en momentos de apremio sin prever sobre sucesos que vuelven a ocurrir, de valorar la propia integridad física sacrificando los designios éticos, de sufrir y sufrir sin esperar más a que todo termine dejando cero aprendizaje, cero conciencia. Tuvo que sentarse a llorar al rememorar ese acto, aún no tenía la capacidad de acceder al estante mental y recoger a su antojo lo que allí hubiese, la experiencia material todavía tenía mayor injerencia que la de su interior. Si no hubiese salido, no hubiese entrado en contacto con esa porción de su existencia.

Tan fuerte lo sacudió eso vivido, que al llegar a la casa de Matis y su familia, en vez de ostentar cuánto se había ampliado su talento, permaneció en silencio, y poco a poco, brotó gratitud hacia Parkus. Otros días salió a caminar, le daba vueltas al asunto, y se decidió ir por primera vez a visitarlo luego de semanas sin verse. Al llegar, su familia lo abucheó porque podría contagiarlos y no estaba cumpliendo el aislamiento, pero Parkus percibió el estado especial en el que se encontraba, y escuchando el sentir, como usual, salió de su hogar para verlo. Ven, lo invitó Virtruvs, y caminaron entre el cementerio móvil que era la ciudad. La cara del mayor se estremeció al ver a sus vecinos y amigos desplomados en las calles, pero no se permitió soltar su pena. Su hermano menor lo observaba, dándole espacio para aclimatarse, y luego le afirmó que eso ya lo habían vivido.


¿Qué recuerdas, hermano?


El temor ante lo desconocido, ante no saber quién será el siguiente, la desesperación a la que lleva, el arrebato al cual es movido el hombre luego de verse en esas situaciones que no sabe controlar, la perversión incurrida con tal de sobrevivir. Y te recuerdo a tí, hermano, pero no eras mi hermano, y aún así, fuiste de lo más generoso conmigo.


Juntos dialogaron de esos fragmentos del pasado, y a la voz de “me has salvado”, Virtruvs lloraba con un rostro endurecido, mientras que Parkus, tan emocionado como era posible, sostenía en brazos a su hermano, en una congoja que se enlazaba a una paciencia discreta.

Entre los dos, comenzaron a señalar las casas donde ellos llevaban el agua, y descubrieron un patrón, que esos lugares habían sido donde iniciaron los enfermos, que se fueron propagando a otros hogares. No estaban del todo seguros, pero tomados por esa curiosidad, empezaron a ver que era una posibilidad, y dejaron de lado sus emociones para dar lugar a sus razones, y corrieron para verificar sus suposiciones. Algunos le gritaban que se fueran, o que eran incumplidores, pero rápidamente esa mente fue acompañada por el sentir, que les indicaba que sí, podían estar en lo correcto.

Se organizaron para dar a conocer lo que sabían, que dejaran de recoger agua de ese río, que podría estar contaminado y ser la causa de la plaga, que fueran al del otro lado de la ciudad o usaran sus reservas. No, están equivocados, queda muy lejos, ¿cómo el agua va a estar mal? De todo tipo de argumentos usaron sus oyentes, pero algunos atendieron la advertencia, más por temor, y esos fueron los que quedaban vivos después de que los otros siguieran recogiendo agua sucia. De a poco, la peste se iba.


De allí nació en la ciudad enterrar los desechos lejos, y no liberarlos al río, pues el olor tan fuerte del agua hizo que lo sospecharan. Nuevamente, no todos accedieron, y peor aún, culparon a Virtruvs y a Parkus por ser ellos de los principales que les ayudaban a llevar agua a sus hogares. Buscaban castigar más que a nadie a Virtruvs, pero el buen concepto de Parkus y la sensatez de otros que sobrevivieron, terminaron por salvarlos, aunque semejante acusación dejó heridas, principalmente en el menor.


No podía quitarse el enojo. Una noche en el acantilado, no miraron una sola estrella, sino que Parkus estuvo todo el encuentro tratando de apaciguar sus ánimos, pero seguía descarriado aludiendo a los inventos de los acusadores que alegaban que ellos habían contaminado el agua. Entre resoplidos y quejas, ambos lo sintieron, y se callaron al mismo tiempo. Algo le había pasado a Vigilum.


Corrieron a la casa del hermano mayor, y su esposa les informó que acababa de fallecer, una de las últimas víctimas de la peste. Era el único familiar, además de Parkus, al cual Virtruvs le tenía afecto, y su fallecimiento lo destrozó en más de una manera. Parkus recordó todo lo que Vigilum le había enseñado, sabía leer y escribir por él, le había compartido sus escritos antes que a nadie, y confiaba como ninguno. Lo enterró él mismo en las afueras, parecía que cada palada de tierra lo acercaba a un lagrimeo, pero no, según su mirada, no perdía de foco su propósito. Vida y muerte, eran algo circunstanciales.


Pero no fue así para el menor. Virtruvs entró en un ausentismo lógico, que el pánico llevó a trastocarle la razón. Sus ojos se volvieron más grandes, saliendo casi de sus órbitas, y la respiración no le alcanzaba para oxigenar su cuerpo, como si en vez de aire estuviese bajo líquido. ¡Yo también voy a morir! ¡A mí también me tocará, en una peste, de viejo, por caer de un precipicio, pero yo también he de morir algún día!

El temor que experimentaba su pequeño hermano, lo sorprendió. Parkus suponía que aquel iba a ir recordando más, y se ubicaría diferente con esta sensación, de exclusividad del ser humano que, estando en un día de sol, se imagina la peor de las torrenciales tormentas. Lo había visto en otros, cuyos conocimientos sobre la creación universal era mínimo, lo vio en personas a punto de morir, lo vio en sus hermanos, pero no lo esperaba de alguien que tuviera conocimientos similares a los suyos. ¡¿Y qué haremos en la siguiente vida?! Le repetía preocupado. ¡¿Qué es lo que haré?!


Seguiremos luchando.


No se consolaba con la respuesta, no saciaba su ímpetu de caer en la desesperación y desasosiego, y se perdía lo que estaba viviendo en ese momento. Mantenía su preocupación por lo que haría en un futuro, en otra vida, si tal vez ésta no sería la última, si sus errores lo perseguirían por siempre, cuál era su propósito si todo acabaría… cansado y sin recursos, Parkus le propuso retomar la idea de viajar, y sabía cuál sería el destino.


Necesitó crear una enorme distracción para esa mente atiborrada de preocupaciones, y se embarcaron a una travesía inigualable. Jugando con su ansiedad para redirigirla, Parkus no le quería mencionar a dónde irían, y tras insistir y sin darse cuenta al cambiar el temor por otros pensamientos, Virtruvs comenzó a disfrutar la cabalgata, mientras dialogaban a la luz del sol, y contemplaban las estrellas en su ausencia. Todo se volvió muy alegre para los hermanos, y el corazón de Parkus desbordaba de felicidad conforme el de Virtruvs asomaba tímidamente. Pasaban por ciudades, comerciaban, reían, aprendían nuevas palabras, se divertían con los personajes que se topaban, disfrutaban del nomadismo que tanto había marcado a sus ancestros y enriquecían su acervo de saber. Pero nadie parecía saber lo que ellos.


Después de casi 800km de recorrido, frenando a descansar e indagar en las ciudades sobre otros con las capacidades de ellos dos, llegaron a la gran civilización poseedora de los arcanos ancestrales que fue cuna de sus experiencias. Virtruvs estaba exaltadísimo al encontrarse con las energías que antaño habían sido los cimientos de su niñez y juventud, se arrodilló y las gotas de sus ojos fueron evaporadas al caer en la arena incandescente. Parkus, estaba aliviado porque era su primera vez emprendiendo ese trayecto, y habían arribado sin inconvenientes. La odisea no concluía.


Avanzando en la ciudad, se destrababan recuerdos de viejas épocas, antiguas costumbres y detalles que hacían a la intimidad más profunda de esos hermanos. Pero también, el ver las edificaciones en ruinas y a los actuales habitantes en estado continuo de alerta, les producía contradicciones en sus emociones, el derrocamiento de una cultura tan excelsa y llegar al punto de su decadencia, obligaba a tomar reparos.

No necesitaron mucha guía, sabían exactamente dónde se encontraba. Al llegar, quedaron estupefactos por tiempo ilimitado. La pirámide estaba frente a ellos.


Aluviones de imágenes muy difíciles de lidiar al unísono, invadieron sus mentes al entrar en contacto con tan magnífica creación, su creación. Virtruvs no podía dejar de llorar, no le alcanzaba el entendimiento para controlar lo que estaba experimentando, estaba a un segundo de desmayarse, le temblaban las piernas, las manos, no podía cerrar la boca… y por un momento se le permitió verse a sí mismo desde afuera.

Quiero dejar un momento para sostener el recuerdo de la importancia de semejante movimiento y las implicancias para ambos hermanos. Sin duda, lo que dialogaron y se comentaron entre ellos, queda reservado a la discreción e intimidad, pero la mayor felicidad de Parkus estaba dada no en lo que pudo recordar, sino en el logro de su joven acompañante triunfando sobre la muerte y sobreponiéndose al temor. El concepto de lucha se iba perfilando en su pura esencia.


Detalles en lo deteriorada que se encontraba y la tergiversación de su uso respecto al cual originalmente había sido construída, los hicieron demorar en la entrada, pero al intentarlo, dos guardias con lanzas los interceptaron y se los llevaron como presos por violar tierra sagrada. No sentían temor, sino enojo por privarlos de su libertad y al enfrentar dificultades para comunicarse, los hermanos a pesar de entender todo, complicaron el diálogo viendo que tenían más a su favor la ventaja de comprenderlos a ellos y no al revés. Se miraban cómplices remarcando su acento para denotar ser extranjeros, y en la confusión de los que los aprisionaban, hasta casi sonreían por la aventura.


Los llevaron de aquí para allí, añorando que algún superior supiera qué hacer, pero nada. La incapacidad generaba vacilación, no había daño, y al haber incomprensión, había confusión. Algo parecido a un general tuvo la idea de llevarlos frente a la reina, y adentrándose a un palacio inmenso, Virtruvs sintió la marca de su sangre recorriendo el ambiente del lugar. Luego de ridículos rituales de anunciación y reverencias, dieron con una mujer joven de rasgos duros y mirada penetrante, que sin ser del todo bella, su indiferencia atraía para clamar por su atención. Cargaba por nombre KeosFata, y cuando los tuvo cerca, su mirada se posó sobre el más joven de ellos, sin entender el porqué de su magnética presencia, para lo que Virtruvs, con mayor amplitud, hizo abuso de sus encantos para poder escabullirse de allí con las ropas intactas.


En un diálogo donde la reina era la oveja, el lobo la fue guiando con astucia iniciando por contarle que sabía algunas cosas sobre su abuelo de tres generaciones previas, por parte de su madre. Más que intrigada, violentada por la curiosidad, no daba crédito a que su secreto tan bien guardado sea pronunciado por unos extraños de otras tierras, pero cuando el joven hermano le tomó la mano para besarla, inmovilizando cada fibra de la estupefacta soberana, su propio espíritu le obligó a doblegarse frente a la inmanencia de la presencia de algo superior a ella. Su corona de ramas se quebraba frente al conocimiento real.


Los sirvientes y guardianes de la faraona no podían admitir la facilidad con la que esos dos forasteros accedieron a la amabilidad y respeto por parte de ella. No solamente fueron atendidos con las mejores disposiciones, sino que con suma frecuencia quedaban solos con la delicada soberana para dialogar sobre quién sabía qué intimidades. Semanas estuvieron allí los sabios hermanos, su visita favorita era a los interiores de la pirámide construída por Im-tep, de la que se reían al escuchar los relatos anecdóticos de lo que los residentes actuales suponían había ocurrido siglos atrás. Conocieron secretos de las dinastías, y les fue revelada la Piedra Multiglottus de Menphy, a la cual Parkus le hizo algunas modificaciones pero fue difícil, la consideraban un monumento de alta jerarquía y un logro astronómico, por lo que admitir fallas en su redacción era casi inadmisible. No hay problemas, se decían los hermanos, ¿quién va a aceptar tal cual lo que aquí está escrito? Además, es un lenguaje universal, fácil de comprender.


Perdieron la cuenta respecto a cuántas veces fueron hostigados por invasores extranjeros que atacaban en pequeños grupos, donde la guardia real recluía a la reina para su protección, y el caos se apoderaba de las calles. Algunos soldados hicieron evidente su desagrado en relación a la decisión de KeosFata sobre intimar con el enemigo con fines de paz, pues el general Juls Cisa si bien era de porte guerrero y parecía justo, no dejaba de ser un foráneo a las culturas tradicionalistas. La tensión social y la guerrilla continua, hicieron que los hermanos dieran por cerrada su visita a las semanas de arribar, exiliándose con un grupo de comerciantes y pobladores que daban por concluída su paz y felicidad en esas tierras.


Marchando en caravana, aprovecharon Parkus y Virtruvs a unirse a los emigrantes, ofreciéndoles su hogar como alternativa, pero algunos aceptaron, otros, en plena rebeldía y resentimiento por ser forzados a partir, quisieron tener la libertad de elección de destino. Aún así, el numeroso grupo se movilizaba armonioso, como si la vida misma fuera el viaje en sí, y por las noches se reunían a la luz del fuego y los ojos brillantes por las estrellas que testigos eran de la existencia de un soplo vital, la alegría de vincularse a otras almas plagaba el firmamento con un grito de permanencia.


No dejaban de enseñar. ¡Cómo costaba aprender a escribir! Pero al cabo de dos días, ya no había uno solo de los viajeros que no supiese escribir su nombre, su identidad, su firma, su yo, quién era, cómo la vibración del sonido que lo hacía él se plasmaba en el cuerpo de las palabras en tinta, algo que un soplido no podría apagar, era imborrable. Parkus era mucho más paciente, y corregía con afecto, y aunque Virtruvs era más directo y tosco, se evidenciaba la intención de ayudar, y qué felicidad tenían todos cuando por sí mismos lograban garabatear sus insignias. Corrían a contarse entre ellos que ya podían escribir, sólo su nombre, pero para ellos, ya eran capaces.

Uno de los adultos con dificultad, pudo recién a la noche escribir su nombre entero. Claro, Sosigeniostenes no era ni corto ni sencillo, y maldijo a sus padres por elegir algo tan complicado, pero pudo, y levantó en alto su papel en señal de victoria, mientras todos espontáneamente golpeaban el piso para vitorear y reír. Pero Parkus hizo algo que no entendieron al principio, y le pidió su trozo de papel, y lo tiró al fuego, volando cenizas y humo espeso, que hicieron gritar a Sosigeniostenes en desesperación. Sin decir muchas palabras, Parkus se tocaba con el índice, la cabeza, alegando que, si bien el papel se había prendido fuego, él seguía llamándose Sosigeniostenes, y si estaba en su mente, podía ser reproducido. Inspirando valentía, le acercó un nuevo trozo de papel y tinta, a lo que el hombre volcó nuevamente su palabra sin errores, y con una nueva sonrisa, elevó otra vez el papel y gritó con más fuerza por haberlo logrado, por sentirse útil. Uniéndose a la alegría, los demás lo imitaron, y con suma confianza, tiraron sus papeles al fuego, sabiendo que el secreto estaba en la mente, y danzaron y danzaron alrededor de la fogata.


Hermano, le dijo a Virtruvs, de a poco van viendo algunas cosas, y debemos encontrar el modo de enseñarlo, ya que observo que nadie conoce esos misterios. Como por ejemplo, las palabras tienen tres fuerzas: la que se dice, la que está escrita, y la que queda en la mente. Pero la más importante es la de la mente, es el origen, es la que permite que las otras existan, la que no se borra, y la que se reproduce con fidelidad y no se gasta. La palabra hablada se gasta poco, necesita de aire, de energía física, de músculos; la palabra escrita es la que más cosas requiere, la que es más volátil, la más difícil de aprender, la que tiene más errores, la que se confunde, la que puede ser distinta según la era, al igual que la oral, pero la de la mente… a pesar de las eras puede adaptarse y modificar a las otras dos. Virtruvs en acople reflexivo, le dijo que entendía, que en la mente estaba el concepto, estaba el punto de partida, y que allí era donde residía el problema del hombre actual, al estar trabado el concepto, estaba trabado en todo.

Uno de los vendedores de arcilla se acercó a Parkus con su hija pidiéndole que le enseñara todo lo que sabía, a ella. Estaban ambos hermanos allí, pero sólo se dirigió al mayor, y cuando la joven se quitó el velo, la belleza desplegada en tan tierna edad, hizo que los dos enmudecieran por un instante. Más allá de la atracción física, aceptó entendiendo las condiciones del padre, que quería un mundo mejor para su única progenie. Los pensamientos de Parkus no se acomodaron tan rápido en la presencia de Prusia, su nueva aprendiz, pues su corazón golpeó el tambor que los espantó cual pájaros distraídos.


Por un tiempo, Virtruvs estuvo tan celoso, que la incomodidad de estar los tres reunidos era evidente, sentía que él podría ser igual de bueno instruyendo como su hermano, pero el reclamo de otros miembros de la caravana por aprender a escribir más, lo hizo entrar en razón a la fuerza, y se dedicó a los demás, a la par de Parkus, aunque éste estuviera absorto con Prusia. Algunos se contentaban con sólo saber su nombre, otros querían aprender el de toda su familia, incluso algunos pedían papiros para leerlos y reproducirlos. Prusia no.


La discreción y prudencia eran su espada y escudo. Cada tarea que Parkus le encomendaba, ella la cumplía sin que le repitiera la consigna, y en breve tiempo la llevaba a cabo, a veces, con una sonrisa con tintes pícaros sabiendo que lo había hecho perfecto. Le daba otra, con algún ítem más complejo. La resolvía. Otra más, algo que no le había enseñado antes. Ningún problema. La inteligencia de Prusia iba avanzando sobre el corazón de Parkus paso a paso.


Una de las noches, Virtruvs le reclamó a su hermano que se habían desviado demasiado del rumbo a su hogar, y que era sensato retomar la vuelta. Estaba tan feliz Parkus, que hizo caso omiso al pensamiento de celosía de su hermanito, y con una sonrisa, le dijo que sí, si a él le parecía, podían volver a su hogar si consideraba que estaba dado por satisfecho su odisea por conocer el mundo y hallar otras mentes despiertas. Pero el no dejar de sonreír y ser tan simpático chocaron con lo que el menor esperaba, esa negativa para reclamar por apreciarse abandonado por una mujer, y no ser el foco de atención. Pero se ablandó su corazón, y se inclinó frente al regocijo de su afecto, y le preguntó por Prusia y lo que sentía por ella. ¿Lo que siento por ella? Lo que siento, mi querido hermano, es que podría ser feliz si estuviera con ella. ¡¿Qué podría decir Virtruvs que no respondiera a una parte virtuosa de sí?! Le dio la mano, y luego, un abrazo. No hacía falta decir nada.

Volvieron a sus tierras, ya no eran dos, era una familia completa. Parkus junto a su nueva compañera se ubicó en un hogar separado, y le abrieron la puerta a Virtruvs, quien rechazó con poca delicadeza la invitación, retornando con la familia de Matis. Algo de nostalgia acarició al mayor, si bien el viaje le había regalado un futuro, el hecho de distanciarse de su hermano y verlo partir tan joven con ese arrebato de celosía, no le daba una sensación agradable, y se replanteó lo que habían experimentado juntos, y los recuerdos destapados… ¿no los valoraba Virtruvs? ¿Se ofuscaba por un solo evento sin tener la capacidad de jerarquizar lo ocurrido? Quiso soltar una lágrima, pero no, entró para abrazar a Prusia.


Alguna vez Virtruvs lo iba a visitar, le mostraba que sus dotes arquitectónicos habían llegado a oídos de grandes personalidades, y lo contrataban para construir palacios y templos, prefiriendo los primeros. Paseaban por sus edificaciones y hablaban de los avances modernos de los encastres de piedras, pero que no llegaban a los que antaño habían presenciado en civilizaciones más intelectuales, y lo que costaba introducir un cambio en las mentes actuales. No te has dado cuenta, le decía a su hermano mayor, que lo que nosotros recordamos, lo que sabemos, lo que podemos hacer, no puede nadie; no hemos hallado espíritu capaz de ejercitar la mente logrando penetrar más allá de la materia, no lograr ver siquiera lo que ocurre dentro de ellos. La mente y el corazón, le agregaba Parkus; Lo sé, lo sé. Pero eso implica que debemos hallar la manera de guiarlos, en todos se encuentra la posibilidad de alcanzarlo, aunque la paciencia que requiere tremenda formación interna, la alquimia extrafísica que debemos enseñar, es incalculable. Por ejemplo, con Prusia hemos logrado luego de este tiempo, lo que he podido contigo, hermano, conectarnos a través de los sueños. Ese comentario molestó sobremanera a Virtruvs, creyendo que era un privilegio sólo de ellos dos, y con una ofensa evidente, sin muesca de sonrisa, partió dejándolo hablar solo. A pesar de ser un enorme logro en la evolución mental, el compartirlo con su hermano lo llevó a que el pensamiento envidioso arrebatara la victoria.


Con animosidad Prusia y Parkus se dispusieron a impartir los conocimientos que tenían, y entre bibliotecas y clases individuales, comenzaron a hacer experiencias y replicar aquellas alegrías que tuvieron en ese exilio en caravana. Esperando una grata respuesta de parte de Virtruvs, le ofrecieron ser un integrante más de esa colosal empresa, pero sin quitarle los ojos a ella, nuevamente el pensamiento habló impidiendo que él lo hiciera, y rechazó sin mucha delicadeza.

Siento que he roto el vínculo entre ustedes, le confesaba en intimidad, su esposa a Parkus, que sin duda cuando están juntos potencian sus capacidades, y al yo entrar en tu vida, él va perdiendo ese rumbo y temo que es por lo que él piensa de mí. Parkus se enamoraba más frente a las observaciones tan agudas y perspicaces de ella, a las cuales aunaba y le proponía razonar juntos una solución.

En la actividad, encontraban la paz y la felicidad. Muchos eran los que querían aprender a leer y escribir, y unían su alegría de logros a la de tantos cuando podían entender algún pergamino o escribir unas palabras hiladas. Pero más se acercaban y más recorría Parkus los confines de las tierras en busca de otros libros, más se percataba de lo cierto de la afirmación de su hermano Virtruvs: nadie sabe lo que nosotros.


¿Qué recuerdas, mi querido hermano?


Lo sorprendió esta vez, Parkus visitándolo en su lugar de tareas.


Recuerdo que eres mi hermano en esta vida, pero no siempre lo has sido. Recuerdo que fuimos vecinos en casas cercanas, y antes, de pueblos cercanos, y antes, incluso nos separaba un distancia mayor. Y ahora, esa distancia volvió.


Cual dardo envenenado, sabía que debía esquivarlo y mantener su propósito. Hizo caso omiso a esas acusaciones, y lo invitó a caminar, mientras le decía que había escuchado sobre su plan de crear hospitales, y que había perfeccionado sus catapultas, pero Virtruvs no decía nada, y sabía a dónde lo llevaba.

Llegaron al acantilado que su madre tanto adoraba, y que fue motivo de encuentro para ellos innumerables veces. Se recostaron en silencio mirando las nubes, y poco a poco fue cayendo la noche, para ser las estrellas quienes iluminaran sus rostros. No se hablaban, no se tocaban, no se miraban, el enojo latente del menor tensaba la situación, pero el mayor, confiado de su afecto por su hermano, buscaba hacer desaparecer esa rencilla. Parkus se durmió primero, y tras tanto silencio, Virtruvs se durmió después.


Como si se desprendieran de sus cuerpos, se vieron recostados uno lejos del otro, en ese acantilado. Parkus era quien guiaba, y dejaron su parte física allí, para recorrer el mundo a grandes velocidades. Todos dormían, pero sólo en parte experimentaban lo que ellos, era como si esos hombres y mujeres estuvieran muertos, desplomados sobre sus camas, sin entender el porqué debían reposar cada noche. Mucho observaron aquellos dos, en ese estado podían apreciar mejor la precariedad de las conciencias humanas, vacías y desconectadas, y las mentes sólo faltaban estar rodeadas de moscardones, con los corazones aplastados y latiendo sin fuerzas. El mayor le indicaba lo que sospechaban, que efectivamente, como tales, no se encontraban pares entre los poblados, y el menor, reconocía con frustración, lo que estaba señalando desde años atrás, pero… ¿qué hacer? En el silencio de las reminiscencias atávicas universales, desde los confines mismos de la Creación, se conectaron como lo solían hacer esos nobles espíritus iniciales, antes de la aparición del Verbo.


Se comunicaron durante siglos, sin ponerse de acuerdo, y no parecía llegar a convencerse uno a otro sobre los modos. Parkus quería enseñar a los hombres a ser libres, a adquirir el conocimiento que ellos poseían; Virtruvs alegaba que ya se había intentado, que la antigua civilización a la que pertenecieron lo había logrado, y así, con la decadencia actual que ellos dos mismos habían presenciado, tenía la evidencia que no había durado más que unos milenios: había que imponerles bajo el yugo del recto camino, cómo debían comportarse. Con propósitos similares pero mecanismos antagónicos, no lograban concretar la unión por sus mentes. Y así fue que en la vacilación, ocurrió el despertar segundo.

Percibieron algo en los cielos, y en la simbólica imagen de las estrellas, todo el firmamento comenzó a moverse, se reacomodaba, algunas celestiales desaparecieron, otras se volvieron visibles, otras se movieron a un lado, y en el desdibujamiento de la mismísima Naturaleza, emergió entre las nubes, un espíritu, uno muy superior a ellos de pura luz, de puro saber, de un inmenso corazón. Sin esperar a los dos, ese ser se dirigió a la tierra. Sin perder tiempo, los hermanos lo siguieron, para presenciar lo impensado. Al tocar el piso, un brillo especial y una vibración tenue emergían desde el epicentro de ese espíritu, con paciencia y perseverancia, no se detenían. Está llamando a los suyos. Muy pocos despertaron de su pernoctar, y confundidos comenzaron a mirar para todos lados, y algunos, siguieron el llamado por la trepidación resonante de sus corazones. Cuando un pequeño grupo rodeó a ese ser de luz, él mismo comenzó a desarmarse en porciones, su cabeza lentamente se fraccionaba, su torso se volvía en pedazos, sus manos se desintegraban de a poco, pero la luz no cesaba. Y con el mismo impulso, sin prisa se volvía a armar a sí mismo, volvía a quedar completo. Con paciencia, repitió el proceso, se volvió a desarmar, esta vez con una secuencia diferente, pero con el mismo resultado, al final, se rearmaba siendo él mismo. Estaba enseñando con el ejemplo, todo aquello que componía al ser humano, su mente, su corazón, sus sentimientos, sus pensamientos, su conciencia, sus energías, todo lo que era capaz.


Pasaba el tiempo, alguno más se despertaba y se acercaba a ese ser, y se disponía a observar cómo se reconstruía a sí mismo, y los que miraban desde antes, uno de ellos, con una velocidad muy inferior, desarmó parte de su cabeza, para volverla a armar; luego desarmó su torso, luego todo su cuerpo, y volvió a armarse. Demostrando que sabía, repitió su habilidad, y volvió a hacerlo, y otra vez, y otra vez, hasta tener una gran celeridad tal como el iniciador. Y viendo que se podía, otros comenzaron a intentarlo, y algunos pudieron, pero otros se fueron. El número de los que podían desarmarse y armarse iba incrementándose, y subía y subía, hasta que no quedaron en ello, sino que también comenzaron a brillar y vibrar como aquel que se los había enseñado, y al momento de tener luz propia, se alejaron, se dispersaron por el mundo, enseñaron a otros lo que ellos habían aprendido.

La sorpresa de los hermanos fue avasallante, en toda su historia habían podido lograr algo semejante. A la distancia comenzaban a vislumbrar uno que otro resplandor lumínico, y sin necesidad del sol, el amanecer humano se presenciaba. Como espíritus, se elevaron por sobre cualquier altura, las estrellas volvían a trasladarse inquietas, y con un panorama completo, vieron la plenitud de los continentes, y esos focos de luz latiendo y vibrando sobre la faz del planeta, pasando años y años, hasta estar plagado de fulgor. Había paz, había felicidad, había una única vibración que sonaba cual tenue melodía majestuosa por donde se mirara.


Apenas abrieron los ojos en aquel acantilado despertando de un maravilloso sueño, los hermanos se reincorporaron y permanecieron en silencio por unos instantes, sin quitarse la mirada el uno al otro.


¿Qué recuerdas, querido hermano?


Recuerdo que yo soy tanto como tú eres como yo.


No logramos ponernos de acuerdo, porque comprendimos mal nuestro propósito, declaraba Parkus, pues gracias a esta conexión que hemos logrado, ha sido más clara mi visión y aquello que debemos alcanzar, en nuestra humilde misión, hemos confundido nuestros roles.


En la seriedad de su silencio, Virtruvs comenzaba a luchar contra algunos pensamientos que no querían reconocer su talla, la verdadera. Pero tras meditar y que su hermano mayor le diera su espacio prudentemente, le acercó su mirada. Reconozco, Parkus, que únicamente cuando estuvimos juntos en ese sueño, pudimos acceder a otros saberes, y que no antes de mucho esfuerzo ese ser superior descendió para guiar y enseñar a los hombres a bastarse por sí mismos. Pero no puedo dejar de reconocer el nombre que he observado en las estrellas, antes de esa aparición, ese nombre que las mismas celestiales dejaron entrever al reacomodarse y brillar diferente.


Yo no recuerdo ningún nombre, le dijo Parkus algo preocupado, sólo interpreto que aquella creencia que se adora en estos tiempos sobre las estrellas, como tantas otras, debe ser desintegrada, y ese ser no baja desde allí, sino que aparece luego de que es rota la imagen que sostienen los mismos hombres que la han inventado.

Deliberaron mucho sobre ello, la retención de lo soñado era una película para Parkus, pero percibió que para su hermano, era más bien, varias fotografías que iba reconstruyendo con su memoria, mientras él se valía de otras cosas. Virtruvs no daba al reconocimiento que a pesar de sus capacidades mentales extremas, todavía tenía un recorrido hasta llegar a alcanzar a su hermano, claro, algunos pensamientos malolientes dificultaban el flujo natural de una inteligencia más plena, y hasta llegó a creer que ese nombre que él sostenía haber evidencia cuando las estrellas se movieron, era un mensaje para él y nadie más que él, y por ser Parkus quien no lo recordaba, validaba más su postura unilateral.


Parkus el considerado, lo tomó de las manos y le dijo que meditaran cada uno en su hogar la experiencia vivida, para luego retomar con mayor madurez por separado, el hilo de sus acciones y la responsabilidad que cada uno tendría tras poseer conocimientos que otros no, y que evidentemente, conllevaba un quehacer superior. Estuvieron de acuerdo, y a pesar de todo, notaba más sereno a su pequeño hermano.


Algunas semanas transcurrieron, el mayor tenía la esperanza de colaborar con su hermano y anhelando un sí de su parte mientras se decidía a luchar contra sus pensamientos amorfos, que impedían abrir su corazón tal como él podía hacerlo. Con discreción, le contó a Prusia lo vivido, parte del sueño y su interpretación frente a lo que les tocaba hacer, su rol frente a la humanidad, y ella, con gran criterio, le observó que la ubicación de su cuñado le parecía lógica, puesto que el total de la gente vivía somnolienta frente a las posibilidades del espíritu, sin inquietud, sin sosiego, sin estímulo, sin entender el porqué de la vida, vegetando por la tierra; pero a pesar de aunar con esas observaciones, la violencia que conllevaba Virtruvs en todo su accionar, en el hablar, en el moverse, en su mirada… le hacía pensar en la posibilidad de ser más gradual en la misión tal como su esposo sugería.


Sin duda es más gradual, más lento mi método, reafirmaba Parkus, pero es más firme, duradero, sin implementar el temor ni la imposición para desarrollar las grandes cualidades humanas. Soy consciente de ello, que llevará más tiempo, pero los cambios que lograremos serán para siempre, quedarán impregnados en la herencia de la humanidad. Mas no será nuestro el logro, sino de todos, y debemos iluminar las mentes cual fogata en el desierto para orientar hacia nuestro plano en dignidad a los espíritus que nos guiarán a la magna tarea de ascensión a los colosales albores del saber.


Durante esas semanas, Parkus no logró acceder a las nítidas imágenes de aquel sueño que tuvo junto a su hermano, ni aún en conjunto con Prusia, que a pesar de sus intentos en el mundo onírico, las estrellas en los cielos no se partían ni daban paso a ese ser de luz que enseñaba a reestructurar el mecanismo interno del hombre. Fueron resignando su ubicación, si bien sus esfuerzos acometían cambios en quienes aprendían a leer y escribir, no más allá de eso pasaban las conquistas de los interesados, se conformaban con unos pocos pasos, a pesar del estimulante tesoro al final del camino. Un pensamiento depresivo le arrebataba el buen ánimo a Parkus, que no terminaba de aceptar que dependía de su hermano para llevar a cabo tan majestuosa labor, pero Prusia, con su calidez femenina lo estimulaba a reparar en lo que habían logrado, y no tanto lo que faltaba, que su vida cobraba un sentido al disponerse como colaborador de una humanidad mejor.

La alegría fue plena en Parkus cuando su hermano menor se presentó en su hogar, esbozando una leve sonrisa y aceptando hacer cosas juntos, grandes cosas. Le confesó que intentó entrenar a Matis para encontrarse en sueños, pero su amigo aún no era capaz de acceder a semejante arcano, y en sus intentos de llegar a esos estados, lo único que podía observar era un cielo fulgurante de estrellas inmóviles, y esa imagen se grabó en su mente, tanto, que al cerrar los ojos podía vislumbrar la posición de cada una de esas celestiales sin la necesidad de dormir. Más no se mueven, le decía a su hermano mayor, no se mueve el cielo, no se mueve la tierra, y todo permanece sin cambios, y ese nombre que yo vi y tú no, que se dibujaba con el movimiento de las estrellas, es tan lejano que el no poder volver a evidenciarlo y revivir esa sensación de que la Creación misma me estaba hablando, entiendo que sólo puedo alcanzar esos estados a tu lado, querido Parkus; así es como me presento en tu hogar, con la intención de estar juntos, y que unidos en mente y esfuerzos, logremos mover cielo y tierra, y que ese sacudón sea la luz para orientar a la humanidad.


Le dio un abrazo. No había más que decir.


Una nueva era comenzó entre las familias de ambos hermanos. Las raíces de la suma de observaciones entre los hechos experimentados, decidieron volcarlas en escritos para que la fuerza de la palabra quedara impregnada en el elixir del conocimiento depurado tras profundas reflexiones entre ambos, traduciendo parte de la sabiduría universal bajo la lupa de sus mentes. Todo fue motivo de interés para ellos, y se compartían sus puntos de vista para ser plasmados en legibles palabras.


Parkus y Prusia tuvieron siete hijos, uno diferente al otro. A la llegada del primero, y estando tan vinculados ambos hermanos, Virtruvs revivió en su sentir el emocionarse hondamente al recibir a su sobrino, incluso recordando parte de la transición que vive el espíritu al amoldarse a la carne, y la sensación desconcertante que ello produce. Algunas lágrimas escaparon de sus ojos, más Parkus siendo padre por primera vez en ese ciclo, cubrió su mirada de pequeñas gotas pero ninguna escapó hacia su mejilla.


He notado, hermano querido, le transmitía Virtruvs, que nunca te he visto llorar, y tú siendo un espíritu en íntimo contacto con tu sensibilidad, lo encuentro como una privación impuesta por tí mismo sobre tu persona, ¿por qué es? Es la gran lucha que he tenido desde que recuerdo, le respondía Parkus, desde que he notado que podía entender cuestiones de la vida que nuestra familia no, y que esa ignorancia producía un sufrimiento en ellos sin que pudiesen comprender la causa, me he visto en la obligación de aceptar mis conocimientos y que ellos generan una deuda frente a los demás que me veo continuamente en la responsabilidad de hacerles llegar a los que más pueda, un poco de sosiego. Ello se reafirmó y creció cuando mi observación se comprobó en otros seres fuera de la familia, de nuestros vecinos, de otros pueblos, de otros países. En los viajes realizados hallaba dolor y sufrimiento en cada hombre y mujer, una angustia que se traducía no en llanto, sino en incomprensión, en un vacío, en un alejamiento de la Creación, en fin, en una verdadera ausencia de felicidad, a la cual yo siento poder acceder cada vez que uno de esos conocimientos acciona en mi interior y se manifiesta en mi exterior. Y por ser poseedor de esos saberes, y otros no, me veo en una situación de privilegio, que poco a poco me explico cómo he logrado, más eso no me despierta vanidad, sino ansias de extender mi mano hacia quienes tienen una ubicación menos agraciada.


Virtruvs lo escuchó con interés, pero su rostro denotaba un poco de ironía, y le dijo casi sin desearlo, que una que otra gota a semejante botella se le podía escapar…


Aún así la felicidad de Parkus con su hijo era completa, no dejaba de tenerlo en brazos y besarle la frente. Se imaginaba escenarios donde el futuro se adelantaba y ya crecido, ambos eran igualmente felices. La capacidad de abrigo se incrementó en él, y la prioridad y cariño que les brindó a su esposa e hijo, se puso a prueba y superó con ansias, pues tan bien ubicado estaba internamente que su vida se brindó y acomodó a las exigencias de la ampliada familia.


Con cada uno de los que iba naciendo, la alegría se renovaba y nunca mermaba. Le representó un desafío cuando sus hijas crecieron, en especial aquella que tenía más características de él por sobre las de Prusia. Dos de ellas eran iguales a su madre en personalidad, pero una, Roda, mantenía en su haber más características de Parkus, y ambos solían chocar en sus modos. Cierta vez, le confesó a su esposa, que sentía que esa hija no lo amaba, y sufría sobremanera por ello. Con el tacto de una sensibilidad avezada, Prusia lo invitó a revisar bajo qué circunstancias se producían esos roces, si era siempre, o solo frente a determinadas situaciones. Focalizado en atender esos movimientos, notó que durante una cena, su porción de carne estaba fría, y eso le molestó, mas sin tiempo para decir nada, Roda se quejó por lo mismo y le demandó a su madre calentar su ración, cosa que enfadó a Parkus y terminó en un enfrentamiento poco agradable. En ese instante, reconoció que ambos compartían un pensamiento de rigidez que se manifestaba cuando algo no era del todo de su placer, pero en Roda, la olla era más pequeña y entraba en ebullición más rápido.


Lo vi tan claramente, querido hermano, le contaba la experiencia a VIrtruvs, que el darme cuenta del hecho de compartir en nuestra mente un pensamiento tan desagradable, y reconocerlo inconscientemente en el otro como algo que uno tiene pero que no quiere tener, nos llevaba a colisionar repetidas veces. Desde que lo he detectado, he decidido que no podía interferir más esa actitud tan deplorable y desgastar el vínculo con mi hija, y ella, a pesar de tan incipiente edad, identificar lo mismo y ponderar el sentimiento por sobre la razón, no hemos dejado de incrementar nuestros momentos felices desde que encaramos la lucha contra esa alimaña mental.


Virtruvs lo oía con asombro, y le confesó que gracias a su relato, se le aclaraba un poco más el concepto de lucha, focalizando el empeño en uno mismo, y marcó su sentencia para que fuese escrita esa fracción de conocimiento: Cuando nos enojamos con otro, en realidad nos enojamos con uno mismo.


Parkus lo corrigió.


Detectar fácilmente el mal en otro, implica el reconocimiento de un padecimiento propio, y el enojo es frente a ese factor mental, y no para con el ser.


Sutil la diferencia, pero denotando una clara precisión hacia dónde la fuerza debía estar aplicada. Con resoplo, Virtruvs aceptó la modificación.

Alexo, el tercer hijo de Parkus, traía una herencia muy particular. Sus padres eran personas cultas y serenas, de reconocimiento social y con una clara referencia hacia la ayuda a otros. Pero el pequeño Alexo, ponía a prueba cada una de sus virtudes, y no virtudes también, dando un salto tormentoso a esa laguna pacífica que era el hogar de Prusia, su esposo e hijos. Si habría de resumir al pequeño bebé que recién llegaba, sería bajo el pensamiento de capricho y rigidez: con apenas 4 kilos de peso, entre llantos, gritos y patadas violentas, no toleraba nada que no fuese de su más expresivo placer. Gustaba estar siempre acompañado, que lo tuvieran en brazos a toda hora, y hasta parecía preferir ciertas mantas por sobre otras, como si los colores o el diseño o quién sabe qué hicieran cambio alguno. Estrujó las fortalezas físicas de Prusia, no parecía saciar su estómago con nada, y no dormía más de unos cuantos minutos para despertar con todas las energías, fuere de día o de noche. Parkus, en un altruismo ilimitado, dejaba su vida de lado para atender todo cuanto fuese posible para hacer más llevadera la convivencia entre todos, más lo único que hubiese sido un alivio era poder estar con el bebé, pero éste en su irracionalidad ignota, sólo aceptaba los brazos de su madre: cuando su padre o hermanos los sostenían, era tal la sonoridad de sus gritos y convulsiones, que no le quedaba más opción a Prusia que volver a tomarlo en su poder, agotando su paciencia al extremo, y activando su enojo pasado los meses al ver que ni sus necesidades higiénicas podían transcurrir sin los alaridos del pequeño.


Ya dejando su etapa de bebé, enfilaba su personalidad generando temor en sus padres. No sólo daba golpes con intención a sus hermanos, sino también a otros niños que se cruzaban por su camino, sin motivo alguno. El rumor de que Parkus era un golpeador en su casa, se fue expandiendo de a poco, pues decían “¿de dónde sacaría el chiquillo ese ejemplo sino de su padre?”. Y falto de confianza en sí mismo, Parkus frente a un evento de coscorrón de su hijo hacia otro niño, buscaba alegar que no sabía dónde había aprendido a aporrear así a otros, si en su casa recibía amor. Más corría el tiempo, más se daba cuenta que no debía demostrar nada a nadie, y que él era plenamente consciente de lo que hacía o no hacía en su hogar, y lo que debía hacer era encauzar y corregir a su hijo, sin dar lugar al qué dirán.


El gran desafío fue no molestarse ante las reiteradas bofetadas que le daba su hijo, y frenarlas sin violencia. Le costó todo su saber ubicarse más arriba de la altura del niño y no rebajarse, y en la más íntima confesión a su esposa, reveló cuánto le costaba mantener el amor por alguien que parecía no quererlo, y tragando un amargo bocado de realidad, duro e inexpresivo como quien no quiere aceptar lo que vive, estuvo a punto de llorar, pero vio que una lágrima caía de su esposa, y ella le dijo que no hacía más que confirmar hechos que ella misma sospechaba. Aún yendo más profundo, Parkus manifestó que quería retomar la armonía y el afecto que reinaban en su hogar tiempos atrás con el resto de sus hijos, y le costaba esfuerzos casi inhumanos integrar a Alexo a ese ambiente familiar, puesto que hasta antes de su nacimiento, con todos sentía que era un reencuentro espiritual, más con el pequeño iracundo, sentía que era la primera vez que se conocían, y no entendía la experiencia que le tocaba vivir junto a este nuevo ser.

Tuvo que alejarse mentalmente y abstraerse en su interno para generar una reflexión en lo más trascendente de su capacidad para invocar aquello honorable que podía auxiliarlo en tan aciaga situación, y crear aquello que le faltaba. Sin dudas amaba a su hijo, ese sentimiento se gestó por voluntad suprema, pero las cuestiones que dificultaban la expresión de ello, ¿a qué respondían? El darle cariño en cuidados, alimentarlo, enseñarle el mundo y besarle la frente en claro gesto de ternura, y que a ello le fuese correspondido un puñetazo, una mordida o un chillido, Parkus lo interpretaba como una ofensa. Bueno, no lo es, se decía, hay algo que en su lenguaje quiere manifestar y no sabe cómo. ¿Qué puede ser? ¿Por qué puede golpear un niño?


La amplia revisión de sus episodios le dio pauta para entender la incomodidad y enojo de su hijo, a falta de palabras, no tenía otra forma de manifestarse. Le acercó un trozo de arcilla húmedo, que en su elástica textura, apaciguaron los arrebatos de Alexo, que pasaba horas descargando su enojo allí. Con esa pequeña victoria, recordó mucho de lo vivido con Virtruvs cuando era niño, y pidió a su hermano consejo, ya que esa violencia y falta de ubicación entre pares le hacía rememorar pasajes de su vida. Virtruvs, lo sintió familiar, y con él sí se quedaba en brazos sin llorar, sin pegarle, casi apaciguado.

Virtruvs marcó una nueva frase para consignar su sabiduría. Muchas veces nuestros hijos no son nuestros hijos.


Parkus lo corrigió.


Podemos elegir tener un hijo, pero la elección final no nos corresponde a nosotros, menos las características que no responden a lo físico.


Con cierto recelo, Virtruvs aceptó la corrección.


¿Por qué nos has elegido a nosotros para ser tu familia, querido hijo? El pequeño, que aún apenas pronunciaba palabra, lo miraba, y en esos momentos, hallaban una conexión muy especial, pues no se veían a los ojos, sino más allá. ¿Qué era lo que esperabas de nosotros? Alexo no se violentaba, como si le fuera recordado el propósito que lo llevó a encarnar en ese ciclo, y se notaba que respiraba con sentimiento.

Poco a poco Parkus fue introduciéndose en su rol con lucidez. Comenzó a detenerle la mano cada vez que lo veía que iba a golpear, a un sonoro “NO”, corto y seco, pero con un degradé de enojo y sin tomarlo personal, y enseguida continuaba jugando con él como si nada se hubiese interrumpido. Vio al pequeño general que seguía en batalla, pero que ahora tenía dos años de edad y no estaba en contienda contra soldados, sino contra una familia que lo apoyaba y quería, y denotó que al elegirlos, quería dejar su violenta vida atrás, pero por sus propios medios no hubiese podido. Junto a Prusia, Parkus le indicaron que desde la mente surgía el impulso intempestivo de azotar el golpe, y la consecuencia era física, pero la causa, no. Por ende, cada vez que viera al pensamiento que lo inducía a lastimar a alguien, que buscara frenar la intención de quien quería controlar su mano a través de su mente. Lo instruían en la colaboración del hogar, en sentirse útil acomodando pequeños elementos y limpiando los pisos, y al buscar agua al río, le daban un diminuto balde para hacer su parte. Ponderaron cómo se sentía cuando ese pensamiento pasaba un rato sin molestarlo, y cuánto disfrutaba de la compañía de quienes jugaban con él, cómo los momentos de risa no eran precedidos por ese iracundo pensamiento y también cómo se cortaba ese ambiente risueño cuando se presentaba. Con seriedad, el jovenzuelo los miraba, pero optaba no hablar al recibir las enseñanzas de sus padres.

Un nuevo espíritu visitó la casa, encarnado en una bebé rosadita que llevó por nombre Nicea, ahora ya no más Alexo era el menor de la familia. Los demás hermanos la miraban, acariciaban y besaban, pero el rebelde del hogar se negaba a acercarse. Días pasaron, y no conocía a su hermana más que a la distancia; Prusia, la cargaba en brazos y se acercaba al niño con la bebé para que hicieran uso de su sentimiento de hermandad, pero él fruncía su entrecejo, estrujía sus labio y decía que No, y se alejaba. Ella nos ha elegido a nosotros tal como tú en algún momento lo has hecho también, le decía Parkus, para buscar el acercamiento sensible, y tú eres parte de esa elección, mi amado hijo. Lo oía con atención, pero no decía nada. Varios días transcurrieron, y una tarde Nicea estaba sola en su moisés, y comenzó a llorar, nadie quedó ajeno a ese ruido, y con cierto desdén Alexo se aproximó a ver a su hermana para propiciarle un manotazo para que se callase, pero elevada la mano, observó lo que iba a hacer y en vez de acelerar su palma, la arrimó sereno y comenzó a acariciar la mejilla de la bebé, y ésta, le sujetó un dedo mientras cesaba su llanto. A espaldas de su hijo, estaba Parkus que en silencio temblaba de emoción por el avance tremendo de Alexo, y casi se permite derramar una lágrima de inefable felicidad.


Parkus contaba su experiencia a su hermano, con tal fruición que no podían dejar de extraer conclusiones de todo ello. Virtruvs resumió una parte de la sabiduría en “La familia expone las oportunidades más elevadas para superarse”.


Su hermano lo corrigió.


Es en el amor del núcleo que compone la familia donde se someten las pruebas más inexorables de conocimiento de sí mismo y de los demás, con la oportunidad de alinearse en la lucha conjunta frente a los desafíos que presenta convivir con otros que no son uno, pero forman parte de uno, y en los roces de diferentes carácteres, se liman las asperezas y se logra superar aquello que actúa dificultando la propia vida, y la de los demás. Se genera un auxilio en direcciones recíprocas que logran su apogeo cuando el sentimiento alivia las incomprensiones que las reacciones violentas producen.


Meneando la cabeza, Virtruvs aceptó la ampliación de su mensaje.


Una búsqueda exhaustiva en la revisión consciente de sus vidas y más atrás, hizo que arribaran a observaciones sobre detalles de la sociedad y sus indiscretas convulsiones. Recordaron a un joven de su poblado cuando eran más pequeños, Lucio, que sin más que su permanencia en un determinado lugar, ya recrudecía el ambiente para mortificar a los que estaban cerca. Con su mirada de entrecejo bajo, y una sonrisa que se movía de costado, las jugarretas malintencionadas de ese niño eran evidentes desde la más temprana edad, con sus empujones y patadas que lo hacían disfrutar de la caída de sus víctimas, a cuando más grande obligaba a todos a ceder ante su poder acercando su pecho y sus dilatadas fosas nasales para confrontar a sus sometidos y desafiarlos físicamente, a lo que nadie aceptaba luego de haber varios heridos en su haber. Más de una vez se burló de Virtruvs, asesino de madres le decía, y éste lo empujó en defensa pero la nariz sangrando era la devolución. Curiosamente, cuando Parkus estaba allí, Lucio evitaba cualquier altercado, demostrando un respeto inconsciente, y este hermano mayor sólo emitía juicio cuando presenciaba alguna de sus injusticias.


Parecía irle bien en todo, como si la providencia no supiese de los artilugios maléficos que llevaba a cabo Lucio generando discordia a su paso. Se casó a temprana edad con una muchacha muy bella, y su progenie apareció pronto. Tenía un buen ingreso económico, y a pesar de su carácter, un grupo de amigos lo rodeaba fielmente, pero mala suerte a los que estaban fuera de su círculo. Como se mantenían esas intenciones en su mente, se corrió el rumor que su hogar sostenía un ambiente tal como un régimen tirano, déspota con su mujer e hijos, pero demostrando fuera de su casa que eran unidos y felices. No solía enfermarse, siempre con ropajes limpios y alimentos a mano, pero cuando se cruzaba con algún transeúnte distraído o que bajo su criterio mereciera remarcarle un evidente defecto físico, nuevamente se trenzaba en alboroto y disturbios, y para peor de su imagen, nunca perdía una pelea de puños.

A nadie agradaba realmente, y por sus espaldas las críticas se amontonaban como hormigas luego de tierra pateada, pero la popularidad creada alrededor suyo, hacían que fuera un personaje que nunca dejaba de estar rodeado de un séquito. A pesar de consumir sustancias que eran sabidas perjudicadoras del cuerpo y la mente, no falleció sino de muy adentrado en años, donde muchos quisieron apresurar los tiempos más los intentos fallidos incrementaron la leyenda que insuflaba una persona tan aviesa.


¿Por qué se valora de ese modo el actuar humano? Se cuestionaban los hermanos. Aquel que parece tenerlo todo, pero de costumbres ignominiosas, despierta en otros una especie de admiración cubierta de envidia y nace la complicada comparación entre lo que posee y lo que supuestamente hace para merecerlo. Sí, lo observo también, decía el otro, la evaluación de la vida se ha colocado con los ojos hacia afuera, y debería ser sobre uno mismo. Surge en el ser humano una incapacidad para activar su ojos metafísicos para disponerlos a examinar lo que acontece dentro de sí, y en la balanza de lo material, los pesos se desfasan por no saber ubicar todo en su justo lugar.

¿Y qué es lo que observas, hermano? ¿Cuál es el estado de la humanidad, tomando este punto de partida?


Esa incapacidad de despegarse de lo material es lo crucial, dijo VIrtruvs, que le impide atender lo espiritual de un modo equilibrado. Debería prevalecer la virtud de la bonhomía, pero en todos se palpita el rugir de un félido envidioso que los obliga a posar su juicio sobre lo que otros tienen y comparar lo que a esos les está ausente. Es posible que la perturbación que los gobierna, tenga su origen en semejante desubicación, sin posibilidad de un mínimo de sosiego y paz, convirtiéndose en acumuladores de bienes físicos, y sin comprender que los bienes no físicos pueden valer más, e incluso otorgar en creces de los físicos.


Lo comparto, hermano, y he de agregar que la pérdida de oportunidades que otorga la vida para que crezcan lozanas plantaciones de prolíficas virtudes, se convierten en estrepitosas confrontaciones donde se liberan agraviantes pensamientos que, después de apaciguados y calmos, el propio orgullo impide ir a recoger lo que el sentimiento proclama como un imperativo conciliador, derivando en grietas que cada vez son más hondas y puntiagudas. No saben leer la realidad, que lo vivido es una gran cabija de arado que se hunde profundamente en el ser con la potencialidad de dar lugar a que una semilla sea cultivada y florezca renovando el alma.

He allí un gran inconveniente, querido Parkus, NO SABEN LEER. No saben leer libros, ni saben leer la realidad, ni sus vidas, ni la Creación, ni nada. NO SABEN LEER. Y tampoco les inquieta saberlo, no les inquieta ser algo más, hacer algo más, saber algo más, están duros, consideran que no necesitan saber más nada que sacar leche de sus vacas y madurar las uvas para saciarse de dulce cada luna llena. Una imagen que he estado pensando, hermano, es sostener que no está incorrecto sentirse mal por ser un ladrillo mientras tome el tiempo suficiente como para formar parte de una construcción mucho mayor que uno mismo, entender el lugar que a cada cual corresponde. Pero todos se mantienen inertes creyendo que son hermosas edificaciones y no tienen nada por cambiar, permaneciendo huecos y duros mental y sensiblemente cual arcilla envejecida.


Con una sonrisa, le festejó Parkus la analogía sobre la cimentación, siendo una de sus grandes aficiones, y él mismo la convirtió a lo que estaban hablando, pues una semilla debe serlo el tiempo nada más hasta eclosionar en un bello y frondoso árbol, capaz de dar frutos a otros en generosa virtud.


Más, a la semilla se la debe regar y cuidar, y lo digo aceptando tu imagen, y hay otro problema que has mencionado previamente: los surcos que se marcan luego de ciertas desavenencias, quedan como horrendas cicatrices a la espera de esa semilla que no llega nunca. Y pienso, que debemos ser nosotros quienes impongamos que se deposite ese germen en la mente y conciencia de aquellos que no entienden a qué viene la vida.

Pero hermano, ¿imponer? ¿Tú piensas que nosotros debemos ser los responsables de ello?


¿Y quién más? Nosotros poseemos conocimientos y habilidades que si se descubrieran, serían consideradas irreales, y hemos comprobado que nadie ni aquí ni en otro país, tiene semejante capacidad.

La comprobación va más allá del plano físico, Virtruvs, lo hemos corroborado en el plano de lo no físico.


¡¿Entonces concuerdas, me das la razón?!


En parte, hermano, en parte. Comprendo que nadie ve lo que nosotros, más no comprendo si eso es suficiente para arribar a la conclusión de que nosotros debemos jugar ese rol en la historia y destino de los hombres, mas no siento que tampoco debamos hacer nada, y es por ello que hemos abocado nuestro tiempo y esfuerzo con Prusia para ilustrar a los que se acercan, en el conocimiento básico de las palabras y los conceptos.


Y yo indago en esos esfuerzos, y me pregunto si será suficiente con ello, o debemos acelerar ese proceso para tener más resultados en esta vida, sino, ¿qué haremos en la siguiente?

Parkus sonrió por la reiterada pregunta que acostumbraba anunciar su hermano frente a las grandes preocupaciones de la existencia, y le señaló que siempre solía comportarse como si ésta fuese la última oportunidad, una única vida, sin un mañana y una incertidumbre espiritual incongruente, a pesar de recordar mucho respecto a dónde había estado antes. ¿Y qué es lo que propones?


Pues en mis observaciones he descubierto el motivo que estimula la vida en los que pueblan el orbe, sin certezas de lo que ocurre y quedan varados en un mundo que al despertar del letargo pasada la adultez, se hallan sin un propósito más que el acarreado por generaciones previas, que los lleva a repetir las labores físicas de sus padres para obtener un sustento alimenticio, sin la posibilidad de atender las grandes necesidades del espíritu. Algún momento de recreación y ocio les brinda una mínima alegría, y hasta veo la crítica y la queja asomando como lluviosas nubes grises que mojan todo en cuanto están encima de los despistados. Sin el control de su mente y el aprisionamiento de sus corazones, quedan fácilmente a merced de arrebatos instintivos que ora los obliga a caer en perniciosas lascivias, ora terminan en intrincadas contiendas de uno contra uno, sea individuo, sea nación. Pero por encima de ello, en el camaleónico juego de los engaños, se eleva augusto el monte de las creencias, rocosa mistificación que ilustra para estar respaldada por una aversa sensación de estar haciendo algo, más la inutilidad de los hechos y vectorial cruce de las consecuencias, hace creer que el empeño en todo tipo de rituales favorecerá cuestiones personales que suplen lo que en realidad debería lograrse en el acopio de experiencias, conocimientos y el empleo de las propias manos para favorecer con esfuerzo, la culminación de acciones inherentes a la capacidad humana.


Sí, hermano, he puesto mi atención en lo mismo. Situaciones aciagas mueven lo que parece inamovible, y en la pacigüidad de la inercia, frente a la desesperación y la imprevisión, se formulan cuestionamientos existenciales y se pide a las estrellas, a la Tierra, al Trueno, al Sol, a la Providencia, a fantasías animalescas para que usen sus poderes en favor de la quita del dolor y angustia que se experimenta tras el amargo jugo que la ignorancia vacía en las sufridas gargantas. Pero también he visto a muchos levantarse de ese estado, y pasado un tiempo, sentir gratitud por cuánto han crecido y el néctar de la comprensión aliviando sus almas, dando lugar a una nueva forma de actuar si repitiesen ese escenario, e incluso poder compartirlo con otros en semejante ocasión.


Entonces, Parkus, demuestras que en el laberinto de las obscenidades mentales, el gran desorden que presenciamos y el heterogéneo mazo de cartas que ofrece la creencia en donde se puede sacar cualquier número y resultar ganador sin regla aparente, aunamos en confirmar la vida humana tal cual se concibe en esta era, comol hoja al viento sin rumbo alguno, haciendo culto a disparates e inservibles actos que en caprichosas coincidencias incrementan la posibilidad de un acierto, pero sin un fundamento repetible y comprobable.


Vuelvo, hermano, a preguntarte, ¿qué es lo que propones?


Pues en el grandioso mecanismo de la mente, destaco que no puede arrebatarse inmediatamente este culto que se realiza, debemos ir lentamente, y hasta diría tomar una de esas imágenes inventadas para ordenar de alguna manera, la maraña de ideologías que se plasman en las personas. Y utilizar el temor como una preparación hacia la atención y el freno a las pasiones, para abrir el entendimiento a nuevas imágenes, e ir despachando las viejas. Pero para ello, tal vez debamos incluso crear otras nuevas, que en el engranaje de la promesa futura, se estimule la voluntad para ir en pos de aquello que obliga a cambiar de estado, incluso sin transitar como has señalado, por los caminos que llevan la angustia y la incomprensión.


Parkus se dedicó un instante a reflexionar, sopesó los intentos y los logros acometidos no sólo ahora, sino durante años más allá de los que podía contar, y el incremento abismal de la humanidad respecto a la distancia que la separaba de su finalidad cada vez mayor siguiendo el rumbo actual. Sin poder definirse del todo, y reconociendo la insistencia continua de su hermano, aceptó lo que le proponía como mecanismo compensador para equilibrar el estado mental del hombre, y completarlo con los conocimientos que lo harían alcanzar el arquetipo para el cual había sido creado. Con trémulo, continuaron su intercambio donde Virtruvs cada vez avanzaba más, y Parkus, tal vez más guiado por el sentimiento hacia su hermano y teniéndolo próximo, cedía ante sus inclinaciones. Cerraron su exposición ideando el plan que llevarían a cabo durante las siguientes semanas, en dónde se pondría el temor bajo una imagen que la mente y el corazón se arrodillarían para ser expuestos a que se les introdujera la esperanza y el propósito para acopiar el saber que tanto urge al espíritu, y sumado a la promesa de una futura comprobación, se impulsaría el arca de la odisea humana.


En el árbol de los aconteceres, muchas evidencias existían que marcaban las diferencias entre lo que uno y otro hermano debían aprender en esta etapa, más no por compartir sus conocimientos y capacidades, abarcaban iguales fragmentos de la Creación. Tal fue cuando años atrás antes de esa conversación que definió su estrategia de acción con la imposición del temor, Virtruvs abrió su corazón a una mujer que aplacó su intempestuoso genio. Meryam se sonreía tímida cuando el joven aguerrido paseaba por su local y demostraba las excusas para comprar cualquier nimiedad por días de corrido. Exhortando que la casualidad lo auxiliara en acomodar la concreción de los propósitos que impulsaba su sentir, quedaba claro que la vacilación lo llevaba por terrenos donde carecía de conocimientos para actuar con convicción.


Siento que es una mujer que me puede hacer feliz, le confesaba en íntima apertura a su hermano, tal como tú sentiste aquella vez con Prusia. Parkus, con una sonrisa alegre pero ocultando sus palabras, quiso decirle que con la que en su momento era motivo de sus ilusiones, sintió que podía sumar a su felicidad, sin condicionarla. Pero bueno, fue una de las pocas manifestaciones puras de Virtruvs, y no hizo más que alentarlo a seguir los dictámenes de su sentir, sin oxidar los engranajes con razonamientos entorpecedores.


El hermano mayor celebró con excesiva vida la unión de ambos, y reminiscencias de otras épocas perfumaron el ambiente festivo de aquel día, a pesar de ser pocos los que acudían por la fama hosca de Virtruvs, pero los modos elegantes de Meryam y su numerosa familia abultaban los claros que dejaba el esposo sin invitados. Obviamente que Prusia y en ese entonces, tres de los hijos nacidos con Parkus, estaban presentes, y se reían con su tío, proyectando una imagen que ni en sueños ambos habían podido experimentar con tanta fruición.


Por un tiempo, VIrtruvs fue otro. Era más social, sus pensamientos no escondían tanta crítica y se tornaron de alguna forma, apacibles y comprensivos, hasta el modo de jugar con su sobrinos era más suave. Varias veces su hermano lo vio sonreír casi sin causa aparente, y la conmoción invadió a Parkus en secreto al ver tan equilibrado a su pequeño hermano ya crecido, habiendo entrado en contacto con la parte de sí que balanceaba sus arrebatos.


Nunca lo vio hacer eso. Por un mes le decía a Parkus que sentía la presencia de un niño en su casa, que lo colmaba de una alegría que no sabía explicar. ¡¿Por qué sonríes?! Se molestaba frente al silencio que su hermano mayor prodigaba, pero en discreto movimiento, no le arruinaba el descubrir por sí mismo lo que iba a experimentar. Cuando Meryam le confesó tener un atraso, Virtruvs quedó sólido cual roca, pero tan sabia era su compañera que en una simpática espera silenciosa no hacía más que sonreír, sabiendo que al ser un órgano donde recién comenzaba a circular sangre, su corazón sentía pero su mente no respondía. Hasta que lo hizo, y posiblemente no la abrazó, o creyó hacerlo, pero lo que sí hizo fue gritar de una inconmensurable dicha tras salir de su casa y saltando por las calles como si nadie lo viese. Inconscientemente, se dirigió a dar aviso a Parkus, a quien le propició el más sensible abrazo de todos, entendiendo al fin el silencio guardado por él cuando hablaba sobre un niño que estaba rondando su hogar, y en un mismo acto, comenzó a llorar saltando a otra emoción eslabonada. A Parkus se le cerró la garganta de tan contento que estaba, pero no acompañó a su hermano en el llanto, por más que quería.


No lo reconocía así a su hermano, prodigando tantos cuidados a otro ser como lo hizo con Meryam, ante el menor movimiento de ella, él se acercaba a comprobar su estado, le preguntaba si requería alguna cosa, y la abrigaba siempre sin importar el calor del sol. Era cómico para la familia ver así al tío que siempre fue tan duro y cerrado, e incluso sentaba a Alexo en su regazo y le indicaba cómo debía comportarse, la suavidad de los modos, tal como si se lo dijera a sí mismo, mientras el niño escuchaba atentamente a quien compartiera su misma personalidad.


No encontraban palabras que hicieran recomponer a Virtruvs cuando perdieron el bebé. Su ánimo estaba destruído, apenas por el impulso previo de los cuidados hacia Meryam se aseguró que ella se hallara sana, pero la ilusión creada por el hecho de ser padre y que se le arrebatara la oportunidad sin explicación aparente, lo consternó al límite. Como si fuese un volcán al que le arrojaron palas de nieve, emitía sonidos difíciles de descifrar y todos temían que su ferviente carácter asomara por cualquier capricho. Devastado y sin aliciente a la vista, pasaba sus días encerrado y en silencio, rechazando el cariño de Meryam por inacción.


Parkus los visitaba con sus hijos, como un indicio de la continuación de la Creación. A veces, en su ocurrencias, los pequeños hacían que el tío moviese un poco la cabeza o inclinara sus ojos para mirarlos, pero ni subiendo a sus piernas lograban ablandarlo, incluso Alexo, su sobrino más cercano, casi hizo llorar a su padre, cuando el niño le preguntó a Virtruvs mirándolo fijo a la cara, si estaba triste, y ante la mudez del adulto, simplemente lo abrazó, sin importar que su tío no moviese los brazos.


Los días de luto tenían más de 24 horas para Virtruvs. Habiendo agotado sus elementos, Parkus tuvo que valerse de nuevos motivos para auxiliar en el encuentro de la comprensión de su hermano por lo experimentado. Sin aportar grandes introducciones, le relató la triste historia de un sabio cuyo destino fue divergente al compartir con su hijo la mordedura de una letal serpiente. Al verse vivo pero no su descendencia, se cuestionó la razón del vivir semejante desastre y no sentir sólo incrustados los colmillos del ofidio, sino algo más punzante que no siendo físico, lo paralizaba en sobremanera. Llevado por la comprensión, aprendió a convivir con ese dolor que le marcaba todo lo que le recordara a su pequeña semilla, al imaginarlo corretear por allí, al suponer las cosas que prometió decirle, a acostumbrarse que sus dedos no se enlazarían en los cabellos de su tierna cabeza y que su voz no se terminó de agravar en la adultez, entonó suaves acordes de una garganta que no estaba madura, que aún no se había amalgamado a los infortunios de la vida. Una mañana, no dejó de sentir el fragor de miles de imágenes suyas, pero al cabo de horas, se percató que no mermó en sus actividades, que podía mantener una conversación con su esposa, que acariciaba a sus otros hijos y sentía gratitud por lo que estaba viviendo, pero sin olvidar aquello que lo había marcado tan hondamente, y así, libando lentamente el néctar de la experiencia, se unía a la comprensión de los Universales Designios que llevaban a ser consciente del apoteósico mecanismo donde nada queda librado al azar. Pasado un tiempo, en la ironía de volver a ser afectado por otro animal con similares capacidades letales, creyó caer en la cíclica ley que lo arrastraba a concluir su etapa, mas no partía del mundo y leyó entonces en esa misma vivencia, una invitación a pensar en algo que aún no había sido pensado por otro ser humano, y en meritorio esfuerzo, concretó toda la odisea en un nuevo saber que lo llevó a crear un antídoto frente a tan salvaje bestia. Y con alguna lágrima asomando en los ojos de Parkus por invocar tan preciado legado, concluyó su narración diciendo que ese suero salvó a muchos hijos, salvó también a muchos padres y madres, y de no ser por haber necesitado tan aparente tremendo sacudón, no hubiese ese sabio puesto su atención en algo que hasta el momento no inquietaba su mente. Tal vez, mi amado hermano, debas realizar un cambio alquímico en tu interior, y oír la invitación que ésta aciaga experiencia busca de tí.

VIrtruvs volvió sobre las palabras que le había transmitido su hermano días pasados, dando un poco de valor al origen por el cual las había pronunciado. Resumió con aplacado interés su oración. “La tristeza es una palanca que mueve la vida para llamarnos a la conciencia de estar vivos”.


Con un poco de tino, Parkus modificó con criterio. “El anhelo ferviente por ser feliz le será imposible al hombre conquistar en plenitud, mientras no sea consciente de todos los factores que se ponen en juego e interactúan con él, al ser un elemento vivo de la Creación. Será puesta a prueba su capacidad y conocimiento cada vez que choque con la parte incompleta de sí, y la adversidad le generará una angustia tan particular que una y otra vez en repetida agonía lo obligará a llevar la mirada hacia lo interno, no sólo para modificar las variables que le permitirán sortear su ignorancia, sino para fomentar su real tamaño frente a la inmensidad de todo lo que lo rodea.”


Casi a diario lo visitaba Parkus, y muchas veces simplemente se sentaba a su lado sin mantra más que labios sellados. Una noche magnífica de celestiales luciérnagas le señaló cuánto llevaban sin visitar el acantilado que fue motivo de discretas revelaciones entre ellos dos, y entre el mayor y su madre, y poco a poco entre suspiros y mordidas de labios, el sosiego se hacía presente. Le había elegido un nombre, le comentaba por lo bajo Virtruvs sin quitar la mirada en el firmamento, ya tenía nombre…


La experiencia de perder a su sobrino, también impactó en Parkus. Esa noche no se unió a Prusia en sueños, y fue por su lado. Entre figurativas nubes y ancestros, ascendió a los albores de los arcanos, y se reconoció entre sus diferentes etapas, vio el sufrimiento vivido al quemarse en la ignorancia, y caer en millones de errores a lo largo de las eras. Yendo hacia atrás en el tiempo, vio morir a todos sus cercanos, vio la indiferencia hacia el sentimiento y el aislamiento por tribus, vio el temor reflejado frente a alimañas que los acosaban y los rayos que azotaban en tormentas que parecían estar sólo para flagelar su existencia, vio hijos muertos, padres muertos, hermanos comidos por lobos, otros desplomados por la nada, otros matando a otros, otros contemplando a las estrellas enmudecidos como si un canto de sirena los llamara a volverse hacia otro lado, pero con los pies en la tierra debían viajar usando otro medio. Pero el hambre era fatal.


Yendo más atrás, no había otra cosa que esperar, y una voz le preguntó “¿Quién eres?”. Y otra voz le preguntó “¿Quién eres?” Y otra voz, y otra, y otra hasta el inicio de los tiempos.


Parkus despertó acongojado, tal respuesta no tenía una formulación desde su conciencia previa, y ahora no podía quitarla de su ser.


¿QUIÉN SOY?


Absorto en intentar recordar, el gran interrogante merodeaba por su mente sin darle lugar a concentrarse en otros asuntos. Mientras desayunaba se preguntaba.


¿Quién soy?


Estaba jugando con sus hijos, y se preguntaba.


¿Quién soy?


Conversaba de temas profundos con Prusia, mientras la observaba y sentía gratitud por la oportunidad de compartir la vida con ella, se preguntaba.


¿Quién soy?


Ayudaba a cercanos a escribir y leer, cuando alguien le consultó sobre el porqué la vida no podía estar libre de problemas, respondiéndole sobre el mandato divino de no sólo ayudarse a uno mismo, sino al deber ético de brindarse a otros a ampliar la mente que al igual que la Creación, no cesa en movimiento, y los errores propios y ajenos nos arriman al abismo de la propia limitación, invitándonos a nuevos horizontes. Pero no dejaba de preguntarse.


¿Quién soy?


En sus brazos, un niño heredó la sangre no sólo de Parkus, sino principalmente la de VIrtruvs y Meryam. Finalmente el hermano menor pudo nombrar a Jacobis como su primogénito, aunque en sus expresiones de alegría el padre se contenía para no caer en excesos de entusiasmos como había ocurrido anteriormente. Feliz, y pleno de buenos deseos para su hermano y cuñada, aún la inquietud no apaciguaba.


¿Quién soy?


Virtruvs volvió a ser padre, y todos observaban que esa alegría e ilusión que mantenía la primera vez, nunca volvió, e incluso una vez rompió la intimidad Meryam con Prusia, al confesarle que no sabía cómo recuperar ese esposo que alguna vez supo ser tan considerado y atento, que el ejemplo de su matrimonio con Parkus hizo contarle ese problema en confianza por servirse de ejemplo. Y sí, ambos vivían su unión como algo especial.


Cuando los ojos de Parkus se posaron sobre los de Prusia, no fueron las pupilas y los párpados a gran velocidad los que sintieron que podía ser algo importante para su vida. No requirió reparar en otras damas, el pronunciamiento fue claro una vez que compartió trozos de tiempo valioso con ella, para confirmar lo que su corazón decía, depurado de arrebatos impulsivos de bajeza instintiva. No, era una frescura que buscaba el cariño, anhelaba cuidarla tanto física como internamente, tomarla de la mano y poder contar con ella para compartir tanto sus propósitos más profundos, como también las dificultades que pudiesen presentarse, con total desprovisto de artilugios ni ocultaciones.

La singularidad se presentaba ante cada uno de los dos, a pesar de haber otros hombres o mujeres inteligentes, delicados, atentos, seguros y de buenas intenciones, el misterio sobre por qué se despertaba el interés mutuamente quedaba encumbrado para ser descubierto a través del paroxismo de la existencia, pues no era la primera vez que se conocían, y la oportunidad de volver a compartir esa experiencia, no quedaba bloqueada sólo al plano terrenal.


Siempre con esa sensación presente que dio origen a todo, se brindaban el uno a otro, entendiendo también que no les tocaban idénticas luchas. Si bien Parkus se mostraba en contacto con su sensibilidad, era una admiración contínua cómo Prusia se brindaba a sus hijos, se sonreía pacientemente mientras les acariciaba los cabellos cuando ellos le decían algo tratando de formar oraciones. El pensamiento que corría a la mente de Parkus era de apuro, que lo dijeran rápido, y que muchas veces eran incoherencias. Pero aprendía a contenerse cuando el ejemplo de ella lo inspiraba a ser más paciente, y comprender los procesos de su progenie con diferentes tiempos.


Alexo representó el gran desafío para ambos, porque si bien en el movimiento contínuo encontraban la armonía, quien viniera a patearles el eje fue el evento que modificó hasta lo allí conocido para estar en convivencia feliz. Cada uno en silencio, reprochaba al otro por las conductas de su hijo, como si la herencia individual se fusionara para engendrar lo peor de dos mundos, un niño revoltoso que no controlaba su impulso intempestuoso. Cuando uno perdía los ánimos, el otro calmaba al pequeño y se disgustaba con su par por no saber controlarse, pero al cabo de unos días, ese rol se invertía indiscriminadamente. A pesar de establecerse ese mecanismo, que se complejizaba al no ser el único hijo que demandaba atención, muy a pesar de todo eso, quien más sostenía el ambiente del hogar, era Prusia, y Parkus llegó a la comprensión que si ella estaba bien, la familia estaba bien. Todo su esfuerzo se abocó a ello al darse cuenta, puesto que oyó al sentimiento y dejó de lado la razón, y priorizó la atención hacia ella, que era a su vez, el bien a toda la familia.


Había actitudes que eran llamativas para quienes conocían a ese clan, pero no todos eran conscientes de cuánto esmero había detrás, hasta que algo les asomaba por sobre todo, y quedaban expectantes de ciertas resoluciones que eran diferentes a la experiencia personal. Donde más resaltaba, era cuando aparecía una disputa por cualquier nimiedad cotidiana, y más de una vez la falta de autoritarismo del esposo atraía la curiosidad de terceros. ¿Y por qué no le gritas? ¿Por qué la oyes? Le reprochaban algunos maridos, a lo que recibían de respuesta que buscaban el bienestar y los unía escucharse mutuamente, ubicándose en que cualquiera de los dos podría estar equivocado, y el otro tener la fracción de conocimiento que les faltaba para aprender a manejarse en distintas situaciones.

Siete gracias florecieron del amor de ambos. Parkus decidió que ninguno tuviese que adoptar por completo la responsabilidad de cuidar al bebé más nuevo, porque era deber de los padres, más no por ello no dejaban de colaborar en todo lo que estuviese a su alcance. Cada uno tenía sus tareas acorde a su edad y capacidad, y en la actividad contínua se formó un refugio donde se cuidaban entre sí, incluso alejando pensamientos que pocos lograban observar. Para todos había lugar por igual en el corazón de sus padres, y lo sabían. Es extraordinario conocer el lugar que ocupa uno en el corazón de otro.


Sus niñas fueron un reto para su mente, buscando imponer inconscientemente conductas que ellas mismas rechazaban por propia naturaleza. Sí, se dió cuenta, pero tardó en ello. Se ofendía porque le consultaban más a su madre que a él, considerando que debían hacerlo por igual tal como él impartía su amor. Ya en edad mayor, para Parkus ningún pretendiente estaba a la altura de sus pequeñas, y con su hosquedad espantó a varios, ganándose lo contrario a lo que él consideraba que su protección buscaba. Lloraban sus hijas con su madre, enojadas por el padre que según ellas, no las quería.

¡Cuánto amor dispuso Prusia para hacerlo entrar en razón y que debía confiar en la educación que había brindado para darle las armas y poder librar sus propias batallas, haciendo la experiencia por ellas mismas! Si se equivocan en la elección, podrían tener una vida infeliz, le buscaba justificar él. Lo sé, respondía plácida, ella. Pero si no se complementan en ideales, serán infelices. Lo sé. Si se dejan guiar por los impulsos instintivos solamente, se verán vacíos de afecto cuando la llama se apague. Lo sé. Pero si no anhelan limpiar la línea generacional, retrasarán su evolución y todo por lo que hemos luchado. Lo sé, sonrió ella.


¡Cuánto amor dispuso Parkus para acallar sus pretensiones, y poder bailar en la boda de cada una de ellas! Con la llegada de sus primeros nietos, y el desamparo que sintieron por la inexperiencia, ellas mismas acudieron a consultarle junto a sus yernos sobre cómo llevar la vida sin caer en el yugo de la desesperación. No sólo eso, sino que entendiendo las necesidades del matrimonio, reiteradas veces se ocuparon de los menores para darles un respiro a los flamantes padres, y llenar sus pulmones para soplar la llama que mantenía el amor entre ellos. Uno de esos yernos le agradeció tan profusamente, que cometió cierta indiscreción al confesar que confiaba tanto en él y en Prusia por verlos como ejemplo de pareja, a lo que él anhelaría llegar con quien era su esposa, y que siendo hija de Parkus, insistió en pedirle auxilio, por la confianza plena que tenía en los propósitos de bien marcados en su familia. Sí, casi llora, pero era el hombre de…


Frente a todos sus retoños, quien fue más parecido a él, llevaba el nombre de Noccio, el último de la extirpe. Bebé con rostro enmarcado de apariencia anciana, sonreía selectivamente y no dejaba sus ojos quietos. Garabateó antes de emitir palabras, y prestaba atención a sus jeroglíficos, y cuando terminaba, permanecía mirándolos como si su creación le hiciera revivir historias que sólo él comprendía. No lloraba casi, y antes de que su garganta madurara con su lengua para articular frases, Prusia ya le reconocía 5 tipos diferentes de gritos cortos, indicando sus necesidades. Sus hermanos mayores se peleaban por alzarlo y pasearlo, porque en todos producía una sensación de bienestar y paz que no sabían explicar con claridad, y eventualmente, el pequeñito les acariciaba el rostro con la más tierna manifestación de cariño.

Fue creciendo sano, y no emitía quejas, al contrario, era raro que dijera que no a algo. Prusia lo descubría a veces hablando solo, y solía hacer un gesto como si se sacara alguna pelusa de la frente, y al cabo de unos instantes, seguía su marcha y siempre sonriente. Con celeridad entendió las dimensiones de su cuerpo, e identificaba sus partes cuando se las mencionaba alguien. Era un vehículo que recordaba cómo usar.


Tienes tres ojos, padre, le observó a Parkus con menos de un lustro de vida. Creo que yo también, le siguió comentando, y Lucai también, marcando al tercer hijo de su tío Virtruvs, o sea, su primo, pero no veo a nadie más que posea eso. ¿Por qué? Ver a su hijo tan avezado en temas espirituales, lo conmovió al máximo, y se percató que debía instruir de manera diferente a Noccio y a Lucai, tal como hubo de ocurrir alguna vez.

Junto a Virtruvs, le compartieron a sus hijos, los escritos que tenía como recopilación de reflexiones y expresiones de sabiduría. Los más recientes fueron en cuanto a la experiencia familiar.


Virtruvs destacó su línea. “Aquel que no comprenda su misión bajo el mandato de la unión con un semejante, se brinda a quedar solo y desamparado al descomponerse su envase físico y privar al espíritu de la experiencia de someterse a compartir con alguien diferente a uno mismo, el punto de vista de lo que se presenta similar para ambos en el escenario del trayecto juntos.”


Pero Parkus aportó algo variado. “Es en la oportunidad que aparece cuando dos almas se unen, que el espíritu individual pueda transitar la experiencia de vivir un mutuo aprendizaje suavizado por el susurro del amor, que lleva a conocerse a sí mismo a la par que se enlaza la propia existencia con la de la pareja.”


Los más jóvenes compartían sus observaciones, más se dedicaban a oír que a aportar, y la destreza los llevaba a practicar aquello que sus padres generosamente transmitían por haberlo experimentado en carne propia, en espíritu propio. Tremenda fue la alegría cuando una noche, hicieron acampe en el acantilado que alguna vez su abuela orientó a contemplar las estrellas cuando era Parkus un niño, y ahora una nueva generación podía disfrutar revelando el encanto más allá de lo físico.

Lucai percibió enseguida la energía vibrante del lugar, como si restos de felices episodios quedasen relatados en el ambiente, y la imagen de su abuela a quien no llegó a conocer, se presentó como una caricia ancestral sublimando lágrimas en el pequeño. Noccio, tocado por la expresión sonora, sonrió mientras apoyaba su mano en su primo. Los unió un momento cuya felicidad era inefable, muy pocas palabras se emitieron, no eran necesarias y no lograban contener el real significado de lo que ocurría. Ayunaron mientras meditaban, y bajo el fulgor de las estrellas, entraron en estados de consciencia que pocos alcanzaban, para caer en un sueño sentado, trasladándose en mente, corazón y espíritu a los planos arcaicos donde la materia tenía prohibido transitar. Naturalmente los guió Parkus en formidable odisea, mientras Virtruvs acompañaba de cerca, y los más jóvenes se maravillaban en torno a lo que se desprendía de la experiencia.

Más de una vez repitieron lo que aconteció aquella noche, y tal vez por una rebeldía invisible, Lucai se acercaba más a oír lo que Parkus tenía para transmitirle, que lo de su propio padre, como si los oídos se abrieran más frente a su voz, aunque sin dudas era la mente la que se terminaba abriendo. Algún reclamo le hizo Virtruvs a su hermano por esta situación, atajando el envión de su hermano alegando que no era su intención separarlo de su hijo ni menos, que su sobrino se acercaba por afinidad a él, no por repulsión a su padre. El hermano menor no lo acató con agrado, y la falta de lógica de su argumento se desintegró lentamente, pero Parkus quedó preocupado por la tendencia de ese pensamiento en la mente de su querido hermano, que lo venía afectando desde ocasiones inmemoriales.


Esa pregunta aquejaba a Parkus de continuo. ¿Quién soy? La incógnita de su propio nombre lo hostigaba sanamente porque obligaba a su ser a cuestionarse lo que otros no. ¿Quién soy? No soy Parkus, porque ahora lo soy, pero antes no lo fui y seguramente, tampoco lo seré. No soy mi nombre físico, no soy lo que hago, pero tiene relación, puesto que es lo que sé. ¿Quién soy? ¿Soy mi voz? ¿Soy mi cerebro? ¿Soy mi mente?


Acercó esa inquietud a su selecto grupo de 4 aspirantes a la iniciación, con una amplitud que los colocaba a todos a igual jerarquía. Con Virtruvs, llevaron a los más pequeños a la cámara de aislamiento que habían construído ellos dos siendo jóvenes, y Noccio y Lucai pudieron maravillarse del eco producido en profundas vibraciones que los transportaba a estados de pronunciación de mantras singulares.


Se volvió tema de intercambio durante largos días. Ingresaban a la cámara con una pregunta concreta, y al salir, cada uno volcaba su comprensión con generosidad para ser tomada por quien sintiera que era de su necesidad. No soy mis manos, aunque tenga la habilidad del artesano, pronunciaba Lucai; no soy mis labios, aunque mis palabras son representantes de lo que pienso y siento, exclamaba Noccio; no soy mis ojos, aunque sean ellos el filtro por el que mi entendimiento hace accionar a mis facultades y mi conciencia, reflexionaba Parkus. Con cierto enojo y vanidad, Virtruvs remarcó violentamente que se trata de decir quién se es, no lo que no se es; no pueden ir continuamente por la negativa para algo tan profundo. ¿Es que tú has logrado descifrar tan enmarañado misterio, querido tío? Le cuestionó Noccio. Así es, dijo enaltecido de orgullo. ¿Cómo ha sido? Sí, dinos por favor. Parkus miraba con silencio, desconfiando un poco de su hermano, quién disfrutaba de las súplicas de los niños.


Hermético en su postura, Virtruvs mantenía la intriga de su resuelta pregunta, y apelando a su lado menos egoísta, los dos jóvenes insistían discretamente por saber cómo había llegado a ese rincón oculto de su existencia. Pero no, una especie de halago ensordecía la expresión de mostrar a otros el camino y privaba de compartir lo que parecía que por mérito propio se había alcanzado. Pero no era tan propio.


Padre, ahora que nos has presentado esta inquietud, no puedo dejar de preguntarme quién soy, le decía Noccio a Parkus, y percibo que ni madre ni mis hermanos marchan con esta pesada congoja respecto a la propia vida; ¿qué ocurre? ¿Por qué algunos vamos caminando con la incertidumbre si cada paso que damos es correcto, e incluso si los que hemos dado en el pasado también nos aproximan a destino, mientras que otros, atrevo a decir la mayoría, deambulan sin el menor asomo de cuestionamiento? El padre le sonrió y agregó para mayor confusión: No solo eso, sino que parece irles mejor a ellos, ¿verdad? ¡Sí, padre, es cierto! ¡¿Por qué esa incoherencia?! ¡¿Por qué parece ser mejor ir despreocupado por la vida?!


Si es por lo que está ocurriendo con tu tío, debo decir que hay preguntas planteadas al propio entendimiento que son enormes, y despiertan en uno fuerzas que llevan milenios dormidas en el interior, como este mismo, ¿quién soy? Y es tal la fuerza que acarrean estas palabras cuando son debidamente planteadas porque al tirar del hilo que sostiene tamaño anzuelo, que se enraiza al origen de la propia existencia, puesto que como todo que nace, ese nombre no es elegido por uno, sino que se nos ha nombrado. El silencio de Noccio nubló su lengua.


La pluma en la mano de Virtruvs mostraba la inflexión que aconsejaba a su hermano a través de la amenaza y el temor. “Todo aquel que vive al margen de su vida interna, permanece en una inercia que asemeja a la muerte, y por más que camine con sus pies, su mente se irá marchitando, quedando enferma primero ella, y luego el cuerpo. Es preferible morir con un interrogante sin responder, que vivir toda una vida sin formularse una sola pregunta sobre la Creación, porque de esa manera se desprecia todo el mecanismo que se nos ha otorgado para ser utilizado.”


El pulso de Parkus era guiado por una serenidad peculiar. “La vida física lleva a innúmeras experiencias que terminan demostrando a cada ser, que siempre estuvo acompañado por una parte que no es meramente física y se compone de otros elementos. En el devenir de la incomprensión, se dibuja detrás de la angustia y tristeza, el rostro de la oportunidad para formularse el interrogante de la propia existencia, que en consecuencia traerá una nueva pregunta y otra más, cuyas réplicas mantienen ecos remotos, pero siempre acaban por dar a entender que lo inmaterial no dejará nunca de golpear la puerta hasta ser oído.”


Noccio y Lucai adhirieron discretamente a cómo consignó Parkus las líneas sobre el despertar de la conciencia, lo que agregó un carbón más a las brasas de Virtruvs. Aún así, El hermano mayor no dejaba de atender a su esposa y demás hijos, encontrándose que dedicarle tanto a plasmar su porción de sabiduría con uno de sus retoños, uno de sus sobrinos y uno de sus hermanos, podría ser un generador de brasas para otros más, no sólo para VIrtruvs, por lo que volvía con júbilo a sus tareas sintiéndose útil donde le tocara estar. Cariñoso con Prusia, más paciente con sus herederos, atento a quienes seguían acercándose para dotarse en la literatura, en plena actividad y con gratos problemas, su vida era feliz.


Gran sorpresa fue para Parkus ver la cantidad de seguidores que perseguían el aroma de las palabras de Virtruvs, y eso nutría más su alforjas pero descuidaba a su familia por el otro aroma que saturaba sus sentidos. Se quedó oyendo a su hermano mientras disertaba sobre su saber, terminando siempre en frases como “la muerte los alcanzará antes de lo que creen si no comienzan a pensar”, o “la vergüenza que experimentarán será enorme si son descubiertos con alguien que no sea su mujer”, incluso algo así como “imaginen su vida sin una mano, cercenada en castigo a la culpa de robar aquello que no es propio”. A pesar de pronunciar lo obvio, los estados de conciencia de los oyentes eran tan precarios que parecían entrar en contacto por primera vez con esas consecuencias. Al terminar, se le acercaron y besaban la mano de sabio, arrojando monedas por la emoción que llegaba a conmoverlos, y como si fuese poco, cerraba su discurso alegando que si no podían retener lo que se les decía, y titubeaban sobre sus actos, que miraran al cielo, que en el fulgor de las estrellas encontrarían el aliciente para encaminarse hacia el bien, recordando que hay algo superior a ellos que todo lo ve, que es inexplicable, pero registra a cada uno de los que dondequiera se escondan, puede iluminar con su brillo.


Bastante atónito, Parkus vio en acción el mecanismo propuesto por su hermano, y sintió un rechazo difícil de poner en vocablos. Pero tú mismo has coincidido en ello, Patus, y ten presente a aquellos que por miedo a beber del río se salvaron de la peste; es el temor quien en los menos avanzados logrará invocar los cambios para moverse por sí mismos más adelante. ¿Y qué es eso que has dicho sobre las estrellas? Es un recurso que he utilizado para hacerlos sentir pequeños frente a sus obras, pues aquel que así se percibe tiende a la cortedad, y se inhiben antes de actuar.


Con mucho debate, enfrentaron la realidad de la sociedad, y el desmanejo de su destino, sobreponiendo la apreciación personal sobre el resto. Días después, resolvieron recopilar todas sus observaciones, reflexiones y experiencias en un único papiro. Deberíamos llamarlo Warak, opinó Lucai, haciendo honor a antiguas tradiciones, a lo que los otros tres accedieron. Difícil tarea fue conciliar con Virtruvs, la falta de amenaza y castigo en los textos hacía que lo sintiera incompleto, pero todos coincidieron en que a pesar de estar escrito en papel, la renovación tras años o incluso tras generaciones, haría que el néctar de la Sabiduría se libara cual tamaña empresa lo requería, ya que ni en la piedra lo tallado dura lo que la Creación tiene por finalidad. Padre, afrontaba Lucai, además apelamos a que la interpretación no quede librada al mero hecho de escuchar y retener, que puede perderse en los laberintos del olvido y rellenarse a conveniencia: al tener cada uno su Warak, podrá consultarlo sin intermediarios y reviviendo en cada oración lo que hemos querido transmitir.


Todos felices, o más o menos, se abocaron al más grande de los proyectos que casi a diario los llamaba a reunirse y entendiendo las dimensiones de su propósito, seres afines al pensamiento se arrimaron con el paso de los años, Prusia, Meryam, otros hijos, otros eruditos… las hojas se apilaban y pasaban los otoños, más el fin parecía no aproximarse al construirse ese libro con los ladrillos que aportaban con la vida de más y más seres. La Creación era inabarcable. El estímulo, se hallaba en el camino, no tanto en el destino.


Reflexionaba Parkus si en otras eras ocurriría tal cual la vida, poniendo foco que al pasar las décadas, tenía hijos que estaban próximos a la edad de sus nietos. Gastado su brazo derecho de tanto escribir y enseñar a escribir, le dolía y hacía uso de un bastón con un material elástico en su agarre, que al apretarlo, aliviaba su aflicción. Le apenaba no poder sostener en alza a sus nietos más pequeños, pero las dolencias naturales le apuntaban que el tiempo pasaba y ya debía ir cerrando sus cuentas. Un nuevo hábito comenzó a ocupar sus horas, al encargársele a él y su esposa, el cuidar pequeños para que sus padres pudiesen disponer de unos momentos para reactivar sus energías y propósitos, a lo que era una alegría para los abuelos llevar a la tribu de críos a ver el atardecer en el risco hasta la aparición de las estrellas. En un ensueño, veía correr a su herencia encarnada en tan diminutos seres alrededor de Prusia, y se trasladaba a recuerdos suyos cuando su madre acariciaba sus cabellos mientras él de tan infante, apreciaba más sus diagramas sobre las estrellas que el calor del afecto materno. No existían las fotografías, faltarían milenios para ello, pero la rudimentaria idea de grabar ese instante de los nietos jugando con los abuelos bajo el firmamento testigo de una alegría sana, apareció como algo posible.


Esos pensamientos afines estaban presentes porque al día siguiente, pasaba un nuevo año sin que su madre estuviese con ellos. Fue a visitar la tumba, que años después, acompañó su padre a su lado, y en silencioso soliloquio, permaneció nuevamente frente a ellos con un dejo de tristeza por no tenerlos más físicamente, pero con una dicha discreta de repartir su sangre en tantos nietos con características tan peculiares. Apoyada sobre la piedra de su madre, había una flor fresca, que despertó una sonrisa en Parkus, e inmediatamente fue con quien suponía la había depositado. Virtruvs contó haber visitado la tumba luego de años, y como gesto decorativo, llevó un brote de su jardín, sin mucha más explicación que desde un sentir aliviado. Su hermano no hizo mención a la ausencia de ornamento a la tumba de su padre, suponiendo que el rencor aún permanecía activo en Virtruvs, así que aprovechó a beber junto a su querido consanguíneo, y memoraron eventos de su mocedad, ahora que ambos eran abuelos, cada uno ayudaba a completar la imagen perdida que uno y otro poseía. Evidenciando una estela de angustia en el menor, Parkus se levantó de golpe y destacó que también era un nuevo año que él había venido a este mundo, y sin pedirle nada, organizó una fiesta en su casa en honor a Virtruvs.


La mayoría era la familia de Parkus y VIrtruvs, unos pocos amigos, y no todos entendían a qué se debía el festejo. Pero al haber comida, bebida y alegría, no tardaron mucho en dejar los pensamientos de queja atrás. Horas estuvieron riendo, y como si siempre quisiera llenar su vaso por detectarlo o vacío o con un mal vino, Virtruvs no dejaba de mirar la entrada para ver si alguien más tocaba la puerta. No ver a ninguno de sus otros hermanos y los hijos de ellos, ocupó la mente de agasajado, e imantaba el doloroso recuerdo de su madre fallecida. Quedaba un poco abstraído y aislado mientras todos bebían y reían, y de continuo Parkus le acercaba una copa y lo arrastraba hacia la multitud.


Se hizo de noche, y Prusia al ver que el jolgorio buscaba persistir, llevó unas velas al patio para no apagar la fiesta, a pesar de recibir comentarios que la luz de la luna era suficiente iluminación. La dueña de casa, lejos de quejarse, vio que varios de los más pequeños se quedaban dormidos en los regazos de sus madres, mientras que algunos jóvenes al pasar su horario de sueño, estaban más reactivos de lo ordinario, y se le ocurrió que el fragor de unas tartas dulces induciría a los adultos al sueño y retirarse a sus hogares. Las colocó en una mesa diciendo que para concluir la celebración, había postre para todos, y en el ímpetu desmedido de las energías juveniles, corriendo alrededor voltearon botellas y velas sobre las tartas, provocando un mínimo incendio donde los más subido de alcohol soplaban, y los más despiertos vertían agua. Aplacado el fuego, todos gritaban y reían en victoria, y Prusia temía que no se fueran nunca. Finalmente pidieron unas palabra a Parkus que había organizado una fiesta sin motivo alguno, y apagando otro incendio, pero en los ojos de Virtruvs, volvió a mencionar que sí tenía un motivo, que era la fecha donde su hermano había nacido. Despedidos todos, Virtruvs se marchó con dos de sus nietos sin agradecer, marcando en Parkus que siempre él terminaba siendo el centro de atención.


Apenado en sus reflexiones por no llegar al corazón de su hermano, Alexo se presentó con su primogénito que no paraba de llorar, pidiendo auxilio al abuelo. ¡Claro que le he dado de comer! Exclamó enojado el padre, pero Parkus debía descartar lo obvio, por lo que se apañó al bebé al pecho, y sin que dejara de gritar, apretó suavemente el abdomen mientras lo mecía, hasta liberar del chiquito un poco del dolor de panza que lo aquejaba en un sonoro silbido que produjo risa en Noccio que estaba por allí. Cerca de su corazón, la cabeza del pequeño oyó un repetitivo sonido calmante, que aunado a un leve canto de su abuelo, encontró el sueño en la serenidad de nuevos brazos. Parkus tuvo que sentarse rápidamente, sus piernas y en especial la mano derecha le recriminaban excederse en energías.


Noccio se durmió acurrucado, y en suave conversación, quedaron Parkus y su hijo, donde el flamante padre comenzó a llorar agotado y angustiado por la experiencia paternal. Tú y madre nos han aportado grandes conocimientos, le decía a Parkus, sin embargo siento que nada nos prepara realmente para enfrentar la vida de padre, no hay papiro alguno sobre ello, y por más amor que tengamos, los pensamientos de desesperación y rabia tienden a atentar incesantemente al sentimiento que sostiene la familia. El abuelo sonrió feliz, y le dijo que le iba a relatar algo que tenía que ver con su existencia. Cuando tú llegaste, éramos jóvenes, si bien ya teníamos hijas, la preparación no sirvió de nada al encontrarnos con tu particular personalidad. Alexo frunció el entrecejo mirando a su papá extrañado esperando qué iba a decir. Hijo mío, tú naciste con una energía difícil de canalizar, que nos hizo aprender a lo grande junto a tu madre. No había parte de la casa que no tuviese una marca tuya, ni integrante de la familia o vecino que no hubiese recibido el latigazo de tus dedos, y no sabíamos cómo encauzar esa vitalidad que espantaba a más de uno. Pero entre tanto renegar con la situación que nos tocaba vivir y el agotamiento de estar detrás tuyo con tanta demanda, además de las tareas cotidianas y la labor fuera de casa, era el sentimiento incondicional de ser una parte mía y de tu madre que de extraordinaria creación inteligente subsistía por fuera de nosotros, y necesitaba de nuestra ayuda para ser una porción útil en la humanidad. Tuvimos que inventar nuevas estrategias, y había días que no lográbamos calmar tus bríos; tu madre decía “llevémoslo al muelle a observar los barcos”... “¡¿Para qué?! ¡¿De qué serviría eso?!” le refutaba yo, y te daba alguna tarea de llevar de aquí a allá alguna cosa para mantenerte ocupado. “Vayamos al muelle…” Pero yo, te llevaba al acantilado a ver las estrellas, y no todo funcionaba. “El muelle puede hacerle bien…”, “bueno, vamos al muelle” accedí una vez molesto por no poder aplacar tus berrinches. Te alcé en brazos, cuando me funcionaban ambos con fortaleza, y fuimos al muelle. Parkus hizo un silencio muy grande, el sentir casi le dispara la lágrima que tanto había guardado.

Padre, ¡¿qué pasó?! Quería saber Alexo. Arrugada un poco su boca, el sabio abuelo dijo que sí, se había calmado, y miraba los barcos partir con alegría, la inmensidad de esas construcciones impactaron sobre aquel niño pequeño que eras, Alexo. Y tu madre con suma humildad, no dijo nada más, y te festejaba la alegría que tenías de estar allí asombrado de todo eso nuevo. Muchas veces más fuimos al muelle, y quizá las reminiscencias de tu existencia te pedían reencontrarte con algo que era nuevo para mí, y tal vez… tal vez por eso ahora soy navegante, completó la frase, Alexo, y Parkus asintió. El joven lloraba sin darse cuenta, como si un pequeño hilo uniera los tiempos de su vida y tomara conciencia de hechos ocurridos al margen de lo que sabía o suponía saber, y en emoción similar, Parkus se guardaba las lágrimas pero compartía de su sabiduría. Son dos en esta labor, querido hijo, nunca dejes de escuchar lo que la madre tiene para decir, pues nosotros a veces necesitamos argumentos lógicos, y ellas poseen más desarrollado el sentir, que se manifiesta con otro tipo de premisa, que indica una orientación sin dar demasiada explicación. Es cierto, no venimos con un papiro con instrucciones sobre muchas cosas de la vida, pero debemos confiar en la Creación y su inteligencia, que van marcando un camino donde podremos usar de lo que poseemos para movernos sin temor a fracasar, porque es parte del aprendizaje, y valernos de todos los recursos que tenemos internamente, incluso de aquellos que nos llegan desde quienes amamos.


“Es en la vida conyugal donde se viven situaciones que son irrepetibles con otras personas, y a su vez, imposibles de experimentar en soledad. La llegada de los hijos pone a prueba a quienes fueron alguna vez solo pareja, y lo que se transita en el desarrollo madurativo de los nuevos integrantes tiene la oportunidad de unir a través de toda la existencia a aquellos involucrados, si la ubicación es la correcta: la de continuar aprendiendo y cambiar hacia hábitos más generosos y considerados para con los demás.”


Le daba una imagen a su hijo mientras el bebé seguía durmiendo. Cuando uno está soltero, es como si estuviera en un intrépido corcel, que va a grandes velocidades y rápidamente se pueden tomar las riendas y girar de una dirección a otra sin problemas. La familia implica una carroza que depende de uno cuántos caballos tiren de ella, pero sin dudas las maniobras que se pueden hacer no son las mismas a cuando se monta solo, y muchos quieren recorrer largas distancias en carroza acompañado y cómodo, pero mantienen la mente como si estuvieran en el brioso exigiendo tiempos que son otros.


Sentía realizada su vida, viendo cómo los retoños que sembró sobre la tierra, iban haciendo sus experiencias, algunos más avanzados en lo espiritual, otros entrando en terrenos más fértiles para el devenir de pensamientos más luminosos. Sin poder escribir tanto, se dedicaba a leer el Warak que iba ganando páginas, y también de sus papeles personales que recababan años de reflexiones y recuerdos que le darían a su espíritu el aliciente para recoger lo vivido mientras el físico le permitió. En todo eso, el palpitar de no haber podido ayudar a su hermano Virtruvs le dejaba un desasosiego que no sabía dónde iría a concluir. En cada página que aquel aparecía, siempre una oración final dejaba entrever que Virtruvs expresaba su inclinación a escuchar algún rincón de su mente que estaba poco alumbrada, ora fueran quejas, ora fueran rencores, de una forma u otra, el sentimiento quedaba callado, apartado, desoído.


Percibía que sus energías partían y lo llamaban a despedirse de sus afectos, pero Parkus se negaba, sus últimos alientos los dedicó a quién estaba en peores condiciones. Lo visitaba asiduamente, y cada vez más costaba llegar a él atravesando la cantidad de súbditos que se apilaban en su patio. No entendía hasta ese momento cómo soportaban tantas amenazas impartidas por Virtruvs en sus discursos, pero al oír que complementaba con promesas, entendió todo. Hablaba de placeres, de alegría sin sufrimiento, de librarse de problemas, endulzaba los oídos para cumplir con designios sociales que llevaban a una armonía de cumplirse tal como relataba, un orden en conductas erigidas en una ética que estaban por encima del entendimiento medio, y para ejecutarse, debían ser impuestas por una mente superior.


No sabía cómo hacerle llegar su desacuerdo, pues cambió su parecer al escuchar a Virtruvs, pero recordaba que su hermano le había propuesto eso, y Parkus estaba de acuerdo en cómo la mente se abre bajo la amenaza y el temor, siembra imágenes que no se olvidan más. Le confesó a Lucai sus dudas respecto al método de su padre, pero éste le replicó: tío, muchos de los que se acercan logran cambios contundentes, dejan a sus amantes, no golpean más a sus hijos, incluso se emborrachan menos; no creo que dure para siempre su método, pero es eficaz…


Las conversaciones con su hermano eran cada vez más ásperas, y a pesar de sus pocos años de diferencia, Parkus reparó que era considerado ya un viejo fuera de época y sin energías, por lo que de continuo sus palabras eran despreciadas. Lo que más alertó al mayor, era que Virtruvs hacía uso del Warak como si fuese de propia autoría, y hasta detectó cambios en los escritos que modificaban antojadizamente la esencia según el criterio del orador. ¡¿Por qué haces esto?! Le reprochó dolorido, ¡¿Por qué has alterado algo que representa tanto para mí, tu hijo, mi hijo, y lo has alterado a tú conveniencia?! No le daba mucha explicación más que ir a la acción y no quedarse sólo escribiendo, así se lograrían cambios sociales favorables.


Prusia acompañaba el lamento de su esposo, y durante días luchó con el pesimismo que contaminó su animoso estado, como si una astilla desde años clavada comenzara a supurar e impedir caminar. Azotado por el fantasma de la incertidumbre, no comprendía la actitud de su hermano rendido al halago y enseñoreado en la vanidad, que si bien alguna buena obra hacía, no era más que endulzar la masa hasta saturarla para el propio placer. Y se suponía que el Warak iba a ser una construcción de generaciones, iba a trascender nuestros estados físicos y en antorchas incandescentes, con Noccio y Lucai de heraldos, continuar el legado místico hasta llegar a los elevados arcanos. ¡Virtruvs lo altera y utiliza para su conveniencia personal! No sé qué podría ocurrir si su método se propaga más allá de los límites del país, y ni pensarlo en las siguientes eras. ¡¿Qué será de nosotros en la próxima vida?!


Distinguida en su perspicacia, Prusia acarició los grises cabellos de su pareja, y con la sonrisa más comprensiva del mundo, hizo un relevo de toda la vida juntos, cómo se habían encontrado en aquella caravana que buscaba un destino mejor, y aprendiendo a leer y escribir, en un trazo indeleble rubricaron de a dos un destino que los llevó a contar con siete hijos y más nietos, cuyos espíritus han sido criados con rectitud y sirviendo a un bien mayor, creando una herencia con improntas distinguidas en valores y servicio ético; pero impartir el saber no se limitó a esa familia, sino que incontables seres vieron el beneficio de trascender su comprensión y ampliar la capacidad mental al adquirir conocimientos sobre papiros e historia, firmando su nombre primero y elaborando complejas redacciones después, siendo críticos respecto a lo que leían y formando pensamientos propios, es decir, había más personas libres en el mundo, con capacidad de crear y aportar. Tuvo un silencio, donde las lágrimas de ella comenzaron a brotar, de la izquierda eran de felicidad, por la derecha, escapaban las de una dulce tristeza: hemos tenido una vida feliz, Parkus, puedo decir eso con seguridad, y hemos alcanzado a otros con esa dicha. Sé que estos cuerpos están cumpliendo su ciclo, y en algún momento debe terminar. Te insto a dedicar esas energías finales a traer a tu hermano a la rectitud que ambos sabemos él pertenece pero cae en la seducción de lo ficticio. Es él quien aún te necesita.

Parkus la abrazó y estaba por permitirse llorar, su esposa excedía en comprensión lo que él, pero luego de dialogarlo, accedió a tan humanitario pedido. Se tomó sus recaudos para despedirse de todos su hijos y nietos como si no fuese a volver a verlos, con aprobación de espíritu, no sabía si así sería pero su corazón agradecía. Con cada beso y abrazo se impregnaba de las más tiernas imágenes reviviendo desde el instante de su nacimiento, sus luchas, sus aprendizajes, sus conquistas, sus problemas, sus alegrías, sus penas, sus crecimientos. A nadie decía nada sobre su decisión y posible último adiós, pero luego de ese singular abrazo, despertaba en ellos una especial alegría, y algunos un poco más avanzados, soltaban una incomprendida lágrima y se quedaban contemplando al anciano que se marchaba.


Dejó a su esposa para el final, mientras Noccio iba en busca de su tío, Parkus sujetaba a Prusia de cerca agarrados de una mano y abrazados con la otra, mientras sus frentes se tocaban y miraban a los ojos. No hemos tenidos vidas ordinarias, le comentaba ella, y no podemos esperar un final menor. Lo sé; lo que no sé es cuántas energías me quedan en este cansado cuerpo… Con animosidad y humor, le dijo que no había problemas, se reencontrarían en otros tiempos, mientras las estrellas fuesen testigo de sus regresos. Miraron por última vez ese cielo tan efervescente de vida creado para más que su admiración, y subido a su caballo y mulas marchó al acantilado.


Mientras llegaba, reflexionaba sobre las pocas oportunidades que tienen los humanos de decidir el final de sus días, librados a ignotos designios que atemorizaban a tantos. Él de un modo, estaba eligiendo el suyo, y añorando despertar el sentir en su hermano, le propondría un último viaje juntos, iniciándolo donde su madre le había despertado la gran inquietud sobre la creación, bajo tantas estrellas que inamovibles, observaron pasar incontables vidas. Se apartó de los caballos y mulas, para ubicarse al borde del acantilado, contemplando hacia abajo, el curso estrepitoso del angosto río, y hacia arriba, a las antípodas celestiales quietas en apariencia.

No iré a ningún lado, querido hermano, se anticipó Virtruvs por detrás, no ahora, no que tengo todo lo que he perseguido en mi vida. Parkus volteó para mirarlo, y apretó fuerte los dientes, y también su bastón, para permanecer en silencio. Puedes ir tú solo, adonde quiera que tuvieses pensado que fuéramos, siguió incitando. El mayor, con cierto aire comprensivo, le dijo que gustaría un último viaje, pero no solo, y que necesitaba a su hermano. ¿Necesitarme? Lo lamento, yo no necesito de tí, Parkus, y posiblemente nunca te he necesitado: ahora que puedo moverme por mí mismo sin pedir consulta de tu persona, he logrado más que todo ese tiempo juntos, que he notado has sido un lastre para mi desarrollo.


¡No puedes hacer con el Warak antojadizamente esas alteraciones! Le gritó enfurecido Parkus, y golpeando con su báculo el piso. Quizá fue lo estruendoso de la voz, quizá la fuerza que encarnaba en su espíritu, pero Virtruvs sintió un sacudón que fue desde los pies al pecho; cuando se reincorporó, siguió con su vituperio: estás anciano, hermano. Los tiempos han cambiado, no podemos dedicarnos a pensar tanto, ¡debemos actuar! ¡Mira el estado de las mentes! ¡Nos necesitan ya! ¡Cada vez hay más atrofia, menos razón, menos moral! ¡La juventud está desorientada! ¡No entienden a qué vienen! ¡Es un acto tremendamente egoísta el quedarte con esos conocimientos para tí, Parkus! Ante semejante insulto, el del bastón enardecía y vibraba de enojo, clavando su madera de sostén en punta sobre la roca del acantilado, como si una juvenil fuerza lo invadiera y alentara a defender con un postrer aliento, lo que su vida había representado.


¿Egoista…? ¡¿Egoista?! ¡¿EGOISTA YO?! ¡Cuando no he hecho más que pensar en tí! ¡Cuando no he buscado más que acercarte a mis afectos, no solo en esta vida! ¡Cuando ahora dedico mi último hálito para estar contigo en vez de con mi familia!


Virtruvs sonrió con un dejo de malicia… ¿Acaso no soy yo tu familia? ¿Es que después de todos estos años de caridad conmigo, no me considerabas familia?


¡No tergiverses mis palabras! ¡Sabes a lo que me refiero!


Sí, lo sé. Siempre me has tratado con censura, como un niño que no debía crecer, porque iba a superar tu talla…

¡¿De qué hablas?!


Siempre es “Parkus es tan sabio, Parkus es tan considerado, Parkus escribe tan bien…” Pero Parkus no ha logrado más que enseñar a leer y escribir a unos pocos, tanto conocimiento y te has limitado a reconocer garabatos en el mundo físico… ¡Yo he alcanzado el otro mundo, el que no es físico, y he cambiado vidas, destinos!


El calor de la discusión iba hirviendo la sangre del más anciano, que buscaba tocar el corazón de su hermano, pero los modos bruscos hacían que fuera más un choque de razones, hasta que Virtruvs, quien no perdía su postura, concluyó: ya no puedes hacer más en este mundo, vete hermano, vete Parkus, deja lugar a los que aún tenemos energía. Como si una estocada envenenada se clavara en su pecho, relajó los hombros vencido, y Parkus comenzó a ver todo brilloso. Creía que era el desprendimiento de su espíritu dejando su ser físico para completar su ciclo, poco a poco se iba haciendo de día en plena noche, y Virtruvs frente suyo, se cubría de blanca luz. Sin embargo…

Virtruvs levantó la vista y sus labios se separaron. Al divisar esto y estar en uso de sus facultades, extrañado, Parkus también elevó su mirada y quedó pasmado al detectar que, esas estrellas que tan de memoria conocía, desaparecían selectivamente bajo la incandescencia de un haz que cruzaba el firmamento. La belleza encapsulada en un instante. Las letras, apartadas de escena, en plena contemplación.


¿Te has respondido la pregunta? Irrumpió el silencio, Virtruvs. Parkus atónito y persistiendo la imagen lumínica que surcaba los cielos, veía a su hermano absorto con la mirada perdida en las alturas. ¿Te la has respondido, Parkus? Y no decía nada. ¿QUIÉN SOY? Pues yo, hermano mayor, te he dicho que me había respondido eso en sueños, y tú lo habías desestimado. Hoy veo ese sueño plasmado en clarísima comprobación que más oportuna no puede ser. Parkus liberó un suspiro intrigado sin entender… Las mismas estrellas dibujan quien soy esta noche, una revelación por encima de todo hombre, ¡incluso por encima de tí, Parkus! Seguía sin entender.


¡SOY IBRAHAM! Gritó mientras señalaba más allá de la Tierra. ¡SOY IBRAHAM! ¡Ése es el nombre que se me ha dado, y las mismas estrellas lo han confirmado esta noche!


En abarrotada desesperación, Parkus miraba el cielo sin ver lo que su hermano, y quiso frenar los ímpetus de su imaginación, cuando dio un paso y su bastón se lo impidió estando clavado entre las rocas. Como si el pensamiento de Virtruvs, o Ibraham, lo deseasen, al trastabillar intentando destrabar su sostén, cayó hacia atrás en paradójico final hacia el vacío que tanto había llenado su vida, la de su madre, la de sus hijos, la de su hermano. Al acercarse la muerte, el tiempo demuestra que puede moverse a otra velocidad, y el anciano en su libre caída, no sólo vio a su tan amado hermano, sino que por encima de él, unas estrellas diáfanas que se mostraban como si fuese la primera vez.

Arriba quedaba una lógica dura, inexpresiva, con pinceladas de imaginación y soberbia. Debajo del acantilado, el sentimiento, desterrado de escena, menospreciado, pero no olvidado.


Dos hermanos ahora, pero no siempre fue así, y tampoco a futuro. Todo busca acomodarse, los desvíos del hombre, por más siglos que lleve, por más atrocidades que acarree, la creación, que es más grande que la insensatez humana, aplasta las imperfecciones y corrige los rumbos en los que una persona, un pueblo, o una civilización entera, pueda caer erradamente.


El someterse a una nueva experiencia, revelaba los pensamientos que Parkus creía sólo tenía su hermano, y la telaraña se tejió alrededor del corazón.

Un parpadeo. Dos parpadeos. Tres parpadeos. Silencio…


¿Qué será de ellos en la siguiente vida?

EL HOMBRE DE LA LÁGRIMA RETENIDA